DIECIOCHO

La reunión de la Mesa Redonda no tuvo un final prolijo. Fue la única vez que Joshua no pudo lograr una especie de consenso antes de terminar la sesión. Pack McHenry, tras su imagen borrosa en la pantalla, finalizó la charla diciendo que sus agentes voluntarios estarían a disposición de la Mesa Redonda, pero si no se conseguía coordinación en el grupo de Joshua, dijo que su gente se vería forzada a actuar por su cuenta.

—El único problema —explicó el Patriota—, es que nuestro grupo no cuenta con los recursos ni las influencias políticas que ustedes tienen. No estoy seguro de que mi grupo de ex operadores de inteligencia, actuando solos, podrían detener esto.

—¿Qué quiere de nosotros? —lanzó el senador Leander—. Nos está diciendo que atacarán nuestra nación con armas nucleares y que el gobierno obvia sus advertencias. Así que díganos directamente … ¿qué quiere que hagamos?

McHenry no dudó un instante.

—Necesitamos que se pongan a la cabeza. Ahí ustedes tienen un ex general con rango de cuatro estrellas y un ex experto en terrorismo del FBI. El grupo lo dirige un as de la Fuerza Aérea que le ha dado al Pentágono el dispositivo antimisiles más inteligente de la historia militar. También cuentan con un ex senador de los EE.UU. y un juez federal retirado. Necesitamos que coordinen esto, que tomen decisiones ejecutivas, que desarrollen un plan y nosotros les daremos toda la ayuda disponible.

El Patriota se desconectó luego de delegar la responsabilidad a la Mesa Redonda.

El senador Leander, como siempre, reaccionó cínicamente. Cuando se desconectó el video, se quejó:

—Creo que el Patriota quiere que aceptemos la culpa si algo sale mal con esta pequeña aventura en su trabajo de inteligencia. Si jugamos a los vaqueros en esto, persiguiendo y hostigando a algunos tipos que acaban siendo unos vendedores de aspiradoras en vez de terroristas con una bomba de maletín, ¿tras quién piensan que irá el departamento de justicia? Acabaremos todos en la cárcel.

Phil Rankowitz estaba asombrado.

—Alvin, por el amor de Dios, tú bien sabes que este grupo del Patriota trabajó con Joshua y Rocky en aquel incidente de la Gran Estación Central. Lo lograron. Joshua y su hijo Cal están vivos gracias a ellos; y, por supuesto, también a John Gallagher aquí presente, que se arriesgó muchísimo.

Gallagher miró para otro lado. No sabía manejar bien los elogios.

La millonaria Beverley Rose Cortez prometió entregar de inmediato cinco millones de dólares como anticipo para detener a estos «terroristas sedientos de sangre». Pero apenas dijo esto se cubrió diciendo: «Pero solo si pueden decirme con exactitud quiénes son las personas, aquellos que están en el plan nuclear … ¿puede alguien informármelo?».

Como era habitual, el juez «Fort» Rice se quedó callado, sopesando las cosas. Cuando Joshua le pidió su opinión, Rice negó con la cabeza.

—Me quedé pensando en lo que dijo el Patriota, lo anoté … Él dijo no tener certezas de que el gobierno hubiera hecho un seguimiento de estas investigaciones … Para mí es algo muy vago. Necesito más. ¿Cómo podemos estar seguros? Aquí es donde debemos decidir en quién confiar y a quién le vamos a creer. No puedo aceptar la idea de que laCIA y elFBI vayan a desestimar así como así semejante amenaza, si esta fuera creíble. Y ese «si» condicional es la gran duda.

Rankowitz quería que Abigail respondiera al comentario del juez. Ella intentó ser diplomática.

—Respeto su enfoque analítico, juez, su deseo de contar con algún tipo de certeza legal, pero no estoy segura de que ese sea el enfoque correcto. Si esta es una inminente amenaza real, debemos ir analizando los hechos a medida que se presenten, no como a nosotros nos gustaría que fueran.

El juez no estaba dispuesto a dar su brazo a torcer. —El peso de la prueba. Abby, ese es el principio legal que debemos usar. Para mí, el análisis legal es lo único que tenemos para apoyarnos. Lo cierto es que no satisfacen mi peso de prueba. Su tarea era convencerme de los hechos … y no lo ha logrado.

Gallagher trató de escoger sus palabras con cuidado.

