TRES

En la cabina de mando del vuelo 199 de la Aerolíneas Northern, en el Aeropuerto O’Hare de Chicago, el copiloto estaba leyendo la lista de control antes del despegue. Al llegar a uno de los ítems se detuvo. El copiloto leyó en voz alta: «Medidas de emergencia primarias».

El piloto Bob Blotzinger, un veterano de los vuelos comerciales con veinte años de experiencia, oprimió el interruptor y una luz verde se encendió en el panel de control.

—Listo —dijo él.

—Sistema secundario.

—Listo.

El copiloto volvió a detenerse durante un segundo. Luego de asegurarse que la puerta de la cabina de mando estuviera cerrada y que estaban solos, preguntó:

—¿Cuál es el propósito de eso?

—¿El propósito de qué?

—Del sistema secundario. Tú sabes … elDR («Devolver al remitente»)

—Oye, apenas soy piloto. Pregúntale a Aerolíneas Northern. Yo solo trabajo aquí.

—Vamos Bob. Sígueme la corriente. ¿La FAA (Administración Federal de Aviación) aprobó el sistema de defensa contra misiles «Devolver al remitente» o no?

El piloto reflexionó unos instantes y entonces le dedicó una mirada cansada a su primer oficial.

—Está bien. Solo es algo que escuché, así que no digas que yo te lo mencioné. Aparentemente la FAA aprobó la instalación delDR en los aviones comerciales, ¿correcto? Pero luego interfiere Seguridad Nacional y dice: «Alto, esperen un minuto. Esto es asunto de seguridad nacional». Entonces las cosas comienzan a complicarse. Como siempre ocurre. Ahora tienes una pelea entre dos agencias. Así que ellos deciden, está bien, déjenlo instalado. Pero cada aerolínea y cada aeropuerto determinará si desea activar el sistema. De cualquier forma, la FAA quiere ver si el simple hecho de tenerlo físicamente instalado genera algún problema en tu aviónica, que por lo que sé no debería generarlo, pero ese ya es un riesgo que corren ellos.

—Pero no me has respondido. ¿Tenemos permiso de usar elDR o no?

—No. En realidad, no. No de manera automática. Tendríamos que llamar al control de tráfico aéreo. Darles el alerta y primero obtener su permiso. Es ridículo.

El piloto extendió la mano señalando el registro de despegue que su copiloto tenía en la mano.

—De acuerdo. Termina con la lista, ¿puede ser? Quiero llegar a Dallas.

El copiloto inclinó la cabeza mientras escuchaba un mensaje de la torre por los auriculares. Seguido a esto, asintió.

—Buenas noticias. Nos adelantaron. Podemos despegar.

Cuando el vuelo 199 comenzó a rodar por la pista de despegue en O’Hare, del otro lado del país, en el JFK, el vuelo 433 de Deborah era el siguiente en la lista de despegue. El lax, el vuelo que iba desde Los Ángeles a Las Vegas, estaba en la misma condición.

Mientras el vuelo a Chicago se disponía a despegar, dos hombres se agacharon dentro del depósito de chatarra Ulema en el Parque Schiller, fuera del perímetro de O’Hare. Un hombre indonesio se cargó al hombro un lanza misiles Stinger FIM-92a. Su hermano se quedó junto a él, leyendo los mensajes de texto de los otros grupos de la célula en Los Ángeles y Nueva York.

Justo fuera del depósito de chatarra Ulema, el conductor de la camioneta de escape, que estaba con el motor en marcha, se sentó frente al volante. Había estado observando cómo se preparaban los dos hombres con la Stinger.

Sonó el Satphone del hermano. Miró el mensaje y pareció enfervorizarse.

—Acaban de autorizar el despegue del vuelo 199 a Dallas —gritó—. Está viniendo …

Unos segundos más tarde pudieron escuchar a la distancia que el gran avión se aproximaba.

Mientras el vuelo 199 estaba despegando de Chicago, el vuelo 433 del JFK se encontraba rodando lentamente por la pista de despegue. El 797 enderezó su camino para despistar. El piloto impulsó lentamente el acelerador hacia adelante. El avión comenzó a aumentar la velocidad. Después, el piloto aumentó la velocidad para el despegue.

Mientras el 797 se deslizaba por la pista, Deborah sintió la conocida fuerza centrífuga que la empujaba hacia atrás contra el asiento. En ese momento su bolso se volcó, desparramando el contenido: Lápiz labial, base de maquillaje, monedero, celular Allfone, lapiceros. Todo.

