22
Mañana, los chicos cumplen años. Man propone quedarse en casa y comer algo sano. Ya sabe lo que les espera. Miradas, risitas, murmullos, griterío, intentos banales para disimular que no los vieron. Cargar con la cruz del fenómeno circense.
Pero Fredo y el Coronel quieren salir, necesitan cruzar el umbral del encierro y abrirse al mundo.
Yedra les planchará la camisa celeste y el Coronel le dará un regalo a cada uno. Irán al Restó Militaire, un bodegón con aires napoleónicos repleto de ancianos retirados de las armas.
Man sufrirá, Fredo no. El Coronel hace mucho que no siente. Les propone ir con Lana. Pero los chicos se ponen de acuerdo.
—No —dicen a dúo.
Man hubiera querido permanecer en casa. Es horrible saber que la soledad es imposible. Sueña que lo consigue y se despierta llorando, al comprobar que no. Man se apura en definir impresiones en el rincón inviolable de su cabeza. Sabe que lo más superficial es capturado por Fredo en el momento mismo de su enunciación. Lee sus ideas como quien repasa los titulares de un diario. Man no tiene más remedio que separar las sensaciones en un prolijo hilván inaccesible.
Pedirán un auto. Siempre el mismo. No quieren un conductor desprevenido. Ya les pasó una vez. Un tipo los llevó a girar por todo el barrio mientras hacía sonar la bocina y señalaba a los deformes. Así los llamó. Fredo lo detuvo desde atrás, mientras el Coronel aplicaba el freno de mano. Casi lo ahogan.
En el restó comerán conejo. Salvo Man, que es vegetariano y ordenará una ensalada. Fredo va a devorar con impaciencia medio conejito mientras adormece su paladar con un potente Merlot, el varietal preferido de la familia.
Man también sabe lo que vendrá después. Cuando Fredo bebe de más, se meten en el cuarto de Yedra. La otra resiste, pero finalmente se deja.
Por eso bebe mucha agua, para contrarrestar los efectos del alcohol en el cuerpo de su doble. Quiere obviar a la vieja. Pero el agua resbalará por el cogote compartido y caerá en el mundo de Man esquivando a Fredo, que permanecerá ebrio y exultante.
Después de unos budines, de café y licor, de un par de visitas al baño, los tres emprenderán el regreso.
Las canciones de Fredo brotan de su garganta como espigas siniestras. Ensordecen a Man y molestan al Coronel. Pero no se detiene. Es un provocador que desafina.
Al llegar a casa, no se le ocurrirá otra cosa que meterse en el cuerpo de Yedra. Después de los escarceos con la tía doméstica, regresará a su cuarto.
Man se querrá duchar y Fredo dirá que sí. El Coronel ha instalado un sistema de doble ducha, con brazos móviles que permiten controlar diferentes temperaturas. Man se baña con agua hirviendo. Fredo no.
Bajo un chorro de agua doble, caliente o fría, Fredo inicia una nueva embestida del lenguaje.
—Papá habló con Silvia esta mañana y están de acuerdo. Debo satisfacer mi deseo.
—¿Otra vez?
—También le contó lo que dijiste, eso de que no querías ser humano.
—Yo no dije eso.
—Lo dijiste. Palabras textuales.
—Dije que no me siento humano, que es muy distinto.
—Es lo mismo. Papá me propuso hacer fotos con la putita.
—Paso.
—Dijo que va a pagarnos.
—¿Papá? No quiero.
—Ya está resuelto. Vamos a usar unas medallas de verdad. A que no sabés dónde.
Lo veo al Coronel yendo hacia Lana. Y me quedo en el living detenida. Veo la luna desaparecer y una soledad inmensa que inicia el camino contrario. Mi soledad ocupa el cielo y no brilla. Es una piedra negra.