EL VIEJO ZORRO

Steven Wells | 25 de noviembre de 1995, New Musical Express (Reino Unido)

Más de una década antes de que este artículo se publicara, la vieja casa del estilo, New Musical Express, le había cedido el paso a una nueva estirpe de periodismo gonzo e ideología de izquierda dura. Así, hacia 1995, uno de sus colaboradores se ganaba al público aleccionándolo sin pausa, comportándose de forma tan apasionada que podríamos imaginarlo echando baba por la boca mientras hablaba.

Tal probó ser el caso de Steven Wells. Aunque –al igual que mucho periodismo de New Musical Express de la época– podría discutirse que esta pieza dice más sobre el autor que sobre el tema, el artículo es interesante ya que Bowie no es, por otra razón que por la calidad de su música, un ídolo para el entrevistador. El aura radical previa de Bowie era indiferente a una cierta clase de izquierdista británico, por entonces contemporáneo.

Pese a su autoengrandecimiento de moderna verba (o seudogonzo engrandecimiento), Wells señala algo interesante: cómo en los primeros setenta Bowie se las arregló para que algo que causaba repulsión –su presunta bisexualidad– se convirtiera en un objeto rentable.

Así que entro y ahí está –¡El Zig!– sorbiendo un cóctel rosa pálido servido en un vaso con forma de cráneo de gnomo, alerta como un lagarto y masticando ruidosamente unas papas fritas color verde lima con sabor a feto.

Tiene una vacilante cresta naranja, un decadente traje de lurex de una sola pieza, inaceptablemente escarlata (bien entallado hacia la cadera) y unos zuecos espaciales de plataforma color plata brilloso. Una especie de tatuaje enorme y amarillo le cruza el rostro en zig-zag y dice (o más bien sisea, un poco como una serpiente marciana desdentada y colocada de cocaína): “Oh, así que tú eres el extraño hombrecito de New Musical Express”, mientras me extiende unos dedos blancos, delgados y de articulaciones triples para que se los bese (con, desde luego, las uñas muy largas y pintadas, esculpidas en punta y regadas de polvo de diamante). Yo lo contemplo desde abajo con ojos vidriosos, pasmado, boquiabierto, y digo: “¿Alguien te ha dicho alguna vez que tienes los ojos de diferente color?”.

No, no sucede así. Sucede que entro en un estudio fotográfico bastante roñoso del East End, completamente nervioso y temblequeante, porque no todos los días uno se encuentra con un indiscutible Dios Alienígena del Rock y el Extraño Pop Sexual y… él no está allí. Solo hay un vagabundo sin afeitar, metido dentro de un abrigo gris de piel leprosa comprado en una organización benéfica y unas gafas de 2,99 libras (del Mercado de Borough), encorvado sobre el sofá como una bolsa de papas mohosas.

Mientras observo detenidamente a este disgustado naufragio humano, un tipo de relaciones públicas avanza furtivamente hacia mí y me susurra en el oído:

“David está muy afectado por el jet lag, y muy, muy cansado. ¿Te importa si comenzamos la entrevista ya?”. Y entonces me cae la ficha y me doy cuenta de que el vagabundo adormilado sobre ese diván magullado, mugroso y salpicado de ketchup y papas fritas grasosas, es David Bowie. Estoy confundido. Así que, olvídate de “¿hay vida en Marte?”. ¿Es que hay vida en el maldito Whitechapel? Quiero decir, ¡estamos hablando del “camaleón del pop”!

Entonces todo viene a mí. Acaso se vea muy cool y très groovy tras un fin de semana completo con sabor a cocaína, hundido en la gelatina del alcohol, con un parche en el ojo y hablando sobre una orgía de “arte” con sus amigos Iggy, Noddy, Damien, Lou, Brian, Keef, Iman, Salman, Naomi, Alvin, Tarquin, Cecil y Claude. Pero en el instante en el que entró en este auténtico tugurio cockney del punk rock y el britpop, su extraña química, extraterreste y camaleónica, se hizo notar y, automáticamente, se confundió con su nuevo entorno. ¡Cool!

