Reiteración orgásmica, boceto

La discusión con mamá me dejó agotado. No sé qué le pasa, pero yo de acá no me voy sin algo grande. Algo que nos salve en serio.

Llegué temprano y puse la copia bajo la almohada de Louise. Después, bajé a comprar el diario. Lucrecia debe haber subido por otro ascensor porque al regresar, ya estaba. La encontré con la cámara, mirándose en el espejo oval. Así, televisada, parece una actriz madura a punto de suicidarse. Vira un poco al celeste. Se mira y se desnuda como si fuera un recuerdo. Hace rato que su cuerpo perdió la forma original. Lucrecia llora frente a su imagen, inmóvil, como una griega de mármol. Acerco el plano al espejo. Los ojos de ella son fríos. Yo me enciendo. La tristeza de ella dispara mi placer. Entonces me nublo y al volver a mirar, ella no está frente al espejo.

Una teta de bronce me golpea desde atrás. Una obra original comprada por Louise en una subasta, perfecta para derribar a cualquiera, me deja fuera de juego.

Cuando vuelvo en mí, Lucrecia está envuelta en una bata de raso.

—No me gustan los viciosos. ¿Te duele?

Me toco una protuberancia en el lado izquierdo. Por suerte, el nido de pelo atajó parcialmente el golpe. Pero se me ha corrido y tengo sangre. Lucrecia me mira con una mueca triunfal, mientras desprendo las pinzas.

—Sos casi pelado —me dice muy seria.

—Estás vieja —le respondo.

—Ni una palabra a Louise.

—Ni una.

—Falta un casete. Día martes. Dameló.

—No lo tengo.

—Tenés una hora.

—No lo tengo.

—¿No? Yo sí tengo tus hurtos.

—Hagamos un intercambio.

—Das náuseas.

—En media hora, en la escalera.

Lucrecia sale del estudio y yo la sigo. Al llegar al pasillo, ella voltea y yo corro a la habitación de Louise a rescatar el paquete. Laten las sienes de ambos. Las escenas genitales volverán a sus respectivos dueños. La notita no llegará a destino.

En el borde de la escalera, nos miramos con rivalidad, con el placer ajado por la traición. Cada uno destrozará la prueba erótica de su exceso. Pero yo tengo una copia.

La mirada sobre la intimidad ajena es cruda. El placer, visto con tranquilidad, parece una muerte. Un coágulo vencido.

Mientras ella se acuesta, aprovecho para cambiar lo inventariado de lugar. En el lavadero, reviso algunas prendas.

Después, me subo al último tren a Victoria.