VEINTICINCO

Deborah Jordan luchaba contra sus deseos de llamar. Hacía apenas veinticuatro horas que ella y Ethan se habían separado en el Nido de Alcón. Él estaba en una entrevista laboral en una empresa de tecnología en Denver, mientras que Deborah se quedó en la mansión familiar de las Rocosas. Permanecía sentada junto al teléfono cuando se puso a pensar en sus sentimientos hacia él, en lo sorprendida que estaba por el poderoso impulso que sentía de comunicarse nuevamente con Ethan. Sin embargo, su lado pragmático también recordó el consejo de su madre, aunque no tenía ni la menor intención de reconocer que la había estado escuchando.

¿Qué sabes en realidad acerca de Ethan?

Deborah lo acompañó mientras él empacaba sus cosas para marcharse. Le preguntó directamente acerca de la cicatriz que tenía en la mejilla y la nariz partida. Ethan también respondió directamente:

—Una pelea en el bar con un Marine. No me enorgullezco de eso, pero así fue. Pasé un tiempo en el calabozo.

Ella no pudo evitar hacer un comentario socarrón que pareciera inteligente.

—Espero que no haya ganado el Marine …

Ethan largó una risotada y replicó:

—¡Por supuesto que no! —pero luego, en un arranque de sinceridad, agregó—: Era mucho más chico que yo.

Al instante Deborah lamentó haber hecho la broma, lo cual probaba lo confundida que estaba acerca de Ethan.

Enseguida ella se ofreció a llevarlo en auto a Denver y se alegró de que él aceptara. Al regresar a la casa familiar, ya lo extrañaba.

Se puso a pensar en los últimos y breves instantes en que lo dejó allá. Él sacó el bolso del asiento trasero del automóvil mientras Deborah estaba a su lado. Ethan sonrió y con amabilidad colocó su mano detrás del cuello de la joven. Y se inclinó. Ella deseaba un beso en los labios. Lo recibió en la frente.

—Cuídate, Deb. Quisiera verte de nuevo … si te parece bien.

Y ella respondió apresuradamente:

—Cuando quieras. Por favor, llámame. Necesito … me agradaría que me llamaras. ¿De acuerdo? Llámame.

Él entró al hotel sin volver la mirada. En apenas segundos desapareció de la vista de ella.

Habían pasado veinticuatro horas sin que él la llamara.

Por otra parte, es probable que estuviera concentrado en su entrevista laboral. O lo que fuera.

Deborah se sentó junto al teléfono en la inmensa sala de la cabaña. Aquella mañana había salido a cabalgar por la pradera, costeando el río. Su enorme caballo castrado, blanco con motas café, solía ser su pasión. Sin embargo, la cabalgata de hoy le parecía insulsa.

Sacó del bolsillo su pequeño Allfone para verificar que estuviera encendido. Luego, volvió la mirada al teléfono que estaba sobre la mesa.

Escuchó una voz que provenía desde atrás.

—No puedes hacer que suene solo con mirarlo.

Era Cal.

—¡Qué gracioso!

—No me digas que estás chiflada por este tipo …

—Cal, no quiero hablar de eso.

—¡Vaya! ¡Qué susceptible! —agregó luego Cal—. ¿Viste en el noticiario las imágenes de papá recibiendo la Medalla de la Libertad?

El corazón de Deborah dio un vuelco. Estaba tan concentrada en Ethan que se había olvidado por completo de su padre. Cal sacudió la cabeza.

—No lo viste … Y papá que está por ofrecerle un puesto, ¿no es así?

—Ni idea. Espero que sí.

—Es curioso que se negara a la solicitud de su propio hijo.

—¿De qué estás hablando?

—Le pedí a papá que me dejara integrar la Mesa Redonda … para ayudarlos a él y a mamá. Nada importante.

—¿Y qué te dijo?

—Demasiado riesgo. Lo cual me parece ridículo después de lo que él y yo hemos atravesado.

—Comprendo su preocupación.

—¿En serio? ¿Cómo?

—La Mesa Redonda maneja información sumamente confidencial. Cuestiones de seguridad nacional. Altamente cuestionada. Hay gente en Washington a la que no le gusta lo que hacen. Además …

—¿Qué?

—Sé sincero. Hasta hace poco no soportabas la clase de cosas en las que andan metidos mamá y papá: política, defensa nacional, libertad. Querías ser artista.

—¿Y qué? Cambié de maestría … y de intereses.

—Respeto eso. También a mamá y a papá. Pero estas cuestiones de inteligencia de alto nivel … ¿crees que puedes introducirte así como así?

—Ah, bueno … ya entiendo. Habló la casi recibida en West Point y yo apenas soy un traga libros de la universidad Liberty. ¿Es eso? Bueno, te diré algo: En este cuarto hay una sola persona que estuvo cara a cara con un terrorista. Y sabes exactamente quién fue.

—No intento minimizar lo que tuviste que pasar, pero seamos objetivos. Estoy cursando estudios en defensa y estrategia en una de las academias militares más prestigiosas de los EE.UU. Estudié historia militar, estrategia y contra insurgencia. Mientras que para ti la mayor decisión era si pintar con acuarelas o acrílicos.

—¡Ah, bueno! Tú sí que sabes cómo herirme …

—Olvídalo. Esta discusión es tonta. Además, yo tengo mis planes profesionales con papá.

—¡Claro! Seguro … ¿cómo cuáles?

Deborah dudó un instante. Era algo que quería mantener en reserva. Pero por alguna razón lo dijo. Quizás por hacer alarde.

—Antes de que él y mamá salieran para Washington escuché que papá atendía una llamada internacional. Gente de la defensa de Israel está interesada en su sistema dr. Y si él viaja al medio oriente, tengo intenciones de acompañarlo. Cal soltó una carcajada.

—¿Realmente crees que puedes ir y decirle así, directamente, que decidiste invitarte a viajar con él? Papá es alguien que no permite que su hijo sea el cadete de la Mesa Redonda, ¿y tú crees que te llevará a su encuentro por un asunto de armas?

Deborah no lo soportó más. Se puso de pie y le dirigió una mirada típica de hermana mayor acompañada de una réplica cortante:

—Ya lo veremos.