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No era la primera vez que aterrizaba en el aeropuerto de Las Vegas. Tampoco era la primera vez que visitaba la ciudad con sus amigos apostadores. Este era solo uno más en una larga serie de viajes de apuestas que habían empezado a hacer hacía más de 10 años. El primer viaje a “La ciudad del pecado” había sido cuando Diego tenía 18 años, poco después de cumplir la mayoría de edad. Como tantos otros de sus amigos, durante años él también había soñado con el momento en que tendría la edad suficiente para apostar legalmente en la ciudad de los casinos. En ese primer viaje no había llevado más que unos 200 dólares para gastar en apuestas. Gracias a un golpe de suerte durante el último día, al final del viaje logró regresar con más de 2000 dólares. Este viaje, sin embargo, era totalmente distinto. Iba a jugar por un pozo en premios millonario. Este viaje, literalmente, podía llegar a cambiarle la vida.
Después de pasar el control internacional en el aeropuerto pidieron un auto con la aplicación de Uber. En las cercanías del aeropuerto McCarran había más de 10 coches esperando por una solicitud de viaje. Leonardo eligió el primero de la lista, sin prestar demasiada atención al nombre del conductor ni al modelo del auto. Diez minutos después llegó el coche: un Honda Civic bastante nuevo, color blanco.
-Good morning! So, we're going to the “Flamingo”, right?
-Hello sir! That's right –respondió Leonardo.
-Let me guess... are you playing the poker tournament?
-Eh... yes –dijo Leonardo, tímidamente.
-That's great! I like poker too, you know?
-Oh, good.
El conductor se dio cuenta enseguida de que Leonardo no estaba de humor para conversar. Durante un buen rato siguieron en silencio, sin otro sonido que la música de fondo que sonaba en la radio. Cada uno estaba en su propio mundo: chequeaban cosas en sus celulares o miraban el paisaje mientras se acercaban cada vez más a la calle de los casinos en Las Vegas Strip.
A mitad del viaje, Sebastián empezó a observar el interior del auto con un poco más de detenimiento. Sentía la necesidad de inspeccionar el interior del techo, el tapizado, las terminaciones. Por alguna extraña razón, le gustaba contemplar los pequeños detalles de todos los autos en los que viajaba. Como él mismo también era chofer de Uber en México, nunca dejaba pasar la oportunidad de opinar sobre la actividad de la empresa en distintas partes del mundo:
-¿No les dije que los coches Uber de Las Vegas son de lo mejor? -exclamó Sebastián, en voz baja.
-Le agradezco señor –dijo el conductor del coche.
Sebastián no esperaba una respuesta de parte del conductor.
-¡Ah, habla español! Nunca lo hubiera imaginado.
-Eh... solo un poquito –comentó el chofer, mirando a Sebastián mientras sonreía por el espejo retrovisor-. ¿Por qué nunca lo hubiera imaginado?
-No sé... simplemente no lo hubiera imaginado. Tal vez por... ¿su nombre?
-Jaja, no tengo un nombre para nada latino, ¿verdad? “Amir Mustafa”. Cuando la gente escucha mi nombre lo último que imagina es que puedo entender español.
-No... la verdad es que no. ¿Y cómo llegó a Las Vegas?
-Igual que ustedes. Por apuestas. Vine cuando tenía unos 30 años. Era profesional del juego. Apostador profesional.
-¿Y qué sucedió?
-Lo que nos sucede a todos. Perdí. Lo perdí todo.
-¿Mucho dinero? -preguntó Diego, sumándose a la conversación.
-El dinero fue lo de menos. Perdí mi casa, mi familia... todo lo que quería.
Diego y sus dos amigos se quedaron en silencio. Realmente no sabían qué decir. Les hubiera gustado poder consolarlo, pero ninguno de los tres se animó a decir una sola palabra para continuar con la conversación.
-Así es, mis amigos. El juego es peligroso -dijo Amir, continuando desde donde había dejado-. Pero eso ya lo deben saber muy bien... porque, lo saben, ¿no?
-Claro, sí, claro que lo sabemos. Pero somos muy prudentes para jugar. Tenemos mucha experiencia con apuestas online –explicó Sebastián.
-Okay, espero que les sirva. Ojalá que les vaya bien. Que puedan retirarse a tiempo. No cometan el mismo error que cometí yo. Empezar a apostar es muy fácil, pero dejar de hacerlo es increíblemente difícil. Y cuanto más se gana, más difícil es dejarlo.
-Bueno, pero para nosotros el juego es una inversión de dinero. No lo es todo -agregó Diego.
-Jaja, una “inversión de dinero”. Es exactamente lo mismo que yo decía. Háganme caso: consigan un trabajo de verdad. Esto es una trampa.
