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Capítulo 10

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“Si hago fold en esta mano tengo la oportunidad de volver a intentarlo en la siguiente. No hay apuro por terminar el torneo ya mismo. Ya sé que el segundo premio me daría un montón de dinero, pero, ¿por qué conformarme? No me parece bueno conformarme con menos de lo que merezco”, pensaba Diego, sin terminar de decidir si hacer fold y retirarse de la mano, igualar o aumentar la apuesta. Si quería hacerlo podía encontrar una buena justificación para cada uno de esos caminos. La pregunta era -dada la situación en particular en que estaba en este momento- cuál de las tres jugadas le daría las mejores posibilidades de hacerse con el título. Después de analizar la mesa y su mano durante unos segundos más finalmente se dijo a sí mismo que lo mejor era retirarse. A lo largo de su carrera como jugador de póker, se había arrepentido muchas más veces de haber igualado o aumentado. Si se retiraba a tiempo lo peor que podía pasar era dejar pasar una buena oportunidad. Y lo mejor era que podía evitar verse envuelto en una ronda de apuestas con muy malas cartas.

Marina tenía la ventaja en fichas, como venía sucediendo desde la segunda ronda del torneo. Estaba claro que tenía una estrategia de juego muy precisa y una gran cantidad de experiencia. Era extremadamente difícil encontrar una debilidad en su juego. Esa era uno de los desafíos más grandes de Diego en este momento. Ninguno de sus dos amigos tampoco había sido capaz de aportarle algún tipo de información adicional sobre la forma en que jugaba la chica argentina. Cuando se encontraba en situaciones así no tenía más remedio que echar mano de su intuición y dejar de lado cualquier tipo de plan predefinido (ya que no tenía plan alguno).

La mano siguiente iba a ser la última del torneo. Cuando recibió sus cartas pensó que tendría que retirarse sin siquiera igualar la apuesta de su contrincante (en esta mano Marina era quien debía hacer la apuesta inicial). La pareja 6 6♣ no era nada del otro mundo -especialmente en la final de un torneo internacional. Así y todo, era posible que Marina no tuviera ni siquiera eso. Las cartas de la mesa mostraban 6 10♠. Ya en este momento, Diego ya estaba formando una “pierna” (tres cartas iguales): 6 6 6. Se preguntaba cuál sería la probabilidad de que Marina tuviera también dos 10. Sin dudas, era muy baja. Diego igualó y aumentó ligeramente la apuesta. La siguiente carta fue una Q♠. La mesa ahora mostraba: 6 10 Q♠. Había probabilidades de que Marina estuviera formando una escalera. Marina aumentó la apuesta. Diego, a su vez, igualó y aumentó por una buena suma. Marina decidió seguir. La siguiente carta fue exactamente la que Diego estaba esperando el último 6 que le faltaba para completar un póker. Marina volvió a aumentar, en un intento desesperado de ahuyentar a su contrincante. Pero Diego sabía muy bien qué era lo que ella estaba tramando. Como tenía la seguridad de que tenía la mano ganadora, decidió aumentar solo un poco más. Su estrategia funcionó, ya que Marina igualó y volvió a aumentar. Diego igualó antes de llegar a ver la anteúltima carta: una J♥. Luego se descubrió la última carta (un 6♦). La mesa quedó armada con 6 10 Q J 6♦. Marina, inmediatamente subió la apuesta. Diego fue “all in”. Era ahora o nunca. Fue entonces cuando se dio cuenta de que Marina podía llegar a tener una escalera real (lo que superaría a su póker). Todas las miradas estaban sobre las manos de Diego y de Marina, y sobre la pila de fichas sobre el centro de la mesa. El encargado de supervisar el juego le pidió a los dos competidores que mostraran sus cartas. Diego mostró su par de 6 6. Marina tenía A K♠. Era una escalera, pero no una escalera real. Diego no lo podía creer. Había ganado el torneo.

