TREINTA Y NUEVE

El Cairo, Egipto

Atta Zimler observaba el ventilador de techo en la pequeña joyería. Mataba el tiempo mientras esperaba a Donkor, el traficante de diamantes. Donkor estaba en el cuarto de atrás examinando tres de los diamantes que trajo Zimler. Zimler notó que el ventilador giraba un poco desequilibrado.

Donkor reapareció desde atrás de la descolorida cortina y se deslizó hacia el otro lado del mostrador donde extendió una suave tela de paño con los tres diamantes.

—¿Quieres saber cómo arreglar ese ventilador de techo? —preguntó Zimler señalando hacia arriba.

Donkor hizo una expresión de fastidio y sacudió la cabeza.

—Solo dame una horquilla para la ropa. ¿Tienes una? Te mostraré.

—Atta, ¿sabes algo? Siempre estás tratando de recordarle a la gente cuán hábil eres … es decir … que eres más hábil que los demás.

Las palabras salieron de sus labios demasiado rápido. El joyero tragó en seco.

Atta se inclinó hacia adelante, demasiado cerca y Donkor dio un paso atrás.

—¿Eso pretendió ser gracioso? Estoy seguro de que trató de ser una broma.

Donkor luchó para esbozar una sonrisa, pero sus labios de pronto resecos, permanecieron pegados.

—Por supuesto. Me conoces. Siempre hago bromas.

—Quiero que hablemos de negocios, Donkor —dijo Zimler—. ¿Cuánto me darás por estos diamantes?

Donkor volvió a tragar saliva con fuerza. Se encogió de hombros y respondió:

—Un millón … de libras egipcias.

—Dije que quería hablar de negocios. ¡Basta de estúpidas bromas!

—Atta, lo siento, pero es todo lo que puedo pagar por esto … La oferta era apenas un tercio de lo que Zimler esperaba, pero se le acababa el efectivo. Las cosas se habían complicado. Con los diamantes podría huir limpiamente de Dubai, sin dejar rastros. Pero la bella joven de la ventanilla del banco en el Desert Palm le había dado una idea. Acordó cenar con ella. Luego tuvo otra cita, esta vez en su yate alquilado. Zimler se imaginó que ella sabía los códigos bancarios de manera que él podría hacerse de los bonos al portador que sabía que tenían allí guardados. Pero ella no tenía los códigos. Incluso, ni torturándola pudo obtenerlos. De manera que la estranguló y tiró el cuerpo por la borda.

Parecía que la policía de Dubai era más rápida para investigar la desaparición de una cajera de banco de lo que él había anticipado. Una vez más debía huir. Se vio obligado a volver con este perista de joyas con el que había trabajado durante años. Un traficante de poca monta del mercado negro muy bien relacionado en el Medio Oriente. Donkor permaneció allí de pie. Cada tanto sacudía el polvo de uno de los estantes que estaban detrás de él. Luego se frotó las manos y se aclaró la garganta.

—Creo que no conoces el mercado que hay para estos diamantes —dijo Zimler en un tono casual.

—Ah, no; pero sí lo conozco —replicó Donkor—. Ahora el mercado de los diamantes es muy distinto. Con toda esta cuestión de diamantes de sangre. Los traficantes no pueden solamente comprar y vender. Ahora hay graves problemas con las gemas conflictivas. La gente quiere saber dónde las obtuviste.

—No eres el único traficante …

—Cualquier traficante te dirá lo mismo. Es verdad, Atta, te estoy diciendo la verdad. Y en Zimbabwe, Costa de Marfil, lugares así, es incluso peor.

Zimler sonrió socarronamente y dio un paso hacia atrás poniéndose las manos en los bolsillos. Tanteaba el terreno.

—De acuerdo. Entonces dime por qué tengo que aceptar tu tan bajo precio, bribón.

Donkor sonrió y respondió:

—Porque te estoy diciendo la verdad, mi amigo. Mira, deseo comprar los diamantes. Tú necesitas el dinero. Hagamos un trato … Eso es lo que Zimler estaba esperando. Se inclinó sobre el mostrador y tomó uno de los diamantes. Lo separó del resto.

