VEINTIOCHO

Los dos contenedores del barco con bandera danesa arribaron al puerto de Filadelfia junto con una bodega llena de otra mercadería, principalmente cajas con piezas para maquinarias provenientes de Alemania. Los instrumentos detectores de radiación que instaló el Departamento de Seguridad no descubrieron nada anormal. La más reciente y revolucionaria generación de revestimiento de plomo sintético había logrado su objetivo.

Cargaron los dos contenedores en un par de camiones según lo planeado: un contenedor de hierro corrugado en cada camión. Ambos camioneros partieron en direcciones opuestas, cada uno con un acompañante. Uno se dirigía a un depósito en las afueras de la pequeña ciudad de Clifton, Nueva York, situada en Staten Island, al otro lado de la bahía. El mortífero contenedor estaba oculto bajo una carga de cajones con suministros médicos. Algunos tenían isótopos radiactivos que se empleaban en radioterapia. El plan era que si detenían el camión e interrogaban al conductor, y si alguien detectaba emisiones radiactivas de bajo nivel en la carga, el conductor podría dar una sencilla explicación. Contaba con un boleto de carga falsificado que indicaba que estaba trasladando isótopos radiactivos para tratamientos de cáncer, con destino al centro médico Richmond cerca de Clifton.

El otro camionero y su acompañante conducían rumbo al sur, a Virginia. El camión tenía el mismo tipo de carga y la misma respuesta preparada si un oficial de la policía estatal lo detenía. La documentación decía que trasladaba suministros médicos para el complejo hospitalario de Winchester, en el noroeste de Virginia.

Ambos camiones se mimetizaron en el lento tránsito, en su recorrido hacia el destino final. Un ejército de conductores que volvían a casa luego del trabajo permanecía totalmente ajeno a los dos camiones que iban junto a ellos en la autopista. Solo era más tráfico en medio de aquella congestión. Nada más.

Universidad de Hawaii, en la Isla Mayor

«¿Ustedes hablan de poder? Yo les diré lo que es el poder».

El Dr. Robert Hamilton estaba de pie frente al aula magna. Durante un instante se olvidó de la llamada recibida antes de la clase. Era de su oncólogo. En su lugar, se hallaba sumido en la feliz inconsciencia de su clase preferida: introducción a la geología.

Los estudiantes tenían la mirada perdida a la distancia o hacían dibujitos en sus libretas. El Dr. Hamilton se paseaba por el estrado, con los ojos fijos en el piso, como si estuviera disertando para sí y nadie más.

«Y no estoy hablando de fisión nuclear. Los físicos podrán hablarles de eso. Me refiero a otra cosa —expresó haciendo clic en un botón del control del vídeo. Detrás de él se encendió una enorme pantalla mostrando una fotografía de una explosión del Monte Santa Elena—. Observen ese penacho volcánico … esa columna de cenizas, gas y fragmentos de piedra pómez que salen fuertemente expelidos hacia la atmósfera».

Luego de contemplarlo unos instantes, Hamilton giró y prosiguió.

«El volcán de Islandia en el 2010 paralizó el tránsito aéreo de todo el mundo. Ahora consideren el récord de erupciones que se produjo este año: más que las registradas en toda la historia de la humanidad. Hace poco estuve en Arabia Saudita, precisamente después que se produjera la erupción de Harrat-Ithnayn en el desierto occidental, lo que me recuerda … —sacó un papel y lo recorrió con la vista—. ¿Qué número era … el mapa … ah, sí … aquí está. —Oprimió el número correspondiente en su control remoto y apareció un mapamundi en la pantalla. Pequeños círculos de colores señalaban partes de Asia, de la India y del Medio Oriente—. Observen los círculos. Esas son las áreas donde se calcula que se producirá la más intensa actividad volcánica con la mayor cantidad de víctimas, según las predicciones. Parte de esta información proviene del Instituto de la Tierra de la Universidad de Columbia. Ahora vean esto que es muy interesante … —Hamilton tomó su puntero láser y fijó el punto rojo en los círculos del Medio Oriente, desde Turquía al norte, pasando por Siria, Israel y hasta El Cairo—. Miren … este es el centro principal de la actividad volcánica más masiva … justo aquí».

Se detuvo y miró a la clase, como si de pronto recordara dónde estaba.

«Les estaba hablando sobre poder, ¿no es cierto?» Recorrió la clase y contempló un mar de miradas vacías, pero algo le llamó la atención … un rostro nuevo, desconocido, alguien que parecía no pertenecer a ese lugar. En la última fila, en el asiento de atrás, un hombre de mediana edad con camisa blanca de mangas cortas y corbata con el nudo flojo.

Hamilton volvió a concentrarse en su exposición.

«Poder. Eso es. Los volcanes y los sismos están íntimamente relacionados. Pueden causar tsunamis … ». En eso notó que un estudiante levantaba la mano. Al fin —pensó—, algunos están despiertos. Asintió para indicarle que formulara la pregunta.

—¿Puede un tsunami tragarse un barco, un transatlántico de línea o algo así, en alta mar?

—La respuesta es no —replicó Hamilton—, debido a la geofísica de la ola del tsunami. En mar abierto la profundidad del fondo marino mantiene la ola baja, de escasa altura, pero a lo largo se extiende a grandes distancias por lo que apenas se detecta. Sin embargo, cuando la fuerza del oleaje se encuentra con una profundidad menor, como la que hay en las proximidades de los puertos, ahí es cuando la superficie del agua se eleva y se amontona mucha agua. Se genera una pared de agua. Es más, la palabra tsunami es un término japonés que significa: «ola de puerto».

Otro estudiante levantó la mano.

