SEIS

En la sala de conferencias de la iglesia Eternity en Manhattan, había un pequeño grupo de hombres ataviados especialmente para esa clase de reunión: sin celulares ni dispositivos inalámbricos de ningún tipo. Eso quería decir que se encontraban temporalmente aislados de las novedades del día y solo podían enfocarse con todos sus sentidos en el tema en cuestión.

Se percibía una atmósfera palpable de anticipación, aunque ninguno lo manifestaba. Era como estar en la playa cuando la marea súbitamente se retrae y sabes que viene un tsunami.

El dirigente de este cónclave semestral era Peter Campbell, pastor de la sede principal de la iglesia Eternity ubicada en una histórica catedral de ladrillos oscuros en el centro de Nueva York. Era un hombre de cuarenta y tres años, atlético, tranquilo pero lleno de energía, apasionado con el estudio de las profecías bíblicas.

Los otros seis miembros del grupo compartían su misma pasión. Dos de ellos eran profesores en seminarios. Dos más eran pastores, otro era el director del Instituto de Investigación de Israel en Jerusalén. Y por último el más anciano de todos, «Doc», ex decano de una universidad bíblica, que había escrito exposiciones de los libros de Daniel, Ezequiel y Apocalipsis. Durante su largo ministerio obtuvo una licenciatura en arqueología y también un doctorado en lenguas semíticas.

Habían pasado la última hora en oración. Cada uno sentía el apabullante peso por lo que vislumbraban y que era inminente.

—Nos hemos reunido aquí durante los últimos tres años contemplando y debatiendo, preguntándonos qué haríamos si llegaba este día en el transcurso de nuestra vida. Y ahora está aquí —comenzó uno de los profesores del seminario.

—Y aun así —dijo un pastor—, todos conocemos la advertencia de nuestro Señor, cuando estaba en el monte de los Olivos …

Otro pastor intervino citando: «Pero del día y la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino solo mi Padre».

Uno de los teólogos tenía algo que agregar, la misma idea que ya había expuesto otras veces:

—Pero recuerden a qué evento se refiere el Señor en ese pasaje. No a los eventos previos a su venida sino a su aparición física. Lo que quiere decir que puede que seamos capaces de identificar los eventos previos a su aparición, la puesta en escena por así decirlo, con bastante precisión. Y al mismo tiempo no sabremos el día ni la hora exacta de la segunda venida de Cristo.

«Doc» se aclaró la garganta. Todos en la habitación se quedaron en silencio mientras él tomaba un trago de agua. Quitó los lentes oscuros de su arrugado rostro y los puso sobre la mesa. No era propenso a hablar a la ligera. Elegía sus palabras con cuidado, como un escultor que talla un rostro en mármol, calibrando cada golpe con esmero. Sabía que cada palabra, como un cincel sobre la piedra, tenía consecuencias.

Su voz era débil y algo inestable debido a su edad.

—Los grandes eventos producen una sombra alargada. ¿Podemos negar que vemos la sombra de estos sucesos emblemáticos que se aproximan? Algunos ya están en el umbral. ¿O acaso Jesús no reprendió a los fariseos por no leer las señales de los tiempos? ¿Seremos como ellos y no diremos al mundo lo que estamos viendo? Mientras la humanidad proclama que es un buen día porque es de mañana … amigos, nosotros nos damos cuenta de que el cielo se ha tornado carmesí. ¿Cómo podemos quedarnos callados?

Nadie habló durante todo un minuto. Finalmente Peter Campbell rompió el silencio.

—Creo que al igual que los viejos apóstoles, tenemos que «decir lo que hemos visto y oído», anunciar la verdad tal cual es y dejar que todo caiga en su lugar.

Nadie se manifestó en desacuerdo.

Entonces, así comenzará.