LIBRO V.

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ARGUMENTO.

En este libro se contienen los palacios que Psique halló, y los amores secretos que con ella tuvo el dios Cupido, y de cómo vinieron a visitar a Psique sus mismas hermanas, y la envidia que de ella tuvieron; por cuya causa, creyendo Psique lo que le aconsejaban, quiso herir a su marido Cupido; por lo cual cayó de la cumbre de su felicidad y fue puesta en tribulación. — Y cómo las hermanas hubieron el castigo que merecían por tan mal consejo como a su hermana dieron. — Y cómo Venus persigue a Psique, buscándola por todas partes.

I.

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Cómo la vieja cuenta a la doncella cómo Psique fue llevada a unos palacios muy poderosos, a donde holgó con su nuevo marido.

—Hallándose Psique en aquel prado hermoso y florido, aliviose algún tanto de la pena que en su corazón tenía. Y mirando a todas partes vio una floresta con muy grande arboleda, y una fuente muy clara y apacible, y allí junto estaba una casa real, la cual no parecía edificada por mano de hombres, sino por los dioses. A la entrada de la casa estaba un palacio tan rico y hermoso, que parecía morada de algún dios, porque el zaquizamí y cobertura de madera era de cedro y marfil maravillosamente labrado. Las columnas eran de oro, y todas las paredes eran de plata. Y todos los aposentos y cámaras relucían con el oro, y daban tanta claridad, que era cosa más celestial que humana.

Psique, convidada con la hermosura de tal lugar, llegose cerca, y con osadía entró dentro, maravillándose de lo que veía. Y dentro en la casa vio muchos palacios y salas tan perfectamente adornados y aderezados, que ninguna cosa había en el mundo que allí no hubiese; pero sobre todo, de lo que más se maravilló fue de ver los aposentos tan llenos de oro y riquezas, y sin cerradura ni guarda.

Andando ella con gran placer mirando estas cosas, oyó una sola voz que le decía: «¿Por qué, señora, te espantas de tantas riquezas? Tuyo es todo esto que aquí ves; por tanto, entra en la cámara y descansa en la rica cama, y cuando quisieres pide agua para bañarte, que nosotras, cuyas voces oyes, somos tus siervas, y en todo lo que mandares te serviremos, y luego vendrá la comida, que bien aparejada está para esforzar tu cuerpo.»

Cuando esto oyó Psique, entendió que aquello era ordenado por algún dios, y descansando de su fatiga, durmió un poco, y después que despertó levantose y lavose, y viendo que la mesa estaba puesta y aparejada, se fue a sentar a ella; luego vinieron muchos manjares y un vino que se llama néctar, del que los dioses beben, lo cual todo no parecía quién lo traía, solamente parecía que venía en el aire, ni tampoco la señora podía ver a nadie, mas solamente oía las voces que la hablaban. Después que hubo comido le vinieron a cantar y tañer muy suavísimamente sin ser vistos los músicos.

Acabado este placer ya que era noche, Psique se fue a dormir, temiendo la guarda de su virginidad. Y estando con este miedo vino el marido no conocido, y acostándose junto a ella se confirmó el matrimonio; y antes que fuese de día se partió de allí, y luego aquellas voces fueron oídas en la cámara y comenzaron a curar de la novia.

De esta manera pasó algún tiempo sin ver a su marido; ella, por la mucha continuación de las voces y del servicio que le hacían, lo tenía ya por deleite y pasatiempo.

Entretanto su padre y madre se envejecían en llanto y luto continuo, y la fama de este negocio cómo había pasado, llegó adonde estaban las hermanas mayores casadas, las cuales con mucha tristeza, cargadas de luto, dejaron sus casas y vinieron a ver a sus padres para hablarles y consolarles.

