El nuevo
Hoy trajeron a los chicos. La pérdida del tercer hemisferio ni se nota. Pero este joven sobre la cama no se parece a ninguno. No es Man, ni Fredo, ni la síntesis de los dos. El resultado es un hombre amnésico, de una belleza extraordinaria. Umpiérrez hizo algunas modificaciones leves y aquella cara como una costilla se ha convertido en un modelo de simetría y misterio.
Vino en ambulancia y el Coronel ordenó ubicarlo junto a Yedra. Lana Carne lo mira con delicia de hambrienta. No puede menos que mojarse los labios.
El joven pide agua y ella corre y vuelve con un vaso fresco. Yedra está en la cama de al lado, confundida. Los calmantes exceden el tamaño de su lesión. Lana la mantiene estúpida.
—A vos, tampoco te recuerdo —dice mi hijo.
—Soy Lana.
—¿Alguien de la familia?
—No hables de más, amor. Las piezas van a acomodarse solas.
—¿Y la señora que duerme conmigo?
—Nadie. No le prestes atención. Es una delirante.
Manfredo se recupera en silencio. Lana ha instalado un biombo para separar a los enfermos. Pero los ronquidos de Yedra, condenada a la morfina, invaden el dormitorio a toda hora.
Él se pregunta quién es, dónde está, por qué no hay fotos en la mesita. Pero aún le cuesta concentrarse. Una venda apretada le sostiene un implacable dolor de cabeza.
Lana se pasea escasa de vestido, mientras piensa qué le conviene decir. Qué callar.
Yo me siento a contemplar la escena, interesada en el fenómeno. La vida se hace sola en esta casa. El mundo no entra. A nadie le importa lo que sucede fuera de estas paredes. La historia, la medicina, la familia, la muerte, viven acá. Y generan su propia metafísica.
A veces, veo la escena desde arriba. El biombo parece una red y Yedra y Manfredo, residuos de un partido de tenis enfermo. Lana es la pelota.
Viene y va, blanca o furiosa, embutida en mis prendas, con mi antiguo perfume, haciendo de mí. Actúa mi vida mientras yo hago de muerte. Ella asciende de categoría. De objeto a protagonista. Yo hago de juez, es decir, de distancia.