De modo que David Bowie está absolutamente destrozado y en un estado nada saludable para hacer una entrevista. ¡A la caza!

Le pregunto si ayer vio el documental en la tele sobre The Small Faces, y si no es raro que esos tipos que solían ser criaturas delgaditas y sensuales, ahora estén todos regordetes, arrugados y viejos, pero tú, Sr. Dorian Gray, te ves aún cool y delgado y sexy (glup, glup). Le pregunto si cree que habría sido la mitad de exitoso en el Olimpo del Rock de los Pervertidos si hubiera sido un poco gordo y con cara de hámster como moi y me mira y dice: “¡Ja! ¡Sueño con ser regordete!”. Y no solo eso, sino que con gusto cambiaría su cuerpo por el mío el día que la tecnología lo haga posible. ¡Cool!

Hace mucho tiempo, cuando los sensuales sesenta se estrellaron contra los terroríficos setenta, el joven David Bowie se fue a la cama viéndose como Johnny vestido de hombre y despertó como un estudiante de arte budista, peinado como Peter Frampton, farfullando sobre gnomos risueños. Luego se volvió de verdad loco. Comenzó a decirle a todo el mundo que era un astronauta andrógino y a hacer discos sobre cavernícolas con arañas y gatos japoneses zurdos (no en realidad) y a vestirse con atuendos increíblemente tontos. Y lo curioso es que (recuerda que en aquel momento las calles de Inglaterra rebosaban de skinheads buscando “nenitas” para molerlas a palos) mientras los “papis” mordían las boquillas de sus pipas y se instalaban delante del televisor en blanco y negro, echando espuma por la boca y gritando “¡Enoc tenía razón!”, los “chicos” decían: “¡Bowie es cool! ¡Es delgado! Se viste como un idiota, tiene ojos de diferente color y queremos ser iguales que él”. Bowie era como poner LSD en el suministro de agua. Además, se las arreglaba para tener mal los dientes y el pelo anaranjado y cantar con un acento extrañamente cockney y, sin ayuda de nadie, inventaba el punk rock. De modo que a mí, que me esperaba una cruza de Bladerunner con Noel Coward, se me indemniza con un episodio de Last of The Summer Wine. Fuma Marlboro Lights como una chimenea.

“Estaba fumando treinta Marlboros rojos por día y luego me pasé a los Lights, y ahora estoy fumando sesenta por día. ¡Es ridículo! Se supone que pronto voy a dejar de fumar completamente, pero no puedo…”.

¿Te preocupa la mortalidad? Cada vez que enciendes un cigarro, ¿te imaginas pudriéndote en una sala de cancerosos?

“No. Me encanta la muerte. Cuanta más muerte, mejor. Creo que es algo bueno. ¡Jejeje!”.

¿Has leído La forma más fácil de dejar de fumar, de Allen Carr?

“¡Oh, sí! Leí el libro, escuché las cintas. ¡Hice mi parte! ¡Fui a un –shhhh– ‘hipnotizador de renombre’! Fue vergonzoso. En cosa de veinte minutos no estuve ni cerca de quedarme dormido. Solo lo escuchaba hablando sin cesar y me dolía mucho el culo. Quiero decir, me dolía muchísimo el culo pero no me atrevía a moverme porque podría avergonzarnos a los dos, porque fingía estar hipnotizado. No podía decirle: ‘Disculpe, ¿le molesta que mueva el culo de lugar?’”.

¿Cuánto te costó?

“Nada. Lo hizo como un favor a un Dios del Rock. ¡Jejeje!”.

Bowie ha hecho música pop irrefutable, indefinible, indiscutible, impresionante. Docenas de canciones que son de un “acá estoy para que me miren en todos los detalles”, tan ventajeramente pretenciosas, tan imponentemente frágiles, tan dolorosamente artísticas y tan imbécilmente bobas que aún resuenan y zumban dentro del cráneo colectivo del pop, y estarán allí por décadas y décadas (porque el pop que no es así de pretencioso, frágil y bobo simplemente no vale la pena de ser escuchado).

