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Capítulo 7

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Karen se dio vuelta para ver qué hora era. El reloj marcaba 11:11. No sabía bien a dónde iría a almorzar ni qué haría durante el resto de la tarde. Viajar con otra persona para terminar pasando el tiempo sola no era algo a lo que estaba acostumbrada. Volver a ver a Nicolás después de la charla que habían tenido en el desayuno también hubiera sido incómodo. Pero era lo que realmente quería hacer. Le había quedado un sabor amargo después de esa última charla. Ahora que había hablado con Alfredo podía ver el asunto con otros ojos, con un poco más de objetividad. “Si pudiera volver el tiempo atrás y tuviera la oportunidad de volver a desayunar con él le diría otra cosa. Pero ya es demasiado tarde. El daño está hecho. Me porté como una novia celosa e insoportable, siendo que ni siquiera soy su novia. Definitivamente, se merece unas disculpas”, pensó en su cuarto, mientras se cambiaba de ropa.

El día estaba nublado y el pronóstico había anunciado probabilidad de lluvias para la tarde. Al ver el pronóstico del clima decidió enseguida que la lluvia no sería impedimento para aprovechar su viaje y pasear por Palm Beach. La mayoría de la gente probablemente pasaría su tarde dentro del hotel, en la comodidad de su cama y al resguardo de la lluvia. Pero ella se negaba a hacer lo que hacía la mayoría. Le encantaba desafiar las costumbres de la gente. Al mismo tiempo, sentía la necesidad de no evitar las situaciones de incomodidad que la vida ponía en medio de su camino. Si hoy tenía pensado pasear y llovía, eso no era obstáculo para disfrutar del día. En esta época la gente ya no usaba paraguas (había trajes con protección antilluvia, tan finos que parecían invisibles). De todos modos, estar en la calle en un día lluvioso -para la mayoría de la gente- seguía siendo incómodo. Pero no para Karen.

El ascensor ahora también estaba tardando más de la cuenta. La luz quedaba encendida, pero no se escuchaba ningún sonido. “Debe estar roto”, pensó Karen. Estaba en un cuarto piso, por lo que no era tan grave. Podía caminar. Al bajar el primer piso se le vino un pensamiento a la mente: “Hoy estuve realmente mal con Nico. Alfredo tiene razón. No debí hacerle esa escena. Ahora debe estar pensando que soy una loca o una histérica”. Allí mismo se dio cuenta de que aún estaba a tiempo de subsanar su error. Aún podía hablar con Nicolás, pedirle disculpas. Subió nuevamente por las escaleras, esta vez hasta la habitación de Nicolás. Era una suerte que tuviera una excelente memoria y que aún recordara en qué habitación estaba su compañero (la 58). Antes de golpear la puerta de la habitación, tomó un poco de coraje y respiró profundamente.

-¿Quién es?

-Soy yo, Nico. Karen.

Luego de unos segundos Nicolás abrió la puerta. Se miraron unos momentos a los ojos, y fue Karen quien agregó:

-Vengo a pedirte disculpas. Hoy me porté como una verdadera histérica. Perdón.

-Está bien, Karen -dijo Nicolás, con una sonrisa comprensiva-. Puedo entenderlo. Lo de ayer no fue nada lindo. De hecho, yo tengo que admitir que estuve mal también en no preguntarte nada cuando nos vimos.

-Bueno, pero ya habíamos hablado anoche antes de que entrara a mi cuarto. ¿Te acordás?

-Sí, sí. Me acuerdo.

-Quería decirte eso... y que te admiro mucho.

-¿Por qué?

-Por la paciencia que tenés y lo comprensivo que sos. No hay muchos hombres como vos.

-Bueno, te agradezco.

-De verdad. Yo te tengo como compañero de equipo, y la verdad es que estoy muy agradecida por eso.

-A mí también me gusta compartir este trabajo con vos -dijo Nicolás, devolviendo el cumplido.

-¿Ibas a almorzar a algún lado, o planeabas quedarte acá?