Los minutos que siguieron a la victoria fueron súper intensos, llenos de ansiedad. Recuerda especialmente la mirada feroz de Marina al ver que con sus dos 6 6 había superado la escalera que tenía en sus manos (y con la que creía se llevaría el torneo). Luego siguieron las fotos: flashes por todas partes, el anuncio del premio, la ceremonia y las entrevistas. Toda su vida Diego se había sentido muy cómodo manteniendo un perfil muy bajo. Si había algo que le resultaba incómodo era el tener que hablar en público y contestar preguntas. Pero, en este caso, no tenía opción.

-¿Qué harás con todo el dinero del premio? -le preguntó un periodista español.

-No lo sé... usarlo de forma inteligente, espero -respondió Diego, secamente.

La verdad es que aún no lo había pensado. Tenía varias ideas, pero aún no se había decidido por ninguna de ellas. Sabía qué era lo que no haría con el premio: invertirlo en apuestas. La idea de invertir el dinero le parecía totalmente razonable, pero esta vez no jugaría el dinero en apuestas. Había otras opciones de inversión mucho más sensatas. Después de pasar más de 15 años apostando, finalmente había entendido que los juegos de casinos tienen un riesgo demasiado alto. Este riesgo, sin embargo, no tiene que ver con el dinero. Se trata del riesgo de perder a la propia familia, a los seres que uno aprecia. Las apuestas lo habían alejado mucho de Valeria y Natalia. No podía continuar dándole este ejemplo a su hija. Después de un gran trabajo interno, había llegado a la conclusión de que esto era simplemente inaceptable. Debía cambiar su estilo de vida para siempre. Dejar de apostar de una vez y para siempre.

Al terminar las entrevistas se reencontró con sus dos amigos. Los dos lo felicitaban y abrazaban como nunca antes. Diego se preguntaba si era porque realmente se alegraban de que haya ganado, o si era porque estaban contando con que su amigo compartiría con ellos una parte generosa. Sea como fuera, a Diego le alegró poder compartir este momento con ellos. Después de todo, sin ellos no hubiera podido lograrlo. Su esposa y su hija también habían influido poderosamente para que se esforzara al máximo en ganar el evento.

Antes de salir del torneo llamó por teléfono a Natalia:

-Hola, amor. ¿Cómo estás?

-Bien, amor. ¿Y tú? ¿Cómo siguió todo por allí?

-Tengo buenas noticias...

-No me digas que... -dijo Natalia, antes de que Diego pudiera completar la oración.

-Sí, ¡gané el torneo! ¡Ganamos el premio más grande! Un millón y medio de dólares.

-¿De veras? ¿Un millón y medio? -le preguntó a su esposo, sin poder creerlo.

-Eso mismo. Como se deben pagar impuestos y otros gastos no será exactamente esa cifra, pero será más de un millón, con seguridad.

-Sea como sea, es muchísimo dinero. Estoy muy orgullosa de ti.

Después de hablar con su esposa, Diego sintió una sensación extraña. Tenía la impresión de que Natalia -en el fondo- no estaba tan contenta con lo que había sucedido. Era comprensible. En todos estos años había visto decenas de veces cómo Diego ganaba premios abundantes y cómo volvía a perderlo todo. Un premio de seis cifras no le duraba más que un mes. Cada vez que ganaba un premio en dinero tenía la necesidad de “reinvertir” el dinero en algún otro juego de apuestas. A veces volvía a ganar, pero -por lo general- siempre terminaba con un balance negativo. Las apuestas eran impredecibles: así como podía ganar decenas de miles, también podía perderlos. Sabía que Natalia tenía miedo. Temía que vuelva a perderlo todo, y tener que volver a empezar el mismo camino una vez más (para luego volver a perderlo todo).

