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Tener que viajar de urgencia a Miami no le hacía demasiada gracia, pero era lo que había que hacer. Negarse a tomar esa responsabilidad era prácticamente lo mismo que darse por despedida de la empresa. Aunque ella era muy respetada y valorada por sus empleadores en Teemen, la verdad es que tampoco podía darse el lujo de poner sus condiciones. Debía atenerse a las reglas de juego (al menos, mientras siguiera trabajando para ellos). “Bueno, calculo que la ropa que preparé para Europa me puede servir para la maleta que llevaré a Miami. No creo que sean más que unos cuatro o cinco días. Tampoco necesito llevar tantas cosas...”, pensó mientras miraba con tristeza las maletas que ya tenía listas desde hacía días. Si realmente era como le habían dicho, la cobertura de la tragedia sería por menos de una semana. Tal vez hasta estaba la posibilidad de tomar sus vacaciones a tiempo. A lo mejor podía buscar la forma de tomar un avión desde Miami. La compañía no se podría negar a pagarle un vuelo de Estados Unidos a Europa. Al fin y al cabo, para ellos sería prácticamente lo mismo que enviarla de regreso a Uruguay. Pero prefería no hacerse ilusiones. Todos los periodistas lo saben: a veces un trabajo puede llegar a prolongarse mucho más de la cuenta. Lo mejor es no hacer demasiados planes.
No habían pasado ni diez minutos desde que había cortado la llamada telefónica, cuando volvió a recibir una nueva alerta de llamada entrante. Seguramente su jefe había olvidado de decirle algo importante:
-Karen, ¿puedes hablar unos minutos?
-¿Fernando? ¿Por qué me llamás por acá?
-Necesito que hablemos...
-¿No te dije ya mil veces que no quiero que me llames por acá? -le dijo Karen, empezando a perder la paciencia-. ¿Qué tengo que hacer?
-Nada, amor. No te enojes... ¿Por qué te enojás así?
-No me llames más. No tenés chance. Ni una sola. No quiero volver a escucharte.
-Pero, espera, Karen...
-No quiero escucharte. Me tenés harta. Seguí con tu vida. Chau.
––––––––
Después de cortar la llamada Karen se comunicó con la central de comunicaciones virtuales y pidió les pidió “por favor” que bloquearan el número que acababa de llamarla. No quería volver a escuchar a Fernando. Ya había tenido suficiente de él durante las últimas semanas. La verdad es que no sabía cómo había hecho para conseguir los datos de sus nuevos números de contacto, ni tampoco le interesaba saber cómo había hecho. Aunque los había cambiado hacía apenas unos días, él se las ingeniaba para conseguir los números nuevos. Cuando quería, su ex-pareja podía ser increíblemente insistente y persistente. Pero ella no tenía por qué seguir padeciéndolo. No tenía por qué seguir soportando sus llamados y mensajes. No le dejaba más opción que bloquear cualquier llamada entrante que viniera de él.
Armar el bolso con los elementos necesarios para una semana en Miami no le llevó más que 20 minutos. Varias de las cosas que había preparado para el viaje a Europa también le servían para su viaje profesional. Sin perder demasiado tiempo tomó sus cámaras y el resto de los dispositivos de captura digital que utilizaba en su trabajo como periodista. Algunos de sus gadgets eran tan diminutos que cabían en bolsos apenas más grande que un monedero. El avance de la tecnología había llegado a un punto tal que los dispositivos profesionales eran cada vez más chicos, aunque aún ocupaban cierto espacio. Los aparatos que usaba todo el mundo, sin embargo, estaban integrados con sus lentes de realidad virtual, pantallas sobre la piel y guantes hápticos. Estos no tenían tanta definición para un trabajo profesional, pero ofrecían excelentes resultados para el uso cotidiano que le daba la mayoría de la gente. Karen no podía creer que apenas treinta años atrás la gente se comunicara con teléfonos celulares de 10 o 15 centímetros. Esos tamaños hoy parecían ridículamente grandes. Los adultos y la gente mayor aún recordaba con nostalgia la tecnología de principios del siglo XXI. Algunos incluso compraban modelos vintage para recordar aquellas épocas.