—Juez, recuerde una cosa. Esta no es laCIA ni tampoco lo es elFBI al cual yo me sumé hace unos años. Mucho de esto tiene que ver con todas las sogas y cadenas políticas que se han enredado alrededor de todo lo que hacen actualmente. No hay dudas que son hombres y mujeres valientes que trabajan bajo condiciones increíblemente peligrosas, pero que ahora tienen que hacerlo dentro de una loca camisa de fuerza política y legal. Los de más arriba son los responsables de eso. Además, usted escuchó lo que el Patriota dijo acerca de la peligrosa desventaja de esta nueva consolidación de las agencias de seguridad en los mandos superiores: menos personas que tomen decisiones. Concuerdo por completo con él.

Joshua sugirió que pasaran la reunión para el día siguiente, pero muchos tenían otros compromisos. Entonces, se comunicarían mediante una llamada en conferencia cifrada en setenta y dos horas. Joshua y Gallagher se resistían a esta demora, pero el resto no cambió de opinión. Joshua tenía la sensación de que por más que el grupo quisiera creer que la amenaza no solo era real sino inminente, tenían demasiadas dudas y eso terminó por empañarlo todo.

Aquella noche, mientras Joshua y Abigail se sentaron solos en la galería trasera, a la salida de su dormitorio, y miraban las estrellas, él expresó sus dudas.

—Quizás debí presionarlos más.

—No es tu tarea hacerlo.

—¿Ah, no?

—Por supuesto que no. Tú presides esta Mesa Redonda, diriges la discusión, pero se trata de hombres y mujeres talentosos y experimentados. No se trata de principiantes a los que puedes decirles qué hacer. Ellos deben decidir por sí mismos.

—¡Pero mira lo que estamos haciendo! Estamos conversando como si se tratara de una decisión política errónea que tomaron en Washington y queremos cambiar. Y no es así, ¡se trata de un ataque nuclear a nuestro país!

—Yo estuve en la reunión, ¿recuerdas?

—Por eso … me sorprende que no estés tan alterada como yo … las horas pasan … hay hombres que se dirigen hacia nuestras ciudades con armas de destrucción masiva, ¿y qué estamos haciendo? Desperdiciando tres días hasta volvernos a encontrar por teléfono.

—¿Y qué sugieres?

—Algo. Cualquier cosa. Setenta y dos horas es una eternidad cuando la seguridad nacional está en juego.

—¿Y entonces?

—Llamaré a Pack McHenry y planificaremos un plan más riguroso. Luego, cuando hagamos la llamada en conferencia, lo expondré. Y pediré que voten a favor o en contra.

—¿Desarrollar en tres días un plan para detener un ataque nuclear? Ni siquiera sabes cuál es el blanco o cómo entrarán las armas nucleares al país … Josh, ¿cómo vas a hacerlo? No tenía idea, pero no pensaba reconocerlo. Permanecieron en silencio. Él alzó la vista y reconoció una de las constelaciones. Allí, contra el telón de fondo del oscuro cielo, estaban las frías y titilantes luces de Orión. De repente sintió cansancio, aunque su mente seguía trabajando y maquinando sin parar. Cambió de tema.

—Mañana quiero hablar con Cal.

—Él quería verte hoy, pero apenas llegaste de Nueva York te encerraste en tu estudio … luego con la Mesa Redonda …

—¿Por qué me parece que eso suena como una acusación?

—Para nada. Tan solo es una observación de esposa. Habla con él, Josh.

—Lo haré. Es más, le dije que nos reuniríamos apenas me desocupara con la Mesa Redonda. Y él estuvo de acuerdo.

Sonó el teléfono. Joshua se levantó y corrió hacia el dormitorio para atenderlo.

Abigail escuchó que la voz de él se iba animando a medida que conversaba.

Cuando colgó, regresó a la galería con una mirada asustada.

—Abby, adivina quién era … Patsy, de la oficina.

—La Patsy de Jordan Technologies? ¿La nueva recepcionista?

—Sí.

—Trabaja hasta tarde, ¿no crees?

Joshua se dejó caer en la silla junto a Abigail. Se dibujó una sonrisa en su rostro.

—¿Recuerdas que hace un minuto me preguntabas cómo podría organizar todo esto … cómo hacer un plan para impedir que suceda esto tan horrendo? —y se respondió a sí mismo—: Se me acaba de ocurrir una idea.