El ala es paño
Umpiérrez extrajo la bala y después sentenció frente a la familia:
—Uno de los hemisferios ha muerto. Si les parece, aprovechamos para hacer estética.
Yedra se puso a llorar. El Coronel y el sucedáneo aguardaban en el otro extremo. Buda fumaba en la puerta.
—Cuando despierte sabremos quién ha sobrevivido. Mientras tanto, les conviene descansar. No hace falta que estén todos.
El hospital me asusta. Veo los pasillos llenos de gente como yo. Muertos en la salita, en el mostrador, junto a la máquina de café. Me voy con Buda a ver cómo cae la lluvia sobre la vereda. El cielo se quiebra y se frunce en un relámpago atroz. La gente corre y así distingo a los muertos de los demás. Ellos caminan despacio, algo desorientados bajo el agua que no les importa.
Tengo miedo de haber provocado una tristeza equivocada. Mis hijos sufren y Lana consuela al Coronel.
La policía empieza a mirar mal a la familia. Cada tanto, un accidente inexplicable. Primero la esposa, ahora el hijo. Quién será el siguiente. Tuvieron que declarar, pero ya se habían puesto de acuerdo. Estaban limpiando el arma con un pañito y por error se disparó.
Domingo parece desolado. Las arrugas han dibujado un garabato en su frente. Yedra reza maniáticamente en un balbuceo ininteligible. Buda piensa en Man, quiere que sea él quien sobreviva. Yo me acurruco junto a ella. Es el único refugio que me queda.
De pronto, recuerdo aquel sueño feroz que anticipó mi embarazo. Yo en el baño viendo un protoser cayendo de mi vagina. Aquello era horrible, un embrión enfundado en plástico flotaba en el inodoro. De pronto, la funda se hacía cristal y el ser mutaba en dos peces raros. Uno vivazmente largo, otro colorido y salado.
Voy para atrás. Por momentos me siento una niña. Mis días de balbuceo son tan claros como los últimos.