SESENTA Y UNO

—¿Dónde están los Estados Unidos en todo esto? Nuestro gobierno se niega a rescatar a mi esposo y ahora esto.

Abigail estaba sentada en la gran sala del Nido de Alcón, frente a la televisión de pantalla ancha vía Internet. La pantalla estaba dividida en seis cuadrantes, cada uno con un reportaje diferente. Ella iba de uno a otro. En la columna de la derecha, un teletipo pasaba los titulares.

—¿Quién va a ayudar a Israel? ¡Mi hija está allí! —dijo Abby. Cal, sentado junto a ella con su computador portátil en la mesa del café, levantó la mirada.

—Todavía no dicen nada nuevo, ¿verdad?

—Solo que hay un tipo de jet de caza haciendo escaramuzas sobre Egipto. Nada más.

—Mamá, sigo intentando comunicarme con Debbie a su Allfone

—No te molestes más, dicen que Israel ha bloqueado las llamadas internacionales. —Luego añadió, casi para sí misma—: Deb, cariño, ¿dónde estás? ¿Estás a salvo?

Cal esperó unos minutos hasta comenzar con el siguiente tema.

—Mamá, tenemos que hablar. Dentro de dos días tienes una comparecencia en el juzgado federal de Manhattan.

—Sí —dijo—. En el mismo tribunal donde hace algunos años juzgaron a Sheik el Ciego por el primer bombardeo del Centro Mundial de Comercio y a otros terroristas después de eso. —Miró a su hijo que estaba pegado a la pantalla de la computadora—. Entonces, ¿tu madre también es una terrorista? Cal aguzó la mirada.

—Por supuesto que no. En este país está ocurriendo algo muy malo. Cuando los patriotas tratan de detener las catástrofes porque el gobierno no lo hace, los tratan como a enemigos.

—¿Dónde está tu padre en este momento? Rocky Bridger no sabe, Washington no me dirá nada y a Israel lo están invadiendo.

—Mamá …

Abigail salió de sus pensamientos y miró a su hijo. Cal se esforzó para esbozar una ligera sonrisa.

—¿Sabes lo que diría papá si estuviera aquí?

Los ojos de Abigail se suavizaron.

—Dime.

—Diría: «Ejecuten el plan de vuelo a no ser que tengan algo mejor». ¿Cuántas veces hemos escuchado eso? Él fue a Israel para hacer su parte del plan. Tú te quedaste aquí para hacer la tuya. Defendernos contra esta acusación injusta es solo parte de lo que nos toca hacer aquí. Una cosa más, algo que mi madre siempre dice …

Ahora fue Abby quien esbozó una sonrisa.

—¿Qué?

—Dios siempre tiene el control, incluso cuando la vida no lo tiene.

Abby observó a su hijo.

—Tu papá estaría orgulloso de la forma en que me has ayudado. Durante un momento los ojos de Cal se perdieron en la distancia y luego dijo sonriendo:

—¿No es esa nuestra especialidad en esta familia? ¿Rescatarnos los unos a los otros de los desastres?

Ambos soltaron una risa nerviosa. Era un alivio bien merecido, aunque fuera por unos instantes.

—Entonces —continuó Cal—, he estado leyendo la acusación que Harry nos envió por correo electrónico, contra ti, contra papá y contra la Mesa Redonda. Primero, mencionan a todos los miembros de la Mesa Redonda, a pesar de que dices que algunos de ellos no participaron en el plan para detener la bomba.

—Creo que sé el motivo. El fiscal está tratando de dividirnos, divide y vencerás. Entre los abogados defensores hay un antiguo refrán: El último que se declara culpable es el primero que sangra. La clave es hacer que los miembros del grupo se apresuren y lleguen a acuerdos favorables con el gobierno acerca de la declaración de culpabilidad a cambio de información que pueda usarse contra los otros acusados. Los que resisten son los que el tribunal cuelga. Así que presionarán a algunos como Fort Rice y otros, acordando sobreseer el caso a cambio de su cooperación. Pero, ¿sabes quién es el verdadero objetivo?

—¿Papá?

