Objeto 1: Tareas

Cuando me levanto no hay nadie. Me ducho y demoro. Debo acomodar prolijamente el jopo postizo. Una especie de nido de pelo que me confeccionó mamá para disimular las entradas. Lo engancho con unas pinzas que se confunden con el verdadero, y me toma casi quince minutos encontrar la caída exacta, el modo más natural de acomodar esa mentira.

El detalle inesperado le da a mi cara cierto interés del que carece. Eso y las fosas nasales, visiblemente más grandes de lo habitual para una estructura facial como la mía, que en opinión de mamá —cosmetóloga y vidente— me hacen parecer un tipo extraño.

Me pongo el delantal con el nombre de otro bordado en el bolsillo y me dirijo a la cocina. Hay frutas en un recipiente de cristal. Pan negro. Té en hebras. Busco café y preparo dos tazas. Una para tomar con la tostada, otra para el camino. Siempre merodeo. Ando a la búsqueda. Me encierro en el archivador con las indicaciones de Lucrecia. Pero prefiero revisar.