Avanza el enemigo, estrofilla bélica

En la primera cita, Domingo me llevó al cine. Él eligió la película. Imitation of Life. Pero, en cuanto aquella rubia apareció en la oscuridad de la sala, se puso a temblar. La escena lo tenía conmovido. La estrella se había duplicado. Estaba en una playa abarrotada, y junto a él, masticando un caramelo. Me comparaba constantemente, con los ojos húmedos. Casi me pierdo la película.

Aquella actriz, a la que yo veía por primera vez, era su tótem inalcanzable. Su virgen mancillada, a la que él debía devolver al altar. Por eso estaba conmigo. Me usaba de sucedáneo. Dentro de mí, la vislumbraba a ella. «Sólo hay que dejarla salir», anotó en un cuaderno.

Desde ese instante, me convertí en su objeto. Poseerme, transformarme y adorar mi apariencia sería su tarea prioritaria. Y que dejara las tablas.

Yo no sospechaba el motivo de su admiración. Pensaba que era única e inolvidable. Además, estaba cansada de la enana.

En un par de meses, Domingo y yo estábamos comprometidos. Fatalmente.

El contador reapareció muchos años después. Mi madre me retiró el saludo.

—Si te casás con el sargento, serás mi enemiga.

—Es Coronel.

—Lo que sea.

—¿Y el amor?

—¿Qué amor?

—El suyo.

—Es irrelevante. No resiste el menor análisis.

—Lo posible está hecho, lo imposible se hará.

—No me vengas con frasecitas.

—El matrimonio es vocación y disciplina. Lo que decías que en mí escaseaba.

—Esto te pasa por no haber seguido en el espectáculo. Ahora tu proyecto es adherir a tu marido. Un inoperante disfrazado de Coronel.

—Seré madre.

—Para qué. Tampoco sirve.

No volví a verla. Para no darle la razón. Vivió mucho tiempo en el departamento de El Roca y, después, lo subalquiló. Supe por Buda que me borró de su agenda. Y de su discurso. Me soltó como si fuera una piedra.

Una vez, creí reconocerla en un entierro. Casi lloro, pero no. No era. La finada tenía su mismo gesto de disgusto.

De este lado no está. Ni del otro. Es capaz de haber encontrado un tercer tiempo sólo para contrariarme.