image
image
image

Capítulo 4

image

Valeria era la única chica de su clase que no iba a hacer una gran fiesta para sus 15 años. Aunque la mayoría de sus compañeros creían que era porque sus padres no podían pagarla, lo cierto es que a Valeria tampoco le entusiasmaba mucho la idea del festejo. Cuando Diego -su padre- le preguntó sobre el tema, solo atinó a decir:

-¿Una fiesta de 15? Mmm... debe costar mucho dinero.

-No te preocupes por eso. Tu abuelo nos puede ayudar con el dinero -dijo Diego.

-Pero... es mucho dinero de todos modos. Preferiría que lo gastaran en otra cosa.

-¿Te gustaría que te hagamos otro regalo, en lugar de la fiesta?

-No me refería a eso. No es necesario que me hagan un regalo. Sabes bien que no le doy importancia a esas cosas. En cualquier caso, una fiesta no es algo que me interese.

-Okay, pero si no hacemos una fiesta te haremos un regalo. ¿Qué te gustaría?

-Mmm... no sé. Déjame pensármelo, ¿sí? -dijo Valeria, con una sonrisa.

Ver a su hija a punto de cumplir sus 15 años lo llenaba de orgullo. No podía creer cómo Valeria había salido tan distinta a él. Cuando él había cumplido sus 15 años recién empezaba a introducirse en el mundo del póker y de las apuestas, lo que lo llevaría al camino que sigue al día de hoy. Su hija, en cambio, nunca había mostrado el menor interés por el juego y las apuestas. Sabía perfectamente qué era lo que hacía su padre (lo que la avergonzaba como ninguna otra cosa en el mundo).

Desde pequeña Valeria se había identificado totalmente con su madre. De ella había tomado el amor por la ciencia, el aprendizaje y el conocimiento. No había nada que le gustara tanto como leer un buen libro. Los viernes y sábados por la noche, mientras sus amigas empezaban a salir de noche o ir a bailar, ella prefería quedarse en casa estudiando. No veía cuál era la gracia de salir de noche y regresar a la madrugada, teniendo que molestar a sus padres para que la vayan a buscar. Le parecía mucho más práctico quedarse en casa y aprovechar ese tiempo para avanzar en sus estudios.

Cuando su padre esta tarde le preguntó por la fiesta de 15 había estado a punto de decirle que prefería que con ese dinero le compraran libros. Pero -después de reflexionar unos segundos- le pareció que no era una buena idea. En casa no sobraba el dinero. Incluso si su abuelo ayudaba con los gastos -ya sea de la fiesta o de un regalo costoso- no le parecía justo. No era justo para sus padres ni para su abuelo. Claramente, los libros que podrían llegar a regalarle la ayudarían muchísimo a avanzar en sus estudios. Este era el tercer año que se perdía la oportunidad de participar en las Olimpiadas de Ciencia, solo por no tener los libros que necesitaba para estudiar. Ya estaba cansada de perder tantas oportunidades solo por no contar con los materiales necesarios.

El sueño de Valeria es estudiar Biología en Estados Unidos, pero para eso necesita mucho dinero ahorrado o una beca universitaria especial. El año pasado, una de sus primas -quien estudia en la Universidad de Stanford- le contó cómo era cursar una carrera de grado allí:

-Es lo mejor que te puede pasar. Los programas son increíbles. Hay tiempo de sobra para investigar y para especializarnos en las ramas que más nos interesan.

-¿Y los profesores, son muy exigentes? -le había preguntado Valeria.

-Sí, claro que son exigentes. Son increíblemente exigentes. Pero nos encanta que sea así. Eso nos lleva a rendir al máximo y desarrollar aún más nuestro potencial.

-¿Sabes qué vas a hacer una vez termines tus estudios?

-Sí, seguiré estudiando -dijo Hannah, con una gran sonrisa-. Hablando en serio, planeo conseguir una beca como investigadora y dar clases en una universidad de buena reputación. Y luego veremos...

-¡Suena muy bien! Ya me gustaría a mí también tener un plan de vida parecido.

-Y puedes hacerlo. No tengas dudas de eso. Si te lo propones encontrarás la manera de hacerlo real.

-Para ti es fácil decirlo: vives en Estados Unidos y tus padres tienen suficiente dinero. Ese no es mi caso -dijo Valeria, con el rostro sombrío.

-Puedes aplicar a alguna beca, o buscar alguna forma. Existen distintos caminos. Si los buscas los vas a encontrar. Hazme caso.

