Cuando se despertó esa mañana ya sabía que había sucedido algo malo. La luz de alerta de sus lentes de realidad virtual no fallaba: cuando se prendía era porque de verdad había sucedido algo. Por la intensidad y el color de la luz, Karen ya sabía que era una noticia internacional. En el año 2034 los periodistas están más conectados que nunca. Tienen dispositivos tecnológicos de todo tipo que emiten alertas sobre las últimas noticias en cuestión de segundos. Al recibir las notificaciones deben reportarse a los grandes grupos de redes sociales que dominan el planeta. La empresa líder en distribución de noticias es Teemen, una red social de noticias en tiempo real. Es la empresa para la que trabaja Karen.
La notificación de los lentes seguía encendida, esperando por una respuesta. Karen estiró su brazo derecho en un intento perezoso de alcanzar las gafas que estaban a casi un metro de la cama. Al colocarse el dispositivo vio enseguida que se trataba de una tragedia. El visor mostraba en letras mayúsculas: “TSUNAMI EN MIAMI”. Eso era todo. Las noticias en la década de 2030 eran increíblemente breves. Karen había leído artículos sobre cómo había cambiado la industria del periodismo en menos de 20 años. Ahora, la gente pedía noticias cada vez más cortas. Nadie tenía tiempo de leer siquiera dos oraciones seguidas. La transmisión de noticias era básicamente a través de audio o video.
Estaba muy hambrienta, pero tenía demasiada ansiedad como para prepararse el desayuno. Decidió que lo mejor era ponerse los lentes y transportarse de forma virtual hacia Miami. Según el protocolo vigente para periodistas, ese era el primer paso que debían cumplir una vez se enteraban de una nueva noticia. Luego, de acuerdo a las características de la noticia, uno de los reporteros debía ir hasta el lugar del hecho. Eso no había cambiado demasiado en los últimos 20 o 30 años. Las noticias -y prácticamente todo el contenido consumible- seguían siendo en video. La gente había perdido la práctica de la lectura. La norma ahora era mirar videos y escuchar reportajes en audio. Con el avance de las tecnologías de realidad virtual ya no era necesario seguir leyendo. La gente podía transportarse a donde quisiera en apenas unos segundos.
Karen vio que los servidores que alojaban el sistema de realidad virtual en Miami estaban a punto de colapsar. Aunque eran poco más de las 9am, el sistema de alojamiento online estaba totalmente repleto. La tragedia del tsunami había llevado a cientos de miles de personas a teletransportarse hacia allí con sus lentes de realidad virtual. La estructura de Internet era lo suficientemente sólida como para resistir visitas por millones de personas, pero este día se estaba viendo sobrepasada. No era la primera vez que sucedía algo parecido. Presenciar las tragedias naturales en cualquier punto del planeta se había convertido en uno de los pasatiempos favoritos de la humanidad. A todos les encantaba ver. A casi nadie, sin embargo, le interesaba solidarizarse con aquellos que estaban sufriendo algún tipo de catástrofe. Simplemente se limitaban a presenciar lo que les estaba sucediendo, sin preocuparse por sus necesidades. Y eso era exactamente lo que estaba sucediendo en este momento.
En la costa de Miami había una veintena de personas flotando en el mar, que ya había inundado una buena parte de la ciudad. Al mirar al cielo se podían ver decenas de drones gigantes diseminados por todos lados. Pero no eran suficientes: el tamaño de la tragedia era tal que la enorme flota de drones no daba abasto para cubrir la necesidad de emergencia. Apenas vislumbraban a una persona, los drones debían bajar a toda velocidad y arrojar sus sogas o los instrumentos de rescate con los que venían equipados. Algunas personas tenían la fuerza y la consciencia necesaria para aprovechar el rescate, aunque otras simplemente no podían hacer nada para salir del agua. A Karen le daba una mezcla de pena e impotencia el ver a tanta gente en esa situación de vulnerabilidad. A diferencia de muchos de sus amigos periodistas, ella sí se compadecía de lo que le sucedía a los demás. Esa era una de las características por las que la habían contratado en un primer momento. Karen era una de las pocas periodistas que parecía tener una capacidad natural para empatizar con el sufrimiento ajeno (una habilidad cada vez más rara en el mundo). El resto de sus compañeros realmente no se preocupaba por lo que le sucediera a aquellos que entrevistaban en su trabajo cotidiano. Sus empleadores tampoco se lo pedían.