La mayoría de sus contemporáneos de los años setenta ahora están muertos, atrapados en el circuito de los bares donde venden pollo barato, o forman parte de una “aristocracia” espantosamente no cool. Bowie, sin embargo, a pesar de algunos discos verdaderamente horrendos y más de unos cuantos desastres como para morderse la lengua y salir a los gritos del lugar (su recitado del Padre Nuestro en el concierto tributo a Freddie Mercury acude a mi memoria), se las arregló de algún modo para seguir siendo cool hasta tal punto que nosotros, los Guardianes de las Puertas de la Credibilidad, estamos deseosos de escuchar su nuevo álbum –Outside– cuando sabemos que los próximos quince álbumes de los Rolling Stones (por ejemplo) van a ser una auténtica mierda.

Por qué debería ser así, no lo sé, ya que el bastardo nos ha defraudado muchas veces. Sin discusión, Bowie debería ser encerrado en depósitos espantosamente mohosos y con una etiqueta que diga “Rock Basura de Papá”, porque –admitámoslo– la mayoría de ustedes que leen esto no había nacido cuando Bowie era Dios, y, como deben estar ya enfermos de saber por boca de los cuentos de sus padres ex modernos/hippies/punks sobre que las cosas-no-son-lo-que-solían-ser, otra vez, La Parca ha defraudado de muy mala manera al rock and roll. Arrinconó y sacó la mejor mierda de Jimi, Marc, Kurt y Jim exactamente en el momento correcto, pero dejó que muchos otros envejecieran, se hincharan, sórdidos y aburridos.

Cuando esa marea violenta de millones de lenguas eventualmente arrasó con la fama de la capital y el agujero del culo del pop, y luego inevitablemente reculara, Bowie amaneció encallado (Juancito Sinamigos quedó atrapado en una pequeña isla en la tierra loca de los idiotas). Era elegir entre el suicidio, o sea, que te atragantes hasta la muerte con tu propio vómito, altamente tóxico, o el infierno vivo de la autoparodia, y ambas eran opciones sumamente posibles. Bowie se retiró a Berlín, con el igualmente demencial Iggy Pop.

“Comencé a hacer amigos por primera vez. Sé que suena extraño pero no tenía mucha gente con la cual enfrentarme y decirle: ‘Mi vida no es como las suyas’. No conocía a nadie, de verdad. Iggy era una de las pocas personas que conocía, pero apenas. Aún somos muy cordiales el uno con el otro y tenemos esta especie de cautela entre nosotros. En el mejor de los casos, el vínculo que tenemos es débil. No podría decir que éramos amigos del alma…”.

¿Entonces no vas a su casa a jugar con el Scalextric?

Bowie suelta carcajadas y tose al mismo tiempo.

¿Te gustaría un poquito de sentimentalismo barato?

“¡Pero si me he nutrido de sentimentalismo barato! ¡Soy un auténtico llorón!”.

¿Eres un gran fanático de La familia Ingalls?

“Oh, recuerdo eso. No, nunca me metí en eso, pero una película bien hecha o, de hecho, una película mala, si toca un nervio en mí, de inmediato me permite comprender la noción simbólica que tiene detrás. Soy un público muy bueno”.

¿Alguna vez te miras al espejo y piensas: “Carajo… ¡es David Bowie!”.

“¡Ja! Hace mucho que no hago eso. Creo que lo más cerca que he estado de eso fue tratar de emocionarme conmigo mismo. Decirme a mí mismo que soy muy bueno. Siempre he tenido un problema con eso…”.

¿Con tu falta de confianza?

“Sí, terrible. Tiempo atrás era muy importante para mí que tratara de creer que era muy, muy grande en lo que hacía, ehhh…”.

¿Pese al hecho de que todos querían lamerte el culo?