A Valeria le encantaría creer que puede llegar a existir esa posibilidad, pero -en el fondo- siente que es algo sumamente improbable. Incluso si consiguiera una beca completa que cubriera toda la formación universitaria, necesitaría dinero para viajar a Estados Unidos y para muchos otros gastos. En este momento su familia no podía darse el lujo de ofrecerle unos cuantos miles de dólares para que ella pudiera continuar sus estudios. Probablemente lo más razonable era elegir una universidad en México y conformarse con eso. Y, quién sabe, tal vez en un futuro lejano tuviera la oportunidad de obtener una mejor formación. Pero, por ahora, eso sonaba más a ciencia ficción. Mejor ser realista y aprovechar las opciones que estaban al alcance de la mano.

––––––––

image

Ver a su hija esforzarse tanto por superarse y hacerse un lugar en el mundo era algo que emocionaba tremendamente a Diego. El sentido común le decía que los padres debían ser el ejemplo de sus hijos, pero en este caso era exactamente al revés: su hija le daba a él un mejor ejemplo que el que él podía darle a ella. Toda su vida había sido seria y muy aplicada con sus tareas escolares. Llevaba a casa las mejores notas, ayudaba a su madre con tareas domésticas y hasta le daba consejos a su padre. En resumidas cuentas, era la hija ideal.

Dentro de sus posibilidades, Diego también se esforzaba por ofrecerle lo mejor. Cuando pensaba en las ganancias posibles que podía llegar a obtener con un juego de apuestas, lo primero que se venía a su mente era Valeria. Pensaba: “¿Qué formación le podría ofrecer a mi hija con esta cantidad de dinero? ¿Qué oportunidades se abrirían en el futuro de Valeria si tuviera este dinero en una cuenta bancaria?”. Perderse en estas fantasías era uno de sus pasatiempos favoritos. Hacía cuentas mentales y calculaba números en el aire o en su imaginación. Pero todo siempre quedaba en fantasías, en proyectos. En cuanto ganaba una buena suma de dinero, volvía a despilfarrar todo el dinero ganado en nuevas apuestas. Era un ciclo que no tenía fin. Sabía perfectamente que si continuaba de esta forma, Valeria cumpliría sus 18 años y el aún no tendría el dinero con el que fantaseaba para pagar los estudios de su única hija. Ese era uno de los principales motivos de discusiones entre él y Natalia.

La noche anterior, fue Natalia quien volvió a sacar el tema una vez más:

-Este año Vale tampoco podrá participar de las Olimpiadas de Ciencia.

-¿Por qué no? -preguntó Diego, con inocencia.

-Porque no tiene los libros que necesita. Por la misma razón por la que no puede participar desde hacer tres años.

-¿Y qué podemos hacer?

-¿De veras me preguntas?

-Eh... sí. De veras.

-Necesitamos más dinero -dijo Natalia, con rostro serio.

-Ya sé qué es lo que sigue. No hace falta que me lo digas. “Necesitamos que consigas un trabajo”. Es eso lo que ibas a decir, ¿verdad? Puedes decirlo, adelante.

-Diego, hace años que hablamos de lo mismo. Hace años que esperamos “salvarnos” con una de tus apuestas. Creo que sería mejor dejar esas ambiciones y conformarnos con menos.

-Bueno, justamente por esa razón no puedo dejarlo. Eventualmente, llega un momento en el que toda la inversión que se hacen en las apuestas vuelven al jugador. Ya te lo he explicado cientos de veces. ¿Quieres que te lo explique una vez más?

-¿Por qué me hablas así? -le dijo Natalia, con voz apenas audible.

-Perdóname, amor. No quise decir eso. Tú entiendes a qué me refiero.

-Sí, yo entiendo, pero no tienes que decírmelo de esa manera. También hemos hablado de esto varias veces.

-Sí, soy un imbécil. Lo admito: no sé cómo hablarle a una mujer. Compréndeme... hago lo que puedo por mejorar.

Natalia hacía todo lo que estaba a su alcance para “comprenderlo”, pero lo cierto es que cada vez se le hacía más y más difícil. De parte de Diego no encontraba la menor colaboración para sostener el hogar. Desde que lo había conocido sabía que intentar convencerlo de que consiguiera un trabajo “normal” sería un esfuerzo sobrehumano (que, de todos modos, estaría destinado al fracaso). Igualmente, nunca había tenido la intención de cambiarlo. Confiaba en que, eventualmente, Diego se daría cuenta por sí solo de que el camino de las apuestas no llevaba a ningún lado. Era una lección que él debía aprender por sí mismo. Ya llegaría el momento.