Cuando volvieron a mirar por la ventanilla se dieron cuenta de que ya estaban en Las Vegas Strip. Bajaron del auto en la puerta del monumental hotel y casino “Flamingo”, no sin antes dejarle una generosa propina al chofer.
-Qué buen ojo que tengo para elegir conductores, ¿no? -bromeó Leonardo, mientras ingresaban al hotel por la puerta principal.
-Lo único que espero es que esto no nos traiga mala suerte -dijo Diego, con rostro serio.
Leonardo se acercó a la mesa de entrada del hotel y le dijo a la empleada que tenía una reserva de tres habitaciones a nombre de “Leonardo Chan”. La chica llamó a un compañero, quien guió a cada uno de los amigos a sus respectivas habitaciones (las tres estaban en el mismo piso, una junto a la otra). Como los tres estaban un poco cansados, decidieron tomar una siesta y reencontrarse un par de horas más tarde en el hall del hotel para comer el almuerzo. Eran apenas las 10.45am, por lo que tenían poco más de una hora para descansar hasta que se habilitara el restaurant principal con su carta de almuerzos. Comer en el “Flamingo” no era lo más barato del mundo, pero la entrada que había ganado Leonardo incluía varios cupones de descuentos y hasta comidas y bebidas gratis en los distintos restaurantes del complejo. Las comidas gratis obviamente las iban a aprovechar, pero pasarían de largo del alcohol. Era muy raro encontrar a un jugador de póker que bebiera alcohol. Todos sabían que beber iba en contra de sus propios intereses: nublaba sus pensamientos y les impedía jugar a su máximo nivel.
A las 12.09pm los tres se encontraron en el hall del hotel. El restaurant principal del Flamingo era algo que desbordaba lujo por donde se lo mirara. Ninguno de los tres estaba a acostumbrado a comer en sitios así. Al mediodía el salón, por lo general, funcionaba a media capacidad. Es decir, una parte del restaurant estaba inhabilitada (recién se daba de alta por la noche, a la hora de la cena, que era el momento en que el restaurant funcionaba de forma plena). Había candelabros, arañas y luces lujosas, manteles de seda. La cubertería también era de otro mundo: copas de cristal y cubiertos de plata. Era como si estuvieran por almorzar en el palacio de algún rey. Por un momento, Sebastián estuvo a punto de sugerir que tal vez fuera mejor que almorzaran en otro sitio. Era evidente que tanto lujo lo incomodaba.
En la recepción, Leonardo -quien era el que hablaba mejor inglés- preguntó si podían sentarse en cualquier lugar o si debían esperar a que el maître los ubicara. La recepcionista le dijo que podían sentarse en cualquier mesa que estuviera dentro del área habilitada para almuerzos. Después de inspeccionar cuáles eran las opciones disponibles decidieron sentarse en una de las mesas más alejadas de la entrada. Era una mesa común para cuatro personas, con todos los cubiertos ya dispuestos. Los tres se sentaron lentamente, con un miedo oculto de equivocarse o de hacer algo incorrecto. Luego esperaron unos minutos hasta que el camarero se acercara. Al verlo acercarse, Leonardo inmediatamente tomó su credencial del torneo y la exhibió ante los ojos del empleado. Según había leído en las condiciones del premio que había ganado, tanto él como sus invitados -Diego y Sebastián- tenían derecho a consumir un menú completo para cada comida del día (almuerzo y cena). La mayor sorpresa fue enterarse en ese mismo momento de que la bebida también estaba incluida en el paquete completo que habían ganado. Eso quería decir que no tendrían que gastar un solo centavo en comidas (sacando las propinas para los camareros). Una vez pidieron sus platos, Sebastián comentó en voz baja:
-Creo que ya el solo hecho de ganar una invitación para comer aquí justifica el viaje a Las Vegas. Jamás me había sentado en un sitio con semejante lujo.
-Okay, no te adelantes aún. Ni siquiera has probado la comida -dijo Leonardo-. Espera un poco antes de dar una opinión completa.
-Bueno, aún no puedo opinar de la comida, pero el sitio es increíble. Si la comida es al menos la mitad de buena que la ambientación que tienen voy a estar más que satisfecho.
-No es posible que la comida de un lugar así sea mala -intervino Diego-. Todos los días reciben a decenas y decenas de invitados de lujo. La cocina tiene que ser excelente. No hay dudas de eso.