Diego era consciente de que -si no administraba bien su dinero- podía llegar a perderlo. Esta vez no podía permitir que vuelva a suceder lo que ya le había pasado tantas veces. No podía dejar que el dinero se esfumara de su cuenta, como si jamás hubiera estado allí. “Si quiero resultados distintos, tengo que hacer cosas distintas. Si hago exactamente lo mismo que hice en el pasado, voy a tener los mismos resultados. Sé que es así”, pensó Diego, en un momento de lucidez. Le resultaba claro que su adicción a las apuestas era lo que estaba marcando el rumbo de su vida. Porque -aunque se empeñaba en negarlo- tenía una adicción. No le gustaba admitirlo, y buscaba todo tipo de excusas y argumentos para demostrar que su vínculo con el juego no tenía nada que ver con una adicción. Las razones típicas que usaba eran: “Los apostadores profesionales no son adictos al juego, porque se dedican a las apuestas y pueden controlarse”, o “Si sostienes a tu familia y ganas una suma consistente cada mes es un trabajo, no es un vicio”. Pero en el fondo eso no era más que un auto-engaño. Él mismo no podía controlar lo que apostaba, y tampoco ganaba una suma consistente para sostener a su familia. El verdadero sostén de su familia era Natalia. A Diego le gustaba decir que él “proveía” para su familia, pero la verdad es que lo único que “proveía” y generaba eran deudas.

La noche en que ganó el torneo prefirió no salir a festejar con sus amigos. “Si quieren, vayan y festejen en mi nombre. Yo estoy muy cansado. Me quedaré en mi habitación”, les dijo a Sebastián y a Leonardo, antes de entrar a su cuarto en el hotel. Necesitaba armar un plan para cambiar el rumbo de su vida. No solo tenía que encontrar la forma de preservar su dinero, si no también una nueva actividad. “No puedo seguir apostando. Tengo que dejarlo. Tengo que cambiar de 'carrera'. Ya fue más que suficiente. Tal vez a otras personas les funciona, pero a mi no. Tengo que buscar un cambio, lo antes posible”.

Esa noche pasó varias horas pensando, tomando notas y armando planes posibles para continuar de aquí en más. Se había propuesto no salir de su habitación sin un plan concreto y claro para cambiar su vida de forma radical. Cuando terminó de anotar las últimas ideas vio que eran más de las 2am. Había tomado notas de cómo quería que fuera su vida en distintos aspectos (dinero, familia, salud, etc.), pero sabía muy bien cuál era la prioridad número uno. Antes de irse a dormir leyó los tres primeros pasos de la lista:

  1. Dejar de apostar
  2. No malgastar el dinero ganado
  3. Buscar una nueva ocupación

A la mañana siguiente, lo primero que hizo al despertarse fue volver a leer la lista que había armado. Al ver el primer punto (“Dejar de apostar”) tuvo ganas de volver a la cama y quedarse allí durante dos, tres o seis horas más. Dejar de apostar le parecía algo inalcanzable, una misión titánica. El solo hecho de verlo escrito en una hoja ya lo llenaba de pánico. ¿Cómo podría seguir viviendo sin apostar un solo centavo? Desde que tenía 15 años, las apuestas formaban parte de su día a día (en realidad, ya desde pequeño escuchaba a su propio padre hablar de juegos y apuestas). Si no volvía a apostar, tendría que encontrar otra cosa que ocupara el centro de su vida. Fue allí cuando se dio cuenta de que su primer y tercer objetivo (“Dejar de apostar” y “Buscar una nueva ocupación”) estaban conectados. O, mejor dicho, eran un solo objetivo. Si dejaba de apostar iba a tener tiempo de buscar una nueva ocupación. Y si encontraba una nueva ocupación que le generara ingresos, ya no tendría razón para seguir apostando. Pero, ¿cuál podía ser su nueva ocupación? No tenía ni estudios universitarios ni experiencia laboral. Apenas algunos meses en la Universidad o algunos meses en algún trabajo ocasional, pero nada significativo. Tenía 36 años, por lo que ya no tenía tantas opciones a su disposición. “Bueno, tal vez no tengo experiencia, pero tengo dinero”, pensó, animándose un poco. Si bien es cierto que el dinero no puede comprar experiencia, puede darnos acceso a muy buenas oportunidades. Se le ocurrió que tal vez sus amigos podrían ayudarlo a buscar ideas de profesiones interesantes, para dedicar su tiempo de aquí en más.

