Visiones móviles
—Todos los cuervos son negros —repito, prendiendo una vela—. ¿Qué pasó con el tipo del video?
—Nada. No volvió.
—Teneme al corriente. Es peligroso. Tiene la muerte pegada a la sombra. La veo.
—Estoy leyendo mucho. En mí, termina el sentido del mundo.
—¿Qué decís? Dejá de leer esa basura.
—Las obras de arte cambian para convertirse en cosa poética: la inutilidad del hueco. Así soy. Las salvo de la garra materialista.
—Callate, Severino. Pensá en lo que digo. Pensá en algo no negro.
—La sangre de Lucrecia.
—Agarrate algo grande y dejamos acá. Nos olvidamos de todo.
Severino coloca sobre el aparador una revista europea. No me dice nada pero yo me encuentro. El nene marcó la página impúdica. Esa versión mía parece menos lasciva junto a las flores de plástico. Observo las fotos sin reconocer las poses. El bigote nazi de la entrepierna sí me suena. Y me ofende. Pongo la página boca abajo para concentrarme en Manfredo. Intento ver. Pero las velas me adormecen y no logro nada. El pulmón se agita con el humo. Las figuras de adivinación están contaminadas. Lo que hice en el día, el video de Lucrecia. El sexo. Manfredo y el Coronel son una mancha de semen que no se va. Todavía huele.
El exceso de formas me traba, no puedo perforar la ciudad y llegar hasta el objeto. Me duermo sin ver.