Oír se dejan

Escucho su voz desde el ropero, que suena afelpada por los abrigos. Habla sin respirar, sin pensar, atravesada por la ira. Mientras tanto, la canción de Lana nos llega de lejos. Parece feliz del otro lado de la casa.

—El Coronel es un mentiroso —grita Yedra—. Después de la fotovoltaica, intentó otro modelo sin éxito. Lo tiramos a la basura. Esta Lana es de carne.

Yedra golpea con furia la puerta y yo me oscurezco. Lana canta, su vocecita aburrida nos llega a través del pasillo.

Febo asoma y a su paso. No puede ser cierto. Este aparato no tiene corazón. ¿Morí frente a un infiel de verdad? ¿La intrusa y el inútil pergeñaron mi deceso? Me voy hacia la androide. Le presté poca atención. Es que nunca me gustaron los electrodomésticos.

Una sola noche me capturó su postura. La vi tirada en el suelo del patio junto al Coronel, mirando las estrellas. Ella reía. Él le dijo algo espantoso: te quiero.

Lana está en el baño, usando mis productos. Hace muecas frente al espejo. Sin maquillar, no parece humana. Tiene la piel gris.

La duda se agita sobre mi alma como una serpiente. Quiero mi Hamlet.