Aquella misma noche el marido habló a su mujer Psique, que aunque no lo veía, bien lo oía y con sus manos palpaba, y la dijo de esta manera:

—¡Oh, señora mía y muy amada mujer, la fortuna cruel te amenaza con un peligro de muerte, del cual yo querría que te guardases; con mucha cautela tus hermanas, turbadas pensando que tú eres muerta, han de venir a aquel risco en donde tú aquí viniste; si tú, por ventura, oyeres sus voces y llantos, no les respondas en ningún modo, porque si lo haces, darásme gran dolor y para ti causarás un grandísimo mal que te será casi la muerte!

Ella prometió de hacer todo lo que el marido le mandase; pero como la noche fue pasada y el marido de ella partido, todo aquel día la doncella consumió en llantos y en lágrimas, diciendo que estaba en una hermosa cárcel apartada de toda conversación humana, y que no podía ver a sus hermanas, ni aun responderlas. De esta manera, aquel día ni quiso lavarse, ni comer, ni holgarse con cosa alguna, sino llorando con muchas lágrimas, se fue a dormir.

Luego vino el marido, y acostándose en la cama la comenzó a reprender de esta manera:

—¡Oh, mi señora Psique! ¿Esto es lo que tú me prometiste? ¿Qué te puedo yo aconsejar siendo tu marido, que no sea tu provecho? Anda ya, y haz lo que te pareciere. Porque cuando te viniere el mal, te acordarás de lo que te he amonestado.

Entonces ella, con muchos ruegos, le hizo conceder que ella hable a sus hermanas y les dé todas las piezas de oro y joyas que quisiere. Pero muchas veces le amonestó que no curase de sus palabras ni curase de saber la cara y figura de su marido, porque si esto pretendiese, que caería de tanta felicidad como tenía.

Ella le dijo que todo lo cumpliría, y con muchos besos y abrazos que le daba, juntamente le pidió que mandase al viento que trajese allí a sus hermanas, así como a ella había traído, todo lo cual él le otorgó, y viniendo la mañana se partió del lecho.

Las hermanas preguntaron por aquel risco o lugar donde habían dejado a Psique, y luego se fueron para allá, donde comenzaron a llorar y dar grandes voces, hiriéndose en los pechos, tanto, que a las voces que daban acudió Psique, diciéndoles: «¿Por qué os afligís con tantas lágrimas y tristes voces? Dejad, hermanas, el llanto, y venid a ver y abrazar a quien lloráis.»

Entonces llamó al viento cierzo, y mandole que hiciese lo que su marido le había mandado. Él, sin más tardar, obedeciendo a su mandamiento, trajo luego a sus hermanas muy mansamente, sin fatiga ni peligro alguno, y como llegaron, comenzáronse a abrazar y a besar unas a otras con grandísimo contentamiento. Y Psique les dijo que entrasen en su casa alegremente y descansasen con ella de su pena y fatiga, deleitándose en ver tan suntuoso y rico palacio y frescos jardines.

II.

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Cómo prosiguiendo la vieja en su cuento, dice cómo las dos hermanas de Psique la vinieron a ver y le tuvieron envidia.

—Después que así les hubo hablado, mostroles la casa y las grandes riquezas de ella, y la mucha familia de los que le servían, oyéndolos solamente. Después las mandó a un baño muy rico y hermoso, y luego vinieron a comer, donde había muchos manjares abundantemente. En tal manera, que la hartura y abundancia de tantas comidas y riquezas (más de los dioses que humanas), criaron envidia en sus corazones contra ella. Finalmente, que le comenzaron a preguntar curiosamente les dijese quién era el señor de aquellas riquezas celestiales. Pero Psique, disimulando, les dijo que su marido era un mozo hermoso que le apuntaba la barba, el cual andaba ocupado en la caza de montería. Y por no tratar más en este negocio, les dio mucho oro y piedras preciosas, y mandó al viento que las tornase a llevar de donde las había traído.

