Senza pietá, detalle

Al amanecer, me levanto temprano, tomo un mate y me voy al cementerio. Quiero ver con mis propios ojos el entierro. Cincuenta autos negros hacen una hilera oscura. El cadáver encabeza la procesión, coronado de flores.

La llegada a Recoleta se produce bajo una lluvia divina. El clima frunce el gesto de los presentes. Parece que no habrá discursos. Una desazón generalizada hace difícil el buen uso de la palabra.

La lluvia cambia de planes y decide inundar cada tumba, cada zapato. Los invitados corren hasta el sector cremaciones y allí esperan la llegada del cajón. El suelo está resbaladizo y los operarios caminan despacio, mirándose los pies. Me oculto tras el velo negro de la señora que está adelante. Estoy conmovida. La elegancia del duelo me hace sentir incómoda. Me tendría que haber puesto zapatos y no estas botitas de goma.

Una mesada móvil arrastra el cajón de Vilma hacia la puerta corrediza por la que va a perderse. Nadie se anima a tocarlo. Algunas frases inaudibles se mastican en la boca y finalmente se abre la puertita y ella se va a los infiernos en un horno refractario. La verdad que el momento es hermoso. Soy una privilegiada en segunda fila.

Me estoy por ir, cuando el final se complica inesperadamente. Una explosión hace pensar en un atentado. Enseguida, aparece un funcionario furioso.

—¿La señora usaba marcapasos? —consulta con cara de repugnancia.

—Ni idea, ¿por? —contesta la señora Louise.

—Hay que informarse antes de cremar a un amigo. Algo estalló, y ahora se ha dañado la retorta del horno.

—¿Cómo?

—Van a tener que esperar un rato. El cuerpo se esparció por todos lados. El techo del horno se agrietó. Lo único útil es el cráneo. ¿Quiere que lo pulvericemos y se llevan eso, o se toman un cafecito y en un rato vemos si encontramos algo más?

—Ay no sé, qué contratiempo. Manfredo, ¿vos qué decís?

—Que nos den el cráneo y chau. Tampoco nos vamos a quedar acá eternamente.

—Igual van a tener que abonar una multa por el tema del estallido.

—¿Le puedo dejar un cheque? Efectivo no traje.

—Pase por acá.

La urna de mármol está casi vacía. Mejor no pensar en la escasez. Gente pudiente reducida a tan poquito.

Vuelvo feliz a Victoria. Los cementerios me gustan. Además, hacía mucho que no iba al centro. Le cuento todo a Lana. Casi sonríe.