Jardín del Edén, detalle
Vilma sigue dormida. Han pasado dos días completos y continúa en el mismo estado de ausencia. Esta mañana, me pareció extraño que continuara en silencio. Fui a verla y seguía en la misma posición en que la acomodamos después del golpe. Respira, pero no reacciona.
Traigo un vaso con agua fría y lo vacío sobre su cabeza. Parece una pescadilla o una bella durmiente sin enanos. Nadie la va a besar. No se despierta.
Cambio las sábanas transpiradas en estado de repugnancia. Dejo a Vilma en el suelo, porque no sé dónde ponerla. La muevo sin esfuerzo. No pesa. Parece una mujer de cartón, como las que apilo en sueños. Pienso en levantarla con una mano, plegarla y dejarla afuera para que se la lleve el portero, confundida en la basura. Pero la acomodo sobre la cama. Mastico la desgracia, llamo a mamá, le cuento.
—Observá a la Cohen sin pestañear, durante veinte segundos. Ahí, quedate ahí. Enfocame la cara.
La imagen llega a mi madre, con algunos sectores en negro.
—Está en coma. Sueña. Se ve a sí misma joven y feliz, como en un picnic. Hay aves, una fuente, una lagunita oscura. Un tipo desnudo, otro vestido. Pero no los veo bien. Ella es rubia y tiene el pelo largo.
—¿Llamo a Louise?
—No creo que vuelva.
—Sí, cómo no va a volver.
—Me refiero a Vilma. Está en su imagen del Paraíso. Si tiene dos dedos de frente, no regresa. Acá está cadavérica y sola. Allá, un tipo está a punto de embadurnarla. ¿Vos estás bien?
—No puedo.