—En el libro de texto hay imágenes del sismo y posterior tsunami en Japón en el 2011. Las olas no parecen ser altas.

Hamilton sonrió ante el repentino interés manifestado.

—No necesariamente tienen que serlo, pero produjeron un daño extensivo. Por otro lado, los eventos geológicos pueden generar mareas extraordinarias, erupciones volcánicas, sismos y estos, a su vez, pueden producir enormes paredes de agua. En 1958, en la bahía Lituya en Alaska, un deslizamiento generó una ola de marea extraordinaria de quinientos metros de alto.

La clase estalló en expresiones de incredulidad. El Profesor Hamilton se sintió animado.

—Alumnos, de esto les hablo cuando me refiero al tremendo poder de los eventos físicos en la tierra. El sismo de 9.0 en Japón aceleró levemente la rotación del planeta. Tomemos otro ejemplo: una nube en forma de hongo de una explosión nuclear. Las bombas que se probaron en el desierto de Nevada en 1950 generaron una nube en forma de hongo que ascendió once kilómetros. Comparen eso con el Monte Santa Elena, cuya columna de humo ascendió veinticuatro kilómetros.

»Los volcanes pueden escupir flujo piroclástico a ochocientos grados centígrados, cargado de rocas, cenizas calientes y gases. Se registró un avance de estos fluidos con una velocidad de doscientos cincuenta kilómetros por hora, una avalancha de lodo a sesenta kilómetros por hora y flujos de lava candente que avanzaron a cincuenta kilómetros por hora. Los efectos de un volcán pueden cubrir hasta dos mil kilómetros cuadrados, como el Krakatoa en Indonesia en 1883. Y un volcán puede lanzar bombas naturales llamadas tefra (grandes rocas expelidas hasta una distancia de ochenta kilómetros). ¿Imaginan rocas de una tonelada lanzadas al aire a kilómetros de distancia? Después están los otros efectos: interrupción de las transmisiones electrónicas, obstrucción de los motores de los aviones, interferencia en las señales de radio y televisión. Cuando estás en medio de uno de estos fenómenos, entonces puedes imaginarte la cosa más parecida al fin del mundo. Eso es lo que los sobrevivientes de la antigua erupción del Vesubio debieron de haber pensado. Tienen que haber llorado y declarado que sus dioses los traicionaron». Luego de irse por las ramas, Hamilton regresó a su clase preparada acerca de lo básico de la tectónica de placas.

Enseguida sonó la campana y Hamilton reunió sus papeles. Allí fue cuando, en la quietud del salón de clases, recordó el llamado de su oncólogo. «Observamos unas manchas en la última ecografía —había dicho el médico—. Tiene que venir para que conversemos sobre algunas opciones. Lo siento, Dr. Hamilton».

Mientras Hamilton estaba sumido en sus pensamientos, el hombre que estaba al fondo del salón comenzó a avanzar por el pasillo. Parecía caminar lentamente, calculando sus pasos, para dar tiempo a que unos estudiantes rezagados abandonaran el salón. Cuando por fin el aula estuvo vacía, se acercó al Dr. Hamilton. El hombre de mediana edad tenía el cabello enmarañado y observaba al profesor sumamente interesado.

—Profesor Hamilton —dijo mirando a su alrededor como si temiera que lo escucharan—. Soy Curtis Belltether, ¿me recuerda? Hamilton apenas sacudió la cabeza.

—Soy el periodista de bitácoras. Lo llamé por sus estudios …

—¡Ah, sí! Lo recuerdo. ¿Quedamos en reunirnos?

—En realidad, no. Vine por un impulso. Pensé que debíamos hablar cara a cara.

—Repítame quién es usted, señor Belltether. Lamento decirle que no lo recuerdo.

—Yo era periodista de dos de los periódicos de mayor tirada hasta que se fundieron. Me pasé a publicaciones en Internet y así mantuve mi empleo durante un tiempo. Mi especialidad es el periodismo de investigación, pero con los cambios en los medios electrónicos, con los intereses extranjeros que compran todo y después, con los controles políticos que Washington impuso sobre Internet, de pronto me encontré … como comúnmente se dice … siendo una piedra en el zapato. Les molestaba. Al encontrarme sin empleo, inicié mi propio canal de noticias en Internet. El primer sitio se llamó Basura noticiosa. Lo cerraron. Era demasiado controvertido. Luego lancé otro que se llamó Puerta de la Granja. Al parecer, también molestó a alguno. Mi proveedor de Internet y la empresa de telefonía me informaron que cerraron mi sitio porque tenía demasiados virus. ¡Qué simpático! Hice que un experto en informática lo analizara y, ¿adivine qué? Ni un virus … ¿lo estoy aburriendo?

La expresión de Hamilton se iluminó.

—No, no … Continúe.

—Ahora mi nuevo sitio se llama Leak-o-paedia. Publico conspiraciones secretas y corrupción gubernamental basándome en información que personas como usted me brindan.

—¿Personas como yo?

—Así es. Como usted. Expertos que han pasado tiempo en medio de la bestia y tienen algo que contar.

—¿A qué se refiere con «la bestia»?

—¿Qué me dice de la conferencia internacional sobre el clima y la advertencia global en las Naciones Unidas?

—Rechazaron mis credenciales y no me permitieron entrar.

—A eso me refiero.

—¿Qué es lo que busca, señor Belltether?

—Su interpretación de las recientes e inesperadas temperaturas altas en el mundo, la conferencia de las Naciones Unidas, y lo que usted intentó decirle a Washington pero no quisieron escuchar … esa clase de cosas.

El Dr. Hamilton estaba sonriendo. Durante un breve instante volvió a dejar a un lado la llamada de su médico.