CATORCE

Nido de Alcón

—No soy una tonta niñita de secundaria. Soy una mujer adulta. Me parece que olvidas eso.

Abigail estudiaba la postura de su hija. Desafiante. Con los brazos cruzados. Abigail decidió intentar el método de razonar con ella. Al menos necesitaba intentarlo.

—Por supuesto que eres una mujer adulta, pero yo soy tu madre. Mi responsabilidad no ha terminado solo porque tú estés entre los tres alumnos más destacados de la clase en West Point. En lo que respecta a tu vida, papá y yo dejaremos de ser el presidente y la vice, pero seguiremos siendo parte de tu gabinete.

—Qué tierna analogía —comentó Deborah con un suspiro—; pero necesito tener libertad para ejercer mi propio juicio en cuanto a las relaciones, ¿estamos?

Deborah se levantó de la silla de la galería sin esperar una respuesta. Miró a la distancia, como si estudiara las montañas y el sol matinal que se elevaba por encima de los picos, pero su postura la delataba. Metió nerviosamente las manos en los bolsillos de su pantalón, balanceándose hacia adelante y atrás.

Mientras observaba la silla rústica que su hija acababa de abandonar, Abigail tuvo un pensamiento repentino. Era una pieza artesanal en la que se entrelazaban tres ramas. Abigail la había escogido con cariño en la tienda de un artesano de la zona cuando se mudaron. Qué poco aprecian mis hijos el sentimiento implícito en la elección de ese mueble; por un lado masculino y rústico, como le gustaba a Joshua; pero a la vez cómodo para que la familia se sentara allí y soñara y construyera buenos recuerdos.

Abigail miró a su hija que seguía con una postura desafiante. Sí, querida hija, eres una mujer y te quiero mucho … Pero todavía tienes muchas cosas que aprender.

Como madre, durante aquellas últimas veinticuatro horas su hija la había sorprendido mucho. Deborah había estado pegada a Ethan, hasta esa mañana en que él anunció que saldría a correr. Deborah quiso acompañarlo, pero Abigail le pidió que se quedara con ella en la galería. Deborah parecía estar lista para ir tras aquel hombre, prácticamente un extraño, aunque se tratara de su valiente rescatador. Abigail reconoció que todavía tenía cosas que aprender acerca de su hija.

—Deb, siéntate …

—Eso suena como una orden.

—Vamos, por favor … deja esa postura. Tan solo siéntate aquí unos minutos.

Deborah alzó la cabeza con un gesto de desdén y se dejó caer en el asiento.

—Querida —volvió a comenzar Abigail—, solo quería recordarte que cuidaras tu corazón. Eso es todo.

—No, es mucho más que eso. Puedo descifrar perfectamente tu discurso, mamá. Lo que en realidad me estás diciendo es: «No te relaciones con Ethan March». No lo niegues. Te conozco demasiado y eso es exactamente lo que intentas decirme. Ya lo analizaste y tienes un veredicto acerca de él.

—En absoluto. Solo ve despacio. Sabes muy poco acerca de este hombre.

—¿Qué debo saber? Mamá … no estamos hablando de una propuesta matrimonial. Solo intento conocerlo.

—Como cristiana, sabes que no puedes formar pareja con un incrédulo. La Biblia es clara al respecto. Yo conocí al Señor años después de haberme casado con tu padre. Él es un hombre maravilloso y un excelente esposo; pero tú sabes las luchas que he tenido porque él no tiene el mismo grado de compromiso que tengo yo con Cristo. Mi consejo es que pongas lo importante en primer lugar, por ejemplo, que averigües el estado espiritual de Ethan.

—Bueno, si me das un poco de espacio y nos dejas solos, quizás pueda hacer mis propias averiguaciones, tener alguna charla en privado y descubrirlo.

—Y además … está la diferencia de edad. Él te lleva siete años. Deborah resopló exasperada y echó la cabeza hacia atrás. Entonces, Abigail divisó a Ethan a la distancia, que corría hacia ellas de regreso de su ejercicio. Así que añadió rápidamente:

—Tómate tu tiempo. Eso es todo. Te respeto, confío en ti y te quiero. Lo cual significa que siempre te hablaré con franqueza, en especial en cuanto a las cosas que son realmente importantes.

Ethan aminoró la marcha y se acercó a ellas caminando, con las manos en las caderas y jadeando para recuperar el aliento.

Deborah trató de no quedarse mirándolo pero le fue imposible. Ethan lucía un pantalón deportivo y una sudadera sin mangas, con la expresión «Big Dog» impresa al frente en grandes letras, que dejaba ver sus musculosos brazos y su torso bien esculpido. Todavía no se había rasurado. Era bien parecido y ya ella había memorizado su nariz apenas torcida, pero ahora notó que en su mejilla izquierda tenía una cicatriz.

Mientras Deborah observaba a Ethan, la madre la observaba a ella.

Ethan esbozó una amplia sonrisa.

—Buenos días, señoras.

—Buen día, Ethan —respondió Abigail—. ¿Dormiste bien?

—Perfectamente. Gracias. —Él giró y señaló hacia las montañas a la distancia—. ¡Vaya! Este lugar es imponente.