“Sí, sí. No me creía todo eso. No. Siempre tuve un problema grave con mi valor como artista e, imagino, con mi valor como persona también. Una autoestima terriblemente baja. De verdad, diabólicamente baja. No lo creerías”.

El período de Tin Machine debió de haber sido difícil entonces, porque no hubo Dios al que le gustara eso.

“No. Sí, sí. Ehh, en realidad, yo disfruté muchísimo de eso. Me encantaba. Me encantó la confusión que produjo. ¡Jeje! El hecho de que podía seguir causando tamaña cantidad de hostilidad. He tenido mucha suerte de que nadie haya sido indiferente hacia mí. La única vez que sentí algo diferente fue a mediados de los ochenta, cuando hice esos “álbumes indiferentes”, y sentí lo que era ser mediocre, ¿sabes? De hecho, lo irónico es que tanto Tonight y, um, el otro, no puedo recordar cómo se llamaba, ehh, Never Let Me Down, los dos me enseñaron una nueva lección, y es que la mierda vende. ¡Jejeje! ¡Canciones de mierda, realmente horribles!”.

Pero con todo aquí estás, aún viéndote delgado y sexy y muy cool. Aún gozas de credibilidad pese a Tin Machine y algunos álbumes de mierda. Digo, ¿cuántas personas cool y blancas de mediana edad hay en el rock and roll en la actualidad? Estás tú, Neil Young, Iggy y Keith.

Bowie ríe y tose.

Tin Machine, ¿te quitó de un plumazo esa cosa avergonzante de ser una estrella de rock de mediana edad?

“Te diré algo. Hazme un favor. Al volver a casa, pasa por la disquería, hazte de una copia de Tin Machine y escucha una canción que se llama ‘I Can’t Read’. Escucha esa, ¿quieres? No te pido que escuches el resto, solo escucha esa canción en particular, porque creo que es una de las mejores que haya escrito jamás. ¡De verdad!”.

¡Ay! Hora de cambiar de tema. Outside (subtitulado “Los diarios de Nathan Adler: un hipercírculo no lineal gótico y dramático”) trata de algún modo sobre un raro “detective de arte” que vive en un mundo poblado de chiflados que hacen esculturas aurales con cuerpos de niñas de 14 años y se clavan agujas de tejer en la cabeza y cosas extrañas por el estilo. Las sesiones de grabación (con el cabeza de huevo de campo Brian Eno en los controles) encontraron a cada músico recibiendo una tarjeta con algo escrito, cosas como: “Eres el último sobreviviente de una catastrófe y te empeñarás en tocar a fin de prevenir la sensación de soledad dentro de ti” o “eres miembro de una banda de rock sudafricana y estás disgustado. Toca las notas que ellos no te permitirían”.

El resultado final es algo así como una cruza entre la primera novela ciberpunk y un remix ambiental de un LP de una de esas bandas posgrindcore tipo horror-vegetariano-ante-el-mundo y un-dolor-de-cabeza-industrial-que-espanta, pero con retoques de arte de primer nivel. Es algo completamente antiguo, completamente terrorífico y posapocalíptico de todos-vamos-a-morir –¡buuu!– pero “inteligente” y findelmundista cosmopolitano en relación con el mundo futuro, en el momento mismo en que el pop cool de la gente joven habla sobre chicas bien tratando de echar un polvo contigo en la universidad sabiendo que eres una rata de biblioteca sin lustre, y sobre subirte a motos choperas, fumar cigarrillos y ser pueblerinamente tonto.

Puesto al lado de las listas, retorcidas e inteligentes rebanadas de ingenio seco que trajeron bandas como Blur, Supergrass y la simplemente estupenda Pulp, Outside es de una vanguardia neogótica confusa y confundida de no-tengo-puta-idea-de-qué-hacer ante un monstruo. Es como ir a una tienda de fish’n’chips y que te sirvan un rape rarísimo, mutante, de ojos saltones, y sacado de las profundidades de la fosa atlántica cuando acabas de acostumbrarte a una dieta agradable, segura, cómoda y reconfortante de bacalao.

