Fantástica batida

El sonido del deseo viene de mi dormitorio. Lana y el Coronel disfrutan de sus cuerpos. Ella se ríe mientras cabalga. Él se deja trotar en silencio con los ojos blancos, vacíos. Yo me siento a un costado, o me quedo de pie. Digo que me instalo a contemplar esa rutina amorosa como si fuera algo establecido. Se muerden para mí.

Y no deja de sorprenderme la elasticidad de esta chica. Parece acróbata, o domadora de cilindros. Domingo está redondo como un pastel de carne. Los rollos sonrosados le abundan por todos lados. Viendo la escena me acuerdo de la vida. De Horacio. No sé si valoré lo suficiente el hecho de respirar. Hice mi destino sin prestar atención al significado.

La risa me inunda mientras descubro las limitaciones del Coronel. Respira mal, se pone amarillo y susurra ay ay ay en la oreja de la acróbata. Yo soy libre. No tengo que ocuparme del peso de un montón de órganos ridículos.

—¡Domingo! —grita Yedra, desde el pasillo.

—¿No entendés que estoy ocupado? —responde él, bajando del deseo como de un ascensor.

—Sólo quiero despedirme.

El Coronel no responde. Yedra tiene una valija en la mano. Cuando se abre la puerta, él se ha puesto una bata mía cubriendo su sexo.

—¿A dónde vas?

—No aguanto. Los chicos van a estar bien. A vos, te veo entretenido.

—¿Tenés plata?

—No es cuestión de dinero. Pero me llevo lo mío.

—Me parece bien. Cualquier cosa, avisá.

—¿Es todo? —dispara Yedra con los ojitos brillando de furia.

Yedra empuja la puerta y se tira sobre Lana como una tijera afilada. La domadora defiende su arena con eficacia. Le inmoviliza una pierna. El Coronel intenta separar los miembros, pero se equivoca. De quién es esta mano. Yedra sangra por la boca, del odio que siente. La otra le pega un bocado y le corta la trenza. Yedra se desboca frente a la mirada atónita del Coronel. Parece un caballo salvaje. Sus pelos asfixian la garganta de la acróbata. De pronto, los músculos de Yedra se tensan a la altura del pecho. Al cabo de unos instantes, se desploma en el suelo. Tiene una lima clavada en el corazón.

Yedra me ve. Nos quedamos quietas, somos dos muros de tiempo.

Domingo le extrae la lima y ella vuelve a la cama. Lana corre al botiquín. La pierdo.

Otra vez sola.