En el año 2034, los vuelos en avión eran totalmente distintos a los de principios de siglo. Las velocidades de los vuelos se habían reducido a la mitad (o aún menos), pero los precios habían bajado mucho más. El turismo espacial y la colonización de Marte fueron esenciales para mejorar las tecnologías y reducir los precios. Con el desarrollo de aviones conducidos de forma automática y la producción de aeronaves a nivel industrial, los precios se derrumbaron. Viajar en avión ahora estaba al alcance de casi todo el mundo. De hecho, cada vez más personas tenían su avión privado. Karen no era una de ellas, pero tampoco se preocupaba demasiado por ello. Gracias a su trabajo como periodista podía acceder a vuelos de primera clase en aviones con todas las comodidades. Esta tarde, por ejemplo, viajaría en un vuelo semi-privado contratado para unas pocas personas. El avión saldría a las 16hs con hora estimada de llegada a Miami a las 17.26hs. Para un vuelo que conectaba Punta del Este (en Uruguay) con Miami no estaba nada mal. En el vuelo viajarían dos colegas, también empleados de Teemen. Uno se especializa en transmisiones digitales en tiempo real y el otro es un experto en edición visual. Hoy en día eran trabajos muy valorados pero que, poco a poco, estaban pasando de moda. Las últimas tendencias anticipaban que en poco tiempo lo visual perdería terreno frente a nuevas modalidades de transmisión de información (especialmente, con la llegada de las tecnologías de transmisión de pensamiento de forma inalámbrica). A Karen le entusiasmaba y -al mismo tiempo- le daba miedo. Las posibilidades que se abrirían con estas nuevas formas de comunicación eran prácticamente ilimitadas.
El vuelo a Miami no tenía nada de especial. El avión era el mismo de siempre, con el mismo piloto y los mismos asistentes. Miami, para ella, tampoco era una ciudad nueva (era la cuarta vez que visitaba la ciudad). Lo que sí cambiaría, en este caso, era el estado en que encontraría a la ciudad a su llegada. Como todo el mundo, ella también estaba acostumbrada a ver a Miami como la ciudad del sol y de la playa. Esta vez iba a encontrarla como la ciudad “pasada por agua”. Como el viaje fue tan repentino ni siquiera tuvo la oportunidad de pensar en compras. Usualmente, cuando viajaba a Estados Unidos regresaba con un cargamento de paquetes para ella o para sus amigos. Siempre alguien le encargaba algo. Pero esta vez no había tenido tiempo de avisarle a nadie. Por la situación, probablemente tampoco era un buen momento para ir de shopping en la ciudad. Si las cosas se normalizaban tal vez podía traer algo de regreso a Uruguay.
El vuelo fue corto, pero no estuvo libre de sorpresas y cosas inesperadas. A los 20 minutos de levantar vuelo, cuando estaban cruzando Brasil, el avión atravesó una turbulencia bastante peligrosa. Karen ya estaba acostumbrada a ese tipo de cosas, pero así y todo no pudo evitar pensar en un eventual accidente. “Aún si tuviéramos un accidente y termináramos en el agua, creo que esto no sería nada en comparación con lo que está pasando la gente en Miami. Definitivamente, no se puede comparar”, le dijo a sus colegas, sin siquiera mirarlos. “Karen, no hace falta que digas esas cosas. Por favor, no es necesario. ¿No escuchaste hablar de la ‘Ley de la atracción’?”, le preguntó uno de los fotógrafos. Nunca había escuchado hablar de ella, pero para evitar tener que escuchar una lección por parte de su compañero de trabajo le dijo que sí, que sabía lo que era. Prefería evitar ciertas conversaciones.
La turbulencia pasó rápidamente y el avión logró llegar a destino sin el menor inconveniente. El aeropuerto elegido para el aterrizaje no era el más grande de la ciudad (ese estaba cerrado de forma preventiva por el desborde de agua en la ciudad). Karen y los demás debieron aterrizar en uno de los aeropuertos privados ubicados en las cercanías de la costa. No podían aterrizar demasiado lejos, pero tampoco podían arriesgarse a acercarse mucho. Nunca se sabía a ciencia cierta cuál era el alcance real de un tsunami sobre la costa de una ciudad. Varios especialistas, además, especulaban con la posibilidad de un segundo tsunami en las próximas semanas. La mayoría de la población prefería ni pensar en lo que ocurriría con la ciudad si una segunda ola gigante los volviera a cubrir por completo. Ya bastantes dificultades tenían para salir adelante después de un solo tsunami. Los destrozos ascendían a cifras billonarias, incluyendo edificios de lujo de algunos de los empresarios más poderosos de Florida. Por suerte, en el aeropuerto alternativo no se veía el menor rastro de la catástrofe natural. “Al menos aquí estamos a salvo”, pensó Karen, sabiendo que en un par de horas tendrían que acercarse a la zona del tsunami.
Siempre que había estado en Miami, Karen había sido recibida con extrema cordialidad. Sus colegas se desvivían por saludarla y atenderla de la mejor manera, acompañándola al hotel en que se hospedaba y poniéndose a disposición de lo que necesitara. Esta vez el recibimiento fue distinto. Era comprensible: la gente estaba muy angustiada y estresada con lo que estaba sucediendo. Karen podía entenderlo, aunque así y todo le resultaba difícil soportar el trato indiferente y distante de las primeras personas con las que se cruzó en Miami:
-Entonces, ¿ustedes son periodistas? -preguntó el chofer que los recibió en el aeropuerto.
