El cerebro de Man, defensa
13:30
Papá está encantado con su nuevo modelo de Lana. Yedra sufrió una descompostura al entrar al taller y Lana cayó al suelo. Papá lloró al principio y Yedra al final. Fue un día feo para todos.
Después consiguió que la chica abriera y cerrara la boca, sin molestar como antes. Le está enseñando a hablar. O eso cree. Cuando dejó el cuartito, le pedí a Fredo que me acompañara a tocarle los rulos. Son auténticos y huelen a lavanda. Pero él dijo algo espantoso sobre frotarse contra la materia. Así la llamó. Materia sexual. Dice que quiere pulir su estilo, practicar posturas, pensar situaciones. Parece que está cansado de Yedra.
19:45
Fredo le dijo a la psicóloga que le molesto para ser feliz. Que mi alto sentido ético es un incordio, que parezco el grillo de Pinocho, todo el día diciendo lo que no. Que se siente cercado por la doble conciencia (no lo dijo así): la suya y la mía, que es mortificante porque nunca se relaja. También dijo que quería «cojerse al maniquí». Silvia se rio y yo quise levantarme para abandonar el diván. Fredo ni se movió, tironeó y acabamos en el suelo. Ella nos ayudó a levantarnos y sin querer le rocé un seno. Su cuerpo huele a trigo. Después, sugirió ampliar el significado representativo o simbólico de la construcción de papá. Dice que para Fredo puede ser una geisha y para mí, un sucedáneo de la ternura maternal que nunca tuve. A veces, los psicólogos pecan de amplios. Según ella, identificar a la otra con mamá es igual que darle un sentido nuevo.
Al escuchar esa hipótesis disparatada, tosí mucho. Nos ahogamos. Silvia me tomó de los brazos para ayudar y casi se resbala sobre nosotros. Entonces sentí claramente una fulminante erección en Fredo. Horrible sensación. No quiero ser testigo de su intimidad.
Hice fuerza y conseguí que nos quedáramos sentados. Me niego a participar en actos de moralidad dudosa. Otra vez.
22:13
Cuando llegamos a casa, papá estaba mirando la tele con la otra. Parecían un matrimonio normal. Si no fuera porque la esposa era un mueble. O a causa de ello.
Al acercarme, vi que papá estaba emocionado. Ni siquiera miraba el programa. Le había posado una mano en el vestido.
Yo me puse mal porque había decidido no dejarme arrastrar por la melancolía. Fredo enfureció, quería tocarla y le rompió una manga. Papá casi saca el arma.
La próxima vez que la vea en el living la mato, dijo Fredo. Te prohíbo que te acerques a mí, o a ella, respondió papá. No me hables como si fuera un niño, retrucó Fredo. Dame la manga, exigió papá. Basta, grité yo. Y la voz me salió aflautada.
Papá se retiró sin la manga. Se había puesto tan colorado que me dio miedo. Pensé que iba a explotar. Yo quería correr, no presenciar algo así. Tan triste y ridículo. Fredo tiró la manga al suelo. Estaba furioso. En uno de los dedos de la extranjera, estaba la amatista de mamá.
Papá no quiere olvidarla. O al menos eso nos había dicho. Pero ahora no ha vuelto a hablar del tema. Además la rara se parece a otra. A una que era el gran amor de papá, según Yedra. Robé el anillo sin que se dieran cuenta.
00:49
Cuando Fredo se quedó dormido, yo seguía pensando. Me quedé con la amatista. Me puse frío y sentí que alguien me tocaba el hombro. Ahí estaba papá. Me hizo un gesto para que no dijera nada. Ocultaba algo. Cuando estuvo seguro de que Fredo dormía, me la acercó a la frente.
—Quiere decir algo, dijo papá.
—¿Quién? —susurré.
—Ella.
—No puede ser.
—Sí, dice unas palabras.
—A ver.
La rara abrió los labios.
—Soy Lana. Me gustaría que juegues conmigo.
No le respondí nada. Papá hacía gestos pero no pudo ablandarme. Los miré a los ojos, primero a ella. Una lágrima, una burbuja de tristeza se deslizó por mi mejilla, y con ese gesto aniquilé la visita. Después salieron. La cara de ella me resultaba familiar. Y no me refiero a mamá. Hablo de la muerte.