Outside estuvo apoyado por entrevistas en las que Bowie no paró de hablar con lujo de detalles sobre cómo todo se reduce a perros cibernéticos, sobre cómo el mundo se balancea sobre el labio partido de un abismo que bulle y burbujea en un estofado balbuceante de extractos demenciales de nanosegundos factoides, un presente cada vez más insensato y un futuro próximo completamente desenmarañado en el que, uno supone, solo la música como la de Bowie y Eno, y el arte como el de Damien Hirst, podrían tener algún sentido.

Así que voy leyendo este material en el metro y escuchando Outside con auriculares y asustándome mucho, en serio, asustado de levantar la vista por miedo a que me devanen el cerebro con imágenes de mis compañeros de viaje inyectándose drogas inteligentes en los globos oculares e implicándose en actos de terrorismo artístico que involucren soldar metales, matar ovejas y hacerse de genitales ajenos. Eventualmente me armo de valor, levanto la vista y veo a los mismos viejos y aburridos bastardos vestidos de forma aburrida, que piensan que el “arte” son pinturas bonitas y que todas las drogas son completamente viles, muchísimas gracias. La visión de mundo de Jarvis Cocker deja tiesos a estos bastardos y les desliza drogas a sus hijos. La de Bowie parece totalmente incongruente.

“¿Esto te sucedió en el metro de Londres?”.

Eh, sí…

“Mmmm. Bueno, en Estados Unidos es realmente endémico. Ese sí que es un país encomendado a la violencia como estilo de vida. Da mucho temor estar allí ahora, mucho más que hace diez años. No solo por la violencia, la segregación es terrible. No creo que hayamos sufrido algo así alguna vez en Europa…”.

Qué raro, ¿no?, que eso sea cierto en un país que creó la música con la que nosotros dos nos ganamos la vida, el primer mestizaje del mundo, ¿la música negra y blanca?

“Hay además una negación en Estados Unidos sobre que la esclavitud haya existido. Yo creo que debería haber confrontación y un museo de la Norteamérica negra”.

Estuve rastreando viejas New Musical Express buscando un artículo y me encontré con una pieza sobre “lo chic que es ser nazi”, ilustrado con una foto tuya en Victoria Station, haciendo el saludo nazi con una campera de cuero.

“En realidad, era una campera de lana”.

Te disculpaste unas cien veces por ese incidente, pero ahora sales de gira con Morrisey, un artista que también ha sido llevado a la hoguera supuestamente por coquetear con una imaginería sórdida de derecha, y que, increíblemente, nunca sintió la necesidad de disculparse o incluso de explicar sus actos. ¿Cómo te sientes al respecto?

“La verdad es que no sé cuál es su rollo. No estoy familiarizado con lo que ha estado diciendo. De hecho, esa fue una de las cosas de las que quisiera hablar con él. Cuéntamelo tú”.

Así que le cuento. Le cuento al Señor Bowie que lo que de veras molestó a la gente fue la elección del momento oportuno, que Morrisey, en lo que parecía ser un ataque de arrogante rencor artístico, ignoró todas las críticas y negó la necesidad de tener que explicar sus actos en un momento en el que les estaban lanzando bombas incendiarias a los trabajadores inmigrantes turcos en Alemania, en el que un partido abiertamente nazi estaba ganando un banquillo en el consejo de Bermondsey, y en el que los “nuevos” nazis se jactaban y se sentían lo bastante confiados para comenzar a deambular por las calles buscando negros y asiáticos para desfigurarlos y asesinarlos. El paralelismo con el coqueteo con el fascismo de Bowie en 1976, en un momento en el que el Frente Nacional Nazi (predecesores del Partido Nacional Británico) cosechaba los frutos de un ascenso de popularidad real y terrorífica, era obvio.

