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El día anterior al torneo, la sala de póker ya estaba lista para el evento más grande del año. Se esperaban jugadores de al menos 30 países distintos, de casi todos los continentes. Algunos habían clasificado por torneos organizados en el Flamingo o en otros casinos grandes de otros países. La mayoría, sin embargo, había obtenido su entrada a través de algún torneo online. Mientras recorría el casino y hotel “Flamingo”, Diego se entretenía intentando adivinar quiénes podrían llegar a ser sus contrincantes en el torneo. Si aparentaba tener menos de 30 años y llevaba gorro había muy buenas posibilidades de que estuviera allí por el torneo de póker (especialmente si también llevaba puestos auriculares). Resulta que los jugadores de póker tienen una forma de vestirse más o menos típica. En su grupo, Leonardo es el único de los tres que sigue ese estilo de vestimenta. Diego y Sebastián se visten de forma casual, sin seguir ningún estilo en particular.
A diferencia de lo que sucede en otros juegos de apuestas, los que se dedican al póker no tienen problemas en socializar con otros competidores antes del torneo. Es una buena forma de romper el hielo y de reducir los nervios acumulados hasta el día del evento. Las conversaciones suelen ser de cosas triviales, sin ninguna relación con estrategia de póker o algo similar. A los tres les sorprendió bastante encontrar a varios jugadores de Latinoamérica, y a dos de España:
-¿Es la primera vez que vienes al Flamingo? -le preguntó Diego a uno de los españoles.
-No es la primera vez que venimos, aunque este es el primer torneo grande en el que participamos.
-¿Qué es lo que más les gusta de la ciudad? Además de los casinos, claro -dijo Diego, sonriendo con complicidad.
-En el Strip, los casinos y espectáculos. Siempre que venimos por aquí vemos al menos un show. Y, en Downtown, nos gusta mucho el Container Park. Seguramente lo conocen.
-Eh... creo que no. La verdad es que no hemos estado mucho por la zona del Downtown. Voy a tomar nota: “Container Park”. Gracias por el dato.
-Por favor, no hay por qué -exclamó Diego, sonriendo-. Espero que puedan ir. Es un muy lindo lugar, con muchos lugares para comer y variedad de entretenimientos.
Algunos de los temas recurrentes de las charlas con otros jugadores de póker eran: cómo habían empezado a apostar, cuánto tiempo hacía que jugaban, quiénes eran sus referentes, etc. Cuando hablaban de estos temas solo compartían lo que les parecía conveniente. En ningún caso divulgaban más de lo que les parecía prudente. Es sabido que la mayoría de los jugadores profesionales de póker tiene muy buena memoria, por lo que no era buena idea “hablar de más”, como se suele decir. En general, los jugadores buscaban oportunidades de socializar, pero sin dar información que pudiera llegar a jugarles en contra a la hora del torneo. Nunca se podía saber con quiénes terminarían compartiendo la mesa de juegos.
A Diego no le cansaba repetir la misma historia una y otra vez. Siempre que surgía la oportunidad contaba cómo se había iniciado en el mundo de las apuestas:
“Cuando era chico mi padre era apostador profesional. Bueno, aún sigue apostando y jugando por dinero, aunque no tanto como antes. Yo sabía que a veces mi padre ganaba bastante dinero con las apuestas, aunque a veces también perdía todo lo ganado. Alrededor de mis 15 años encontré en casa un libro de estrategia de póker, de mi padre. Me puse a leerlo y a estudiarlo de forma obsesiva y, al cabo de algunos meses, había aprendido lo suficiente como para ganar prácticamente todas las partidas que jugaba con mis compañeros de escuela. Seguí jugando póker en vivo durante varios años y, de a poco, también fui introduciéndome en el mundo del póker online. Al principio -como no tenía dinero- jugaba en salas de póker con fichas virtuales, sin valor real. Me llevó un tiempo acostumbrarme a las diferencias entre el póker en vivo y el póker online, pero después de eso era capaz de jugar y ganar dinero en cualquiera de las dos modalidades. Después del póker online siguieron otros juegos de apuestas en casinos, apuestas en carreras de caballos (junto a mi padre), y también apuestas en otros deportes”.
