En un torneo de póker online, la primera ronda siempre es la más difícil. Como suele haber cientos y cientos de inscriptos, pasar o no pasar a la siguiente ronda termina siendo una cuestión de suerte. Si bien el póker tiene una parte de suerte y azar, lo cierto es que también tiene mucho de estrategia. Los jugadores que se dedican a estudiar ese aspecto, por lo general, obtienen buenos resultados de forma consistente. Conocen muy bien los patrones que se dan en una partida, cuándo deben hacer un “raise” o cuándo les conviene retirarse. Y saben cómo aplicar estos conocimientos tanto en partidas en vivo como en juegos de póker online. Pero una cosa son las partidas normales, y otra muy distinta los torneos. En los torneos, los que pasan de la primera ronda suelen tener buenas cartas. La gran hazaña es pasar a la segunda ronda con cartas malas (lo que no suele suceder). Una vez en la segunda ronda, sin embargo, todo es distinto. De ahí en más, solo continúan los que realmente conocen la estrategia del juego (es decir, los jugadores más experimentados).
Varios de los amigos de Diego se contaban entre los mejores jugadores de póker de todo México. Durante muchos años se habían dedicado a estudiar el juego y a perfeccionar sus tácticas. Entre ellos compartían trucos y estudiaban rondas interesantes de sus propias partidas. Todos tenían como objetivo seguir mejorando y aprender de sus aciertos y errores. La meta era, algún día, participar en uno de los grandes torneos que se jugaban en Las Vegas. En principio, había dos formas de participar en estos torneos: ganando una entrada al evento en algún torneo online o bien pagando la entrada con dinero del bolsillo propio. Por un inexplicable orgullo que tenían los tres -Diego y sus dos mejores amigos, Leonardo y Sebastián- años atrás hicieron un acuerdo. Habían quedado en que si uno de los tres llegaba a ganar una entrada a través de un evento online, el afortunado invitaría a los otros dos a participar del torneo pagándoles la entrada.
Pasaban los años y ninguno de los dos tenía la suerte suficiente para pasar de ronda y llegar a participar de los grandes torneos internacionales. Como era mucho más fácil ganar dinero en partidas individuales con buy ins más pequeños, a la hora de apostar usualmente preferían ese tipo de juegos. Allí podían hacer valer sus conocimientos y la experiencia acumulada durante años y años de juego. Los torneos, en comparación, tenían menor potencial de dejarles buenos ingresos de forma consistente (necesitaban arriesgar e invertir más dinero, sabiendo que muchas veces quedarían afuera ya en la primera ronda). Por eso, no participaban en más que un puñado de estos torneos por año. En varias oportunidades Diego y sus amigos quedaron entre los primeros 5 puestos de los torneos, pero hasta ahora ninguno había logrado ganar una entrada para alguno de los grandes eventos de Las Vegas. Aunque eso cambiaría pronto.
Leonardo envió el mensaje al grupo de Whatsapp de sus amigos a las 4.16am. Era la madrugada de un sábado y estaba totalmente agotado. Había terminado de jugar un torneo de póker online clasificatorio para un evento en vivo en Las Vegas.
"amigos, preparen las maletas. en un mes nos vamos a las vegasss!! torneo de póker internacional :)”
A la mañana siguiente, cuando Diego y Sebastián leyeron el mensaje lo primero que pensaron fue que se trataba de una broma. Seguramente era el Día de los Inocentes. O tal vez un simple chiste, producto de la hora en que fue enviado (quizás Leonardo había estado bebiendo, cosa que no hubiera sido rara para la madrugada de un sábado). Poco después de las 10am, Sebastián respondió, en tono bromista: ”ya tengo todo listo.. con pasajes y todo”. Unas horas después, Diego agregó: “jajaaaa, yo tambien estoy listooo”.
Esa misma tarde Leonardo les envió un nuevo mensaje de texto:
“holaaaa... jaaa, estan chistosos hoy, verdad? bueno, yo no... estoy hablando en serio. anoche gane el clasificatorio para el torneo de las vegas. voy a pagarles sus buy ins. iremos los tres al torneoooo....”
¿Era posible que Leonardo haya ganado el torneo? Sin dudas existía la probabilidad, pero era tan pequeña. Hacía años que jugaban y solo un par de veces alguno de los tres había logrado ubicarse entre los 5 primeros puestos. Alcanzar el primer lugar parecía algo posible solamente gracias a un golpe de suerte. Buenas cartas, mucha concentración y la combinación exacta de jugadores en la misma mesa. Definitivamente, la probabilidad era pequeña. Y, sin embargo, -por los mensajes de Leonardo- parecía haber sucedido. Diego necesitaba sacarse la duda:
-Hola, Leo. ¿Cómo estás?