Lo cual hecho, las hermanas, tornándose a casa, iban ardiendo con la hiel de la envidia que les crecía, y una otra hablaban sobre ello muchas cosas, entre las cuales la una dijo esto:

—Mirad ahora qué escasa es la fortuna, ciega malvada; ¿parécete bien que seamos todas hijas de un padre y madre, y que tengamos diversos estados; nosotras que somos mayores que ella, seamos esclavas de maridos advenedizos, y que vivamos como desterradas fuera de nuestra tierra, y apartadas muy lejos de la casa y reino de nuestros padres, y esta nuestra hermana, última de todas, que haya de poseer tantas riquezas, y tener un dios por marido, y aun cierto ella no sabe bien usar de tanta muchedumbre de riquezas como tiene? ¿No viste tú, hermana, cuántas cosas están en aquella casa, cuántos collares de oro, cuántas vestiduras resplandecientes, y cuántas piedras preciosas relumbran por ella? Por cierto, si ella tiene el marido hermoso mancebo como nos dijo, ninguna más bienaventurada que ella. Y demás de esto, manda a los vientos, y tiene por servidoras las voces. Yo, mezquina, lo primero que puedo decir es que fui casada con un marido más viejo que mi padre y más calvo que una calabaza, y más flaco que un niño, guardando de continuo la casa.

La otra dice:

—Pues yo sufro a otro marido gotoso y aun corcovado, por lo cual nunca tengo placer con él, fregándole de continuo sus dedos, endurecidos como piedras, con medicinas hediondas, que ya estoy harta de tantos trabajos como paso con él; pero tú, hermana, paréceme que sufres esto con ánimo paciente, mas yo en ninguna manera puedo sufrir que tanta riqueza y bienaventuranza tenga esta melindrosilla. ¿No te recuerdas cuán soberbiamente y con cuánta arrogancia se hubo con nosotras, las piezas que nos mostró con tanta vanidad, y de tantas riquezas como allí había no nos dio más de esto poquito, y luego mandó al viento que nos llevase luego fuera? Pues no me tendría yo por mujer si no la echase de tantas riquezas. Tomemos yo y tú algún buen consejo para esto que digo, y estas cosas que llevamos que ella nos dio, no las mostremos a nuestros padres ni digamos cosa alguna de su salud y vida, ni publiquemos las muchas riquezas que vimos, porque no so pueden llamar bienaventurados aquellos cuyas riquezas no son sabidas: ahora dejemos esto y tornemos a nuestros maridos, y después, instruidas con mayor acuerdo y consejo, tornaremos más fuertes para castigar su soberbia.

Este mal consejo parecía bueno a las dos malas hermanas; y escondidas las joyas y dones que Psique les había dado, tornáronse desgreñadas como que venían llorando, y rascándose las caras, fingiendo de nuevo grandes llantos. En esta manera dejaron sus padres, refrescándoles su pena y dolor, y fuéronse a sus casas.

III.

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Cómo Cupido avisa a su mujer que en ninguna manera oiga a sus hermanas, porque la quieren echar a perder.

Viendo Cupido los engaños y maldades que las hermanas ordenaban, habló a Psique de esta manera:

—¿No ves cuánto peligro te está aparejado de la cruel e inconstante fortuna, por medio de tus hermanas? Por eso, si tú de lejos no te apercibes, yo creo que te derrocará y hará mucho mal. Aquellas lobas tejen una desleal y mala tela para tu perdición. Ellas te quieren persuadir que tú veas mi cara, la cual, como muchas veces te he dicho, tú no verás; mas si intentares verla, ya aquellas malas brujas vienen armadas con sus malignos corazones encendidos de envidia por echarte a perder: tú no hables con ellas ni las admitas a que te vengan a ver. Y si por tu liviandad y amor que les tienes no te pudieres sufrir sin hablarles, no les respondas ni les des oídos a todo lo que hablaren acerca de tu marido, porque haciéndolo de esta manera acrecentaremos nuestro linaje, que este tu vientre un niño trae ya, y si tú encubres y guardas lo que te digo, ese niño que parieres será inmortal; haciéndolo de otra manera, yo te digo que será mortal.

