Rumbo fijo
El Coronel está desconcertado. No sabe cómo vivir con su amante y ese hijo nuevo que lo mira con recelo. Así que opta por el encierro. El mecanismo del cuartito. De la creación.
Un giro se produce en su mente. Sus antiguos devaneos, el ardor por Lana, comienzan a extinguirse. A veces, pasa por la cama de Yedra a leer algunos párrafos de sus anotaciones sobre Mecanismos simples. Ella lo mira extasiada, como si escuchara una misiva de amor:
«El recorrido del reloj se debe a una rutina del sistema. En los mecanismos articulares, las operaciones o fases se realizan en tramos. Sin válvulas, árbol de levas, botadores, ni balancines, pero sí con resortes y engranajes, el reloj es un sistema de cálculo con rumbo fijo. Después de las doce quince, siempre serán las doce y dieciséis.»
Por eso, cuando Yedra consigue espabilarse y le dice a Manfredo que es la esposa del Coronel, él lo da por cierto.
—¿Y la chica?
—Medio hermana tuya. Hija de tu papá y Lana Carne, su primera esposa. Tenele respeto. No es buena. Una ortiga fétida que deshonra a los Berro.
—¿Y mamá?
Un silencio se hace lugar en la boca de Yedra.
—Tu mamá sufrió un accidente aterrador. La patria se le clavó en el cuello como una víbora hambrienta. Le arrancó la yugular.
—¿Dónde está?
—En todos lados y en ninguno. Nos mira. Es como un Dios sin fieles.
Me dan ganas de presentarme, de decir yo. Yedra está desquiciada. Como siempre. El vivo puede hacer y deshacer a su capricho. El muerto sólo deshace. Se deshace.
—¿Qué es Dios? —dispara el nuevo con candidez.
—¿No te acordás cuando íbamos a misa?
—No.
—Es como un teatro mal iluminado y viejo, donde el público participa cantando o completando alguna frase, porque ya sabe el final. Una tragedia con olor a incienso, justo acá a la vuelta.
—¿Y de qué se trata la obra?
—El protagonista es Dios, uno que no está nunca. Un ser refractario de inmenso poder y poco sentido del humor. Como ya ha muerto, un señor vestido de largo recuerda sus sentires sobre el mundo y también las aventuras del hijo, un muchacho triste, profundamente solitario y semidesnudo. Para que la gente vaya, siempre te cuentan una parte distinta de la historia.
—¿Y la madre del chico?
—La usaron y la dejaron afuera, aunque le podés poner una vela. Ella sí está bien vestida, como de fiesta. La embarazaron sin tocarla, delicadamente.
—¿Cómo hicieron?
—Es una de las intrigas sin develar de la obra. Al final, el del vestido largo, que cura sin remedio, bebe un poco de vino y todos hacen fila para tragar un círculo de papel al que llaman hostia.
—Raro.
—Por eso dejamos de ir. Además, nos miraban mal.
—¿A nosotros?
—Sí, vos antes eras distinto. Y a esa gente no le gusta la novedad.