La copia de la copia, estafa
Hoy Lana se desenredó el pelo con mi cepillo, de un modo semejante al mío. Pero con un inusual golpecito de muñeca. Efecto extra, de mecanismo fallado. Eso le da un atractivo infrecuente. La deformación es seductora. Yo, simplemente, me cepillaba el pelo. Ella coreografía el asunto de ir y venir por la cabeza. Lleva la fantasía más lejos, hasta zonas inhabitadas. Es una versión perversa que entierra el original.
Domingo la sorprende en mi tocador y en lugar de amonestarla le introduce la lengua hasta la tráquea. Ella se ríe. Su capacidad erótica es inmensa.
La veo succionar y continuar con su cabello, sin inmutarse. El Coronel pone los ojos hacia atrás, como una mochila. Ella se hace un recogido con mis clips franceses, justo cuando una porción de semen invisible se derrama en su falda. Mi falda. Domingo siempre fue de eyaculaciones discretas. Líquido breve pero denso.
La escena me inquieta pero no me incomoda. Lo táctil me intriga. Será por este estado de céfiro atroz que me define ahora. Los veo como en una película, me siento a contemplar la fechoría porno sobre mis perfumes y descubro un atisbo de misericordia en mis pupilas de pasado incendiario.
Domingo introduce su armamento en todas las hendijas de ella, que gira como una rosca engrasada. Él dispara con precisión. Lana se retuerce y sacude la espalda, la juventud la mantiene tirante. Parecen arco y flecha, todo en uno. Dan ganas de aplaudir.
Si hubiera con qué.