“Vaya, puedes ser muy espeso cuando quieres. Yo tenía esta obsesión mórbida con lo que se entiende como ‘misticismo’ del Tercer Reich. Las historias de los SS que venían a Inglaterra en búsqueda del Santo Grial, ese era el aspecto que de veras me atraía en el estado drogado y aquejado en que me encontraba. Tan absurdo como pueda parecer ahora, simplemente no se me ocurrió que lo que estaba haciendo tuviera alguna relevancia. Mi interés predominante estaba alojado en la Cábala y el crowleyismo [por Aleister Crowley]. Toda la cosa oscura, bastante escalofriante y apocalíptica del lado equivocado del cerebro”.

¿Crees que esa cuestión del magick tiene la capacidad de afectar el mundo físico?

“No, creo que esas cosas se convierten simplemente en sostenes simbólicos de lo negativo. Yo me encontraba en un estado de ánimo muy adolescente, incluso cuando ya no era un adolescente. Las drogas prolongaron el estado de la adolescencia. O pueden prolongarlo en cualquier caso; en mí ciertamente lo prolongaron”.

En tus entrevistas recientes, se ha enfatizado acerca de la naturaleza “artística” de Outside y tú también hablaste mucho sobre “el espíritu”.

“Acababa de leer un libro de John Berger, Modos de ver, y en él se explica que el ‘arte’ en realidad se trata de una ‘falsa religiosidad’”.

¿No es un poco bobo hablar sobre “el espíritu” luego de Marx, Freud y Darwin? ¿En un mundo donde todas las personas inteligentes son ateas?

“Yo tengo una necesidad espiritual real, desenfranada, ambiciosa. No puedo sentirme cómodo dentro de una religión organizada y de algún modo las recorrí todas. No estoy en búsqueda de una fe, no quiero creer en nada. Estoy en busca del conocimiento”.

¿Pero ese conocimiento tiene que estar fuera de nosotros? ¿No somos fundamentalmente animales respetables? Uno de los nuevos darwinistas dijo algo sobre cómo uno podría recorrer las calles de Nueva York de cabo a rabo y ver miles de actos de cortesía, cariño y amabilidad antes de ver un acto negativo. ¿No tiene razón?

“Creo que hay mucha gente que puede vivir su vida en ese nivel y en esa plataforma, y siento envidia de ella. Pero yo no puedo hacerlo. Me inquieta la idea de la moralidad, de lo bueno y lo malo. Me siento mucho más cómodo con la idea de ilusión y realidad. Tengo una comprensión muy moral de las cosas. He visto gente asesinada con maldita gentileza y he visto algunas situaciones negativas que en realidad resultaron ser positivas, y todo me parece muy confuso. Hasta hace poco tiempo estuve interesado en los agnósticos. No son tan diferentes de los budistas, de verdad, en el sentido de que ellos pensaban que Dios está dentro de uno mismo, y en su idea de que existe la ilusión y la realidad, y que la parte ilusoria es lo que percibimos como realidad en nuestro estado consciente. Pero, insisto, solo se trata de otra codificación. No creo que yo pueda decir que soy agnóstico”.

¿De modo que no te veremos sacando un álbum que se titule El agnóstico risueño?

“No”.

¿Qué hay de…?

“¡Ja! Me gusta eso. ¡Eso sí fue gracioso! Bueno, lo eres ahora. ¡Ja!”.

Y que me den por el culo si casi no se cae de la banqueta. Maldito gracioso, Johnny con jet lag.

Hablaste recientemente sobre la juventud moderna que “navega en el caos”, acerca de que ellos se regodean en una especie de nihilismo conectado y semiletrado. ¿No crees que estás exagerando un poquito? ¿No es algo similar a lo que los viejos decían de la gente de los años veinte o los modernos de los años sesenta?

“Bueno, en primer lugar hay una diferencia psíquica entre la juventud norteamericana de hoy y la de los años veinte. A la juventud norteamericana actual le falta absolutamente el germen de la felicidad. No diría que es nihilismo, pero hay un especie de semblante sombrío en la juventud, de veras que sí. Están atravesando una existencia sombría en su cotidianidad. Que yo recuerde, el ímpetu que yo tenía a su edad no parece ser el mismo ahora”.