Psique, cuando esto oyó, alegrose mucho con la divina generación, y prometió a su marido hacer lo que él decía. Pero aquellas furias espantables de sus hermanas ya deseaban echar de sí el veneno de serpientes: y con este deseo aceleraban su camino por la mar cuanto podían.

En esto el marido de Psique de nuevo la tornó a amonestar diciéndole las mismas palabras que de antes le había dicho.

Ella entonces, llorando, le dijo:

—Bien sabes tú, señor, que yo no soy parlera; ya el otro día me enseñaste la fe que te había de guardar y lo que había de callar; así, que ahora tú no verás que yo mude la constancia y firmeza de mi ánimo; solamente te ruego que mandes al viento que haga su oficio y que sirva en lo que le mandare, y en lugar de tu vista, pues me la niegas, a lo menos consiente que yo goce de la vista de mis hermanas. Esto, señor, te suplico por estos tus cabellos lindos y olorosos y por el amor que te tengo, aunque no te conozco de vista. Así conozca tu cara en este niño que traigo en el vientre, que concedas a mis ruegos, haciendo que yo goce de ver y hablar a mis hermanas. Y de aquí adelante no curaré más de querer conocer tu cara, y no me curo que las tinieblas de la noche me quiten tu vista, pues yo tengo a ti, que eres mi lumbre.

Con estas palabras, abrazando a su marido y llorando, limpiaba las lágrimas con sus cabellos, tanto que él fue vencido y prometió de hacer todo lo que ella quería, y luego, antes que amaneciese, se partió de ella, como acostumbraba.

Las hermanas, con su mal propósito, en llegando no curaron de ver a sus padres, sino en saliendo de las naos, derechas se fueron a aquel risco, a donde con el ansia que tenían no esperaron que el viento les ayudase, antes con temeridad y osadía se echaron de allí abajo; pero el viento, recordándose de lo que su señor le había mandado, recibiolas en sus alas y púsolas muy mansamente en el suelo.

Ellas se metieron luego en casa, y van a abrazar a la que querían perder, y comenzáronla a lisonjear de esta manera:

—Hermana Psique, ya nos parece que estás preñada. ¡Oh, cuán bienaventuradas somos nosotras, pues tenemos hermana que posee tantas riquezas, y más bienandante serás tú cuando te naciere el hijo, porque si él te pareciere, será el segundo dios Cupido!

Con estas palabras maliciosas ganaban la voluntad de su hermana.

Ella las mandó lavar en el rico baño, y después de lavadas sentáronse a la mesa, donde les fueron dados manjares reales en abundancia, y luego vino la música y comenzaron a cantar y tañer muy suavemente, que parecía celestial. Pero con todo esto no se amansaba la maldad de las falsas mujeres, antes procuraban de armar su lazo de engaños que traían pensado. Y comenzaron disimuladamente a meter palabras, preguntándole qué tal era su marido, de qué nación y ley venía.

Psique, habiendo olvidado lo que su marido le encomendara, comenzó a fingir una nueva razón, diciendo que su marido era de una gran provincia, y que era mercader de muy gruesa mercadería, y que era hombre de media edad.

No tardó mucho en esta habla, que luego las cargó de joyas y ricos dones, y mandó al viento que las llevase.

Después que fueron idas, entre sí iban hablando de esta manera:

—¿Qué diremos de esta loca? La otra vez nos dijo que era su marido mancebo desbarbado, y ahora nos dice que es de media edad. ¿Quién será este que tan presto se hizo viejo?

—Cierto, hermana; o esta mala hembra nos miente, o ella no conoce a su marido, y cualquier cosa de estas que sea, nos conviene que la echemos de estas riquezas. Ahora volvámonos a casa de nuestros padres y callémonos esto, encubriéndolo con el mejor modo que pudiéremos.

