El tiempo corre al revés
Me voy feliz hacia abajo, paralela a la ciudad. Casi diría que zigzagueo como una hormiga que ha encontrado su lugar. Esquivo el mundo primitivo y entonces observo que otros como yo me tiran flores, o imágenes de pétalos gruesos. Me reciben con satisfacción en esta cueva pastosa, tan húmeda.
He llegado a un útero parecido a mi casa, pero patas arriba. Visualizo una mesa. Y de pronto, algo me acomoda en este nuevo sentido. Ahora el mundo es éste y el otro ha quedado al revés. El hemisferio de lo mortal será mi norte. Lo demás florecerá bajo tierra.
La vida patalea en el subsuelo y ya no importa. Es como una fiesta asordinada que deglute a los invitados detrás de la puerta. La muerte es pura insurrección: Domingo, estoy bajo tus pies.
Ludmila dirige el recibimiento y me improvisa unas palabras: Estimada Aurora: Bienvenida al lacónico mundo de lo universal. La muerte otorga.
Horacio aplaude la contradicción mientras levanta una copa. No lo había visto. Con los rulos sueltos y despojado del abrigo, parece más bello. Me recuerda a Domingo en su versión muerta, es decir, libre. Me susurra que ha resignado las notitas por escasez de insumos. Me hace reír. El humor es excelente entre los descendidos.
Pobre Domingo, era un esclavo de la parábola. Mientras estamos en el mundo somos tiranizados por las escenas comunes. Las tentaciones no son reales. Hay que elaborarlas. El cuerpo de Lana, o el mío, parecían funcionar como una prolongación de su deseo perdido. Éramos su felicidad parásita, nacidas para agradar el paisaje perezoso de su alma. Qué proeza de la imaginación, un milico científico. Un enamorado del doblez. El cuerpo arrancado del celuloide es asimilado por el aire. Se dispersa. Con el matrimonio pasa lo mismo.
Por fin, cierta nitidez aniquila el velo de la existencia. Me siento redimida de lo castrense: me había soldado a sus dogmas como un cerdo a su cuero. La moral es un estorbo.
Papá está sentado frente a mí. Ya no tiene miedo en la cara. Ni bigote.
—Soy tu padre incluso acá —dice como si hiciera falta.
—Ahora tenemos tiempo —respondo, y me sonrojo con la idea de la falta de límites.
—¿Ya viste a mamá?
—¿Está acá?
—Sí, en el pasillo de los escépticos.
—¿Dónde está ese pasillo?
—En ninguna parte.
Nos reímos, complacidos por el juego. Ya la visitaré, no hay apuro. Si me aguarda el infinito.
Tomo un vino delicioso que sabe a novedad botánica. A nacimiento. Y me despido de Buda, mentalmente. El resto se desvanece solo: Domingo, la Yedra y el niño loco. Criaturas cristalizadas. Un desperdicio.
El tiempo correrá al revés para nosotros. La muerte es una aceleración. Mi camino no los atravesará jamás.
Lo que sigue no tiene palabras. Tan sólo añadir que el mundo vivo sucede en el suelo. Si cavara en la tierra, podría espiar. Pero no me interesa. Lo que vi desde mi muerte fue revelador.
Sacarse el pasado y dejarlo en el suelo, sortear el montículo es mi único deseo. Ser una pieza nueva. La muerte valoriza, es el arte de la ocultación.
No me sigan. No me recen. Mamá se deshace ahora.