Las amigas de Natalia nunca lograron entender qué era lo que su amiga había encontrado de atractivo en Diego. No tenía prácticamente ninguna virtud, no era tan caballero y se la pasaba apostando en juegos de casino. ¿Cómo era posible que una chica tan buena e inteligente como Natalia se hubiera visto atraída por alguien tan distinto como Diego? Pero Natalia tenía sus razones para estar con él. Una de las cosas que más le habían gustado desde el momento en que lo conoció era su tenacidad y perseverancia. Al poco tiempo de conocerlo se dio cuenta de que Diego no se daba por vencido tan rápido. De hecho, eso mismo fue lo que llevó a que tuvieran una primera cita. Natalia se negó dos veces antes de aceptar la tercera invitación de quien sería su futuro esposo. Otra cosa que le gustaba de Diego era que le encantaba ir contra la corriente. No tenía un trabajo normal, tenía ideas anti-convencionales y le gustaba cuestionar lo establecido. “¿Por qué debo tener un trabajo normal como todo el mundo? Prefiero vivir bajo mis propias reglas”, solía decir Diego, cuando alguien le preguntaba sobre el tema. Natalia sentía que eso era un complemento a su propia personalidad. Ella era muy distinta: siempre se regía por lo que establecía la sociedad, por los códigos usuales, lo “normal”. Estar junto a una persona como Diego la ayudaba a ganar un poco de perspectiva y ver un lado diferente de la realidad.

Si bien a Natalia le gustaba que su esposo no se conformara con lo que la sociedad proponía para el mundo, a veces deseaba que no fuera tan “raro”. En varias oportunidades habían conversado sobre la posibilidad de armar algún tipo de negocio. Esa también podía ser una muy buena manera de vivir bajo sus “propias reglas”.

-¿Por qué no te gusta la idea de tener un negocio propio? Estoy segura de que serías un muy buen emprendedor.

-No sé... no sé si es algo que quiero hacer. Es bastante riesgoso. ¿No sabías que 8 de 10 emprendimientos fracasan en los primeros dos o tres años? -le preguntó Diego, con voz preocupada.

-¿Y qué me dices de las apuestas? ¿Acaso me dirás que tener un propio emprendimiento es más arriesgado que apostar dinero en una mesa de póker o jugar dinero a caballos? Vamos, Diego...

-No, yo no dije eso. No pongas en mi boca palabras que no he dicho. Lo único que he dicho es que crear un negocio no es tan fácil como lo pintan.

-Nadie dijo que sea fácil -replicó Natalia, enseguida.

-Okay, entonces en eso al menos estamos de acuerdo.

-Lo que digo es... si vas a invertir tu dinero, ¿por qué no invertirlo en un negocio? ¿Por qué no crear tu propio negocio? ¿No sería mejor que dejar el dinero en una mesa de juegos?

-Es que... no sé qué negocio me gustaría tener.

Ese había sido uno de los grandes obstáculos de Diego durante toda su vida. Tenía grandes aspiraciones: quería ganar mucho dinero, tener una familia saludable y muchas otras cosas. Pero no sabía a qué quería dedicarse. No sabía en qué quería ocupar la mayor parte de sus horas. Siempre había creído que, en algún momento, descubriría su verdadera pasión -como por arte de magia. Pero, hasta que llegara ese momento necesitaba ganar dinero. Necesitaba ocupar su tiempo y energías en algo. Y como lo único que conocía y lo único que le había funcionado hasta el momento eran las apuestas, siempre terminaba volviendo a lo mismo: apostar y seguir apostando. Sentía que su destino estaba marcado, y que tenía que ver con algo relacionado a las apuestas. No se imaginaba ganando dinero en algo que no tuviera nada que ver con las apuestas. Pensaba que sería una locura tirar por la borda su enorme experiencia de más de 15 años apostando en mesas de casinos. ¿Qué tipo de negocio podría crear alguien que no ha hecho más que apostar en juegos de casinos? Tal vez, un instituto para enseñarle a la gente a apostar. Pero sabía que eso no podía aportar nada positivo a la sociedad. Era consciente de que él mismo -al apostar- tampoco estaba creando valor para la sociedad, pero la idea de un negocio que incite a la gente a apostar le resultaba repulsiva. En todo caso, sería mejor que hubiera más negocios que ayudaran a la gente a dejar de apostar. Pero ya había mucha gente con experiencia en eso. Él no tenía nada que hacer en esa industria. Por otra parte, no tenía la menor autoridad para aconsejar a nadie que tuviera la intención de dejar las apuestas. Hacía más de 15 años que luchaba con su adicción, y lo máximo que había pasado sin apostar eran 7 días. Tarde o temprano siempre volvía a las apuestas. A esta altura de su vida era un hábito demasiado arraigado. Al punto que a veces pensaba que jamás podría dejar de apostar, por el resto de su vida. Era algo sumamente desesperanzador, tanto para él como para el resto de su familia.