Durante un instante intentó luchar contra el impulso de recogerlo, pero de todos modos lo hizo. Rápidamente desabrochó su cinturón de seguridad para poder alcanzar sus cosas y devolverlas a su bolso.

Para Blotzinger, esta solo era la tercera vez que volaba en el nuevo 797. Tenía a bordo a 88 personas, contando tripulación y azafatas. Maniobró el gran avión por las pistas del aeropuerto de O’Hare hasta colocarlo en posición para el despegue.

Momentos más tarde Blotzinger hizo que el gran avión ascendiera suavemente. Su plan de vuelo los llevaba a sobrevolar el Parque Skiller, pero en cuanto se encontraron por encima del depósito de chatarra Ulema, el copiloto notó algo. Un punto brillante en el radar, un punto centellando justo delante de ellos. De repente se dispararon las alarmas de alerta de ataque dentro de la cabina, y una luz amarilla comenzó a brillar.

—Bob, se acerca un … —soltó el copiloto.

Blotzinger oprimió el botón de contramedida. Las bengalas diseñadas para desviar misiles por calor se desprendieron de debajo del avión, pero no estaban lo suficientemente cerca del misil Stinger como para surtir efecto. El misil continuó su rumbo hacia el objetivo.

Blotzinger se dio cuenta de lo que estaba sucediendo.

—¡Activa el DR! —gritó.

El copiloto encendió el sistema de control antimisilesDR mientras Blotzinger comenzó a realizar una serie de maniobras evasivas.

Sus ojos se encontraban clavados en la pantalla.

Pero por alguna escalofriante razón el punto siguió avanzando, acercándose a una velocidad atroz, directamente a la base del avión.

ElDR tendría que haber funcionado. Al instante debía de haber transmitido un rayo láser directo al sistema de guía del misil que captara la información y la reconfigurara. Debía de haber revertido el curso del FIM-92a Stinger que se dirigía hacia el avión, enviándolo de regreso hacia donde había venido.

Pero algo había salido terriblemente mal.

El último sonido que captó la grabadora de voz de la cabina fue el brevísimo grito del copiloto ante la imagen del largo cilindro de hierro lleno de explosivos que en ese momento se hizo visible precisamente antes del impacto.

Hubo un tremendo estruendo. Pero todo terminó con una cegadora explosión.

En tierra firme, un hombre se encontraba paseando a su perro. Gritó y pegó un salto ante el tremendo estallido de la explosión sobre su cabeza. El perro aulló y se hizo un ovillo en el suelo. Cuando el hombre alzó la mirada, vio cómo la bola de fuego se expandía en el aire. Volvió a gritar. Vio que las piezas carbonizadas del fuselaje, la cabina de control y las alas caían del cielo a su alrededor y se estrellaban en las calles y las casas de su barrio en Chicago.

Pronto el vuelo 433 de las Aerolíneas Nacionales fuera del JFK estaría planeando bien alto en el cielo por encima del depósito en donde Ramzy acomodó el lanza misiles contra su hombro. Parado debajo de la ahora abierta compuerta, Ramzy miró a través del transparente panel de plástico del visor del lanzador, listo para alinear el gran avión 797 dentro de las líneas del cuadrante.

Cuando Deborah se inclinó para volver a poner todas sus cosas dentro del bolso, Ethan March bromeó:

—¿Sin cinturón de seguridad? Deje para el ejército eso de ignorar las reglas de la aviación …

En ese momento la tripulación de la cabina oyó una aguda campana de emergencia. El copiloto señaló una luz titilante en el tablero de vuelo. Un objeto alargado en la pantalla LCD se dirigía hacia ellos.

—¡Dios mío … ! —gritó el copiloto.

El piloto dirigió confiadamente su dedo al botón de medidas de emergencia primarias. Una bengala salió de debajo del avión hacia el misil sensible al calor en un intento por desviarlo. Pero el misil continuó su rumbo.

Más alarmas sonaron.

La pantalla de seguridad mostraba: «6 segundos para el impacto».

El piloto oprimió el botón que decía dr. Un rayo láser salió de una pequeña esfera ubicada en la panza del avión de las Aerolíneas Nacionales. El rayo golpeó el sistema de guía del misil justo debajo de la punta del detector de calor.

El piloto sabía que debía poner distancia entre el calor que generaba el motor del avión y el misil que se aproximaba, por lo que intentó virar veinte grados a su izquierda. Los pasajeros gritaron mientras revistas, abrigos y bolsos de mano volaban por los aires.