—Exacto. He hablado con cada miembro de la Mesa Redonda. Por supuesto, están asustados. Leander es el peor. Pero hasta ahora mantienen su posición, dispuestos a luchar este caso. No hay tratos.

—Mamá, he leído este cargo de sedición que han formulado. En resumen, la acusación dice: «Los acusados conspiraron para oponerse mediante el uso de la fuerza a las autoridades de Estados Unidos creando un grupo de vigilancia paramilitar para detener un supuesto ataque nuclear, pero en vez de esto provocaron la detonación de un aparato nuclear que causó un gran número de muertos, heridos graves y destrucción de propiedades».

—¿Cuál es tu opinión?

—¿Acaso no hay algo que salta a la vista?

—Déjame adivinar … ¿Una frase?

Cal asintió.

Abigail terminó la idea.

—La frase es «oponerse mediante el uso de la fuerza a las autoridades de Estados Unidos», que significa que de cierta forma usamos a nuestros hombres de operaciones especiales, hombres valientes que murieron en el intento por detener la bomba, que salvaron cientos de miles de vidas que se habrían perdido si ese camión hubiera llegado a la ciudad de Nueva York, que los usamos para «oponernos a la autoridad» del gobierno.

—Entonces, de alguna manera tenemos que demostrar —dijo Cal con los ojos cerrados y los músculos del rostro tensos—, que no nos opusimos a la autoridad legal del gobierno federal.

—Lo que haremos —dijo Abigail—, será demostrar que nuestro gobierno se negó a honrar su deber sagrado de proteger a los ciudadanos norteamericanos, desoyendo nuestras muchas advertencias, por parte de John Gallagher y Pack McHenry, de que se estaba tramando una catástrofe nuclear.

—En otras palabras —dijo Cal a modo de resumen— si el gobierno abandona su autoridad, no podemos ser culpables de oponernos a ella.

Abigail se echó hacia atrás y le extendió la mano abierta a Cal.

—Bien hecho, señor Jordan. ¡Permítame animarlo a pensar en serio en seguir la carrera de Derecho!

Dichas esas palabras, cada cual se perdió en sus propios pensamientos. Abigail sabía que su defensa significaría descubrir el sórdido punto débil de la política de Washington y no había un juego más despiadado que ese.

—Entonces, ¿por dónde empezamos? —dijo Cal. La respuesta de Abigail hizo que hasta ella misma sostuviera la respiración.

—Haremos exactamente lo mismo que cualquier abogado que haya existido aconseja a su cliente que no haga jamás …

La Casa Blanca

La presidenta Tulrude estaba a punto de terminar de hablar por teléfono con Roland Allenworth, el Secretario de Defensa. Como de costumbre, no era una conversación placentera.

—Señora Presidenta, todo lo que le estoy pidiendo es que demos la orden de enviar nuestra Sexta Flota temporalmente a un área en el Mediterráneo para llevar a cabo ejercicios navales.

—Roland, eso es algo que no voy a autorizar. Si lo hacemos también tendríamos que hacer una declaración pública diciendo que los Estados Unidos desean unirse a esta guerra. ¿Por qué otro motivo enviaríamos nuestra Marina tan cerca de la flotilla rusa?

—No es cierto. Nuestra presencia podría servir para disuadirlos de la idea. Podría calmar toda esta invasión …

—O meternos en otra guerra en el Medio Oriente. ¿Está loco? Esta conversación se terminó.

Cuando Tulrude presionó el botón de la consola para finalizar la conversación, Hank Strand, el jefe de personal, estaba de pie en el centro de la Oficina Oval, tratando de mantener el mentón en alto:

—¿Deseaba verme?

—Estoy segura de que has escuchado el rumor.

—Prefiero escucharlo de usted.

—Te estoy reasignando. Tienes un nuevo título: subsecretario de prensa.

—¿De jefe de personal? Ese es un descenso enorme.

—No lo veas de esa forma, Hank. Necesito que alguien de mi confianza vigile al secretario de prensa. La semana pasada, en aquella conferencia de prensa, hizo algunos comentarios que no me gustaron.

