CINCUENTA Y OCHO

En el apartamento en las afueras de Jerusalén, Esther Kinney estaba al teléfono con su esposo, el coronel Clint Kinney, quien todavía estaba en el hospital.

Deborah Jordan pudo darse cuenta de que el rostro de Esther palideció de repente, como si hubiera recibido la clase de noticias que dejan sin aliento. Mientras sostenía el Allfone pegado al oído, con la otra mano hizo un movimiento rápido, como si fuera a llevársela a la boca, pero se detuvo. Luego la bajó. Se esforzó para sonreír levemente, le dijo a su esposo que lo amaba y terminó la llamada.

Se volvió hacia Deborah, Ethan March y el guía de turismo Nony y su esposa Sari, quienes los habían alojado en su casa. Habló con claridad y con una cadencia deliberada.

—Bueno … creí que con la victoria … la gran victoria cuando los misiles de Irán se volvieron contra ellos … Deborah, gracias a la ingeniosa armaDR que inventó tu padre, y que parecía haber salvado a Israel … con todo eso … y los informes de que la policía y el ejército habían controlado el levantamiento de los Hamas en Jerusalén … había pensado que estábamos a salvo … —Luego calló.

—¿Y no es así? —preguntó Deborah.

Esther negó con la cabeza. Se sentó con las manos en el regazo, respiró profundo y dijo:

—Clint dijo que debemos de encontrar alguna forma de salir de Israel si podemos. Si no, debemos encontrar el lugar más seguro posible, un búnker, un sótano. Cerrar las puertas. Tener armas. Prepararnos para pelear …

—¿Se refiere a una invasión, señora Kinney, a una guerra terrestre? ¿Es eso de lo que está hablando su esposo? —intervino Ethan. Esther asintió.

—No me pudo decir los detalles excepto que los servicios de inteligencia informan que se avecina un asalto masivo sobre Israel … proveniente de todas direcciones … fuerzas abrumadoras en contra de nosotros … —Entonces su voz se quebrantó.

Nony se encogió de hombros y dio algunos pasos, con los brazos estirados.

—No hay forma de salir de Israel. No hay aviones. Ni botes. Tengo amigos con aviones privados, pero han cerrado todo desde el ataque iraní. Puedo hacer algunas llamadas … —Hubo una larga pausa. Luego añadió—: Pero eso significaría abandonar Israel. ¿Abandonar Israel? —Alzó la voz—. ¿Abandonar Israel? La tierra que Dios mismo nos dio. No … no … eso no lo haré. Nos quedaremos. Pelearemos. Entonces se volvió hacia Deborah y Ethan.

—Esta no es su guerra. Puedo llamar a algunos amigos. Tal vez haya una oportunidad para que ustedes dos escapen … Deborah se le adelantó a Ethan, pero habló por ambos:

—Ya esta se ha convertido en nuestra guerra.

—Deb, si estás diciendo que nos quedaremos aquí y pelearemos con nuestros amigos, entonces, yo me uno —añadió Ethan.

El rostro de Deborah estaba pensativo, cargando el peso de lo que estaba a punto de decir.

—Mi padre vino aquí por una razón. No solo contratado por las fuerzas de defensa. Así que aquí estamos … creo que Dios trajo a mi padre y a todos nosotros aquí, a este lugar, en este momento. No estoy segura de la razón, pero sé que esto no es un accidente. Así que ahora este es nuestro lugar, aquí. Solo tenemos que recordar que la batalla es del Señor …

Esther sonrió. Exhaló y luego se arrodilló y extendió ambas manos a los otros.

—Roguemos al Dios de Abraham, Isaac y Jacob, al Rey del universo … roguemos que nos conceda la victoria … la seguridad … su protección divina, que podamos ver su mano poderosa … y oremos, amigos, para que las naciones de la tierra puedan ver que Dios es verdaderamente Dios …

En el comando de guerra de las FDI, en la base aérea Ramat David

El general Shapiro no mostró emoción alguna mientras su segundo, el lugarteniente general Gavi Havrel, estaba dando el informe, pero escucharlo era difícil. Media docena de miembros del personal del general estaban sentados, así que Shapiro no tenía otra opción que no fuera mantener la compostura.

—General —prosiguió Havrel—, el tamaño del ejército invasor … la flotilla naval … hemos verificado todos esos números.

—¿Y nuestras defensas aéreas?

—Tenemos F-16 aquí en el norte, listos para el combate. Intentaremos detener con bombardeos aéreos al frente que se avecina por la frontera siria. El resto de las bases están en alerta extrema. Las bases en el sur están protegiendo el Aeropuerto Ovda en Eilat. Si es necesario, destruirán las pistas de aterrizaje de modo que los invasores no las puedan utilizar. Los aviones de combate en la base aérea de Hatzerim están listos para volar. En la base de Hatzor también. En la base de Palmachim, lo mismo y, por supuesto, esa base aérea está lista para convertirse en cuartel general si nuestro comando aquí en el norte tiene que …

Las palabras se quedaron atrapadas en su garganta. Shapiro escuchó la misma palabra en su cabeza: retirarse. Havrel terminó la idea:

—Si nuestro comando aquí tiene que evacuarse. Shapiro se volteó hacia su enlace diplomático.

