“AHORA SOY UN HOMBRE DE NEGOCIOS”

Robert Hilburn | 28 de febrero de 1976, Melody Maker (Reino Unido)

En 1976, David Bowie –aun pese a sus problemas con las drogas durante este período, detalles de lo cual solo emergerían más tarde– se veía como un espíritu más feliz, algo que parecía ser resultado de que hubiera despedido a su tristemente “pesado” mánager, Tony Defries, en 1974.

Tal vez fuera este nuevo humor lo que posibilitase que Bowie se relajara lo suficiente para adquirir una perspectiva sobre sí mismo como artista. Robert Hilburn, de Melody Maker, lo invitó a repasar su obra y lo encontró casi indiscretamente franco. Bowie desechaba Young Americans por ser inaudible, aunque no poco bailable, y apenas se molestaba en ensalzar su últmo álbum, Station to Station.

Bowie también habla sobre su debut actoral en The Man Who Fell to Earth, por el cual había cosechado halagos de la crítica. Nunca aceptó sin embargo otros papeles mencionados aquí: el oficial nazi de The Eagle Has Landed o rodar una película sobre Ziggy Stardust, o bien, ser primer ministro de Gran Bretaña.

Hilburn revela: “Entrevisté a David varias veces desde 1972, durante la gira de Ziggy Stardust, hasta esta ocasión, en Los Ángeles. Siempre me pareció desafiante y provocativo: moviéndose tan rápido en direcciones siempre cambiantes que a veces era difícil saber qué era real y qué era simplemente un arreglo teatral, en otras palabras, saber si sus comentarios eran parte del rol que actuaba en ese momento. Siempre hubo una gema de verdad en lo que David decía, lo aprendimos con el tiempo, pero fue particularmente abierto y vulnerable durante esta entrevista. Fue lo más cerca que estuve de sentir que hablaba desde el corazón. En retrospectiva, siento que siempre estuvo hablando desde el corazón, más de lo que habíamos imaginado”.

El segundo bis en el Cow Palace Arena de San Francisco fue un momento especialmente gratificante para David Bowie. Cuando tocó en la misma ciudad en 1972, durante la gira de Ziggy Stardust, solo 1100 personas se presentaron a verlo en el Winterland Auditorium, el cual tiene una capacidad para 5000 personas. Aquella concurrencia fue tan decepcionante que Bowie omitió San Francisco enteramente en su siguiente gira por Estados Unidos.

Pero esta vez, estimulado por el éxito de su simple “Fame” y toda la atención recibida en estos últimos cuatro años, Bowie tocó en el Cow Palace (la sala de rock más grande de la ciudad), con una capacidad para 14.000 personas y la respuesta fue fenomenal.

Pese a que el concierto de hora y media comenzó lentamente, con Bowie concentrado en su nuevo material, trabajó con tal entusiasmo en versiones de obras tempranas y muy conocidas como “Changes”, “Rebel Rebel” y “Jean Genie”, que algo extraño ocurrió luego del primer y casi obligatorio bis.

El público seguía clamando por Bowie mucho después de que las luces de la sala fueran apagadas, normalmente el anuncio de que un concierto finalizó irrevocablemente. Aunque, al parecer, sin que estuviera preparado, un entusiasta Bowie volvió por fin al escenario para hacer una versión de “Diamond Dogs”.

Si bien confundía algunas de las letras de sus canciones, el público continuaba rugiendo de aprobación y prosiguió así durante cinco minutos en total luego de que las luces de la sala se apagaran nuevamente. Un oficial del Cow Palace comentó que aquella fue la respuesta más fuerte que había visto ante un concierto de rock en años. Claramente, Bowie llegó a Estados Unidos como una superestrella de rock.

“Increíble”, dijo Bowie tras el concierto, mientras asistía a una breve recepción detrás de escena, donde aceptó una capa plateada del promotor y ex jefe del Fillmore, Bill Graham, y una placa de una emisora de radio anunciando que “Fame” había alcanzado el puesto Nº 1 en su ranking.

“Fue una noche genial”, confirmó Bowie. “Y debería ser aún mejor en Los Ángeles. Los números fueron un poco difíciles para nosotros esta noche. Nosotros éramos un cuatro y el público era un cuatro. Eso a veces significa resistencia. En Los Ángeles seremos cinco, en el ámbito del mago, y el público será un seis, queriendo decir cómoda, afable. Eso tendrá que ser algo grande de verdad”.

Según todos los testigos, Bowie está más contento, más confiado y relajado en esta gira que en las anteriores. Se lo ve así sobre el escenario y lo confirma detrás de escena. Lejos quedaron la pose de superestrella de rock and roll de la gira de Ziggy Stardust, la elaborada puesta en escena y los modales fríos y distantes de la gira de Diamond Dogs de 1974.

La puesta en escena y el clima esta vez encuentran a Bowie en un rol de cabaret más continental, cuando ingresa al escenario con una elegante camisa blanca (de puños franceses), un chaleco negro (una cajetilla de cigarrillos europeos visible en uno de los bolsillos) y holgados pantalones negros.