Cuando les hablaba a otros apostadores sobre su padre jugador sentía una extraña sensación de orgullo, algo que nunca experimentaba al hablar de su padre. De hecho, por lo general, siempre era todo lo contrario. Si cualquier otra persona -alguien sin relación con el mundo de las apuestas- le preguntaba sobre su padre, su trabajo y sus habilidades, Diego evitaba mencionar las palabras “apuestas” o “juegos por dinero”. Frente a cualquier persona le daba mucha vergüenza e incomodidad hablar sobre su padre apostador. Pero en el casino, había muchos otros jugadores profesionales. En ese contexto no se sentía avergonzado, si no orgulloso.
Al hablar sobre su experiencia personal en el mundo del póker y de las apuestas, le resultaba evidente que había algo que le entusiasmaba especialmente: el deseo de seguir mejorando su estrategia y de competir contra jugadores más importantes, o en casinos cada vez más grandes. Eso era lo que mantenía encendida su llama y lo llevaba a ir en busca de nuevos desafíos. Bueno, eso y su familia. Sin importar por dónde empezara, cuando hablaba sobre su motivación para apostar y ganar más dinero siempre terminaba hablando de su familia. Siempre terminaba mencionando a Natalia y a Valeria, su esposa e hija. Sin ellas no tendría razones para seguir apostando y esforzándose tanto para ganar una cantidad de dinero suficiente como para poder cambiar su vida de una vez y para siempre. Ellas eran la razón por la que seguía eligiendo levantarse temprano, cuando podría perfectamente seguir durmiendo durante toda la mañana. Le daban a su vida una sensación de propósito y un motivo importante para intentar cambiar su realidad. Porque quería cambiar. Quería cambiar su profesión, su realidad, su vida. Todos lo sabían. Pero para eso necesitaba ganar el dinero suficiente para poder dejar las apuestas de una vez y para siempre. Eso se había convertido en su nueva obsesión.
Después de hablar de su vida personal y de las motivaciones que lo llevaban a seguir apostando, Diego aprovechaba para preguntarles a los demás cuáles eran las razones por las que ellos apostaban. La más frecuente era la que todos se pueden imaginar: el dinero. Si no fuera por el dinero, la mayoría de los jugadores de póker se dedicarían a otra actividad. “No veo nada de malo en eso”, le había dicho Juan Carlos, de Colombia. “Casi todo el mundo elije sus profesiones por el dinero. Eso es lo que a todos le importa en primer lugar. No creo que sea algo malo. La gente debe ganar dinero, ¿no? Me parece que tiene sentido buscar las profesiones que dejan más dinero. Como jugar al póker”. Para muchos jugadores, otra de las razones por las que decidían dedicarse al póker era por la posibilidad de poder viajar a cualquier parte del mundo y “trabajar” desde su computadora. A algunos les resultaba un poco incómodo referirse al póker como su “trabajo” o como su “profesión”. La forma más usada de evitar dar detalles sobre el tema era decir que trabajaban “por Internet”, o que “ganaban dinero online”. Hoy en día era cada vez más común escuchar sobre gente que trabaja por Internet o que tenía negocios online. De esa forma, le daban a la gente el beneficio de la duda. Podían pensar que eran programadores, emprendedores o diseñadores.
Los altos y bajos eran muy comunes en la vida del jugador de póker. Solo los que lograban desarrollar una disciplina de hierro eran capaces de mantener una situación económica estable, sin altibajos. Para el resto, lo usual era pasar por épocas en las que había dinero de sobra y otras en las que apenas tenían lo necesario para jugar en salas online por unos pocos centavos. La diferencia siempre estaba en la capacidad de auto-control del jugador. La mayor tentación era seguir apostando una vez habían ganado una suma suficiente, o “tomar revancha” al perder mucho dinero en una mesa online. Ganar un poco de dinero y retirarse: ese era el objetivo que todos perseguían, pero pocos alcanzaban. El secreto estaba en no dejarse atrapar por el deseo de recuperar lo perdido, o de jugar más dinero del que uno podía arriesgarse a perder. Todos sabían esto en la teoría, aunque los que lo ponían en práctica de forma consistente eran solo unos pocos. La mayoría pasaba por períodos en los que apostaba de forma inteligente, y otros en los que perdían grandes sumas.
Una habilidad clave que Diego veía en la mayoría de los apostadores que tenían cierto éxito en los juegos de apuestas, era la capacidad para determinar contra quiénes les convenía jugar. En el caso de los jugadores de póker, gran parte del éxito tenía que ver con el modo en que seleccionaban las mesas online en las que participaban. Como el objetivo del póker es ganar más dinero que los otros jugadores con los que se compite, tiene sentido intentar competir con aquellos que tengan menos habilidad que uno mismo. Si los otros jugadores tienen menos conocimientos de estrategia o tácticas de apuesta es mucho más sencillo sacarles algún tipo de ventaja en una situación de juego. En el día a día, lo usual era que los expertos buscaran a los novatos, a aquellos que apostaban de forma ocasional pero que no se dedicaban a estudiar el juego en profundidad. De esa forma se aseguraban una ventaja suficiente para terminar el día de juegos con una diferencia positiva.
