CUARENTA Y TRES

Teherán, Irán

Joshua gritó. En algún lugar dentro de su entumecimiento y confusión sentía un dolor punzante. Al principio no lo podía localizar. Su cuerpo no estaba en la tierra. Creyó que estaba volando … no … no lo estaba. Estoy colgando.

Joshua Jordan se esforzó para ver dónde estaba. Mientras lo hacía localizó el lugar del dolor que lo torturaba. Cada uno de sus hombros. Estaban colgando detrás de él, pues estaba atado de pies y manos. Estaba colgando de una pared. Las puntas de los pies apenas tocaban el piso de concreto. Tenía el pecho desnudo y sus medias y zapatos habían desaparecido.

Pestañeó y sacudió la cabeza, en un intento por aclarar su confusión. Recuerda, recuerda, ¿qué pasó …?

Los pensamientos comenzaron a fluir.

Estaba subiendo al jeep con el coronel Kinney. Los otros miembros de las FDI ya habían abandonado el lugar. Recordaba haber visto el polvo que dejaron los camiones.

Entonces, de algún lugar detrás de ellos, se acercó un helicóptero Apache israelí volando bajo. Aterrizó a cincuenta pies. Un hombre que llevaba puesto el uniforme de las FDI salió rápido con otros dos soldados. Dijo: «Coronel Jordan, mensaje urgente … »

El hombre con el uniforme de las FDI sostenía un pedazo de papel. Joshua saltó del jeep mientras Kinney le gritaba que se detuviera. Luego, uno de los soldados se arrodilló, lo suficientemente cerca como para que Joshua viera que el hombre le estaba apuntando con un revólver muy extraño. Joshua regresó al jeep. Entonces, algo lo golpeó en la parte trasera del muslo. Lo sacó con fuerza. Un dardo que le rompió la piel. Intentó correr pero el mareo lo detuvo. Arrastró sus pies como si estuviera caminando sobre un montón de cenizas. Habían disparos, muchos. Vio a Clint Kinney disparando ferozmente desde el suelo, cerca del jeep, hasta que una bala lo alcanzó y cayó. Joshua se dejó caer en el vehículo y encontró el otro revólver con el cartucho ya insertado. Con torpeza, Joshua se volteó y comenzó a disparar hacia el helicóptero hasta vaciar el cartucho. Alguien gritaba de dolor. Pero Joshua no podía sostenerse. La pistola se le cayó de las manos. Se estaba desmayando. Lo último que recordaba era un hombre barbudo que se inclinó hacia él, riéndose.

Ahora Joshua estaba en una habitación de concreto, colgando de un gancho. Había suficiente luz como para tener una idea de dónde estaba. Había un desagüe en medio del lugar. Y manchas de sangre. Este lugar de crueldad lo habían usado hace poco.

Entonces escuchó voces afuera. Un hombre preguntó: «¿Hale shoma chetor ast?» Otro hombre respondió algo acerca de que estaba bien, pero su esposa estaba enferma. Estaban sosteniendo una conversación trivial. Joshua reconoció el idioma. Persa farsi, el idioma de Irán. Hace años, cuando estuvo realizando vuelos espías para estudiar las instalaciones nucleares de Irán, el Pentágono le enseñó algo de farsi en caso de que le dispararan y lo capturaran.

Tal cosa nunca sucedió, aunque detrás de eso también había una historia. A pesar de que Josh estaba mareado y atontado por el dolor, su pensamiento voló hacia aquel tiempo, la última vez que piloteó su U-2 de la más moderna generación. Estaba solo en la burbuja, a miles de pies por encima de Irán, con el único sonido de su respiración dentro de la máscara. Inhalar. Exhalar. Entonces divisó el sitio.

Encendió las cámaras de alta velocidad que estaban en la barriga del avión. Tenían una agudeza excelente, de modo que cuando se descargaban las fotos digitales, uno prácticamente podía medir el tamaño de los cerrojos de las vigas de la planta nuclear.

Entonces recibió la llamada: «Hollywood Uno, Hollywood Uno, ¡te han detectado! Aborta … sal de ahí … »

Pero no abortó. Quería terminar la misión. No hubiera salido vivo, pero solo después supo por qué lo había logrado.

Un ruido lo sacó de sus pensamientos. Se abrió la puerta de metal que conducía a la habitación y tres hombres se apresuraron a entrar. El que estaba al frente tenía una barba cuidadosamente arreglada y usaba el uniforme de oficial de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán. Era la unidad militar que controlaba el programa de armas nucleares de Irán. A su lado había un soldado alto.

«Soy el capitán Ackbar —anunció el oficial—. Usted es nuestro prisionero. Necesitamos una información».

Otro hombre, vestido con traje de civil, caminó hacia él.

—Coronel Jordan, la Organización de Energía Atómica de Irán simplemente desea proveer energía segura, electricidad, comodidades modernas a nuestra gente. Pero hoy, Israel bombardeó una de nuestras instalaciones en Natanz, un rudo acto de agresión. Tenemos el derecho soberano de protegernos. Si usted puede responder algunas simples preguntas, entonces lo dejaremos ir. Lo devolveremos sano y salvo a su familia.