-Aquí, mi amigo. Planeando el viaje a Las Vegas.
-Entonces, ¿es en serio? ¿Es cierto que ganaste el torneo clasificatorio?
-Así es, mi amigo. Se van a repartir unos tres millones de dólares en premios. Como mínimo nos llevaremos unos cuantos miles de dólares.
-¿De veras nos vas a regalar la entrada? -le preguntó Diego, sin terminar de creérselo.
-Claro. Es el trato que habíamos hecho, ¿o no?
-Sí... pero... ¿a cuánto está el buy in del torneo? Si reparte tres millones, no debe bajar de 5000 dólares.
-Está 10000 dólares. Pero está bien. Incluso si no pasamos a la segunda ronda nos llevaremos algo de dinero. Es una buena inversión.
-¡Gracias, amigo! De veras, es un gran gesto.
-Es lo mismo que hubieran hecho ustedes, en mi lugar.
Diego se quedó pensando en la última frase. Se preguntaba si realmente él o Sebastián hubieran hecho lo mismo en caso de ganar el clasificatorio. Después de reflexionar unos segundos se respondió a si mismo que sí. Al menos él hubiera hecho exactamente lo mismo que estaba haciendo Diego ahora; les hubiera regalado el buy in para que pudieran participar del torneo. A decir verdad, no le resultaba para nada fácil aceptar semejante obsequio de parte de su amigo. En parte, porque no sabía bien si -en caso de que ganara un premio importante- su amigo le reclamaría una parte del dinero. Si hubiera querido hacer algo así -en el caso eventual- hubiera sido perfectamente justo. Al fin y al cabo, si viajaban a Las Vegas era gracias a la generosidad de su amigo. Lo menos que podían hacer -en caso de ganar algún premio importante- era compartir parte del dinero con su amigo.
Por un lado estaba agradecido por el regalo que le acababan de ofrecer, aunque por otra parte se preguntaba si esto realmente lo ayudaba a avanzar en la dirección en la que quería ir. Hacía varias semanas que tenía ganas de distanciarse de sus amigos. Era evidente que pasar demasiado tiempo con personas que apostaban no podía llevar a otra cosa más que a seguir en contacto con los juegos por dinero. Pero, ¿con qué otras personas podía pasar su tiempo? Prácticamente todos sus amigos apostaban (o estaban relacionados de una u otra manera con las apuestas). “Si tuviera otros amigos mi vida sería completamente distinta”, pensaba en esos momentos. “Si tan solo conociera más personas de bien todo sería mucho más fácil. Pero no logro atraer ni siquiera a una persona así a mi vida”. Natalia era la única excepción: ella sí que era una buena persona.
Probablemente, lo único que quedaba por hacer en este caso era aceptar la invitación de Leonardo. Prefería ni siquiera imaginar qué podía llegar a suceder si llegaba a rechazar la invitación de su amigo. A él tampoco le hubiera gustado si alguien hubiera rechazado una invitación así en una situación similar. Tenía que aceptar el obsequio y tratar de sacar el máximo provecho. En este caso, eso significaba hacer su mejor esfuerzo por ganar el torneo. Según Leonardo, los premios en dinero que repartía este torneo eran ridículamente altos. “Jamás había visto algo así. Es una locura, hermano”, le dijo cuando hablaron por teléfono.
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El mismo día en que Leonardo le dijo que pronto viajarían a Las Vegas notó que algo no andaba bien con Valeria. Desde el momento en que regresó de la escuela hasta la medianoche no había salido de su cuarto ni para ir al baño. Antes de la hora de la cena Diego se había ya se había dado cuenta, pero prefirió no preguntarle nada. En estos casos había una especie de acuerdo tácito con su esposa: esperaba que ella llegara del trabajo y que fuera ella quien intentara hablar con Valeria. Tal vez no era nada, pero a Diego le resultaba muy incómodo hablar con su hija. Y lo peor de todo es que, a medida que pasaba el tiempo, cada vez le costaba más y más. Siempre había pensado que era algo normal entre padre e hija. Creía que las hijas solo hablaban con su madre (y los hijos con su padre). Ese día, de todos modos, había estado a punto de golpear la puerta del cuarto de su hija.