IV.

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Cómo vinieron las hermanas tercera vez a Psique, y del mal consejo que le dieron y lo que acaeció a Psique.

Al otro día, sin poder tomar reposo, luego las dos hermanas fueron al risco o peñasco, de donde, con la ayuda del viento acostumbrado, volaron hasta casa de Psique, y con unas pocas lágrimas que por fuerza y apretando los ojos sacaron, comenzaron a hablar a su hermana de esta manera:

—Tú piensas que eres bienaventurada y estás segura y sin ningún cuidado, no sabiendo cuánto mal y peligro tienes; pero nosotras, que con grandísimo cuidado velamos sobre lo que te cumple, mucho somos fatigadas con tu daño, porque has de saber que hemos hallado por verdad que este tu marido que se echa contigo es una serpiente grande y venenosa; lo cual, con el dolor y pena que de tu mal tenemos, no te podemos encubrir, y ahora se nos recuerda de lo que el dios Apolo dijo cuando le consultaron sobre tu casamiento, que tú eras señalada para casarte con una cruel bestia. Y muchos de los vecinos de estos lugares, que andan a cazar por estas montañas, dicen que han visto este dragón por aquí cerca, y que se echa a nadar por este río para pasar acá, y todos afirman que te quiere engordar con estos regalos y manjares que te da; y cuando esta tu preñez estuviere más crecida, y tú estuvieres bien llena, por gozar de más hartura, que te ha de tragar. Tú ahora, hermana, mira bien lo que te decimos, porque mejor será que vivas entre los tuyos, que no estar aquí solitaria en peligro tan grande.

Psique, como era muchacha y de noble condición, creyó lo que le dijeron, y con palabras tan espantables, salió casi de seso, por lo cual olvidó las amonestaciones de su marido; y así, turbada, les dijo:

—Vosotras, hermanas, hacéis lo que debéis a virtud, y eso que decís trae camino, porque yo hasta hoy nunca pude ver la cara de mi marido; solamente le oigo hablar de noche, y así paso con marido incierto que huye de la luz, y siempre me amenaza que me vendrá gran mal si porfío ver su cara.

Cuando las malas mujeres hallaron el corazón de su hermana descubierto, dejados los engaños secretos, comenzaron con las espadas desenvainadas públicamente a combatir el pensamiento temeroso de la simple mujer, y la una de ellas dijo de esta manera:

—El mejor camino que yo veo en este negocio es que has de esconder secretamente en la cama donde te sueles acostar, una navaja bien aguda, y pondrás un candil lleno de aceite, encendido, debajo de alguna cobertura al canto de la cámara, y con este aparejo, disimuladamente, cuando viniere aquel serpiente a acostarse como suele, desde que ya tú veas que él duerme, salta de la cama, y muy pasico, saca el candil de debajo de donde está escondido, y con la navaja en la mano, con el mayor esfuerzo que pudieres, dale en el nudo de la cerviz de aquel serpiente venenoso, y córtale la cabeza; y no pienses que te faltará nuestra ayuda y favor, porque después de esto hecho te llevaremos en nuestra compañía con todas estas riquezas, y te casaremos con quien mereces.

Con estas palabras encendieron tanto las hermanas a Psique, que la dejaron ardiendo, y ellas, temiendo del mal consejo que le daban no les viniese algún gran mal por ello, se partieron luego; y con el viento acostumbrado, se fueron hasta encima del risco, de donde se fueron lo más presto que pudieron, y entráronse en sus naos, y fuéronse a sus tierras.

Psique quedó sola, y llorando pensaba cómo había de hacer aquel negocio; por una parte osaba, y por otra temía. En fin, lo que más le fatigaba era que en un mismo cuerpo aborrecía la serpiente y amaba a su marido.