El escenario, a excepción del sonido y el equipo de iluminación, está libre de más artefactos. Los modales de Bowie son cálidos y acogedores.

Además, un contraste mayor entre esta gira y las anteriores es que Bowie no se encuentra distante y aislado como solía estarlo.

Tras el primero de los tres conciertos en el Forum, con una capacidad de 18.000 butacas en Los Ángeles, por ejemplo, Bowie –acompañado de su esposa Ángela y Zowie, su hijo de 5 años– celebró una elegante recepción en el Forum mismo a la cual asistieron aproximadamente doscientas personas, entre ellas Ringo Starr, Rod Stewart, Alice Cooper, Neil Sedaka, Lou Adler y el hijo del presidente de Estados Unidos, Steven Ford. Rara vez ha hecho apariciones como esta en el pasado.

Aunque el éxito comercial de “Fame” y “Young Americans” en Estados Unidos fuera la razón más obvia para esta nueva actitud de Bowie, dice que el hecho de que ahora se sienta cómodo respecto de sus negocios y su gestión es un factor aún más importante.

Sus periódicos anuncios de que dejaría de hacer giras se debían, dice, a las frustraciones contraídas durante las mismas.

“La venta de un disco puede hacer mucho por tu confianza”, había dicho Bowie, sentado en su habitación de hotel de San Francisco un par de horas antes del concierto.

“Pero hay una confianza genuina que proviene de cosas mucho más íntimas. Proviene de poder montar una gira como esta, organizada casi sin la ayuda de nadie, y ver que resulte tan bien; ver a la gente a mi alrededor pasándoselo bien.

“El año pasado me transformé en un hombre de negocios. Solía pensar que un artista tenía que estar al margen de los asuntos financieros, pero ahora me doy cuenta de que tienes más libertad artística si también le prestas atención a los negocios.

“Las cosas se manejaron tan mal (en las giras anteriores) que era doloroso ir a recepciones y estar con todos y fingir una falsa alegría, porque no existía alegría alguna. Por lo general el clima era de amargura y discusiones tremendas.

“De modo que prefería hacer lo mío, llegar hasta el final de la gira y terminar diciendo: ‘Nunca volveré a salir de gira’. No trataba de ser particularmente misterioso o astuto al respecto. Simplemente no podía imaginar volver a salir de gira al momento de cerrar una.

“Hay una canción, ‘Word on a Wing’, en el nuevo álbum, y en el concierto, que escribí cuando llegué a sentirme muy en paz con el mundo. Por primera vez, había logrado crear mi propio entorno y rodearme de mi propia gente.

“La escribí como un himno. ¿Hay algo mejor que un himno para que un hombre pueda dar las gracias por haber conseguido algo que había soñado?”.

¿Un himno? ¿De David Bowie?

Bowie reconoce que se encuentra en un período de cierta transición en estos días.

“Sí, de alguna manera siento que estoy volviendo a comenzar”, dice, comentando la sensación de redescubrimiento que parece rebosar del álbum Station to Station.

“Word On A Wing”, por ejemplo, uno de los temas del álbum, carga en sí una sensación de optimismo y celebración (“Levanten alto las copas… es demasiado tarde para llenarnos de odio…”).

“Creo que hay una cierta madurez ahora. Puede sentirse en el álbum. Siempre dije que soy terriblemente vulnerable como compositor. Basta con que mires los discos para saber lo que estoy sintiendo.

“A veces tardo un poco en separarme de un álbum y advertir en realidad lo que todo significa para mí. Pero puedo volver a los viejos álbumes y ver exactamente lo que estaba sucediendo”.

¿Qué hay de Hunky Dory?

“Había una sensación de optimismo y entusiasmo en el álbum que reflejaba lo que pensaba en ese momento”, responde Bowie.

“Hay incluso una canción –‘Song To Bob Dylan’– que es un testimonio de lo que quería hacer en el rock. Fue durante ese período que me dije, ‘Okay (Dylan), si tú no quieres hacerlo, yo lo haré’.

“Vi ese liderazgo vacío. Aun cuando la canción no sea una de las más importantes del álbum, representa para mí la temática misma del álbum. Si no había nadie que fuera a usar el rock and roll, yo lo haría.

“Ziggy Stardust decía: ‘Si yo voy a hacer algo, ¿qué actitud adoptaré al hacerlo?’. El tema ‘Ziggy Stardust’ resume esa actitud en una canción. El álbum de Aladdin Sane era el punto de vista de Ziggy sobre ‘oh, Dios, de verdad lo hice y es realmente loco y no estoy seguro de cómo seguir con esto…’.

“El álbum estaba lleno de desconfianza en mí. Aún seguía posando un poco (como Ziggy Stardust), pero por detrás decía que tal vez estaría mucho más a gusto quedándome en casa”.

En Diamond Dogs, dice Bowie, fue como si estuviera viendo sus planes hacerse trizas, y también su temprano optimismo. Aunque aparentemente el álbum cayó bien a mucha gente, era un reflejo de su propia confusión.