¿No crees que se trate de una cosa tipo “todo era verde aquí cuando yo era un muchacho nacido durante el baby boom”? ¿De que simplemente estás envejeciendo?

“¡Ja! Bueno, no. Me parece que están luchando para producir su propia cultura y, desde luego, va a ser emocionante y diferente de la nuestra por obra del hecho de que el mundo en el que vivimos ahora es abismalmente diferente de cómo era cuando yo tenía 16 años”.

¿Te refieres a que tú tenías a Timothy Leary y ellos tienen a Newt Gingrich?

“Para ellos esa es una presencia decisiva. No me parece que tengan la voluntad o la habilidad para darle, de hecho, una coherencia al exceso de información que reciben día tras día. Por ejemplo, cosas pequeñas y simples como leer. Yo sé que buena parte de mi generación leía en serio. Todo aquel que uno conocía en ese período leía al menos un libro al mes. La forma en que se accedía a la información era mucho más lenta, más deliberada y, hasta cierto punto, más profunda. No estoy diciendo que fuera necesariamente algo bueno. No se lee ya de ese modo y no es algo despreciativo que decir, simplemente las cosas son así”.

Um, ¿cómo sabes todo esto? Tienes un hijo que estudia en la universidad. ¡Estudia filosofía, por el amor de Dios! ¿Sales de veras con adolescentes?

“¿Salir? No. No puedo decir que ‘salga’ con adolescentes. ¡Sí! ¡Los sigo en todo! ¡Ja! Me aparezco por sorpresa en el club de jóvenes del barrio, ¡juego al ping-pong cada semana!”.

Creciste en los años sesenta, la época en que todo era posible. Creo que el punk, en cierto modo, fue una continuación de eso. La gente miraba a una estrella de rock como tú y decía: “Sí, yo podría hacer eso, no es gran cosa”. Eso pareció sufrir un golpe de muerte en los ochenta.

“Cierto, muchos de los que podrían haber sido modelos a seguir, para bien o para mal, son ignorados ahora. Incluso el estilo de la ropa da cuenta de lo mismo. Hay una característica auténtica de búsqueda y reflexión en la generación actual que explotará de algún modo, ya sea con rabia, con gran creatividad o con una manera maravillosamente innovadora de lidiar con una sociedad que es completa y absolutamente disfuncional”.

¿Viste el documental sobre la K Foundation, en relación con la quema del millón de libras?

“Vi los últimos veinte minutos, me pareció muy confuso”.

Hay una parte en que llevan el maletín que contiene las cenizas del dinero a una galería de arte y le preguntan al tipo que está allí cuánto valdría como obra de arte, y lo único que el tipo quiere saber es quién es el artista que lo quemó. ¿Una mierda total o qué? Es decir, si pones un disco de rock and roll, puede que suene bien como que no, pero no importa quién lo hizo, ¿verdad? Y este es el problema que tengo contigo y Eno cuando hablan sobre “arte”. Me parece muy desconcertante porque los dos, tú y él, han hecho ya grandes discos de pop, una forma de arte de fines de siglo XX que es superior al “arte” en todos sus aspectos.

“Bueno, es más popular, más comunicativo y más accesible, pero no creo que deponga nuestro interés inicial en las artes visuales. Tengo muchos gérmenes de ideas, ya sea en literatura como en artes visuales. De algún modo yo hago una polinización cruzada todo el tiempo. En este país, creo que estamos atravesando un renacimiento en cuanto a las artes visuales. Mira, interrúmpeme si te doy la lata con esto”.

Ya nos están atosigando para que terminemos…

“Ok, ¡volvamos al Dios del Rock! ¡Al Agnóstico Risueño! ¡Ja!”.