Joshua trató de levantar la cabeza para ver al hombre.

El civil de la OEAI continuó.

—Solo queremos algunos datos de modo que podamos protegernos. Nada más. No queremos hacerle daño.

—Entonces, ¿por qué hay sangre en el piso? —gruñó Joshua con voz ronca.

El soldado que estaba más distante tenía una vara de metal en la mano y se acercó, pero el oficial lo detuvo.

—Habrá suficiente tiempo para eso …

—¿Le ha proporcionado usted a Israel su tecnología DR? —preguntó el civil.

No hubo respuesta.

—Voy a preguntarle otra vez …

Joshua volvió a quedarse callado.

En ese momento el soldado alto recibió la orden. Caminó adelante y levantó la cabeza de Joshua para poder mirarlo a los ojos. Entonces, sonriendo en una gran mueca, el soldado tomó su palo y golpeó con fuerza el plexo solar de Joshua.

Joshua jadeaba, incapaz de respirar o gritar de dolor. La saliva salió de su boca mientras convulsionaba.

El civil le dijo al oficial:

—Tenemos un programa apretado. Necesitamos esta información de inmediato, usted sabe …

—No se preocupe. La obtendremos —asintió el oficial.

Nido de Alcón, Colorado

Cuando Abigail recibió la llamada del general Shapiro en Tel Aviv, era temprano por la tarde, hora de las montañas. Ella conocía vagamente al general Shapiro, pero su corazón cayó como un ladrillo cuando escuchó su voz. Después de todos estos años en espera de una llamada o de un toque a la puerta, mientras Josh llevaba a cabo peligrosas misiones o probaba aviones nuevos, nunca recibió una llamada. Pero hoy sí.

—Lamento informarle, señora Jordan, que su esposo ha desaparecido en el desierto Neguév.

—Desaparecido … no comprendo …

—Atacaron su convoy. Los atacantes estaban vestidos como los soldados israelíes. Creemos que lo han tomado como rehén.

—¿De quiénes? ¿Dónde está ahora?

—Pensamos que está en algún lugar en Irán. Creemos que el gobierno iraní está detrás de esto.

—La embajada americana … ¿se han comunicado? … ¿o el Pentágono?

—Nos comunicamos con la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos y con el Pentágono.

—¿Qué están haciendo al respecto?

—Tenemos plena confianza de que ellos nos ayudarán a tratar de localizar y rescatar a su esposo.

Sus palabras se escucharon temblorosas.

—Oh, querido Dios, por favor, protege a mi esposo … —Entonces, haciendo un esfuerzo por recuperar el aliento, preguntó al general Shapiro—: Y Deborah, mi hija …

—Ella está a salvo. Está con Esther, la esposa del coronel Kinney.

—Tengo que ir allá, General, a Israel …

—No se lo aconsejo, señora Jordan …

—Un plan de rescate. Necesitamos uno de inmediato.

—Estamos trabajando en eso. Le prometo que la mantendremos informada minuto a minuto.

Shapiro no tenía más información. Cuando Abigail colgó, se paró en medio de la gran sala de estar y gritó el nombre de Cal.

Él estaba trabajando afuera muy cerca de la casa, reparando una sección de tablas rotas en la reja que rodeaba el gran portal. Ahora que su padre estaba fuera, estaba ocupándose de algunas reparaciones que su papá había planeado hacer.

Cal entró corriendo por la puerta principal. Encontró a su madre con las manos en el rostro, temblando mientras sollozaba. Abigail balbuceó a través de las lágrimas:

—Tu padre está en problemas. Los terroristas lo atraparon. Creen que lo tienen de rehén en Irán …

Cal se tambaleó y su rostro se demudó. Cuando por fin tomó aliento, preguntó:

—¿Quién lo va a rescatar?

—Los israelíes están trabajando en eso … mientras esperan la ayuda de Washington.

Abigail se secó los ojos y trató de respirar profundo. Su mirada y la de Cal se cruzaron. De repente, tuvieron el mismo pensamiento.

Cal lo exteriorizó primero.

—Ni modo, mamá … No podemos esperar por los políticos ni por la Casa Blanca. Papá los ha incomodado. Dejarán que se lo lleve el viento …

—Exacto. Estoy llamando a Rocky Bridger. Él fue muy leal durante tu crisis en la Gran Estación Central.

—¿Y John Gallagher?

—No puedo sacarlo de la tarea en que está. Lo que está haciendo ahora para nosotros es esencial para la seguridad nacional.

—¿Entonces es cierto … lo que Gallagher me pidió que investigara por él, acerca de Rusia, una amenaza nuclear?

De repente todo cobró sentido para Abigail. El trabajo de Cal en la computadora. Su deseo de contribuir con el esfuerzo de la Mesa Redonda. Respondió la pregunta:

—Sí, es cierto.

Mientras miraba a su hijo, supo que una serie de circunstancias lo habían llevado al santuario interior. También sabía que no había accidentes, no en un universo en el que Dios gobernaba y dirigía los destinos de las personas así como los de las naciones.

—Bienvenido a la Mesa Redonda —dijo.