-Iba a salir a recorrer un poco. ¿Y vos...?

-Yo también... Si querés vamos juntos. Bueno, no sé si tal vez preferías pasar la tarde solo.

-Sí, me encantaría. Creo que es mejor recorrer un lugar con otra persona. Este tipo de cosas me gusta hacerlas de a dos. Así que sí, te acompaño. Dame unos minutos que voy a buscar mis cosas y bajamos.

En Palm Beach había todo tipo de restaurantes, especialmente de cocinas regionales. Nicolás propuso ir a un lugar especializado en comida tailandesa. Desde que había regresado de Asia no había tenido oportunidad de volver a comer las cosas que había probado en Bangkok y en Chiang Mai. Eran platos raros, con condimentos exóticos. Aunque la mayoría de los ingredientes se conseguían en cualquier tienda especializada, lograr el mismo saber que conseguían los cocineros en Tailandia era todo un desafío. El lugar que habían elegido para almorzar había recibido varios premios y distinciones por la calidad de sus platos. Cuando miraron la carta, enseguida se dieron cuenta de que los precios de Palm Beach no tenían ni punto de comparación con los del sudeste asiático. Aquí tendrían que pagar entre cinco y diez veces más por las mismas comidas. En comparación con los precios de Tailandia, esto era una estafa.

Cuando terminaron de almorzar Karen se ofreció a pagar la totalidad de la cuenta:

-Yo te invito -le dijo a Nicolás.

-No. Yo te invito.

-Dejame invitarte. Tomalo como una disculpa por lo de esta mañana. Si no me voy a sentir mal.

-Mmm... pero... no puedo aceptar que me invites.

-¿Por qué no?

-Se supone que el hombre es el que invita.

-¿Quién dijo que es siempre así? No hay ninguna regla escrita. Hoy te invito yo.

-¡Okay! Pero la próxima sí, yo te invito.

Durante el resto de la tarde recorrieron algunos de los puntos turísticos de la ciudad. Los dos ya sabían de antemano qué lugares querían visitar, por lo que armaron rápidamente un recorrido de forma tal que pudieran ver la mayoría antes de las 6 de la tarde. A Nicolás tampoco le importaba demasiado el pronóstico de lluvias (al final no llovió en toda la tarde).

Después del almuerzo no tardaron mucho en recuperar la confianza que habían ganado durante los días anteriores. El episodio de la mañana ya había quedado en el olvido. Era increíble cómo podían pasar de ser los mejores amigos a no hablarse en tan poco tiempo. No era algo normal, bajo ningún punto de vista. Y no les resultaba para nada agradable. De hecho, los dos ahora se cuidaban especialmente de no decir nada equivocado. Hacían todo lo posible para no dejar silencios demasiado largos y procuraban elegir las palabras exactas para cada frase. Tenían la sensación de que una sola palabra, un solo comentario, podía echar todo por la borda.

Alrededor de las 17.30hs ya habían visitado todos los destinos que querían conocer. Les pareció que lo mejor era tomar un té en uno de los cafés de la zona y prepararse para el regreso a Miami. Como aún debían armar sus bolsos y guardar las cosas que habían comprado, decidieron volver temprano al hotel. Quedaron en que cada uno armaría sus bolsos -lo que no debería llevarles más de 20 minutos- y se encontrarían a las 19hs en el hall principal. Nicolás ya se había encargado de pedir el transporte que los llevaría de regreso al hotel en Miami. Su jefe le había aclarado que los transportes dentro del estado de Florida corrían por cuenta de la empresa.

Una vez en Miami se encontraron con novedades que ya habían visto en distintos medios: ya habían empezado las obras de reconstrucción de la ciudad. Nicolás opinaba que era demasiado prematuro:

-¿De verdad creés que es un buen momento para empezar a rearmar la ciudad? ¿Para reconstruir todos los edificios que sufrieron destrozos? -le preguntó a Karen.

