Su rojo pabellón, alarde

Días antes de mi muerte, la terapeuta le había propuesto a Fredo que fornicara fuera de casa, pero el Coronel y yo nos negamos. Él tenía miedo de que no lo dejaran entrar a ningún club. Que causara risas o pánico entre las trabajadoras sexuales por el tamaño de su cabeza.

Lo mío era puro recelo moral. Me parecía mal el disfrute ajeno. Y el dúo. La orgía no me gustó nunca. Demasiado agreste.

En la sesión de terapia, definieron el futuro hormonal de los chicos.

—No puedo esperar más —balbuceó Fredo en la consulta, mientras una imagen fría le penetraba los poros.

—Pero yo no quiero —apuntó Man con decisión.

—A ver, no podemos privar a Fredo de su deseo. Piensen un modo de enfrentar la sexualidad individual de cada uno, sin molestar al otro —sugirió Silvia.

Ella pide algo imposible. Pero pone cara de profesional y los demás aceptan. Está cansada de las enfermedades ajenas. Quiere huir pero no sabe cómo. Soy una oreja, se dice. Ese agujero por el que los demás tiran la inmundicia. Pero del tímpano pasa directamente a la amnesia.

A veces confunde a los pacientes. Las fábulas personales terminan pareciéndose. Me ama, no me ama. Me cagaron. Frases simples que se encarnan en todas las bocas. Hay que tener paciencia, se dice Heine, mientras siente el recorrido de la respiración.

—Ustedes saben lo que tienen hacer. Lo demás sobra —dice, y ellos asienten.

Según anticipa Fredo, a las cuatro y media del día siguiente los visitará una especialista. Yedra pide la tarde libre. No quiere escuchar el deseo, los gemidos. La señorita en cuestión aparece en el diario en una pose excesivamente vulgar.

—Si es la de la foto, habrá que lavar las sábanas con lavandina —apuntó Yedra antes de retirarse.

Yo me fui ofuscada al Comité, pero después olvidé el tema. Las hipertensas funcionaban de olvido instantáneo. Creo que estábamos ahí por eso. La caridad empieza en uno. Uno da, a cambio de la indiferencia. Se relega lo propio como un canje de desventuras. El otro sufre para que nos pase algo distinto, la omisión de lo propio siempre viene por vía de lo ajeno.

Man estaba nervioso. Recién ahora, muerta, tengo acceso a los hechos. Escribió el episodio en su diario.