Diego sabía mejor que nadie la enorme diferencia que podía hacer el estudio del juego. Fue así como él mismo se inició en las apuestas profesionales: leyendo libros de táctica y venciendo a sus compañeros de escuela (quienes no habían leído nada en absoluto). Con el tiempo, esa diferencia tendía a aumentar más y más. Los únicos momentos en los que los profesionales se enfrentaban entre sí era en torneos online o torneos presenciales. En situaciones de torneo, las rondas de apuestas se volvían increíblemente sutiles. Había decenas de detalles que pasaban desapercibidos a cualquier jugador inexperto. Así y todo -por las características del juego- a veces los que tenían más conocimientos y dominio en el juego no eran quienes terminaban ganando. A diferencia de otros juegos, como el ajedrez, en el póker había una parte considerable que quedaba librada a la suerte y al azar.
Aunque Diego conocía el perfil típico de los jugadores de póker, cada vez que participaba en un torneo le gustaba comprobar si se mantenía igual o si cambiaba de alguna manera. En este torneo en particular se repetía la misma tendencia que venía viendo desde hace años: la mayoría de los jugadores eran hombres y tenían entre 18 y 30 años. Al conversar con ellos descubrió también que casi todos eran solteros y que se dedicaban al póker de forma profesional (lo que no le llamaba la atención). Algunos estaban en pareja -usualmente con otra persona que apostaba-, aunque era raro encontrar a alguien casado. Por alguna razón los profesionales del póker preferían mantenerse alejados del matrimonio. Aunque, tal vez, eso tenía que ver con la edad de los jugadores. Últimamente, se hablaba bastante de lo que había bajado la tasa de matrimonios entre los jóvenes (no solo entre los apostadores, si no en el mundo en general). Al pensar en eso, Diego se decía a sí mismo: “Creo que eso es algo bueno para el planeta. No necesitamos más apostadores. Todo lo contrario”.
Desde su adolescencia Diego sentía una fuerte ambivalencia con respecto a su actividad como jugador de póker. Le encantaba poder ganar mucho dinero en muy poco tiempo y no tener que trabajar como todo el mundo. También le gustaba el esfuerzo intelectual que debía hacer para aprovechar al máximo sus cartas y “leer” la dinámica de la ronda de apuestas. Eso siempre era un desafío y era una de las cosas que más le fascinaban del póker, en particular. Pero, al mismo tiempo, había cosas que no le gustaban. Una de las principales era que, en el fondo, no le gustaba quitarle el dinero a gente que tenía menos experiencia que él. De tanto en tanto, con Leonardo charlaban -o, mejor dicho, discutían- en torno a ese tema. En Las Vegas, Diego volvió a sacar el asunto:
-No sé por qué dices que les quitamos el dinero. Personalmente, yo no lo veo así -argumentó Leonardo.
-A ver... dime entonces, cómo lo ves.
-No me parece justo decir que hay alguien que quita y otra persona. Yo lo veo más como un servicio.
-¿Un servicio? ¿Un servicio de perder dinero? No sabía que le llamaban servicio.
-No, ese no es el servicio del que hablo. Me refiero a otra cosa. Un servicio de entretenimiento.
-¿Entretenimiento? -preguntó Diego, asombrado.
-Sí, entretenimiento. Eso fue lo que dije.
-A ver, explícamelo un poco mejor.
-No hace falta que te explique tanto. Tú ya lo sabes muy bien. Lo llamo entretenimiento porque le damos a la gente la oportunidad de pasar un rato agradable con gente que conoce más sobre el juego. Es como si un tenista amateur pagara por jugar con Roger Federer.
-¿Quién pagaría para que lo destrocen en una cancha de tenis?
-Estoy seguro de que mucha gente -respondió Leonardo, convencido de sus palabras.
-Entonces, ¿dices que la gente paga para perder dinero con nosotros porque quiere pasar un rato agradable?
-Sí, se podría decir...
-No me convence demasiado como argumento, pero es posible que sea así.