El camarero les había ofrecido champagne, pero los tres prefirieron tomar bebidas sin alcohol. Se sugería dejar de lado las bebidas alcohólicas al menos dos o tres días antes (en el caso de Diego podían llegar a ser hasta siete días sin alcohol). No todos los jugadores seguían este consejo, pero los que eventualmente terminaban ganando algún premio grande casi siempre estaban perfectamente sobrios (usualmente, desde días antes del comienzo del torneo). Este apenas era uno más de una lista interminable de pequeños trucos que los tres habían ido aprendiendo con el pasar del tiempo. Eran consejos que nadie divulgaba en libros o revistas, pero que circulaban entre los jugadores que ganaban cierta cantidad de dinero en apuestas. Algunos de los consejos y recomendaciones eran bastante fáciles de seguir, pero otros podían ser un gran desafío. Había uno en particular -el de ejercitarse a diario- que a los tres les costaba por igual. Hacía años que habían escuchado que correr o hacer ejercicio aeróbico era muy bueno para los apostadores. Además de los beneficios cardiovasculares, los aficionados al juego solían decir que correr todas las mañanas los ayudaba a controlar su ansiedad y estrés. Lo cierto es que ni Diego ni ninguno de sus dos amigos tenían el menor interés en hacer la prueba.
La comida fue más abundante de lo que imaginaban. Fue un menú completo en cinco pasos, incluyendo un postre exageradamente generoso. Como se trataba de una experiencia que no se iba a repetir muy a menudo, los tres decidieron seguir comiendo incluso después de estar completamente saciados. No podían darse el lujo de desperdiciar comida de semejante nivel. Cuando se levantaron de sus asientos se dieron cuenta de que eran más de las 2 de la tarde. Habían pasado más de una hora y media comiendo un plato tras otro. Luego de la comida tomaron una nueva siesta -que terminó prolongándose hasta pasadas las 6pm- y salieron a recorrer el centro comercial (Downtown Las Vegas).
No era la primera vez que recorrían Fremont Street, por lo que ya estaban acostumbrados al desborde y la extravagancia de esa calle del centro de Las Vegas. Cada vez que pasaban cerca de alguna de las chicas ligeras de ropa que había en la calle, Leonardo los hacía detenerse para apreciar el “mini-show”.
-Vamos, Leo. Son las mismas chicas de siempre. ¿Para qué quieres volver a verlas?
-Puede que sean las mismas chicas, pero este es otro momento. Déjame tranquilo. Si quieres sigue adelante con Diego. Yo me quedaré un rato aquí. No hace falta que me esperen.
Diego sabía muy bien qué era lo que iba a suceder después: Leonardo iba a empezar a insistir con ir a uno de los clubs de strippers. Diego se iba a negar, y Sebastián no iba a saber qué hacer (si ir o no ir). Siempre que viajaban a Las Vegas pasaban por lo mismo. Leonardo era el eterno soltero, por lo que en cada viaje estaba dispuesto a una nueva aventura. Sebastián, en cambio, a veces estaba en pareja y a veces soltero. Según el momento de su vida que estuviera atravesando podía estar más cerca de Leonardo o de Diego. En el caso de Diego, él sí siempre se negaba a ir a clubs nocturnos: tenía un compromiso irrenunciable con Natalia. Aunque más de una vez podría haber acompañado a sus amigos a uno de los clubs sin que sucediera nada, prefería evitar la tentación por completo. Nunca sabía qué era lo que podía llegar a suceder en la compañía de Leonardo.
Leonardo se quedó unos minutos en la puerta de uno de los clubs más populares de Las Vegas. Luego se dio vuelta y les dijo a sus amigos que iba a entrar. Les preguntó: “¿Me acompañan o siguen sin mi?”. Los dos se miraron durante unos momentos. Por su mirada, estaba claro que Sebastián acompañaría a Diego según lo que él decidiera. Diego dudó mucho, pero al final dijo: “Okay, te acompañamos”. Finalmente, había llegado el día en que iba a romper su promesa de jamás entrar a un club nocturno. Pensó que podía ser una buena manera de poner a prueba su disciplina. “Con esto voy a demostrarme qué tan fuerte es mi relación con Natalia”, se dijo a sí mismo, mientras entraba al club con sus amigos. La línea de pensamiento que estaba siguiendo en ese momento no tenía la menor lógica. De hecho, sabía muy bien que era una estupidez hacer lo que estaba a punto de hacer. Pero, así y todo, decidió seguir adelante.
El club cobraba una entrada de 50 USD ya solo para poder ingresar. A Sebastián y a Diego eso no les gustó en lo más mínimo. Como Leonardo vio el descontento en el rostro de sus amigos, antes de que tuvieran tiempo de decir nada ofreció pagar sus entradas. Ahora sí no tendrían excusas para acompañarlo a los espectáculos nocturnos. Les dijo: “Yo los invito a la entrada. Ustedes me invitan las bebidas, ¿les parece?”, dijo en tono cómplice. Si se los hubiera dicho antes probablemente hubieran preferido pagar sus propias entradas (les hubiera salido más barato que pagar las bebidas de su amigo durante toda la noche).
