CINCUENTA Y UNO

El equipo de contraterrorismo de Gallagher estaba conformado por él, un compañero ex agente del FBI, un agente del sheriff de la localidad y tres granjeros. Eso es todo lo que tenía para trabajar. Pero todos estaban en sus posiciones.

Frank Treumeth, el agente Colwin y Blackie Horvath estaban situados en el lado izquierdo del claro, en posición para abrir fuego cruzado por un flanco del granero de metal. Blackie tenía el potente rifle con mirilla para cazar venados, ya que Frank y Colwin pensaban que él tenía más práctica en el tiro a distancia. Frank tenía su propio revólver y un rifle Winchester, estilo al oeste. Cuando Blackie lo vio, bromeó con Frank y lo llamó «el Hombre del rifle», como en el viejo programa de acción en blanco y negro. Colwin sostenía la escopeta antidisturbios que había agarrado de su carro patrullero.

Gallagher y Dumpster estaban al otro lado del claro, vigilando el granero de metal. Su ángulo de alcance era de cuarenta y cinco grados hacia el frente del granero, el mismo que el del equipo de Frank al otro lado. De esa forma ambos equipos no se dispararían el uno al otro por error.

Dumpster estaba acostado detrás de un arbusto al filo del bosque, a un aproximado de dieciocho metros de Gallagher. Estaba observando a través de la mirilla de su gran rifle de 50 calibres. Según el plan, cuando los hombres armados aparecieran, el agente Colwin usaría su megáfono para advertirles que tiraran sus armas. Después de dos segundos, si no obedecían, Dumpster dispararía primero. Trataría de derribar al primer hombre armado que le quedara más cercano. Luego dispararía un segundo tiro, apuntando a cualquier otro hombre que estuviera más cerca.

Después Blackie dispararía, apuntando al hombre armado que le quedara más cerca o a cualquiera de los hombres que Dumpster no lograra derribar, aunque Blackie afirmaba con certeza:

—Dumpster no falla.

Ruby Horvath con su escopeta corredera de dos caños superpuestos estaba posicionada a más o menos doscientos metros en el largo camino de gravilla que conducía al granero de metal. De esa forma si el camión lograba salir, ella lo detendría, aunque Gallagher deseaba que Ruby quedara fuera de cualquier tiroteo.

—Podrán llamarme anticuado —dijo Gallagher— pero me gusta mantener a salvo a las mujeres de los compañeros.

Esperaron. Pasaron diez minutos. Veinte minutos. Cuarenta y cinco. Gallagher comenzó a impacientarse. Miraba los carros estacionados frente al granero. Estaban vacíos y no había nadie en el camión con el panel blanco que tenía un anuncio de un servicio de plomería en un costado. Se preguntaba si siquiera habrían cargado la bomba. ¿Qué tal si lo habían hecho? ¿Qué tal si no? Cada escenario presentaba su propio riesgo catastrófico, pero Gallagher se resignaba pensando que tendrían que patear la bola por donde quiera que apareciera.

Una y otra vez se hacía la misma pregunta y estaba empezando a enloquecerlo:

¿Qué están esperando?

Cerca de Union Beach, Nueva Jersey, los tres comandos esperaban en su todoterreno, estacionado cerca de la planta de tratamiento de aguas residuales que colindaba con el taller de maquinarias. El motor estaba encendido. La antena curvada del equipo de radio y audio de largo alcance apuntaba hacia el taller de maquinarias y le estaban retransmitiendo todo a Jim Yaniky, quien todavía estaba a varios kilómetros. Él, por su parte, estaba reenviándolo a un servicio de traducción de modo que la traducción pudiera transmitirse de vuelta a los tres comandos. Las voces decían:

—Los ingenieros deben estar listos para abordar ahora.

—¿Qué dice el indicador de combustible del camión?

A esto alguien respondió:

—No te preocupes. Ayer lo llené.

Muchas referencias a Alá.

Alguien preguntó acerca del SPG del camión. Otro hombre dijo que lo había chequeado y que funcionaba.

Pero nada acerca de una bomba … o la hora de salida.

Los comandos tendrían que esperar.

Desde su posición en un pueblo vecino, Jim Yaniky tamborileaba con los dedos en el volante de su Hummer. Desde la ventanilla observaba una colorida carpa encima de una tienda al cruzar la calle. El viento empezaba a soplar fuerte. Le preocupaba que se afectara la calidad del audio del equipo transmisor.

Jim miró otra vez la carpa. El viento estaba soplando hacia el este, en dirección al océano.

—Ethan, no tienes idea … el momento preciso en que has llegado … oh, no sé cómo describir esto …

—Solo empieza a hablar, Deb.

—Entonces, ¿de veras estás ahora en Israel? ¿En este momento?

—Cien por cien en Tel Aviv. Sentado en el aeropuerto. ¿Qué pasa? Suenas …

—Gracias, Dios —murmuró—, que estás aquí …

—Deb, háblame.

—Se han llevado a papá …

—¿Qué quieres decir? ¿Llevado a dónde?

—Lo han capturado. Creen que fue un grupo terrorista.