-No importa que te convenza o no. La realidad es la realidad, te guste o no.
Tal vez Leonardo tenía razón. Quizá debía adoptar ese mismo punto de vista, para poder apostar de forma frecuente por Internet en mesas en las que había jugadores inexpertos. Durante años se había negado a generar dinero a costa de otros jugadores de póker con menos experiencia. Leonardo y otros de sus amigos solían jugar todos los días y obtenían la mayor parte de sus ingresos a partir del póker online. Pero Diego simplemente no podía hacerlo. Por épocas solía jugar algunas semanas en esas mesas, pero al cabo de un mes o dos como máximo no podía seguir haciéndolo. Sentía algo así como un cargo de consciencia. Aunque sus amigos lo alentaban a seguir jugando póker online como medio para generar su sustento cotidiano, él prefería ganar dinero por otras vías. Incluso si eso significaba sacrificar ingresos abundantes por otros más pequeños. “Hay decenas y decenas de juegos de apuestas. No tengo por qué quedarme solamente con el póker”, solía decirles.
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En toda su vida, Diego no tuvo más que un puñado de trabajos que no le duraron más que algunos meses. Tenía una facilidad especial para encontrar cosas desagradables en cualquier empleo. Trabajó como operario en una fábrica de galletas, ayudante de cocina y como vendedor en una tienda de ropa. Ninguno de estos trabajos le gustaba en lo más mínimo, por lo que al poco tiempo de empezar perdía el ánimo y el entusiasmo para contribuir con sus empleadores. Aunque la mayoría de la gente decide “soportar” los aspectos negativos de sus trabajos, a Diego eso jamás le había funcionado. “No voy a cambiar mi felicidad por un poco de dinero. Prefiero ganar menos dinero pero no tener que hacer un trabajo que me resulte horriblemente aburrido”, era su argumento preferido. Reconocía que tener un sueldo fijo todos los meses ofrecía una gran comodidad y estabilidad, pero la verdad es que eso no era algo que le preocupara especialmente. Podía pasar meses y meses sin ganar dinero, y no se iba a inquietar demasiado. Sabía que siempre podían contar con el ingreso constante de Natalia. De no ser por eso, nunca hubiera podido “dedicarse” totalmente a las apuestas.
Una de las razones por las que terminaba fracasando en sus intentos de conseguir trabajos normales, era su dificultad para tratar con otras personas. Como empleado en una fábrica o como ayudante de cocina, necesitaba contar con la capacidad para interactuar con otros trabajadores. Y eso era algo que siempre le había costado. No solo le costaba, si no que nunca había hecho ni el menor esfuerzo por tratar de mejorar ese aspecto de su vida. En las apuestas no necesitaba interactuar directamente con ninguna otra persona. En algunos juegos de casino debía compartir mesas de juego con otros apostadores, pero eso no lo incomodaba demasiado. Lo que no le gustaba era tener que hablar o “sociabilizar” con otros empleados. Por eso le gustaba el póker, las apuestas a caballos y los juegos de casino. Para poder ganar dinero en esas actividades no necesitaba desarrollar sus habilidades sociales. De hecho, podía tener éxito sin necesidad de moverse de su computadora. Desde que empezó a apostar desde su teléfono celular eso se acentuó aún más. Ahora no solo podía invertir dinero cuando estaba frente a la PC, si no que podía hacerlo en todo momento desde la pantalla de su celular.
A fin de cuentas, los juegos de casinos le ofrecían la excusa perfecta para evitar el contacto con otras personas. Cuando se sentía deprimido podía quedarse todo el día en casa, apostando desde la seguridad de su computadora. Eso era hasta más cómodo que tener que ir a un casino físico o a un lugar para apostar dinero. Entre sus amigos bromeaban con que ellos podían darse el lujo de trabajar “en pijama”, sin tener que cambiarse de ropa. Diego hacía exactamente eso, especialmente los fines de semana. Solo se cambiaba de ropa si era necesario algo urgente y si ni Natalia ni Valeria podían ir a comprarlo. Con los años las dos habían terminado habituándose a esta dinámica familiar. Diego era el que menos trabajaba en la familia, pero era a quien las dos debían servir continuamente. Él no se los pedía, pero tampoco hacía nada para cambiarlo. Se sentía muy cómodo. Al ver que su esposa y su hija lo atendían y consentían, se sentía al menos un poco importante para dos personas en el mundo. Y con eso se conformaba. La mayoría de los días eso era más que suficiente para alegrarle la existencia.