Contra el objeto, balada retraída

Todos duermen. Estoy en el cuartito. Después de observar al aparato, he llegado a la conclusión de que está demasiado bien terminada. No parece obra de Domingo. Percibo un cosquilleo frente al vientre chato. Una hebra de odio.

Hace un rato, entró Yedra en camisón. Estuve tentada de esconderme sin recordar que no soy visible. Yedra se acercó a Lana y la escupió. Después, una risa de burla o de rabia se apoderó de sus labios. La otra ni se inmutó. Si aún tuviera ojos, me habría puesto a llorar.

En los últimos días, me había sentido muy poco a mí misma, dormité casi todo el tiempo. Ahora me entretengo con cualquier cosa para mantenerme despierta. Estoy intentando concentrarme. He inventado un ejercicio interesante. Miro a Lana y le instalo la idea de que existo. He creído descubrir un pestañeo en su ojo izquierdo. Ya sabe que la vigilo.

Hoy me pasó que le olí el pelo. Lo tiene seco, firme. Parece teñido. A veces la compadezco y otras, me siento indiferente a contemplarla. No puedo negar su belleza, su naturalidad. Duerme en esa camita fría que le hizo Domingo, como si fuera una princesa soviética. Aunque ronca.

En otro contexto, hubiera festejado el genio del Coronel. Ha logrado sobrepasar sus límites. Pensé que al incendiar a Lana fotovoltaica, no haría nada más. Y sin embargo, ésta es superior.

Pero ya es tarde para felicitarlo.

Ando deambuladora e indolente por la casa y por el mundo, buscando detalles que me descongelen. No quiero más pausas frente al infinito. Mi yo carnal se está descomponiendo.

Enferma de toda realidad, nada me queda bien. Me falta el cuerpo, ¿o es falta de memoria? Antes era una niña tórrida. Ahora, una mujer fallida. Una muertita a medias, ni cruda ni cocida.

Mi vida parecía un final desde el principio. Caminaba con la muerte de la mano como si fuéramos amantes. Y entonces, un hombre se murió a un costado, otro me nació con dos jefes sobre el cuello. Hijo de conciencia doble, ¿o debería decir al cuadrado?