El club tenía dos pisos con shows temáticos, solamente para adultos. A medida que iban caminando Diego miraba con una mezcla de vergüenza y timidez. Sentía que si llegaba a mirar un poco más de la cuenta podía tentarse, y sabía que todo terminaría mal. Leonardo se dio cuenta enseguida:
-Hey, Diego. ¿Por qué caminas con la vista en el suelo? ¿Tienes miedo de tropezarte o qué?
-Está muy oscuro aquí. Tampoco hay demasiado para ver -respondió enseguida, seguro de sí mismo.
-Jaja, ¿que no hay nada para ver? -preguntó Leonardo, señalando con la mirada a las chicas que ya estaban bailando sobre el escenario.
-Ocúpate de tus asuntos... -dijo Diego, empezando a enojarse.
-Vamos, Diego. Es una broma. Aprovecha que aquí no te ve Natalia. Este es tu momento.
Fue entonces cuando se le cruzó la idea por la cabeza. Se le ocurrió que podía estar con cualquier chica en Las Vegas, y que Natalia jamás se iba a enterar. Técnicamente, podía contar con que ninguno de sus dos amigos le contaría. O, en caso de que no confiara totalmente en ellos, siempre estaba la posibilidad de estar con otra mujer y no contarle a ninguno de ellos. Pensó que en la “Ciudad del Pecado” debía haber muchísimas mujeres interesantes. De hecho, desde que había llegado ya había visto a varias chicas en el hotel que le habían parecido muy lindas. Pero recién ahora se animaba a admitirlo. Sentía que ni siquiera se podía permitir mirar a otras mujeres. “Leonardo tiene razón. Aquí no me ve Natalia. No tiene por qué enterarse. Es solo un viaje de diversión con amigos. ¿Qué puede haber de malo con estar con otra mujer, si es solo una vez?”, pensó mientras miraba a su alrededor, en busca de chicas atractivas.
Sebastián, por su parte, ya estaba hablando con un grupo de tres chicas sentadas en una mesa. Por el modo en que sonreían y por lo animadas que estaban era obvio que las tres trabajaban allí. Hablaban a toda velocidad en un inglés con una mezcla de español latino. Cuando Sebastián decía algo las tres reían a carcajadas y lo celebraban como si estuviera contando los chistes más graciosos del mundo. Diego se acercó a la mesa con la intención de sumarse a la conversación. Luego de intercambiar algunas bromas con las chicas Sebastián se levantó de su lugar y se fue con dos de ellas. Diego se quedó conversando con la chica restante. Le dijo que se llamaba Anna y que era de Canadá. Hacía más de tres años que vivía en Las Vegas. “No es lo que más me gusta, pero está bien”, le dijo en un español medio entrecortado. A Diego le dio un poco de pena. Sintió que Anna estaba en una situación muy parecida a la que estaba él en este momento, atrapado con los casinos y los juegos de apuestas. Sin poder escapar, sin tener otra cosa a la que dedicar su vida. Por un momento pensó en ir con ella a una de las habitaciones, pero enseguida recapacitó. “Sería una estupidez. No le estaría haciendo un favor a ella ni a mi mismo. No sería justo con Natalia. Después de tantos años de fidelidad, sería una verdadera estupidez romper el pacto que tenemos desde hace tantos años. Mejor me largo de aquí”.
Tomó su abrigo y se levantó del asiento, saludando a Anna rápidamente. En un par de minutos ya estaba afuera del club. Ni siquiera les avisó a sus dos amigos. Para evitar arrepentirse y volver al club, una vez estuvo afuera llamó por teléfono a Natalia.
-¿Qué hora es en Las Vegas? Aquí es de madrugada, amor. ¿Por qué me llamas a esta hora?
-Aquí también es tarde. Pero no podía dormir -le dijo Diego-. Necesitaba hablar contigo. Saber cómo estás.
-Estoy bien amor, ¡gracias por preocuparte! -visiblemente emocionada.
-¿Ya te he dicho hoy cuánto te amo? Si no te lo he dicho, te lo digo ahora. Quiero que sigamos estando juntos toda la vida. No me dejes nunca, Nati. Por favor.
-Claro que no te voy a dejar, Diego. ¿Por qué habría de hacerlo? Dime, ¿te encuentras bien? Te escucho un poco raro hoy. Nunca me dices tantas cosas lindas.
-Perdóname. Soy muy bruto, y poco caballero. A veces no me doy cuenta de la mujer que tengo a mi lado. Perdóname.