En un instante, Deborah, aún sin el cinturón de seguridad, fue violentamente levantada por los aires. Se hubiera estrellado de cabeza, directamente contra el techo y con la fuerza de un choque de automóviles, si Ethan March no la hubiese alcanzado y sujetado de inmediato con sus brazos. Delante de ellos yacía en el piso una azafata inconsciente, luego de golpearse la cabeza, por no haber llegado a abrocharse el cinturón en su trasportín.

A 150 m, el rayo láserDR provocó una imagen invertida de la trayectoria en el sistema de guía. La cabeza infrarroja del misil se desactivó, y el Stinger comenzó a alejarse del avión. El misil estaba volviendo a la tierra a unos 2000 kilómetros por hora, directamente hacia el depósito desde donde lo lanzaron.

En el suelo, Ramzy no podía permitirse esperar ni siquiera unos segundos para verificar el éxito. El misil Stinger dejó una visible columna de humo y debían despejar el área de lanzamiento antes de que los vieran. Rápidamente empacó el lanza misiles en su estuche. Hassan ya corría hacia Farhat y la camioneta.

En ese momento Hassan, parado afuera, creyó ver un destello en el aire, un delgado objeto metálico que cruzaba el cielo hacia ellos.

Eso sería lo último que vería.

Cuando el misil se estrelló contra el depósito, incendió los tanques de combustible. Hubo un resplandor y un tremendo ruido mientras el depósito se desintegraba en la envolvente bola de fuego. Hassan, Ramzy y Farhat fueron consumidos instantáneamente. Cuatro trabajadores del sector de carga en el edificio aledaño estaban tomándose un descanso. Nunca supieron qué los mató. La onda que creó la explosión los arrojó a 30 metros del edificio, el cual colapsó a sus espaldas. Mientras los muros se desprendían, los pedazos de vidrio roto provenientes de las ventanas se esparcieron como una brillante neblina. El estruendo se escuchó hasta en las costas de Nueva Jersey.

En la cabina del vuelo 433 la pantalla de LCD estaba indicando «CAMPO DESPEJADO», y la alarma se detuvo. El piloto corrigió la trayectoria del vuelo.

Deborah se encontró encima del regazo de Ethan que aún la rodeaba con sus brazos. Volvió a acomodarse en su asiento mientras el corazón de ambos les latía con fuerza dentro del pecho.

Deborah dirigió su mirada hacia el techo del avión, imaginando lo que habría pasado. Esbozó apenas una sonrisa y se dirigió a Ethan:

—Gracias. En serio.

En la cabina de control el piloto llamó a la torre.

—Solicito permiso para usar contramedidas secundariasDR por orden de la FAA. Cambio.

—Oye, ¿qué pasó? ¿Qué está …?

—Solicito permiso para el dr.

—No comprendo …

—Mire, tomaré eso como un permiso otorgado. Gracias, torre de control. Fuera.

Dos minutos más tarde, los hombres que se encontraban en el techo cerca del aeropuerto lax estaban monitoreando el vuelo de Los Ángeles a Las Vegas. Ya habían recibido un mensaje frenético en el Satphone del grupo celular de Chicago. «¡Avión derribado! ¡Avión derribado! ¡Alabado sea Alá!»

Ahora el chechenio ayudaba al árabe, experto en misiles, a colocarse el lanzador Stinger en el hombro.

—¿Lo escuchas? Presta atención. ¡Ese es nuestro avión! —gritó. Y luego agregó—: Debemos derribarlo tal cual lo hicieron nuestros hermanos en Chicago.

El tirador apuntó el lanza misiles. El 797 se empezó a mostrar por la izquierda. No fallaría. Haló del gatillo y el misil salió disparado por el cielo, dirigido exactamente hacia el avión.

En la cabina de control, las alarmas de dispararon. Automáticamente el copiloto presionó con fuerza el botón de contramedidas. Dos bengalas salieron disparadas, directo hacia el misil.

El piloto que se encontraba a su lado gritaba: «¿Qué es eso? ¿Qué es eso?»

Pero antes de que pudiese obtener una respuesta, lo pudo observar en la pantalla. Las bengalas habían desviado el misil sensible al calor de su trayectoria, pero solo levemente. El piloto y el copiloto pudieron ver el misil por una décima de segundo. El piloto oró en voz alta para que el misil no se desviara hacia el calor del motor.

—Aléjate … ¡aléjate …!

El misil pasó por al lado del avión dejando un rastro de humo. Continuó su rumbo hacia el oeste y cayó inofensivamente en el Pacífico a unos quinientos metros de la costa.

Tres horas más tarde, un grupo de Navy Seals y el escuadrón de bombas de L.A. localizaron el misil y lo desactivaron. Por alguna razón, el explosivo jamás detonó.

El sistemaDR no se había utilizado.