Ellos dos, acción miserable

Cuando los demás sueñan, Man permanece con los ojos abiertos. Acuchillado de ideas que no puede digerir. Los ronquidos feroces de Fredo ocupan demasiado lugar y la única manera de combatirlos es encerrándose en la madriguera de su hemisferio. Tarda mucho en dormir pensando frases de protesta. A veces, se queda acorralado en la vigilia hasta que escucha el pájaro que anticipa la mañana. La noche lo libera.

Fredo se despierta sin aviso.

—Si la miro, la baboseo.

—¿De quién hablás?

—De Silvia. Escribió monstruo en su cuaderno. Era yo. Vos.

—Nosotros.

Fredo sueña con aparecer en los márgenes nocturnos de la psicóloga, con su fortaleza iluminada.

—Quiero tener una relación. Estoy planeando cómo.

—Conmigo no.

—Estamos juntos para todo.

Pero no es cierto. Algunas cosas se les escapan. A ambos. Anoche, mientras Fredo dormía, Man se tocó. Era el único momento posible. Fue raro. Por momentos no entendía quién disfrutaba. Dónde empieza, dónde termina su persona. Las fronteras no están claras. Los límites se corren. Cuando supone que el cuerpo le pertenece, Fredo se lo adueña. Mueve extremidades que suponía bajo su control. La batalla es interminable. Poca superficie para tanta cabeza. Eyacular así es imposible. Man se pierde en la observación del fenómeno y el cuerpo se vuelve aterrador.

Fredo lo maltrata. A veces, parece que lo odia. Todas las mañanas se despierta con cara de asco, hastiado de su mitad.

El Coronel hace lo que puede, pero puede poco. Le habla a Fredo para que reflexione. Man se hace el distraído, pero escucha. Es imposible no participar de la miseria. Fredo se ríe y piensa en adormecer a Man, pero tiene miedo de que los efectos de un calmante se bifurquen y le provoquen sueño a él. A veces, siente una piedra atada al cuello. Es su espejo, y lo hunde.

El cerebro de Man está lleno de quejas así:

Fredo cree que puede confundirme. Me dijo que cerrara los ojos. Y me compró un llavero. ¿Para qué quiero un llavero si somos zurdos y la mano izquierda la controla él? Supongo que será una manera diabólica de reírse de mí. Además, no me gusta salir.

Lo único que respeta es mi horario para escribir. Espero que siga así. Me siento casado con una criatura enferma. Que me revisa, me controla, me despoja de la soledad, el único bien. Debiera ser derecho legítimo de cualquiera.