Al mediodía se reunieron en el hall del hotel. Sebastián y Leonardo esperaban que su amigo -ahora millonario- los invite a un almuerzo de lujo en el hotel o en algún otro lugar especial. Pero no ocurrió nada de eso: Diego les dijo que prefería comer en el sitio de siempre, con la comida que estaba incluida en los paquetes del torneo. “No hay necesidad de gastar de más. ¿Para qué”, dijo Diego, ante la mirada sorprendida de sus dos amigos. Ninguno de los dos comprendía qué era lo que estaba sucediendo. Cuando alguno de los tres ganaba una buena suma de dinero, el ganador siempre acostumbraba a desembolsar un par de miles de dólares ya al día siguiente. Pero hoy no estaba sucediendo eso. Diego parecía más ahorrativo que nunca, y muy consciente del dinero que iba a gastar.

Cuando empezaron a almorzar Leonardo fue el primero en sugerirle cómo invertir el dinero que acababa de ganar:

-Claramente, lo mejor es invertir el premio en nuevos buy ins para torneos. O en alguna otra apuesta que deje un buen retorno. ¿Ya has pensado en qué vas a apostar el dinero?

-No voy a apostar el premio -respondió Diego, secamente-. No voy a volver a cometer el mismo error de siempre. Sería muy estúpido de mi parte.

-¿Qué quieres decir con “estúpido”? ¿Quieres decir que apostar dinero es algo “estúpido”? Te recuerdo que gracias a una “estupidez” acabas de ganar más de un millón de dólares. No te confundas.

-No me confundo -dijo Diego-. Estoy agradecido por el premio que acabo de ganar. Pero sé que las apuestas no son buenas para mi. Tal vez a ti o Sebastián les resultan, pero a mi no. Quiero probar otra cosa.

-¿Qué tal invertir en bonos o acciones? -preguntó Sebastián, que escuchaba atentamente la conversación.

-No sé si será una buena idea...

-Mucha gente que tiene dinero invierte en bonos, acciones y cosas parecidas. Podrías probar.

-Pero no tengo idea de nada de eso -dijo Diego.

-Bueno, puedes aprender. Nadie nace sabiendo.

-Mmm... no sé. Tal vez sería mejor ir por algo un poco más seguro. O al menos, algo en lo que tuviera al menos algo de experiencia -reflexionó Diego, en voz alta.

-¿Y qué tal si contratas un asesor financiero, alguien que te ayude a invertir tu dinero?

-No conozco a nadie de confianza. No quiero que me quiten el dinero. No sería la primera vez.

-Perdona que te diga esto, amigo -dijo Leonardo-, pero me parece que no te estás conduciendo de la forma adecuada. Deberías escuchar nuestros consejos. ¿Cuánto hace que nos conocemos?

-Les agradezco mucho sus consejos, de veras. Pero no estoy obligado a seguirlos. Pueden compartir conmigo todos los consejos que deseen, pero yo soy quien decide.

-Sí, claro que eres tú quien decide -intervino Sebastián-. Solo queremos que aproveches al máximo lo que acabas de ganar. Que saques un buen rendimiento del premio.

-Lo sé, lo sé. Y se los agradezco. Creo que voy a tomarme un tiempo para decidir qué hacer con el dinero.

Esas fueron las últimas palabras de Diego sobre el tema. Siguieron comiendo en silencio hasta que Leonardo sacó un tema de conversación que no tenía nada que ver con el premio millonario. Diego escuchaba la conversación y apenas intervenía. Se preguntaba cómo era posible que en menos de un día se sintiera tan lejos de sus amigos. De pronto, ya no compartía tantas cosas con ellos. Sabía que este probablemente no era el mejor momento para contarles que ya no seguiría apostando. No lo entenderían. Lo mejor era esperar al menos unos días y luego darles la noticia. Por lo pronto, la prioridad era tener menos contacto con ellos. Necesitaba distanciarse de cualquier cosa que le recordara a las apuestas. Estaba demasiado ansioso por volver a Monterrey con su esposa y su hija, pero aún debía resolver algunas cuestiones legales y fiscales en relación al premio que acababa de ganar. Según sus cálculos, recién iba a poder regresar a México el martes por la noche.