Cuando Natalia llegó a casa -agotada como todos los martes- Diego le dijo: “No ha salido en toda la tarde. Creo que le ocurre algo. ¿Tal vez quiere hablar contigo?”. “Okay, yo me ocupo”, fue la respuesta de su esposa. Ese era otro de los acuerdos tácitos en la pareja: Natalia se ocupaba de todo lo que sucedía en la casa. Como si ser el sostén de la familia ya no fuera suficiente, además tenía que hablar con su hija cuando no se sintiera bien, limpiar la casa y encargarse de tantas otras cosas. Diego, en comparación, no hacía prácticamente nada. Se dedicaba a estudiar libros de apuestas, cifras y estadísticas con la esperanza de -algún día- ganar una grana apuesta. Natalia pensaba que era un trato muy injusto, pero así y todo prefería no quejarse. Después de todo, era lo que había elegido.
-¿Te encuentras bien, hija? -preguntó Natalia, detrás de la puerta del cuarto de Valeria.
-Sí -dijo su hija, con la voz quebrada.
-¿Puedo pasar? -dijo, mientras giraba el picaporte de la puerta.
Valeria no le dijo que sí, pero tampoco le dijo que no. Esa era su forma de decirle que podía pasar. Al abrir la puerta no se veía absolutamente nada; estaba todo a oscuras. Natalia buscó el interruptor a tientas, ya imaginándose que su hija no había tenido un muy buen día en la escuela. Una vez con la habitación iluminada vio a su hija acostada boca abajo, con la cara contra la almohada. Era su posición preferida para ocultar su rostro e intentar huir del mundo, al menos por unas horas.
-¿Por qué estabas con la luz apagada, Vale? ¿Estás bien?
-Cierra la puerta, porfa -le pidió su hija.
-¿Quieres un té, algo para tomar? Mira que en unos 20 o 30 minutos vamos a cenar. ¿Tienes hambre?
-No. No quiero comer -dijo Valeria, apenas levantando el rostro de la almohada.
-¿Te sientes mal del estómago? ¿Tienes el estómago revuelto?
-No es el estomago. Mi estómago está bien. No es eso.
-¿Qué es entonces? ¿Quieres contarme?
-Mmm... no lo sé -dijo Valeria, con tono dubitativo-. Me gustaría poder contártelo, pero no sé si quieres escucharlo.
-Dímelo, no te preocupes por eso. Ya he escuchado muchas cosas en mi vida. Puedo escuchar lo que sea. Confía en mí, hija.
-Es sobre papá.
-¿Qué ocurrió con papá? ¿Has tenido una pelea con él?
-No, no he peleado con él. Ya sabes que prácticamente no hablamos.
-¿Entonces...?
-Los chicos en la escuela saben que papá apuesta.
-¿Y qué hay con eso? -le preguntó Natalia, restándole importancia al asunto.
-Se burlan de él. Y hacen bromas. Todos los días. Ya estoy cansada. No me dejan tranquila, ni un solo día.
Natalia se quedó en silencio por unos minutos. Sabía que los adolescentes -cuando querían- podían ser muy crueles entre ellos. Por eso, no le sorprendía demasiado escuchar que esta vez se la habían agarrado con su hija.
-Ignóralos, hija. Eso es lo mejor que puedes hacer. No te fijes en lo que digan. La gente siempre hablará de ti, de tus amigos o de tu familia. Déjalos que hablen, que digan lo que se les antoje. Son libres de hacerlo.
-Créeme que lo intento, pero es cada vez más difícil. No es solo en la escuela. Cuando estamos fuera de la escuela las burlas siguen, pero por Internet. Es insoportable. De veras que ya no sé qué hacer para detenerlos. Nadie quiere acercarse a mí.
Natalia se acercó a su hija para abrazarla. Era una forma de mostrarle que no eso no era cierto. Al menos había alguien que sí quería acercarse a ella y abrazarla. En un momento así, eso era todo lo que Valeria necesitaba. Su madre lo sabía por experiencia propia. En su propia adolescencia ella también había pasado por situaciones parecidas: burlas de sus compañeros de escuela, maltratos y desprecios de toda clase. Pero en aquel entonces no era como ahora. En esta época, las burlas empezaban en la escuela y luego continuaban por Internet en las redes sociales. Los adolescentes no hacían diferencia y no medían las consecuencias de las cosas que decían cuando estaban online.
-¿No quieres comer algo? Te puedo preparar algo especial.
-No hace falta, ma. En serio, no es necesario.
-¿Entonces, no vas a comer nada?
-Es que... no tengo hambre.
-¿Seguro? Comer algo te hará bien. Ya verás.
-Okay, si tú lo dices... Ahora en un rato voy a comer -dijo Valeria, con un poco de desgano.
-En unos 20 minutos estará todo listo.
