Estimado Coronel:

Han pasado algunos años y no sé si me recuerda. En el 56 trabajé en su estudio. Hombre fijo nunca tuve y la aparición de la fotografía me rescató de las citas. Creo que usté es un visionario, a su manera. Pero la obscenidad debería servirme. Ando escasa de fondos.

Las copias que me dio hace tiempo no se venden ni en el barrio. Son muy sofisticadas, parece.

Me hizo juguetear con su hijo, ¿se acuerda? Con el tema de la cabeza partida y las cabalgatas a pelo, cuánto jugo. Y la mirada, como si cada ojo viera un mundo distinto. El izquierdo, en particular, era aterrador, ¿no le parece?

La otra, en la que estábamos recostados sobre una bandera descolorida que funcionaba de diván, la quiso el doctor. Le gustan los casos de la naturaleza. Así me dijo. Hay que cultivarse. No sabía que a Umpiérrez le interesaba al arte. Me dio poco y nada. Dice que podemos ir presos.

La del joven oficial que simula rebanarme con su sable la malvendí al principio. No es que mi pose provocativa ni el cuerpo con los atributos al aire de él provocaran escalofríos. Es que la imagen era triste. Mi carne sobre la alfombra saudita sonreía, pero no lo suficiente. Los muslos se veían raros. Y la pierna flaquita daba impresión.

A mí me gustaría comprarme una casa, aunque sea chica. Supe que le va muy bien y me parecería lindo que se acordara de la modelo. Desde que lo tuve al nene, me las estoy arreglando con cosas decentes. No quiero que se avergüence de las actividades de su mamá. Hice caso a una prima y me puse a atender. Pero no se puede cobrar mucho porque título no tengo. Si tiene un empacho me llama.

Me cuesta ser feliz. Hago preparados para las vecinas con la cabeza cercada por lo siniestro. Hoy, mientras preparaba un ungüento, me acordé de ustedes. El petrolato disparó la imagen. El olor es una vía que conduce hacia atrás.

La mitad mala sabía a orzuelo. Usté me hizo cabalgar sobre ese bicho. Apoyar mi sexo sobre el lomo del animal perverso. Agitarme frente al obturador. Pero había una parte linda. Su hijo Man era bueno. Hablamos muchas veces. Cuando el otro se dormía.

Un día me pidió que le llevara un cuaderno sencillo donde descargar la cabeza. El anterior se le había llenado. Llevaba años viviendo en ese terreno mental que es una jaula, decía. El único lugar confiable.

Parece que escribiendo uno se descubre, aunque lo que aparezca sea feo. La excavación de las ideas es un trabajo arduo.

Un día me leyó una frase: El odio es un caracol, la babita interna. Me encantó, aunque no entendí el significado.

A veces pienso que el nene es hijo suyo, se me desvía tanto. Siempre tuvo problemas de concentración. Después sueña con ese pedazo de ruta desconocida por la que avanza al revés. Sin freno. Ahí está otra vez el desajuste. Sobre el asfalto, yo, rebanada por el sable. Qué increíble. Severino siente el sable. El de la foto me tajea y me vuela un mechón, me tapa la cara. Ese pelo lo ahoga a él, al nene, aunque esté en mi boca. Se le traba en la garganta y lo despierta de golpe, en un charco de transpiración. Nuestros sueños son de una promiscuidad pasmosa. Insoportable, por momentos. Pero no llora. El nene es de pellejo duro.

Cómo lo engendré, no sé. Estaba muy ocupada en ese entonces. Hay que anotar los orgasmos. Fecha y nombre de pila. Pero es suyo o de su hijo. Si yo les di la exclusiva de mi cuerpo.

Me hago una siestita y vuelvo, porque tuve un velorio y estoy cansada.

Soñé con usté, qué increíble. Que lo besaba en la arena aunque estábamos en su casa. A veces, cuando posaba, ponía unos lienzos en su estudio y jugábamos a las vacaciones, ¿se acuerda? Yo lograba imaginar el sonido de una playa que había armado su mujer con tela dura. A ella nunca la vi más que en foto, andaba en la suya. Pero estaba enmarcada junto a la puerta.

Una vez me la crucé en el zoológico. Estaba con un tipo fiero con pinta de abogado o algo peor. Le dio una cachetada a la señora y ella se puso a llorar, sacó un pañuelo. Salió corriendo. Junto a un arbusto nos rozamos el hombro, pero no me registró. Sentí pena. Al tiempo murió, ¿se acuerda?

Felicítelo a Manfredo por el cargo en la Aduana. Lo vi en el matutino con gente de fama. Cómo le cambiaron la fisonomía. Me costó reconocerlo. Está operado, ¿no? Muy parecido a ya sabe quién. Su muñequita. No digo que sea puto, pero tiene un aire.

La cosa esa vibraba mucho, ¿no? Los besos de Lana me contagiaron la electricidad y en lugar de socorrerme usté hizo abuso de mi carne. Quedamos los tres pegados como un tren sin maquinista. Yo en el medio era el vagón comedor, todos se juntaban en mi cuerpo. Una vieja puso fin al coito triple, cortando la luz. Ese día, me dieron más plata. Pero tengo pesadillas desde entonces. El ataque de electricidad me hizo cambiar. Vio que la energía es contagiosa.

Los primeros años no entendía, pensaba que eran imaginaciones mías. Desvaríos. Ahora, cierro los ojos y veo cosas. Se me derrama la cabeza. Algunas veces la controlo, otras me gana.

El tema es que el otro día los vi de pasada en la revista Siete Días y me compré un ejemplar. Me sorprendió la casa de Manfredito. Muy linda la colcha del dormitorio.

Pongo una vela por ustedes e intento concentrarme en cosas lindas. Pero no puedo. El olor me adormece y no logro nada. El pulmón se agita con el humo. La vida se hizo mal y ya no hay vuelta. Quiero embriagarme, bailar. De pronto, tengo ganas de celebrar tanto fracaso. Pongo un disco de antes, a juego con lo que se viene. Quedo hipnotizada un instante, evocando el momento.

Un vómito espeso trunca cualquier lucidez y me deja tendida sobre el parqué, aplastada sobre la pierna fea. Así pasaré la noche.

Al alba, decido calcinar el pasado. La revista Siete Días arderá en el patio rociada con alcohol, prendida como una vela oscura.

El mechón de incienso se levanta deformando aún más esos cuerpos torcidos. La imagen de Manfredo se funde conmigo y construye un solo ser ennegrecido. Las imágenes se compactan y se avivan.

Entonces entiendo un par de cosas: el pasado no es mío, es un invento simultáneo. La pena tampoco. Es universal. Nadie se salva solo, Coronel.

Miré el fuego extasiada, soy medio tonta, mientras un viento inesperado se levantaba desde el río y se ponía a corretear en el patio. Los látigos calientes se crisparon en una danza sin control, girando hacia la casa que alquilo.

El resultado fue terrible. Quedamos con el nene en la calle. Severino tiene frío.

Paso a dejarle este sobre y si no le parece mal, lo espero en la vereda de enfrente, tipo seis. Si necesita afecto, cuente conmigo. Algo se nos va a ocurrir. Yo escándalo no quiero.

A la espera de su cariño, Normita. La modelo.