Antes de que su madre pudiera responder, Deborah interrumpió diciendo:

—Ethan, ¿qué te parece si hacemos una cabalgata? Podemos llevarnos el almuerzo. ¡Será fabuloso! Supongo que nadie te ha dado el recorrido oficial del Nido de Alcón. ¡Vamos, te mostraré todo!

Deborah se acercó a él para tomarlo del brazo. Mientras se alejaban caminando, ella lanzó una mirada a su madre antes de perderse por el costado de la casa.

Abigail quedó sola en la galería. Sabía que sus hijos ya no eran niños. ¿Acaso le costaba dejarlos crecer o albergaba temores sobre su propio rol en esta etapa de la vida? Ella había sido una hábil y exitosa abogada en el Congreso de los EE.UU., pero ser madre era diferente. Esto la definía hasta lo más profundo de su ser.

Se sentó y acomodó los pies en la mesita de troncos tallados. Se reclinó un poco y cerró los ojos para hacer lo que hacía cada vez que se sentía confundida: se puso a orar. Nada litúrgico, una sencilla conversación con su Padre celestial. Abigail nunca pudo conocer muy bien a su padre quien falleció cuando ella tenía apenas diez años. Pero Dios siempre estuvo allí, aunque ella anhelaba que el Señor estuviera a su lado en una forma palpable.

Mientras oraba perdió la noción del tiempo. Debió de haber sido una media hora más tarde cuando escuchó el ruido de unas gomas de automóvil sobre la grava de la entrada. Abrió los ojos. Su hijo Cal descendía del Jeep con una maleta en la mano.

Ella bajó corriendo los escalones de la entrada para darle un prolongado abrazo y llenarlo de besos.

—¿Cómo te fue en la exposición de arte? Lamento tanto que papá y yo no pudiéramos ir, pero sabes lo orgullosos que estamos de tu trabajo. Tu padre se enfadó muchísimo al enterarse que nuestro avión había presentado un leve problema con los indicadores. Al parecer no era nada grave pero … ya conoces a tu padre. Como sea, para entonces ya no podíamos tomar un vuelo comercial.

—No te preocupes por eso, mamá. La exhibición estuvo … ¡bueno! interesante, supongo. ¿Dónde está papá?

—Tuvo que volar a Nueva York al amanecer. Finalmente solucionaron el problema y algunas actualizaciones de seguridad. Lo que sí sé es que deseaba verte, pero tiene una crisis muy seria que resolver.

—¿Papá resolviendo una crisis seria? —preguntó Cal con un dejo de cinismo en la voz—. Eso sí que es algo realmente novedoso.

Abigail apenas respondió con una sonrisa.

—¡Oye, muchacho! Mira que ya él te ha sacado de algún que otro problema, ¿o no?

Cal la miró de una manera un poco extraña.

—Sí, lo sé. No tienes idea de cuánto sigo pensando en eso.

Ella sacudió la cabeza, esperando que él continuara. Como no lo hizo, le ofreció:

—¿Quieres que te prepare el desayuno?

—Me encantaría. Hace dos días que estoy conduciendo. No veía la hora de llegar.

Mientras entraban a la vivienda, Cal parecía sumido en sus pensamientos.

—¿En qué estás pensando? —le preguntó Abigail.

—En una pregunta.

—¿Qué?

—Ah, puede esperar. Al menos hasta que coma algo.

—Vamos … no dejes a tu madre esperando. Si yo alimento tu estómago, al menos tú puedes satisfacer mi curiosidad.

Cal se detuvo y dejó la maleta en el piso.

—Es un tema un tanto deprimente.

—Te escucho.

—Sigo pensando en eso. En que estuve a punto de morir asesinado.

Abigail no pronunció palabra. Solo esperó mientras lo miraba como expresando cuánto lo quería a pesar de todo.

—Y tiene que ver con … él —dijo Cal—. Estuve pensando en él últimamente. No sé por qué. Hace tiempo que no mencionamos su nombre. Supongo que estuvimos intentando olvidarnos de eso.

—¿Qué nombre? —preguntó ella aunque ya sabía de quién hablaba.

—Atta Zimler —dijo con los labios apretados y una mueca de disgusto en su rostro.

Era el nombre del psicópata que, por un breve y terrorífico instante, tuvo a Cal en sus garras. Era un nombre que la familia había tratado de olvidar cuando todo volvió a la normalidad.

Al mirar a su hijo vio a un hombre, aunque luego de considerar lo que él había soportado en aquel espantoso episodio, siempre sentía el impulso de mimarlo un poco y protegerlo. Abigail había sido una abogada severa y no se afectaba con las cursilerías, pero en lo que respectaba a Cal, el riesgo era ser demasiado blanda. Jamás se preocupó por ser muy ruda con él. No necesitó serlo. Josh, aunque con buena intención, siempre cumplió muy bien con esa parte.

Cal siguió hablando.

—Me preguntaba … Ya sabes … si Zimler estará o no muerto. Sé que elFBI nos dijo que tal vez lo hubieran matado, pero necesito saber …

Apretó la mandíbula y su rostro se puso tenso, pero Abigail pudo ver que no era por temor. Era una especie de nueva resolución que también solía ver en su padre.

Él terminó su reflexión.

— … si todavía está allí, en alguna parte. Necesito saberlo.