-Sí, me parece razonable. ¿Cuánto tiempo más deberían esperar? Hay cientos y cientos de familias que han perdido sus hogares y necesitan alojarse en un nuevo lugar, lo antes posible.

-El gobierno podría asignarles viviendas temporales. Tal como hicieron luego de la tragedia en Japón, hace dos años. Luego, una vez que haya pasado un tiempo se podrían reconstruir los edificios destruidos. Pero es necesario que pase un tiempo.

-¿Por qué?

-Estos fenómenos son muy raros. No sería nada extraño que una nueva ola afecte a la ciudad en las próximas semanas. En ese caso, no tendría mucho sentido comenzar con las obras ahora mismo. Convendría esperar algunas semanas y luego sí comenzar con la obra de reconstrucción.

-¿De verdad creés que puede haber un segundo tsunami?

-No lo sé. Sé que ha pasado. Más de una vez. Por eso, no me parece buena idea empezar con esto ahora. Es innecesario.

La mañana siguiente, Karen se despertó con dificultad y miró el calendario: lunes 14 de agosto. No tenía ganas de levantarse de la cama. Según le habían anticipado, hoy visitaría algunos de los puntos de la ciudad que ya habían empezado a reconstruir. Pensaba que, de no haber pasado lo del tsunami, hoy estaría en Europa: “Tendría que estar navegando por las calles de Venecia, desayunando en Berlín, o visitando algún museo en París. Pero acá estoy: atada a Miami, no sé por cuánto tiempo más. Según el jefe hasta el jueves o viernes, pero nunca se sabe. Ya me lo dijeron demasiadas veces: ‘solo unos días más’, ‘una semanita más’. Los días se convertían en una semana, y la semanita se convertía en varias semanas. Pero, de todos modos, no tengo mucha posibilidad de elegir. Es quedarme o quedarme. Supongo que en estos casos solo me queda resignarme a lo inevitable”. Al menos tenía el consuelo de compartir el trabajo con Nicolás. Eso lo hacía más agradable y llevadero. Haciendo un gran esfuerzo por salir de la cama, se dio vuelta sobre su espalda y rodó hacia el lado izquierdo de la cama. Puso el primer pie en el piso de madera lustrada -el izquierdo-, y se quedó sentada al borde de la cama por unos segundos. Cuando no se sentía con las ganas suficientes como para levantarse necesitaba hacer eso. Levantarse en varios pasos. “Me pregunto si será el cansancio de ayer, o simplemente las ganas de que todo esto termine de una vez y volverme para Uruguay, o irme para Europa”. Estaba a punto de ponerse de pie, cuando escuchó el sonido de alerta de nuevo mensaje de audio.

“Hola, Karen. Soy Nico. Quería avisarte que hoy no voy a poder acompañarte a cubrir lo de la reconstrucción. Anoche a última hora el jefe me dijo que tengo que ir a cubrir otra noticia con urgencia. Resulta que hoy cumple años el hombre más grande de Miami. Tiene más de 120 años. Así que iré a entrevistarlo. Hablamos más tarde. Besos”

Todo parecía indicar que hoy no se verían. Tal vez, con suerte, por la noche. Pero prefería no contar con eso. No le gustaba crear expectativas para después desilusionarse. Mejor no pensar en el asunto. Ahora debía estar enfocada en su trabajo, en hacer aquello para lo que la habían llamado. Después de todo, este no era un viaje de vacaciones o de placer. Daba la casualidad de que en medio del viaje de trabajo había conocido a alguien interesante, pero no por eso debía cambiar sus prioridades. La profesión, el trabajo, estaban en primer lugar.