El lunes por la tarde hizo una búsqueda exhaustiva en Internet. Estaba decidido a encontrar el mejor método para dejar de apostar. El dinero no era inconveniente: ahora tenía de sobra. Si tenía que desembolsar una buena suma para poder dejar de apostar, no iba a vacilar un segundo en hacerlo. Después de una hora y media de investigación, vio que las opciones más interesantes eran:

Las cuatro se veían interesantes, pero sabía que lo mejor era elegir una. Había leído en varios sitios que mezclar dos o más métodos simultáneamente no era buena idea (y hasta podía llegar a ser perjudicial para el éxito del tratamiento). Como su objetivo era dejar de apostar lo antes posible, el método debía ofrecerle resultados rápidos. “La psicoterapia clásica y el mindfulness se ven bien, pero no sé cuánto tiempo tardarán en darme resultados. Se me hace que la terapia con hipnosis o un coaching para dejar de apostar deben ser más rápidos”. Increíblemente, en Las Vegas había una gran oferta de profesionales que ofrecían sus servicios para gente que deseara dejar de apostar. Varios de ellos trabajaban con hipnosis o combinaban técnicas de coaching para dejar de apostar de forma definitiva. Diego leyó los testimonios que había en los sitios web de varios profesionales. Finalmente, terminó decidiéndose por un coach que formaba parte de una asociación para gente que tiene adicción al juego. Diego pensó que eso le daba más seriedad y respaldo a la propuesta de ese profesional.

El tratamiento con el coach para dejar de fumar no fue para nada barato. Pero ese no era motivo de preocupación: ahora tenía dinero de sobra para pagar los tratamientos más costosos. Diego estaba tan motivado para completar el programa, que logró finalizarlo incluso antes de la fecha usual en que todos los estudiantes terminaban la experiencia para dejar de apostar. Al final del tratamiento tomó una decisión dejándose guiar por su intuición: decidió formarse como coach para él también poder ayudar a otras personas a dejar su adicción al juego. Le pareció que podía ser una excelente manera de aprovechar toda su experiencia como apostador para ponerla al servicio de algo positivo. Podía servirle para empatizar con la gente que tenía problemas para dejar de apostar. Él conocía bien ese problema, ya que lo había vivido de primera mano durante más de 15 años.

Tomar la decisión de formarse como coach, sin embargo, no fue nada fácil. Su miedo principal era la creencia de que aún no estaba preparado para ayudar a otras personas a dejar de apostar. Hacía muy poco tiempo desde que él se empezaba a recuperar como apostador. ¿Cómo podía saber que iba a ser capaz de ayudar a otros con un problema cuya solución apenas empezaba a conocer? Su coach personal terminó mostrándole que ese no debía ser un obstáculo: “¿Quién mejor que alguien que salió de su adicción al juego para ayudar a otra persona que está en una situación similar? Tú puedes entender a esa persona como nadie en el mundo. Ten confianza en ti. Tienes experiencia de sobra para hacer esto”.

De regreso en México, Diego continuó formándose como coach profesional en el área de adicciones. Como ahora sí tenía dinero para invertir, creó un programa completo para ayudar a quienes querían dejar el juego de forma definitiva. Esta vez contó con todo el apoyo de Natalia y de Valeria. Las dos estaban orgullosas de él como nadie, felices de verlo encontrar una actividad que lo satisfacía plenamente. El plan para dejar de apostar que creó fue todo un éxito, y en cuestión de meses empezó a generarle decenas de miles de dólares en ganancias, pero eso no era nada en comparación con la satisfacción de ayudar a los demás. Después de más de 15 años de dedicarse a las apuestas, finalmente Diego había encontrado la forma de poner todo eso al servicio de los demás y de la sociedad en general. Desde ese momento, se prometió que dedicaría el resto de sus días a ayudar a quienes querían dejar de apostar y cambiar sus vidas para mejor.