—¿Entonces ahora soy su espía a tiempo completo, husmeando entre su personal? Ese es un paso de retroceso. Un enorme retroceso.

—Llámalo como quieras.

—Presidenta, usted sabe, incluso cuando yo era el hombre de confianza de Corland, que en realidad siempre estuve de su parte.

—Muchas gracias. Pero la lealtad tiene límites.

—Solo quiero que sepa que esta decisión no me agrada.

—Si quieres ser chef, tienes que acostumbrarte al calor —espetó Tulrude.

Hank Strand se volteó para marcharse, asumiendo que la conversación había terminado, pero en su rostro había una sonrisita, como si no fuera el fin del asunto en lo que a él concernía.

Una vez más se encendió el botón rojo en la consola de Tulrude. El secretario ejecutivo anunció a través del intercomunicador:

—Señora Presidenta, es el Ministro de Justicia Hamburg.

—No puedo atenderlo ahora.

—Dice que es urgente.

—¿De qué se trata?

—El caso de Jordan.

—Está bien. —Se dirigió brevemente a Hank Strand, quien todavía estaba parado cerca de la puerta—. Eso es todo, Hank.

Strand salió, saludó a los agentes del servicio secreto que estaban afuera y cerró la puerta tras él.

La Presidenta Tulrude atendió la llamada del fiscal general.

—Señora Presidenta, es acerca del caso judicial contra los Jordan y la Mesa Redonda … Esta ha sido su prioridad …

—Y más vale que sea la suya también. ¿Cuál es el problema?

—Abigail Jordan. Esta pudiera ser una pelea dura.

—Estás bromeando. Ella será fácil de vencer.

—He estado en los círculos legales de Washington durante mucho tiempo. Puede que Abigail Jordan ronronee como un gato casero pero muerde como un tigre.

—Usted tiene todo el poder del gobierno de los Estados Unidos respaldándolo y …

—Esto no se trata de poder …

Siempre se trata de poder, allí comienza y allí termina.

—¿Y qué hay de la justicia? No podemos olvidar que esas personas estaban tratando de salvar a los Estados Unidos de un ataque nuclear.

—Escogieron la forma incorrecta de hacerlo. ¿Acaso el hecho de que un asaltante de banco quiera alimentar a los pobres lo exime de su culpa?

—No puedo imaginarme un solo tribunal en Estados Unidos que consideraría eso un argumento contundente.

—Entonces piense en alguno mejor. Usted es el fiscal general.

—Y es mi responsabilidad ejecutar las leyes de esta nación con fidelidad. Solo le estoy advirtiendo que si procedemos con este caso, es posible que informaciones muy sensibles terminen saliendo a la luz.

—¿Eso es una amenaza?

—No, es un hecho. Abigail Jordan y su abogado son inteligentes. Demandarán que se ofrezca información acerca de por qué usted nos ordenó no transmitir al Presidente Corland las advertencias de Joshua Jordan sobre una amenaza nuclear.

—¿Alguna vez ha escuchado acerca del privilegio ejecutivo?

—El Tribunal Supremo, incluso uno que la favorezca, no le gusta que se use el privilegio ejecutivo para cubrir fechorías personales. Mire lo que le hicieron a Nixon en el caso de Watergate.

¿Fechorías? ¿Fechorías? Nunca use esa palabra en mi presencia. Además, es Corland quien va a cargar la culpa por eso.

—Pero usted sostuvo las cuerdas. Todos nosotros sabemos que Corland dio la orden de que se investigaran las preocupaciones de Joshua Jordan sobre el tema nuclear, pero usted utilizó una táctica evasiva. Se aseguró de que las investigaciones no condujeran a ningún lugar. Con toda seguridad tuvo motivos plausibles, tal vez, al alegar que la credibilidad de Jordan en asuntos de seguridad nacional era cuestionable, pero usted tomó la decisión.

—¡Señor, usted se ha salido de los límites!

Después de una pausa, el Fiscal General Hamburg hizo la advertencia:

—Solo creí que debía ponerla al tanto, Señora Presidenta. Si este caso continúa, puede que termine en una pesadilla política.

—Dulces sueños, general Hamburg.