Retrato o vidriera

No paro de mirar la cabeza falsa. Le pinto las pestañas para distraerme, me dedico a imaginar. Tengo ideas firmes sobre lo que debe acontecer. Por eso me asusta que Severino descarrile. Siempre se cae del borde. Empezó con la cama, siguió con el resto.

Después me acuesto con la cabeza al lado, pero no duermo. Me quedo tendida mirando el techo mal pintado, casi verde. La cara del Coronel se parece mucho a la grieta del empapelado, justo al lado del ropero. Si nos viera a las dos mirando para arriba. Ella está igualita, yo no. Soy tres veces más vieja. Pero es lindo sentirse acompañada, tener una prótesis mental que te acompañe. Dos cabezas piensan mejor que una. Aunque ella es medio lenta. Sólo sabe abrir y cerrar los ojos con ayuda. Cuando guiña me da risa.

Cuando pasa el último tren a Tigre, me quedo dormida. Sueño con un hábito negro que me llega hasta los pies. Estoy descalza. Domingo me besa los pies, arrodillado. Es un caballero. Al despertar, lo primero que veo es la ausencia de la cabeza. Se ha caído al suelo.

Parece una mascota. La llevo por la casa. Desayunamos juntas, baldeamos el patio. Si tengo que salir, la dejo junto a la puerta. Y la beso, para que me traiga suerte. Le hice un pesebre en la entrada. Quité los frascos con insectos de Severino, y en su lugar coloqué flores secas, vela aromática de la suerte, un angelito de yeso y un pedazo verde de terciopelo. A modo de refugio.

Contemplarla un momento, rezarle, pedirle por el nene, hablar por ella en línea directa con lo eterno, me hace sentir conectada. Y buena.

De pronto, ganas de terminar con todo. Fin de los tiempos, tomar el tren a Retiro, entrar, romper los cuadros, ver la sangre corriendo como si fuera un río insulso. Pero no, la cordura. Atajar la codicia, dominarla. Aguar la animalidad tomando té. La primera vez que vi a Louise estaba en la tapa de Siete días. Del brazo del Coronel. Qué emoción cuando vimos el aviso. Se necesita mayordomo para labores de Servicio, Orden y Limpieza. Se exigen conocimientos de Arte y posibilidad de pernoctar al menos de Lunes a…, el nombre de ella al final era enorme.

Lo llamo a Severino por teléfono para no pensar, le tiro a él mi malestar.

—¿Por qué no viniste? —Mi voz suena feo.

—Me cambiaron el franco.

—Hace una semana que no sé nada. Decime la verdad.

—No hay nada que decir. Todo fluye.

—No te olvides del dolor. Es una planta crecida.

—Estoy atento.

—¿Seguís enamorado o ya volviste? Mirá que la demencia y el deseo beben de la misma botella.

—Estoy mejor.

—Me das una alegría.