Al completar los rescates de personas en situación de vulnerabilidad, los drones los acercaban a toda velocidad a tierra firme. Allí eran atendidos por médicos voluntarios en tiempo récord. Los profesionales de la salud tenían equipos de emergencia con la última tecnología. Eran sistemas de emergencia preparados para resolver la mayoría de las contingencias que se presentaban en casos de inundaciones y tsunamis. Así y todo, siempre había casos en los que debían derivar al paciente a un hospital cercano. Karen miraba en todas las direcciones, intentando encontrar una zona de la ciudad que no haya sido afectada por la inundación. Pero no había ni una sola. Todo parecía indicar que el tsunami había inundado la ciudad de Miami por completo. Este no era el primer tsunami que afectaba a los Estados Unidos, aunque era de los primeros que no habían sido detectados a tiempo. La tecnología climática había avanzado para ubicarse en niveles increíbles, pero aún seguía habiendo desafíos. Tsunamis, tornados y otros fenómenos producidos en gran parte por el calentamiento global. En el año 2034 la crisis climática del planeta estaba en su punto cúlmine. Las generaciones anteriores no habían sido capaces de mitigar el daño a la capa de ozono ni habían tomado las medidas necesarias para proteger al planeta. Ahora, lo único que quedaba era intentar hacer frente a las consecuencias de la mejor manera posible. No tenía sentido quejarse o lamentarse. Lo único que se podía hacer era reunir el esfuerzo de aquellos que estuvieran dispuestos a ayudar y actuar lo más rápido posible.
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Después de estar inmersa en la tragedia de Miami durante casi 30 minutos, Karen recordó que aún ni siquiera había tomado su desayuno. “Esto de chequear las noticias antes de desayunar se está volviendo un hábito. Tengo que encontrar la forma de dejar de hacerlo. No me sirve en absoluto”, reflexionó mientras entraba al baño. Pensó si sería mejor bañarse ahora o esperar a después del desayuno. La hora de la primera comida ya se había retrasado un poco, y no quería seguir demorándola. Sabía que cuando hacía eso siempre terminaba ocurriendo lo mismo; almorzaba a la tarde y cenaba a la medianoche. La mejor manera que tenía de evitar que se corran todos sus horarios era respetándolos ella misma. Esa era la prioridad número uno. “Si yo no puedo respetar mis horarios, ¿cómo puedo pretender que otros los respeten?”, pensaba al prepararse el desayuno. Desde hacía ya más de 10 años las comidas venían preparadas, pero con ingredientes frescos. Lo único que había que hacer antes de consumirlas era activar los nutrientes usando un dispositivo digital. Era mucho más práctico que perder tiempo preparando las comidas y comprando cada uno de los ingredientes para prepararlos. Así y todo, comer aún llevaba algo de tiempo. Se comentaba que en muy poco tiempo -con la llegada de las comidas híper sintéticas- eso cambiaría.
Justo antes de terminar su desayuno Karen vio que tenía una llamada entrante. Era Fernando. La última vez que habían hablado había sido dos días atrás. Antes de atender pensaba en lo que le diría. Qué argumentos usaría esta vez para pedirle que deje de llamarla de una vez por todas. Hacía ya más de tres semanas desde que habían cortado su relación de pareja, pero él no terminaba de entenderlo. O, tal vez, prefería no entenderlo. Desde el momento en que Karen le dijo que ya no podía seguir a su lado, empezó con su campaña para intentar reconquistarla. Después de haber luchado tantos años para conquistarla, no se iba a dar por vencido tan fácilmente. Era la mujer de sus sueños, la futura madre de sus hijos. La única persona a la que él le entregaría su vida. Pero Karen no compartía esa opinión. Durante los últimos meses había empezado a notar que Fernando ya no le resultaba tan atractivo e interesante como cuando lo había conocido. Y no había nada que él pudiera hacer para cambiarlo. Esa era la nueva realidad.
-Hola.
-Hola, amor. ¿Cómo estás? ¿Por qué no atendías?
-Fernando, no quiero que me sigas diciendo así. ¿Cómo te lo tengo que decir? -le dijo, con tono serio.
-Ey, yo he preguntado primero. ¿Por qué no atendías? ¿Acaso estabas con alguien?
-¿Qué querés, Fernando? ¿Para qué me llamás?
-Quiero saber cómo estás. Porque me importas. No sabes qué feo es no saber nada de la personas que más amas en el mundo.
-Ya te dije: no tengo ganas de hablar del tema.
-Okay, pero... ¿estás bien?
-Sí, estoy bien, Fernando. Adiós.