“Es todo microcosmos, macrocosmos”, dice. “Pienso que los compositores –si son pontificadores de teorías– generalmente están hablando de sí mismos”.

En los días en que grabó Young Americans, Bowie no dejaba de hacer planes para terminar con la tensa relación que mantenía con su vieja compañía discográfica, la cual había llegado a un límite.

Young Americans fue la celebración de habérmelo quitado de encima. ‘Fame’ era una canción feliz. Ese sentir melódico, todo lo que había en ella, era felicidad. No toco mucho Young Americans. Es uno de los álbumes más inaudibles que haya hecho nunca. Pero bailo con él. Es bueno para bailar.

“¿Station to Station? Estoy aún muy cerca de él, pero es como ‘empecemos de nuevo’. Esta vez voy a tomarme un poco más de tiempo y asegurarme de que todo esté bien atado. Pero nunca sabes lo que puede suceder.

“Es algo similar a caminar sobre la cuerda floja. Te resbalas una vez, recuperas el equilibro y llegas al otro lado. Pero no significa que hayas aprendido lo suficiente para nunca volver a resbalarte. Cambian las circunstancias. Siempre hay un poco de peligro”.

Pese a los altibajos emocionales y artísticos de los cuatro años anteriores, Bowie siente que pudo mantenerse cerca de su objetivo de construir una carrera multidireccional que escape a las limitaciones de ser estereotipada en algún campo determinado (el rock and roll, por ejemplo).

“Creo que me mantuve en línea a pesar de todo”, dice Bowie. “Que estoy haciendo lo que una vez imaginé. Estoy haciendo películas. Aún no llegué a la superficie, la verdad. Simplemente me volví el más vendido de lo subterráneo”.

En su primer película, The Man Who Fell to Earth, Bowie interpreta a Thomas Newton, un industrial que sucumbe a las presiones que se suscitan a su alrededor.

“Parecía tan auténtico”, dice Bowie, refiriéndose al papel. “Supongo que, para mí, la película es una suerte de alegoría a una escala muy privada, pero no lo será para el público. Ellos verán más una especie de figura tipo Howard Hughes, pues ciertamente se trata de una exageración.

“Pero en líneas generales es la historia de alguien que tiene una idea purista al principio y todo el concepto va corrompiéndose mientras se acomete. Es una película muy, muy triste”.

Además de otro papel en una película que le propusieron (actuar junto a Michael Caine y Donald Sutherland en The Eagle Has Landed, la historia de un complot de los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial para secuestrar a Winston Churchill), a Bowie le gustaría eventualmente hacer una película sobre “Ziggy Stardust”.

Pero hay otra área de compromiso –ciertamente de largo alcance– que también lo intriga. Es la idea de Bowie candidato.

Cuando le pregunté sobre esta meta eventual, replicó con una de esas insinuaciones suyas que producen que los comentarios parezcan, a un mismo tiempo, enteramente posibles y totalmente diseñados para obtener un efecto: “Lo único que sé es que quiero ser Primer Ministro de Inglaterra algún día”, rompe en una risa repentina y reanuda la idea, “es lo único que sé”.

“Si no, soy un poco como una especie de tipo feliz y despreocupado… Solo quiero que haya una revolución en Inglaterra”. Ríe nuevamente.

Pero más tarde, Bowie vuelve a la idea de la política, esta vez un poco más en serio: “Lo primero que quiero hacer cuando regrese a Inglaterra es ver lo que está sucediendo allí políticamente”, dice.

“Cuando sea mucho más viejo y sepa de lo que hablo en términos políticos, me gustaría meterme en nuestra política interior. Aún tengo el complejo de Gran Rey. Nunca lo perderé. Soy ultracapricorniano.

“La política es una causa que me parece que está bien evitar cuando a uno se lo clasifica de (un cierto tipo de) artista. Es bueno retener la individualidad. La única razón por la que uno usa la figura de Sinatra para explicar de qué se trata sostener un personaje es que él es, más o menos, la única persona que lo ha conseguido.

“No es simplemente un actor o un cantante. Trasciende todas las áreas. Hay en él incluso algo de figura pública. Es lo que me gusta sentir cuando pienso en mí.

“Es la idea de ver lo que puedes hacer con el personaje humano, cuán lejos puedes extender el ego más allá del cuerpo. Creo que a mi música nunca se la considera simplemente música.

“Debes tener una actitud personal hacia David Bowie también. Todo esto es muy McLuhan, ¿verdad? Estoy tratando de ser yo mismo el mensaje, que es la forma de comunicación del siglo XX”.

Pero claro, alguien preguntó, ¿es que habrá algún área de compromiso artístico que sea especialmente cara al corazón de Bowie? Qué cosa, por ejemplo, le gustaría ver escrita (¿cantante, intérprete, compositor, actor?) en una lápida bajo su nombre.

“¡Lápida!”, replicó Bowie algo azorado, con las cejas en alto. “Me gustaría un monumento. Nunca estaría contento con una lápida”.