Imagen 5: Deterioro
Mamá prepara un desayuno insulso que no tomo, cierra la puerta y luego subo al tren. Leo un diario que olvidaron en el asiento contiguo. Allí está de nuevo: Severino Centeno, se busca. Arranco la hoja y la guardo en el bolsillo. Camino sin expresión, con el corazón fruncido. La realidad se aferra a los datos, yo pretendo olvidar, ella me hostiga. Meto el apellido en la boca y mastico el papel, se pega a la garganta. Lo trago y lo toso, casi me asfixia. Pero consigo elevarme, vuelvo a ser Severino a secas. Centeno será un eructo suspendido, un surco en la digestión.
La vi mirándose. El lomo joven de mamá en la revista. Parece una lengua dura. Las nalgas coloradas por la agitación y los pezones duros aumentan la imagen de hembra viva. Mamá fue eso. Después se miró en el espejo mínimo del baño. Trepó a una silla. El colgajo hacía sombras. El género se le ha estirado con la vida. Ya no intuye el animal de su cuerpo. El tiempo es lavandina. Ningún bicho sobrevive.
Los gritos de Lucrecia me sacan de mí. Se convierten en una línea en la pared. Hacen una raya perfecta sobre la madera. Después, se ausenta. Los minutos transcurren así, como un río en desborde.
Está encerrada en el archivador. El repugnante la tiene atada a la mesa y la penetra con cara de antipatía. Las exigencias de Lucrecia se van desvaneciendo. Ahora se contonea con cara de asco, dándole la espalda a la cámara.
Los veo en picado, tan insignificantes como aquel abejorro que capturé de chico: no pude dejar de mirarlo hasta el final. El ruido de sus alitas gordas se iba apagando y los golpes contra la caja también. Antes de que muriera, lo cambié de lugar. Lo puse en un frasco. Quería observar detalladamente la decadencia. Ver sufrir a otro hace escuela del dolor. El arte parece hablar de la vida, animar a la crueldad. Acción y reacción. La imagen es un juguete. El plano LUCRECIA vibra. El tipo se sube los pantalones. Sale sin desatarla. Cierra la puerta.
De pronto, siento pánico. Que no venga para acá. Sus pasos amortiguados por la alfombra. Pero tose y me oculto bajo la mesa.
Entra directo hacia la videocasetera. Toma la cinta y silba.
Lucrecia escribe en un papel ABRIME y lo pega en el lente de la cámara para que la vea. Los ojos del tipo contemplan esa palabra durante un rato, sin moverse. Atrás se adivina la silueta brillante de ella. Se excita con la propuesta. La originalidad lo hace sonreír. Ya está por tocarse cuando el timbre lo devuelve a la realidad. Pero entonces, una hormiga aparece en la pared blanca, caminando hacia abajo. La aparición de ese cuerpo inesperado lo invade. Queda cautivado, nocturno. El timbre suena mortecino por la visión de la hormiga, que ahora desde el suelo remonta el zapato del tipo. Él se dobla en dos por seguir al insecto en su recorrido. Cuando alcanza el talón, la hormiga desaparece. Negro sobre negro. El cuerpo de la intrusa lo ha llevado hasta mí.
—¿Qué hacés ahí?
—Nada.
El tipo captura a la hormiga sin lastimarla. Sus dedos son pinzas delicadas. Ella termina presa en el tubo de una lapicera transparente. Lucrecia y el insecto se igualan.
—A los lepidópteros se les da muerte apretándoles el tórax con el índice y el pulgar.
No digo nada. La voz de Louise llamando desde la puerta me salva.
—Andá con ella mientras arreglo las cosas.
Salgo del escondite sin decir nada y distraigo a Louise como puedo. Lucrecia aparece como si nada. A él no lo veo en toda la tarde.