Karen colgó el teléfono sin siquiera escuchar la respuesta de su ex-novio. No tenía el menor interés en seguir escuchando los reclamos y las preguntas de su última pareja. Le había pedido explícitamente que no quería que la llamara, pero estaba claro que Fernando no escuchaba razones. No le importaba en absoluto lo que pensaran los demás. Solo se fijaba en él y en sus propios intereses. Eso ella lo tenía claro: fue una de las razones por las que había decidido separarse después de casi dos años de estar en pareja. A veces se preguntaba cómo era posible que hubiera tardado tanto tiempo en darse cuenta de cómo era él en realidad. “¿Cómo pude estar ciega durante tanto tiempo? ¿Cómo no me di cuenta?”, se preguntaba a sí misma. Aunque sus amigas se lo habían señalado desde los principios de la relación, ella recién terminó entendiéndolo después de años. Creía que sus amigas estaban “celosas”, o que no querían verla bien con un hombre. Al final, se dio cuenta de que siempre habían estado en lo cierto. Fernando decía que la quería, que la amaba como a nada en el mundo. Lo que quería decir con esas palabras, sin embargo, era que quería que ella estuviera a su lado. Quería que se convirtiera en su esposa, en la madre de sus hijos, y en la mujer que lo acompañara. Y eso no dejaba lugar para los deseos de ella.
Ahora, por fin, iba a poder ocuparse de sus aspiraciones profesionales. Ya no iba a tener que luchar con los peros y las quejas de Fernando. Tendría el tiempo y la libertad para hacer lo que quisiera. Tomarse vacaciones en Asia o en Europa. Ahora podría vivir su vida con la plenitud que siempre había soñado. Realmente se lo merecía, después de haber vivido durante tantos años dedicada a su profesión pero sin disfrutar de verdadera libertad. “Quizás si él no hubiera sido empresario todo hubiera sido distinto. Me pregunto cómo hubiera sido nuestra pareja si él hubiera sido periodista como yo. Tal vez hubiéramos podido viajar juntos, o cubrir trabajos como colegas. El sueño de cualquier periodista. Pero algo bastante improbable, en la vida real”, pensaba. En este momento estaba sola y sin apuro de volver a ponerse en pareja. La prioridad, lo más importante era volver a conectarse con lo que realmente la hacía feliz: viajar por el mundo. Necesitaba vacaciones. Volver a entrar en contacto consigo misma. Reconstruir amistades y armar nuevos vínculos. Sabía que no sería fácil, pero la idea de rearmar su vida ya la entusiasmaba. Por otra parte, no sabía bien por dónde empezar. Tenía tantas posibilidades que sentía que cualquier camino estaría bien. Aunque, en el fondo, sabía que no todos los barcos la iban a acercar al destino que más la apasionaba. Pero, ¿cuál era ese destino? ¿Cómo saber hacia qué dirección quería moverse en este momento?
Una de las posibilidades que consideraba era irse a vivir a Marte. Desde el año 2030, cientos de personas habían tomado la decisión de mudarse al planeta rojo. La vida allí era mucho más tranquila que en cualquier parte del planeta Tierra. Lo malo tal vez era que en Marte no había muchas opciones de entretenimiento. La civilización que se estaba desarrollando en el planeta rojo estaba en una etapa demasiada temprana aún como para haber generado ese tipo de cosas. Por el momento, los mayores esfuerzos se concentraban en la producción de infraestructura y centrales de abastecimiento para el futuro. El proyecto actual estaba orientado a atraer a una mayor cantidad de personas hacia Marte. Vivir allí, hoy por hoy, era sumamente seguro. El viaje espacial ya no era tan caro como cuando se habían empezado a ofrecer los primeros vuelos. En ese entonces, un vuelo costaba casi un millón de dólares. Viajar a Marte, de todos modos, seguía fuera de sus posibilidades. Si quería emigrar hacia el planeta rojo Karen tendría que pedirle dinero prestado a su padre. Él sí tenía dinero de sobra: era el administrador de varias empresas que le generaban decenas de millones de dólares al año. Pero, ¿por qué se iría a vivir a Marte? La verdad es que no tenía ninguna razón importante para hacerlo. De hecho, probablemente no tuviera tantas oportunidades profesionales para desarrollarse como periodista. Si hubiera sido ingeniera o especialista en la industria del abastecimiento extraterrestre hubiera sido distinto. Pero toda su experiencia giraba en torno al periodismo. Tal vez, una buena razón para emigrar a Marte era escapar de los desastres naturales que estaban ocurriendo en la Tierra.
