Osadía

—Louise, querida. A Vilma le dieron tres puntos. Menos mal que no pasó nada. Tu empleado es un insensible, y muy poco solidario. Me dejó con el problema. ¿Podés creer?

La voz de Manfredo al teléfono parece una picadora de carne manual. Corta las palabras, a falta de inteligencia. Suelta su canción con una mano en el pecho. Vilma duerme en el cuarto de huéspedes y así seguirá. El pedo y la herida la han desmayado más de la cuenta.

Yo me siento mal. No sé dónde meterme. Acomodo en silencio.

Los ceniceros están llenos de tucas, y hay una mancha verdosa sobre la mesa.

—Por suerte fue un corte superficial. El cráneo se quebró, pero es increíble cómo resistió el golpe. Está casi entero. ¿Lo tenés asegurado, no?

Manfredo corta y se dirige a mí, sin mirarme.

—Bueno, yo me voy. Que Vilma duerma cuanto quiera. Si podés, ofrecele algo para comer. Si podés. Acá Nadie obliga a Nadie a hacer Nada.

Manfredo guarda las fotos eróticas en el bolsillo y sale. Pero no ve una que ha quedado debajo de la mesa. En cuanto cierra el ascensor, me apodero de ella. Salvo a mamá de las manos de ese cuervo.