Fredo onírico, ataque pasional

Volvió a pasar. Si cierro los ojos, estoy en el parque. Con el pelo engominado como un cantor de tango. Solo, bello. Entre el follaje encendido y los ojos de las colegialas que me observan con ferocidad. Bailo en sus pupilas como un fauno.

Debajo de un fresno, presento mi perfil delineado por un sol rojo y primitivo que se oculta en el horizonte. Las ramas oscuras son labios que me susurran el deseo.

De pronto, un viento inusual hace volar el parque y aparezco en mi habitación. Con aliento negro. Una puerta se abre sin aviso. Alguien me dispara en el pecho. Un dolor grosero y afiebrado se apodera de mi vida. Mi parte débil se derrumba y yo quiero correr, aunque esté en el suelo.

El grupo de colegialas hambrientas sale del ropero y tira de la bala con todas sus fuerzas para extraerla de mi cuerpo. Ese objeto brillante crece en sus manos hasta hacerse pene, persona. Un bello recién nacido.

Man surge del casquillo. Ellas lo arrullan, lo rescatan de mí, lo lavan con sus falditas enanas. Él se eleva a ese cielo juvenil, mientras yo quedo tendido en el suelo, con la herida abierta. Sangrando en silencio. Obnubilado por el infierno.

A la dificultad física hay que añadir la moral idiota de las colegialas de mis sueños. Acunemos al informe, al monstruo triste. Yo pervierto el juego: no puedo ser decente con este aspecto.