Las consecuencias del cambio climático eran desastrosas. Los océanos estaban terriblemente contaminados, el aire en las ciudades más industrializadas era irrespirable, y el suelo estaba totalmente desprovisto de nutrientes. Había una crisis generalizada a nivel ambiental y ecológico. Los problemas que no habían sido solucionados en los últimos 50 años habían llevado a una situación crítica. Frente a esta realidad, aquellos que tenían los medios suficientes para poder hacerlo, tomaban la decisión de mudarse definitivamente al planeta rojo. Los jóvenes más entusiastas ahorraban durante años y años para contar con el dinero necesario para postularse a un viaje de colonización. Así y todo no contaban con la garantía de poder viajar. Los que tenían algún tipo de “contacto” o conocían a personas con influencia eran los que tenían las mayores probabilidades de éxito. Para el resto, era más o menos una lotería. Según varios rumores, la decisión final que daba acceso a un viaje a Marte -al menos para quienes no tenían contactos- dependía de un sorteo hecho por computadora.
Después de haber desayunado y darse un baño, Karen vuelve a conectarse al lugar del tsunami en Miami. Ahora hay aún más personas conectadas a la red, presenciando la tragedia en tiempo real. “¿Cómo es posible que seamos tan imbéciles? ¿Por qué nos conectamos para ver lo que les pasa a los demás, en lugar de hacer algo para ayudarlos?”, se preguntaba Karen. Era la pregunta que se hacía desde hacía años. En su adolescencia había empezado a tomar consciencia de la falta de empatía que predominaba en el mundo. La gente no hacía el menor esfuerzo por ayudar a sus semejantes. Todos se ocupaban de sus asuntos y evitaban entrar en contacto con personas que no conocían. Si era un desconocido no merecía su atención. Karen jamás había podido comprenderlo, pero se había terminado acostumbrando a esa dinámica. Así era como funcionaba la sociedad, y así era como los demás esperaban que ella actuara. Hacer algo distinto la hubiera llevado a una posición marginal, diferente a la del resto. En aquel entonces prefería no llamar la atención. Sentía que era mejor acomodarse a lo que los demás esperaban de ella.
Faltaban apenas cinco días para irse de vacaciones. Ya tenía los pasajes para volar a Europa. Empezaría por París y luego recorrería las capitales más importantes, pero esta vez sin ninguna obligación profesional. Sin duda, iba a ser extraño tomar fotografías sin tener que pensar en la calidad o en otros detalles importantes a la hora de presentar un trabajo como reportera. Al estar de vacaciones podía tomar todas las fotos que quisiera, sin fijarse si tenían potencial periodístico o no. Era una sensación incomparable, de libertad y liviandad. Ya tenía casi todo preparado: sus maletas, las reservas de hotel, y sabía perfectamente lo que haría en cada destino. Hacía meses que esperaba este viaje. Estaba terriblemente saturada de su trabajo como periodista, y necesitaba urgentemente unas vacaciones. No se quejaba de su empleo, pero para disfrutarlo al máximo tenía que tomarse vacaciones con cierta frecuencia. Sus empleadores lo comprendían y estaban dispuestos a ofrecerle ese beneficio. Karen era de las mejores periodistas de Latinoamérica, por lo que no podían arriesgarse a perderla. Debían hacer todo lo que estuviera a su alcance para evitar que se fuera con la competencia.
Poco antes del mediodía sonó el llamador de su pulsera digital. Sabía lo que eso quería decir: una llamada de los jefes. Atendió con desgano, pensando en cuál sería el favor que le pedirían ahora:
-Karen, ¿podés hablar unos minutos?
-Hola, Paul. ¿Cómo estás?
-Bien, bien. ¿Vos? ¿Podés hablar?
-Bien. Sí, puedo hablar.
-Calculo que ya habrás visto lo que está pasando en Miami.
-Sí, lo vi hace un par de horas. Un desastre total.
-Sí, una gran tragedia. En fin... necesito pedirte algo especial. Tiene que ver con eso.
-¿A ver...? Decime de qué se trata.
-Karen, yo sé que en unos días entrás de vacaciones, pero vos sabés cómo es esto. A veces suceden cosas inesperadas que pueden cambiar nuestros planes.
-Decime, Paul. ¿Qué necesitan?
-No tenemos a nadie para cubrir lo que está pasando en Miami. Vos sos la única persona realmente preparada para cubrir algo como lo que está pasando ahora en la costa de Miami.
-¿Entonces...?
-Necesitamos que viajes para Miami.
-Okay... ¿y cuándo debería viajar?
-Lo antes posible. Esta tarde, en lo posible.
-Bueno, si no hay más opción.
-Nos gustaría que la hubiera, pero en este momento no la hay. Luego hablamos de las vacaciones.