Sin luz no hay forma

Cuando llegué a Retiro, Louise ya se había duchado y repartía órdenes con renovada energía. Lucrecia me asignó nuevas tareas en el archivador.

El triángulo converge y cobra vigor a la hora del almuerzo. Los incidentes personales son masticados con estudiada indiferencia.

Nadie traicionará esa imitación de naturalidad. Louise ha desconectado la videocasetera. Y no dirá nada sobre eso. Prefiere que Lucrecia y yo vivamos incómodos, sintiéndonos cercados por la ilusión de las cámaras. El disgusto es la mejor garantía de progreso.

¿Habrá visto la cinta?

Antes de cenar, bajo hacia la calle sin dar explicaciones. La contigüidad de la muerte me hace actuar distinto. Al doblar hacia el río, cierta espiritualidad preciosa se me presenta en el alma. Algo se atempera: el disgusto de estar vivo y no saber para qué. Pero esa duda acompaña a cada ser con quien me cruzo. La muerte iguala y confunde. De quién es el cuerpo, la voz. Loxosceles es mi dueña.

Decido no seguir. Dejarle mi intimidad a ella.