––––––––

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A Nicolás le entusiasmaba bastante la idea de conocer a un hombre de 123 años. Con los avances de la medicina, hoy en día cada vez más ancianos superaban los 100 años con muy buen estado de salud. Algunos practicaban deportes o seguían muy activos físicamente. Con ganas de seguir aprendiendo y descubriendo cosas interesantes. Era realmente inspirador. Al ver a estas personas, Nicolás no podía evitar pensar en la nueva generación de jóvenes. La mayoría de los chicos y chicas de esta época se conformaban con lo mínimo indispensable. No tenían ansias de conocer más, de aprender cosas nuevas. Y aquí estaba él, a punto de ir a entrevistar a un señor de más de 120 años con ganas de seguir viviendo y explorando el mundo.

El anciano se llamaba Thomas y vivía en las afueras de Miami. Había nacido en el año 1911, en Toronto, Canadá. Antes de empezar la entrevista Nicolás ya tenía algunos datos sobre el señor: sabía que había sido piloto de avión en la Segunda Guerra Mundial, que había trabajado como ingeniero aeroespacial y que era un fanático de las últimas tecnologías. Al llegar a su departamento se dio cuenta de que era una casa equipada con la tecnología más avanzada del momento. Para Nicolás era un poco extraño ver que un señor de más de 120 años tuviera tecnología más nueva que la que él tenía en su propia casa.

Thomas lo recibió amigablemente, en un perfecto español:

-Hola, ¿cómo estás? Tú eres el chico de Argentina, ¿verdad?

-Así es. Mi nombre es Nicolás. Un gusto en conocerlo.

-El gusto es mío, joven. Thomas Stoessel es mi nombre.

-Es un honor para mí poder entrevistarlo. He leído varias de las entrevistas que le hicieron en otros medios durante los últimos años. Tengo que decirle que usted es una inspiración para decenas de miles de personas en todo el mundo.

-Bueno, ¡espero ser una buena inspiración! -dijo bromeando.

-No tenga la menor duda de eso.

-¿Le gustaría un té, un café...?

-Un té estaría bien. Gracias.

Thomas lo invitó a pasar al living de su casa. Era un departamento enorme como para una sola persona. No hacía falta entrar y recorrer el lugar para darse cuenta de que tenía unas cuatro o cinco habitaciones. El living estaba decorado con estilo futurista, combinando pantallas y dispositivos tecnológicos por todas partes. Las paredes tenían secciones con pantallas táctiles y controles para manejar prácticamente toda la casa. Thomas se acercó a una de ellas y navegó un menú que parecía estar en árabe.

-¿Lee árabe? -le preguntó Nicolás, sorprendido al ver el alfabeto de la pantalla.

-Algo -respondió Thomas, con humildad-. Apenas estoy aprendiendo.

-Pero, si está usando la pantalla en árabe eso quiere decir que ya sabe lo suficiente.

-Oh, no. Nada de eso. No conozco tanto del idioma, pero me gusta mucho. Pongo mis dispositivos en ese idioma para poder practicar más.

-¿De verdad? Entonces, ¿lo usa para practicar y aprender?

-Exactamente.

Thomas volvió a la pantalla, recorrió una secuencia de comandos y finalmente le dijo: “Listo. Ya se están preparando nuestras bebidas. En un par de minutos estarán listas”. Nicolás no entendía cómo funcionaba eso exactamente, pero prefería no preguntar. Le daba vergüenza admitir que no estaba al corriente de esa nueva tecnología. Y, especialmente, le resultaba incómodo tener que admitirlo frente a un anciano de más de 120 años.

-Veo que le encanta la tecnología. ¿Cuándo empezó esta afición por la electrónica y los avances tecnológicos?

-Mmm... probablemente antes de que naciera. Mi madre era una gran aficionada a la física, la electrónica y la tecnología en general. Seguía de cerca los últimos avances científicos de la época. Mis padres se esforzaban por ofrecernos las mejores posibilidades, de acuerdo a lo que había disponible en ese momento. De pequeño empecé a hacer experimentos y, sin darme cuenta, en mi adolescencia ya estaba aprendiendo a pilotar aviones. En la Segunda Guerra Mundial fui el piloto del primer avión supersónico. Eh... perdón. Creo que me fui de tema.

