VEINTICUATRO

El buque carguero de bandera danesa apenas estaba a dos días del puerto de Filadelfia, el mayor puerto de aguas dulces de los EE.UU.

El capitán, un danés traído de Rusia, estaba en la timonera controlando sus registros y asegurándose de tener todos los papeles en orden: boletos de la carga, facturas comerciales. No podría soportar una inspección inusual, no con la terrible carga que llevaba.

Se dirigió a su oficial en jefe y le dijo: «En klar dagfor sejlads».

El marinero sonrió y replicó: «Sí, es un día bueno y diáfano para navegar».

Sería una travesía sencilla, aguas arriba por el río Delaware hasta el concurrido puerto. Los canales eran profundos y de fácil navegación, y terminaban en un puerto de aguas profundas. Sin embargo, era distinto el caso del Bridgeport en Connecticut, cuyo puerto era de muy escasa profundidad. Un barco encallado sería desastroso para la misión. Y los grandes puertos abiertos al mar de Nueva York, Boston y Norfolk estaban demasiado controlados, había demasiada presencia militar. Por supuesto, llevar un carguero tierra adentro hasta Filadelfia conllevaba sus riesgos. Era un plan audaz, pero bien lo valía. Estaba cerca, muy cerca, de las dos ciudades elegidas como blanco.

El capitán desconocía intencionalmente la historia de la carga para que su negativa fuera convincente. Si lo capturaban los norteamericanos, no podría confesar lo que no sabía, incluso bajo presión. De modo que los conspiradores mantenían a los dos capitanes, a lo largo de todo el recorrido, ignorantes de los detalles.

Dividieron la carga en dos barcos. Los dos terribles medio hermanos habían nacido de dos madres monstruosas. Ahora los contenedores estaban uno junto al otro en la bodega del barco. Aunque eran potencialmente letales, todavía era necesario que los ensamblaran y detonaran.

Uno de los contenedores venía de un barco que pertenecía a la IRISL, la línea comercial de la República de Irán. Partió del puerto de Bandar Abbas con rumbo a Karachi, Pakistán. Allí cambiaron el nombre del barco, así como la bandera, para evitar que lo siguieran, pero la carga permaneció a bordo. De allí partió rumbo a Durban, Sudáfrica. Ahora se llamaba El Tigris, en referencia al río del medio oriente. No obstante, la raíz antigua de la palabra significaba algo más, quería decir «flecha».

Mientras tanto, el contenedor de Corea del Norte inició su travesía en el fondo de un buque de una pequeña empresa naviera llamada Dai Hong. Al arribar a Hong Kong, cambiaron la bandera del barco por una con los colores de Indonesia. También cambiaron el nombre del barco. Pintaron Flor de Asia al costado de la proa.

Pasadas unas semanas El Tigris atracó en Durban. Pocos días más tarde se le unió Flor de Asia. Bajaron el contenedor que estaba en El Tigris y lo transfirieron a Flor de Asia para que se uniera a su perverso mellizo.

El capitán danés abordó el barco en Sudáfrica. Una vez más cambiaron el nombre y la bandera para que aparentara ser una línea comercial de Dinamarca. Su tarea era sencilla. Debía enfilar derecho rumbo al puerto de Filadelfia. Instalaron un dispositivo de seguimiento satelital codificado para que el grupo de conspiradores que se quedó en Kirguistán pudiera monitorear el cruce del océano.

El plan era perfecto. Absolutamente nadie, ni los organismos de control de navíos de la oficina de registro de cargas internacionales Lloyds en Inglaterra ni el Departamento de Seguridad Nacional de los EE.UU. habían notado el cambio de nombre y bandera, ni la famosa carga ni la convergencia de esfuerzos entre Corea del Norte, Irán y Rusia. El cargamento siguió avanzando hacia su destino sin inconvenientes.

En cualquiera de los puertos mencionados (Hong Kong, Bandar Abbas, Karachi y Durban) podrían haber sonado las alarmas, al menos para algunos de los monitores navales veteranos. Después de todo, era la misma ruta que una década antes usaron los barcos iraníes para hacer contrabando de armas, violando las sanciones internacionales.

El capitán danés y el primer oficial estaban detrás del marinero que controlaba el barco. Ya habían bordeado Cabo May y estaban entrando a la Bahía Delaware. Pronto les pedirían que se inscribieran con el capitán marítimo del puerto y allí recibirían a un práctico del puerto que se pondría al mando durante el resto del viaje. Una formalidad.

Luego, atracar y descargar. Una vez hecho esto, la tarea del capitán terminaba y se iniciaba la peor pesadilla de los EE.UU.