—¿Qué me dices de este …?

Donkor se inclinó hacia delante para inspeccionarlo. Ahí fue cuando Zimler atacó. Con su mano derecha en un rápido movimiento tomó a Donkor por la garganta y comenzó a apretar con fuerza. El joyero hacía arcadas y luchaba por respirar mientras los fuertes dedos de Zimler se cerraban lentamente como una prensa industrial. Justo cuando Donkor estaba a punto de desmayarse, Zimler aflojó un poco, pero casi nada, manteniendo los dedos fijos en su garganta.

—¿Por qué dices que yo «necesito» el dinero?

El traficante de diamantes estaba tosiendo y haciendo arcadas. Cuando finalmente pudo hablar, simplemente dijo:

—No lo dije por nada.

—No te creo …

—Sé … que tú … puedes matarme … pero, por favor … no lo hagas …

—¿Por qué dijiste eso? Dímelo y no te mataré …

—Es solo algo que escuché …

—¿Qué?

—Que tuviste un problema … en Dubai …

—¿Y qué más?

—No lo recuerdo …

Volvió a apretarle el cuello más fuerte.

—¿Qué más?

—Lo de Caesar Demas.

—¿Qué sabes de eso?

—Que no te pagó por un trabajo en EE.UU.

—¿Y qué más?

—Eso es todo.

Ahora quedó satisfecho de que Donkor supiera bastante como para ser valioso. Aflojó la presión de los dedos.

—Quitaré la mano ahora. No te muevas. Quédate allí donde estás.

Donkor hizo lo que le dijo, mientras se frotaba el cuello y jadeaba en busca de aire. Luego agregó humildemente.

—Atta, quiero hacer negocios contigo. Pero así no. Hagamos un trato pero, por favor, como hombres de negocios.

—¿Es esta tu última oferta?

Donkor rotó la cabeza un poco hacia atrás y adelante mientras se masajeaba el cuello. Se quedó pensando y luego dijo:

—En efectivo sí. Puedo pagarte en libras egipcias, en euros o en el nuevo OGReM internacional. Como prefieras.

Zimler contraatacó.

—¿Qué otra opción aparte de efectivo?

—¿Qué quieres decir?

Zimler se sentía presionado. Lo de Dubai no había salido conforme a lo planeado y todavía tenía varias agencias policiales tras él por el fracaso en la Gran Estación Central de trenes. Se le estaba cerrando el círculo. El efectivo era importante, pero la información podría ser igual de buena. Incluso mejor.

—Eres un hombre informado, Donkor. ¿Qué me dices de tu oferta en efectivo más algo de información que yo pueda usar? Pero más te vale que valga la pena.

Donkor se encogió de hombros y se quedó pensando durante unos instantes. Luego se le encendió el rostro.

—Bueno, yo podría tener algo de información.

—Dime. —Zimler esperaba saber algo de los policías locales, si estaban al tanto de su presencia en El Cairo o si había agentes de la Interpol rondando la zona. Pero lo que escuchó era algo totalmente distinto.

—Bueno —dijo Donkor—. Aquel tipo estadounidense no está lejos de aquí. Supuestamente está en Israel. No sé por qué. Solo sé que se reunió con los israelitas.

Zimler miró a Donkor directo a los ojos hasta que lo hizo apartar la vista.

—¿Qué tipo estadounidense?

—Ya sabes —dijo Donkor cautelosamente—, el que estabas persiguiendo por el trabajo de Demas. El estadounidense …

—¿Joshua Jordan?

—¡Ese! Así es.

La mente de Zimler se encendió como un caleidoscopio. Todo un espectro de posibilidades se exponían ante él.

Donkor, ¿crees que puedes obtener algo más de información sobre Jordan? ¿Adónde está ahora exactamente? Donkor asintió.

—Creo que sí, puede ser. Sí. ¿Entonces hacemos trato … por los diamantes?

Atta Zimler sonrió y extendió la mano para estrechársela.

—Por supuesto. Es un placer hacer negocios contigo.