––––––––

image

Había conversaciones con su hija que eran impensables. Diego no se podía imaginar dándole consejos a su hija sobre cómo conseguir un trabajo o sobre su futuro profesional. ¿Qué clase de consejos le podía dar él a una adolescente que quería dedicarse a la ciencia? ¿Cómo podría aconsejar a alguien justamente él, un apostador, un jugador? A veces pensaba en que la única razón por la que se buscaría un trabajo “normal” sería para que su hija no se sintiera tan avergonzada de él. Si tuviera un trabajo “decente”, aunque no fuera un trabajo que le diera mucho dinero, al menos su hija se sentiría un poco más cómoda al presentarlo. Él, por su parte, se sentiría con autoridad suficiente para aconsejarla. Pero ahora la verdad es que ahora sentía que no tenía ni autoridad ni experiencia como para aconsejar a alguien en materia profesional. También le daba pena no tener ningún amigo que pudiera ayudarlo en eso (eran todos apostadores). Por suerte su esposa sí tenía la experiencia como para ayudar a su hija en ese aspecto. Aunque ella no hubiera hecho una carrera universitaria, tenía varias amigas que sí habían cursado estudios de grado. Sin dudas, ella conocía a muchas personas que podían orientarla para darle a su hija una buena educación.

Natalia sabía que Valeria estaba dispuesta a dar lo mejor de sí misma para alcanzar sus metas profesionales. Aunque fuera apenas una adolescente, tenía muy claro que quería dedicarse a la ciencia. Por eso, aprovechaba cualquier oportunidad para conversar con su hija sobre los temas que más la apasionaban (que eran de lo más variados).

-No falta demasiado para que podamos romper las barreras del tiempo y del espacio -le dijo un día Valeria a su madre, con la seguridad de quien predice algo con la máxima certeza.

-¿De veras crees que en el futuro podremos viajar en el tiempo? ¿Estaré viva para verlo?

-Sí, estoy segura de eso. La tecnología está avanzando de forma exponencial. La ciencia también acompañará, por lo que será posible desafiar las leyes físicas que conocemos. La barrera de lo posible e imposible cada vez se va volviendo más difusa. ¿No es esta una época fascinante para vivir? -le preguntó a su madre, con el rostro iluminado.

-Sí, claro que sí. Imagino que debe ser aún más fascinante para los científicos que están creando todas estas cosas maravillosas. Me pone muy feliz saber que tú serás protagonista de todos estos cambios, y que contribuirás en ellos.

Aunque Natalia no tenía los recursos económicos para apoyar a su hija como quería, tenía otros recursos para demostrarle su apoyo. A la hora de elogiarla o de reconocer sus logros nunca se guardaba palabras. Todo lo contrario: aprovechaba esos momentos para alentarla y convencerla de que con esfuerzo y dedicación lograría todos los objetivos que se propusiera. Valeria escuchaba las palabras de su madre con mucha atención, como si intentara memorizarlas en el mismo momento en que las escuchaba. Definitivamente, necesitaba escuchar más palabras positivas para contrarrestar las cosas negativas que escuchaba a su alrededor. Sus compañeras de escuela no eran las amigas más optimistas del mundo. Varias de ellas tenían serios problemas emocionales. Usualmente, era Valeria quien debía ayudarlas a ellas a mejorar anímicamente. Si era ella la que necesitaba mejorar su ánimo, rara vez podía contar con la ayuda de su grupo de amigas. Le hubiera gustado que fuera diferente, pero esa era la realidad que estaba experimentando en este momento. “Me pregunto si todas las amigas serán iguales. ¿Por qué soy yo siempre quien debe ayudarlas a ellas? A mi también me gustaría poder contar con alguien que me de palabras de aliento. La única persona que me apoya es mamá”, pensaba Valeria en esos momentos.

Cuando Diego escuchaba a su esposa hablar de esa forma con Valeria, no podía evitar entusiasmarse. Por unos minutos pensaba que él también podía aplicar esos consejos. Intentaba imaginar un futuro con abundancia económica, un futuro en el que él lograra sus metas personales más profundas. Pero, ¿cuáles eran sus metas más profundas? Aún no lo sabía. Eso era lo que lo paralizaba incluso antes de emprender cualquier cambio. ¿Cómo iba a hacer para dejar de lado todo lo que tenía que ver con las apuestas, si no tenía otra cosa que pudiera reemplazar al juego?