-Sí -dijo Karen, respondiendo por los tres-. Sentimos mucho lo que está sucediendo.
-Ah, sí, sí... ya lo creo que lo sienten. Mucha gente lo siente, ¿verdad? Mucha gente también lo está viendo desde sus casas, pero nadie nos está ayudando. Ya lo creo que lo sienten...
-Bueno, tal vez no saben cómo hacerlo.
-Vamos, señorita -le dijo el chofer, con voz burlona-. Es el año 2034. Enviar ayuda en una situación así, en esta época, no lleva más que un par de minutos.
-Bueno, a lo mejor la gente no tiene los medios para hacerlo.
-Con todo respeto, dígame: ¿cuántos somos en la Tierra?
-Alrededor de 9 billones. O sea, unos 9000 millones.
-Hay mucha gente pobre, pero también hay muchos que tienen dinero para ayudar en situaciones así. Simplemente -agregó el chofer-, deciden no usarlo para ayudar.
Karen se quedó en silencio. No tenía forma de refutar el argumento del chofer. Ella era la primera en admitir que la gente no movía un dedo para ayudar a los que más lo necesitaban. Los gobiernos no tomaban medidas para promover la ayuda global en situaciones de emergencia, y los grupos de ciudadanos en casi todos los puntos del planeta tampoco se organizaban. No se ponían de acuerdo en ayudar a los demás, ni buscaban la forma de dar el primer paso.
En las horas del atardecer del lunes, Karen y sus compañeros iban a recorrer rápidamente la zona de la tragedia en un dron gigante (una especie de helicóptero). Ninguno de los tres comprendía cuál era el apuro por hacer la recorrida cuando estaba a punto de anochecer. ¿Por qué no esperar al día siguiente, y así evitar las complicaciones de la falta de luz y el frío de la costa de noche? Pero no tardaron demasiado en comprender que había sido un movimiento sumamente calculado. Paul, el jefe de Karen, les pidió que arrancaran con las primeras entrevistas ese mismo día. Parecía que no se podía perder ni un solo segundo. De pronto, Karen se sintió desanimada por tener que responder a las órdenes de Paul sin poder dar su opinión o punto de vista. No tenía más opción que asentir y completar todas y cada una de las tareas que él les asignaba. “Cuando tenga mi propia empresa de medios podré hacer lo que se me venga en gana. Entonces sí podré elegir a los integrantes de mi equipo, y tendré el poder para grabar por la mañana, la tarde o la madrugada. Ya no tendré que seguir las órdenes de otros”. Pero, por ahora, debía subir al helicóptero y registrar todo lo que veía. Buscar testimonios, hacer preguntas y seguir recopilando información y más información.
––––––––
Fue poco menos de una hora, pero a ella le pareció casi un día entero. No sabía si había sido por la intensidad de la situación o por lo rápido que tuvo que adaptarse. Después de todo, hoy a las 3 de la tarde aún estaba en su casa en Punta del Este. Era difícil imaginar dos escenarios tan contrastantes. Normalmente, las playas de Punta del Este y de Miami eran muy parecidas; esta vez, las realidades eran totalmente distintas. Después de haber pasado por todo esto estaba cansada. Estaba agotada, pero no tenía hambre. Tenía que ir a una cena organizada por su empresa, pero no sabía si iba a comer algo como todos los demás. Este tipo de situaciones le quitaban el apetito por completo. La circunstancia de la zona, por otra parte, tampoco le resultaba demasiado agradable. El evento era en un hotel excesivamente lujoso, como los que abundan en la zona. Cualquiera que reflexionara en eso por al menos un par de segundos podía darse cuenta de que había algo que no estaba muy bien. Allí estaban ellos, a punto de organizar una cena súper costosa mientras a un par de kilómetros había gente que necesitaba cosas básicas. En la cena se recaudarían donaciones y ayuda para los damnificados, pero Karen sabía muy bien cómo funcionaban estos eventos. Hacía ya más de 20 años que estas cenas especiales no generaban recaudaciones de dinero suficientes. No era como en los años 1990s o en la primera década del 2000. En ese entonces la gente sí era generosa y ayudaba a los demás. Contribuían ante emergencias y compartían sus ganancias. Ahora también lo hacían, pero en menor medida.