Posiblemente iraní. He estado rogando que me den más información, pero las FDI no me dice nada más … He hablado con mi mamá y ella tampoco sabe más. Tú conoces a mi mamá. Solo dijo:

—Mantente calmada, mantente segura. Deja que las FDI se encarguen de esto.

Ethan March estaba atontado. Hizo un esfuerzo para asimilar la noticia.

La voz de Deborah se quebrantó:

—Por favor, ven para acá.

—¿Dónde?

—Jerusalén. Estoy alojada en el Hotel Rey David. Quería ir al comando de las FDI en Tel Aviv para ver si podía obtener más información, pero Esther Kinney … una amiga … dice que es muy peligroso. Tel Aviv y la mayor parte de Israel están bajo cierto tipo de alerta. Nadie parece saber por qué. Al esposo de Esther lo hirieron en el mismo ataque en que participó mi papá. Está en un hospital al sur de Israel.

—Eso explica el caos que estoy viendo aquí en el aeropuerto de Tel Aviv.

—¿Puedes venir hasta acá?

—Allí estaré. Estoy saliendo en este momento. Me encontraré contigo en el hotel.

Ethan agarró su maleta y se apresuró para llegar a la zona de transporte terrestre fuera del lugar para retirar el equipaje. Había una fila de taxis y minibuses sonando el claxon, todos llenos, todos tratando de salir del Aeropuerto Ben Gurion y del área de Tel Aviv. Le rogó a algunos taxistas, pero todos se negaron a llevarlo. Todos estaban llenos a más no poder.

Ethan vio a un hombre mayor, al otro lado del boulevard, que se inclinaba hacia su carro, hablando por un teléfono celular. El carro tenía una señal que decía algo en hebreo, pero también decía en inglés: «Recorridos por todo Israel».

Ethan atravesó el tráfico y se las arregló para llegar al carro. El hombre terminó su llamada, colgó e hizo una señal con la mano a Ethan.

—Lo siento, hoy no hay recorridos …

—No, usted no comprende. No quiero un recorrido. Necesito que me lleve …

—Usted y todo Israel …

—Le pagaré lo que quiera …

—Amigo, tengo una esposa en Kibbutz, en Kiryat Anavim y necesito reunirme con ella. Escuchó las noticias y está como loca. Nuestro país está bajo alerta.

—Necesito llegar a Jerusalén. El guía de turismo alzó la ceja.

—¿Cuál es la urgencia … aparte de salir vivo de esto?

—Mi novia está en Jerusalén. Es una larga historia.

—Si es acerca de una mujer, la historia siempre es larga.

—¿Puede llevarme?

—Puedo llevarlo, amigo, hasta Kiryat Anavim, donde está mi casa. Queda justo en las afueras de Jerusalén.

—Por favor, necesito entrar en Jerusalén, llegar al Hotel Rey David …

Ethan no esperó, lanzó su maleta dentro del carro, corrió hacia el lado de los pasajeros y entró de un salto.

El guía de turismo sacudió la cabeza mirando al cielo. Luego se sentó frente al volante y se metió en el tráfico.

—Usted parece muy joven como para tener problemas de sordera. Dije que podía llevarlo hasta las afueras de Jerusalén.

Mientras avanzaban con lentitud por el tráfico, Ethan dijo:

—La historia larga no es acerca de la chica. Me estoy enamorando de ella. Esa es solo la historia corta. No hace tanto tiempo que la conozco. Pero no necesito …

—Eso lo he escuchado antes.

—La verdadera historia es que su padre es un héroe del ejército americano … coronel de la Fuerza Aérea. Vino hasta aquí para ayudar a Israel. Ahora está en un gran problema, los iraníes lo capturaron. Así que necesito llegar hasta donde está su hija, para cuidarla … ella es la mujer de la que estoy enamorado. Esa es la larga historia.

—¿Y usted? ¿Su historia?

—Yo estuve en la Fuerza Aérea con ese coronel. Él es un hombre leal. Es mi héroe personal.

—Entonces, este coronel … ¿Qué clase de ayuda le estaba dando a Israel, exactamente?

—Él inventa armas defensivas.

El hombre tamborileó con sus dedos índices en el volante y balanceó la cabeza. Entonces dijo:

—Mi nombre es Nony —se estiró para estrechar la mano de Ethan.

—Encantado de conocerte, Nony. Me llamo Ethan.

—Está bien. Entonces, creo que podemos hacer un corto viaje hasta Jerusalén, hasta el Hotel Rey David … para dejarte antes de correr hacia mi condominio, con mi esposa. La voy a llamar para decírselo ahora mismo —dijo Nony.

Cuando por fin dejaron el aeropuerto y se encontraban en la Autopista 1 al sureste de Jerusalén, observaron algo delante. Extendiéndose tan lejos como alcanzaban a ver había una línea de carros que se movían lentamente, también dirigiéndose a Jerusalén.

—Nos dicen —dijo Nony—, que cuando tenemos estos ejercicios de ataque tenemos que usar caretas antigás. Pero, ¿sabe qué? Esto no será gas. Ese loco de Ahmadinejad tiene bombas nucleares. Olvídese de las caretas antigás …