-Para nada, Thomas. Está bien. Cuénteme un poco más sobre su experiencia como piloto en la Segunda Guerra. ¿Había recibido entrenamiento formal?

-No... lo mío había sido prácticamente autodidacta. Tuve algunos cursos cortos, pero nada significativo. Fue uno de los desafíos más grandes de mi vida. Había mucho en juego, y los pilotos de avión teníamos un rol clave. La presión era enorme, pero logramos salir adelante.

-La sociedad en la década de 1940 era completamente diferente a la de ahora...

-Sí, en un sentido sí, pero en otro no. Hay muchas cosas en común con esta época. Puedo decírselo porque estuve allí. La gente de ahora a veces se comporta como la de hace 100 años. No hemos aprendido.

-¿En qué lo nota? -quiso saber Nicolás.

-La desidia. No nos importa el otro. No nos preocupamos por los demás. El nacionalismo de ahora y el de los años 40s no es muy distinto. La gente no quiere ayudar al prójimo. No nos interesa aliviar el sufrimiento de otras personas. Solo nos preocupamos por nuestro propio bienestar.

La conversación continuó durante el resto de la mañana. Nicolás tomaba notas, mientras grababa toda la charla en uno de sus dispositivos móviles. A lo largo de casi tres horas conversaron sobre todo tipo de temas: política, economía, tecnología y hasta sobre relaciones. Thomas era un excelente conversador y se notaba que le gustaba mucho intercambiar opiniones con otras personas. Tenía una combinación ideal: la experiencia de un anciano con la energía de la juventud. Realmente no parecía que tuviera 123 años. El anciano desbordaba en entusiasmo y ganas de vivir. Ya le hubiera gustado a Nicolás atener al menos una pequeña parte de esa energía.

A Thomas le había caído tan bien Nicolás que lo invitó a almorzar con él. Durante el almuerzo siguieron conversando sobre algunos temas que no habían tocado por la mañana. Alrededor de las 2 de la tarde Nicolás se despidió, agradecido por su hospitalidad y por la atención que le había dedicado durante su visita. Estaba con el tiempo justo. A las 14.50hs tenían una llamada grupal con Karen y su jefe. En esa llamada les diría cómo continuarían de aquí en más. Nicolás tenía sentimientos encontrados: por un lado quería quedarse en Miami para seguir junto a Karen, pero por otra parte tenía ganas de volver a Buenos Aires. Ya empezaba a extrañar a sus amigos, su rutina y todo lo que tenía organizado en Argentina. Si bien estaba acostumbrado a viajar durante gran parte del año, siempre necesitaba volver a Buenos Aires. Era su punto de anclaje. Si estaba lejos de Argentina durante más de dos o tres semanas empezaba a sentirse ansioso.

La llamada terminó siendo más corta de lo planeado. En menos de 5 minutos, Paul -su jefe- les dijo que a la medianoche estarían regresando a Sudamérica. Ya había arreglado un vuelo directo a Buenos Aires (el mismo avión luego dejaría a Karen en Uruguay). Les confirmó que el vuelo saldría a las 23.45hs. Los dos hubieran preferido viajar más temprano, pero ninguno se animó a decirle nada. Se miraron en silencio, sabiendo que ese era el último día que pasarían juntos en Miami (y tal vez en cualquier otra ciudad). Nicolás quería decirle que no hacía falta que regresara a Punta del Este, que podía volver con él a Buenos Aires. Quería seguir conociéndola, seguir compartiendo tiempo con ella. Pero no le dijo nada. Le pareció mejor esperar a estar en el avión. “En el avión le voy a decir todo lo que siento”, pensó Nicolás.

A las 23.01hs los dos estaban listos para viajar, pero les dijeron que no iban a poder embarcar su vuelo a la hora prevista. Había un alerta de tormenta eléctrica, y la mayoría de los vuelos que iban a salir a la medianoche habían sido suspendidos. Diez minutos más tarde escucharon los gritos de la gente y vieron el agua. Era un nuevo tsunami.