La mayoría de las cenas y eventos de gala con fines de recaudar dinero en forma de donaciones, atraían tanto a un público joven como también a gente de más edad. En las distintas mesas los organizadores agrupaban a los invitados por edades. Estaba el sector de la gente “joven” y el de la gente “grande”. En los últimos eventos en que venía participando, Karen prefería ubicarse en el sector de la gente grande. Después de que la acompañaban a una de las mesas de los jóvenes, saludaba a la gente e iba en busca de un lugar junto a los mayores. Los jóvenes eran demasiado frívolos para su gusto. En este tipo de eventos, la juventud siempre terminaba hablando de autos, mansiones o cosas totalmente superficiales. La gente más grande, en cambio, conversaba de cuestiones más interesantes (al menos para su gusto): política, impacto social y ambiental, cómo contribuir más, y estrategias para lograr cambios efectivos en el mundo. Tanto los jóvenes como los grandes tenían dinero de sobra y un gran poder de influencia. La diferencia es que unos decidían usar todo eso en beneficio de la sociedad, y otros simplemente pensaban en su propio beneficio. A Karen le daba una pena muy grande escuchar hablar a la gente de su generación. No podía entender cómo podían estar tan desconectados de la realidad social a su alrededor. Cómo eran capaces de ignorar los desastres que estaban ocurriendo en todas partes.
En estos eventos también tenía la oportunidad de conocer a otros colegas de distintos países. Esa noche pasó gran parte de su tiempo conversando con un periodista de Ecuador llamado Joaquín. Era un hombre de más de 60 años, con mucha experiencia en periodismo político e internacional. Karen ya conocía sobre su trabajo como periodista, pero aún no había tenido la oportunidad de conocerlo personalmente. En el mundo de los periodistas latinos, era una especie de celebridad. Trabajaba como periodista desde hacía más de 30 años, y había cubierto los hechos más importantes a nivel político en las últimas tres o cuatro décadas. En la conversación que tuvieron, Joaquín no dudó un segundo en compartir con ella el malestar que sentía por los tiempos en que vivían:
-Tienes razón, querida. Los de tu generación son así, tal como dices. Y no veo cómo esto puede llegar a cambiar en los próximos años -dijo su nuevo amigo, en tono resignado.
-¿Qué fue lo que se perdió de una generación a otra? ¿Por qué los jóvenes de ahora se portan de esta manera? -quiso saber Karen.
-Porque están desafectados, desconectados de la realidad. No les interesa el mundo en lo más mínimo. Se puede estar yendo todo por la borda, cuesta abajo, y ellos no harán nada. El pensamiento que veo es: “si le sucede a otro, no es asunto mío”.
-¿Cómo eran los jóvenes hace 20 años?
-Éramos distintos. Queríamos contribuir, aportar, ayudar. Nos preocupábamos por lo que sucedía a nuestro alrededor. Y aún hoy en día, la mayoría de la gente de mi edad lo sigue haciendo. Seguimos viviendo de esa forma. Es una característica de nuestra generación. En el 2014 el mundo era mucho más generoso. Había muchos problemas, lo admito. Pero había más generosidad que la que hay ahora. Mucha más.
Karen se quedó reflexionando en las últimas palabras de Joaquín. Entre la cena, las ceremonias y la charla, ya eran más de las 22.30hs. Ahora sí estaba cansada y con ganas de volver a su habitación. Tenía que dormir lo suficiente, como para recuperar energías para el día siguiente. Ya le habían anticipado que mañana arrancarían temprano, alrededor de las 7 de la mañana. Al subir a su habitación, la reconfortó ver que tenía la cama preparada y todo listo como para acostarse. Antes de cambiarse de ropa y meterse en su cama, pensó que podía enviar algunos mensajes que le habían quedado pendientes desde la tarde. Desde que había llegado a Miami, prácticamente no había tenido tiempo de responder los mensajes de audio que había recibido. “La gente debe pensar que está bueno y es divertido hacer este trabajo: viajes gratis, hoteles incluidos, etc. Pero si conocieran la otra parte de esta experiencia seguramente no dirían lo mismo”, pensó después de responderle a sus amigos y colegas. Abrió su maleta principal para sacar la ropa de cama, con la intención de acostarse unos minutos más tarde. Al abrir la maleta, notó que las cosas dentro de su equipaje no estaban tal como las había ordenado antes de salir de Uruguay. Alguien había abierto su maleta mientras ella no estaba en la habitación. Chequeó rápidamente todo lo que tenía y se dio cuenta de que faltaba un par de zapatos. Estaba a punto de bajar al lobby del hotel lista para hacer un reclamo, cuando vio que el par de zapatos que faltaba estaba en un costado de la habitación. Aparentemente, una de las empleadas se había tomado la libertad de sacarlo y ponerlo fuera de la maleta. Ahora sí podía cambiarse e irse a dormir tranquila.