—¿Alguna noticia del primer ministro acerca de su contacto con la presidenta Tulrude en Washington? El enlace negó con la cabeza.

—La presidenta Tulrude no ha hablado en persona. Envió a su secretario de estado a transmitir el mensaje a nuestro primer ministro de que están «evaluando con cuidado» la situación. Lo hemos intentado con el secretario de defensa, pues se mostró solidario en el pasado, pero no hemos tenido suerte. Creo que la Casa Blanca está bloqueándonos el acceso a él.

—¿El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas? —preguntó Shapiro.

—Se ha programado tentativamente una reunión urgente para mañana por la tarde en Nueva York. El rostro de Shapiro se encendió.

—¿Es esa su idea de una reunión urgente, programada para el día después de una invasión? El enlace tuvo que añadir:

—Solo una reunión tentativa

—Tanto para hasbara … —gruñó Shapiro. Las personas en la habitación asintieron al cínico comentario acerca de los esfuerzos de Israel para obtener apoyo internacional a través de las relaciones públicas. Tenía una pregunta más, una última opción para obtener ayuda antes de que la ola invasora se tragara a Israel.

—¿Y qué hay de la OTAN?

—Rechazaron la petición. Dicen que no está dentro de los límites de las obligaciones comprendidas en el tratado.

Shapiro entendió. Pudo ver el nefasto cuadro. Era un jugador de ajedrez, mirando un tablero que simplemente no tenía suficientes piezas para darle la victoria. Podía retrasar al enemigo en diversos frentes, pero era probable que solo durante horas, ni siquiera días. Podía hacer maravillas, arrastrarse, golpear y correr, pero lo que estaba viendo era algo que nunca deseó ver en su vida. Tantos hombres y mujeres jóvenes, no solo soldados, que iban a perecer. Los civiles lucharían por sus casas hasta morir, que es exactamente lo que tendrían que hacer. Morir.

El general se volvió hacia su personal.

—Todavía tenemos algunos minutos. Sugiero que cada uno de ustedes llame a su esposa, a la familia, a los amigos cercanos. Repórtense aquí en quince minutos. Es todo.

Sus rostros mostraron que habían comprendido. Fue difícil darse cuenta, como cuando tienen que decirnos dos veces acerca de la muerte de un amigo. Todos entendieron que estaban a punto de sostener lo que podría ser la última conversación con aquellos que amaban.

Masadá, cerca del Mar Muerto

Una docena de turistas estaban abriéndose camino por la senda que conducía a los acantilados rocosos. En la mitad del camino, el guía se detuvo e inició su conferencia.

—Muy bien, el lugar al que nos dirigimos se llama Masadá. Es el antiguo sitio donde Israel tuvo su último acto de resistencia contra el ejército romano después de la caída de Jerusalén en el año 70 d.C. Los rebeldes judíos armados y sus familias ocuparon la fortaleza en la cima de la montaña. La décima legión del ejército romano persiguió a los rebeldes, siguiéndolos hasta este desierto y sitió la fortaleza. El ejército romano construyó una rampa en la ladera occidental para poder llegar a la cima de la fortaleza. Entonces Elazar Ben Yair, el comandante judío en Masadá, hizo una sorprendente sugerencia. Reunió a los guerreros y a sus familias, aproximadamente novecientos sesenta hombres, mujeres y niños y les dijo que era mejor morir libres que vivir como esclavos del imperio romano. Así que hicieron un pacto de suicidio mientras los soldados romanos marchaban hacia la fortaleza …

Entonces el guía se detuvo. Acababa de percatarse de algo. Se tapó los ojos del sol y miró hacia abajo al desierto, a la Autopista 90 que se extendía a lo largo del Mar Muerto y llegaba hasta Masadá. Los turistas se volvieron para ver qué estaba mirando. Allí, en la autopista, había una lenta caravana de carros, pegados los unos a los otros, dirigiéndose hacia el antiguo sitio de Masadá. Algunos carros ya se habían estacionado cerca del bus turístico que estaba en el estacionamiento. Las familias estaban saliendo, bajando maletas, comida, provisiones … y armas.

Un hombre judío, con su esposa, su hijo y su hija estaban subiendo por el sendero a gran velocidad y ya habían alcanzado al grupo de turistas. Dos ametralladoras Uzi colgaban de sus hombros. Su familia lo seguía con grandes mochilas y cajas. Su joven hija llevaba con cuidado la bandera azul y blanca de Israel.

El hombre se detuvo cerca del grupo de turistas. En su rostro, duro como de piedra, se observaba una determinación inconmovible, como el rostro de los acantilados que conducían a las ruinas que estaban en el tope. Sus ojos se encontraron con los del guía turístico. No necesitaban decir en alta voz lo que era obvio para ambos.

El hombre con las ametralladoras habló con los turistas:

—Amigos, sugiero que abandonen este lugar tan pronto como sea posible. Por su propia seguridad … a menos que estén preparados … todos ustedes, a morir con nosotros.