Tanto tú como el señor Eno tienen rencores sobre sus espaldas, por haber sido ignorados como un par de pretenciosos de la clase trabajadora que deberían dejar de hacerse los artísticos al no tener formación académica. Mi único alegato es que no deberías incluso tratar de abrirte al “arte”, que el “arte”, toda la mierda establecida por el fiasco del premio Turner, está muerto, y que abarrotar tu música con referencias “artísticas” es como llevar atado un cuerpo a tus espaldas. ¿Cómo se supone que debamos juzgar tu disco? ¿Hemos de decir que este disco es una obra de arte porque David Bowie es un artista?

“¡No, no, no!”.

¿O hemos de decir que es un disco de rock?

“Bueno, sí, porque si no pensaras eso, entonces habría algo mal en ti, pues buena parte de él es rock puro y duro, ¿sabes? Quiero decir, Brian es mucho más temeroso de la testosterona que yo. A mí ME ENCANTA cuando el rock es rock, ¡me encanta cuando tiene pelotas! ¡Me encanta cuando tiene unas pelotas grandes, peludas, enormes! Pero Brian está mucho más formado en el minimalismo y definitivamente yo no soy minimalista. ¡Ponle más capas! ¡Cuanto más espeso, mejor! ¡Rock barroco! No, pero también estoy de acuerdo con que la música debe tener una necesidad primigenia”.

¿Quién crees que está mejor calificado para juzgar tu música?

“Oh, vaya”.

Espera, aún no terminé. Tienes que elegir entre el comité del Premio Turner y Beavis And Butt-Head.

“¡Oh, Dios! ¡Madre mía! Um, bueno, ¿sabes algo? Diría que Beavis And Butt-Head para ver si es rock y el comité del Turner para ver si está bien vestido, ¡je!”.

Siempre podrías llevarlos a dar una vuelta, podrías abandonar a la gente del Turner sobre el sofá y llevar a Beavis And Butt-Head a deambular por el museo Tate, y dirían: “Esta instalación, sí, tipo, es una mierda” o algo así.

“¡Ja! Sí, eso es lo mismo que haría Brian”.

Es en este momento que la encargada de relaciones públicas se precipita como un ángel vengador de la muerte, agarra al Señor Bowie del cuello y lo saca a rastras para llevarlo al Top Of The Pops. Con suerte, mi pequeña charla con él le puso los puntos sobre las íes y no oiremos más sinsentidos sobre el arte, la religión y, quién sabe, acaso la próxima vez que se meta en un estudio no se moleste en decorarlo con “retazos de tela de colores locos” o equiparlo con “cuadros, carboncillos, tijeras, papel y lienzos para darnos algo con que volar cuando no hay nada sonando” y en lugar de eso, se concentre en hacer rock que le salga de las pelotas.

Sí, y gracias a la oportuna intervención de New Musical Express, parece que David Bowie está nuevamente en camino al fin, y ese álbum futuro, que se titulará El Agnóstico Risueño, puede que resulte ser el mejor que haya hecho.

De modo que observemos el viejo marcador.

PREGUNTA: Outside, ¿es rock?

RESPUESTA: En parte, y en buena medida, a causa de eso, es el mejor álbum de Bowie en años.

PREGUNTA: El concepto, ¿es de puta madre?

RESPUESTA: ¡Nah! El rollo ciberpunk, internético, es mínimo, pero es un paso robótico crucial detrás de la onda del momento, por cuyo infortunado hecho puedes culpar a los revoltosos sabelotodos de Bowie y Eno, que leen demasiados libros para chicos de gafas con una fila de bolígrafos en el bolsillo del ojal de sus guardapolvos de laboratorio y no demasiada ficción barata pero filosa y fulminante de la Novísima Ola de las Olas Cibers (uff), novelas de hojear y tirar, como Vurt y Pollen de Jeff Noon (ambas asombrosas).

Con respecto al “arte”, puedes inventarlo mientras vas por ahí, pero en lo que al pop se refiere, o das en el clavo, justo en el lugar, o no vas a ninguna parte.

PREGUNTA: ¿Funciona como “arte”?

RESPUESTA: ¿A quién le importa…?