Mientras preparaba la comida, Natalia le daba vueltas a lo que acababa de hablar con su hija. Estaba al tanto de que Valeria estaba un tanto acomplejada con el padre que le había tocado en suerte. Lo que no sabía es lo que sucedía en la escuela, lo que le decían sus compañeros. “Tal vez debería hablar con los padres de los compañeros de Vale. Para poner las cosas en claro, para evitar que las burlas pasen a mayores. Sería una pena tener que cambiarla de escuela solo por eso”, pensaba Natalia, adelantándose a lo que podría llegar a suceder en caso de que la situación continuara como ahora. Pero, probablemente no fuera necesario tomar ninguna acción de su parte. En última instancia, este era un asunto de su hija. No es que ella no quisiera hacerse cargo de su responsabilidad, pero conocía demasiado bien el ambiente de la escuela. En casos como estos, el adolescente que era objeto de la burla era quien tenía la decisión de dejar que lo que le dijeran le afectara o no. Claramente, tampoco se trata de “soportar” cualquier burla y abuso. En el caso de Valeria, el cambio tendría que ver con cómo se siente ella con tener un padre apostador. Si ella no lo puede aceptar, si se siente avergonzada, entonces lo más probable es que eso le de lugar a sus compañeros a tomarla como objeto de burla. Pero si ella cambiara su actitud -si no se sintiera avergonzada por ello- su realidad seguramente sería distinta.
Valeria bajó a la cocina y vio que la cena estaba lista, pero aún no iban a empezar a comer. Debían a esperar a Diego que estaba terminando una sesión de apuestas online. “En 5 minutos estoy con ustedes. Ya termino”, les dijo gritando, desde su escritorio. A Natalia no le gustaba en lo más mínimo cuando sucedía eso. ¿Por qué debían esperar a que terminara su “juego” para poder empezar a cenar? Le costaba entender cómo era posible que su esposo no pudiera suspender un simple juego para ir a cenar. Después de más de 15 años de estar en pareja, aún le resultaba difícil aceptar que ese era el “trabajo” de Diego. No era como otros trabajos, pero según él era un trabajo en pleno derecho. Con una pequeña diferencia: no generaba ingresos de forma consistente en el tiempo. “Lo que yo hago no es muy distinto del trabajo que hacen los freelancers. Los que trabajamos por nuestra cuenta tenemos épocas de abundancia y épocas de escasez. Es normal en el rubro de los trabajadores independientes. No sé por qué a la gente le llama la atención. Los apostadores también somos freelancers”, solía explicar Diego, cada vez que alguien sacaba el tema.
Cuando Diego se sentó a la mesa Natalia sirvió los fideos para los tres. Cenaron prácticamente en silencio. Luego de probar la pasta hizo un par de comentarios sobre el punto de cocción. Era la comida preferida de Valeria, pero hoy no se veía demasiado entusiasmada con la comida. Natalia tampoco estaba animada. Como todas las noches, hoy también estaba terriblemente agotada después de un duro día de trabajo. Al final de la jornada apenas le quedaban energías como para preparar una cena rápida. Hubiera sido ideal que Diego cocinara, pero él se jactaba con orgullo de ser un chef “perfectamente incompetente”. El acuerdo que tenía con Natalia era que él nunca cocinaba. Incluso aunque estuviera todo el día en casa y tuviera todo el tiempo del mundo. A los pocos meses de estar conviviendo había logrado convencer a su esposa de que era un desastre total en la cocina. Cuando había dinero de sobra le gustaba comprar comida hecha o invitar a Natalia y a Valeria a un restaurant no demasiado caro. También podía calentar algo que ya estaba pre-hecho, pero no quería saber absolutamente nada con cocinar algo desde cero. Eso no dejaba demasiadas alternativas en la familia: o cocinaba Natalia o lo hacía Valeria. A Valeria, desde pequeña, le gustaba ayudar con tareas de la casa y cuando estaba de buen humor siempre colaboraba. Pero había días en que se encerraba en su cuarto y rehuía cualquier contacto con sus padres.
Poco antes de levantarse de la mesa Diego hizo un comentario sobre la sesión de juegos que acababa de cerrar: “Hoy tuve un buen día. Si tuviera al menos cinco días como tuve hoy en un solo mes nuestra vida sería tan distinta. Pero, ya saben, tiene que darse una combinación muy especial. No es todo suerte”. Siempre que tenía oportunidad de hacerlo le gustaba decir que las apuestas no eran “solo cuestión de suerte”, como mucha gente pensaba. Necesitaba demostrarles a los demás que tenía él tenía algún mérito. Que tenía experiencia y conocimientos, y que eso era lo más importante de todo. “Sé que tengo que seguir refinando mi estrategia. Estoy cada vez más cerca de encontrar el punto justo para ganar de forma consistente. Ya falta cada vez menos”.