Perspectiva amarga
La señorita Lucrecia camina detrás de Louise, dos pasos, como su otro ser en potencia. Una sombra más bajita entubada en el vestido ocre, imitando la maldad de su dueña, sin la gracia esquizoide. Cuando la señora se va, ella crece un par de centímetros.
Me explica las tareas que debo realizar, sin mirarme de frente.
—Tenés que estar sin ser visto, salvo cuando sea necesario.
Prometo ser invisible, volverme transparente para mirar a los demás, a los verdaderos. La gente con plata es más nítida.
La mascota Lucrecia me cuenta el orden que debo llevar con los objetos. Me da un anotador con indicaciones. Y retiene mi documento. Tienen de todo, incluso cosas repetidas.
Era esto o envejecer en Victoria, con mamá. A pesar de las frustraciones, conserva la esperanza. Yo soy de un pesimismo inmaculado.