Ya que la noche venía, comenzó a aparejar el candil y navaja, para su mal. Siendo de noche, vino el marido a la cama, el cual, desde que hubo burlado con ella, comenzó a dormir suavemente. Entonces Psique se levantó de la cama, y sacado el candil debajo de donde estaba, tomó la navaja en la mano, y como alumbrase con el candil, y descubriese todo el secreto de la cama, vio una bestia la más mansa y dulce de todas las fieras; digo que era aquel dios del amor, que se llama Cupido, el cual estaba acostado muy hermosamente, y con su vista alegrándose, la lumbre del candil creció, y la aguda y sacrílega navaja resplandeció.

Cuando Psique vio tal cosa, espantada y fuera de sí, se cortó y cayó sobre las rodillas, y la navaja se le cayó de las manos. Estando así fatigada y desfallecida, cuanto más miraba la cara divina de Cupido, tanto más se recreaba con su hermosura. Ella le vio los cabellos como hebras de oro, llenos de olor divino; el cuello blanco como la leche; la cara blanca y roja, como rosas coloradas, y los cabellos de oro colgando por todas partes que resplandecían como el sol, y vencían la lumbre del candil. Tenía en los hombros péñolas de color de rosas y flores; y todo lo demás del cuerpo estaba hermoso, como convenía a hijo de la diosa Venus, que lo parió sin arrepentirse por ello.

Estaban ante los pies de la cama el arco y saetas; que son armas del dios de amor; lo cual todo estando mirando Psique, no se hartaba de mirarlo; maravillándose de las armas de su marido, saca del carcax una saeta, y estándola tentando con el dedo, a ver si era tan aguda como decían, hincósele un poquito de la saeta, de manera que tiró sangre de color de rosas, y de esta manera Psique, no sabiéndolo, cayó y fue presa en amor del dios de amor. Entonces con mayor ardor de amor se abajó sobre él y lo comenzó a besar con tan gran placer, que temía no despertase tan presto.

Estando ella en este placer herida del amor, el candil que tenía en la mano, o por no serle fiel, o de envidia mortal, o por ventura que él también quiso tocar el cuerpo de Cupido, echó de sí una gota de aceite hirviendo, y cayó sobre el hombro derecho de Cupido.

De esta manera el dios Cupido, quemado, saltó de la cama, y conociendo que su secreto era descubierto, callando, desapareció y huyó de los ojos de Psique, la cual se pegó a una de sus piernas cuando se levantaba, y así fue colgando de sus pies por las nubes del cielo, hasta tanto que, cansada, cayó en el suelo. Pero el dios de amor no la quiso desamparar en la caída, y vino volando a sentarse en un ciprés que allí estaba, de donde la empezó a reprender, diciendo:

—¡Oh, Psique, mujer simple! Yo, no recordándome de los mandamientos de mi madre Venus, la cual me había mandado que te hiciese ser enamorada del más miserable hombre del mundo, te quise bien y fui tu enamorado; pero esto que hice, bien sé que fue hecho livianamente, y yo mismo, que tiro a los otros con mis saetas, me herí a mí, y te tomé por mi mujer, y tú querías cortar mi cabeza. ¿No sabes tú cuántas veces te decía que te guardases de querer ver mi cara? Pero aquellas malas y envidiosas de tus hermanas presto me pagarán el consejo que te dieron.

Diciendo esto, levantose con sus alas y voló en alto hacia el cielo; Psique quedó echada en tierra, y cuanto podía con la vista, miraba cómo su marido iba volando, y afligía su corazón con muchos lloros y gemidos.

Después que su marido desapareció, desesperada se echó en un río que allí cerca estaba; pero el río, por honra del dios de amor, cuya mujer ella era, tomola encima de sus ondas sin hacerle algún mal, y púsola sobre las flores y hierbas del campo.

Acaso el dios Pan, que es dios de las montañas, estaba asentado en un otero cerca del río, enseñando a tañer una flauta a la ninfa Caña, y viendo a Psique tan desmayada y llena de dolor, llamola, y halagándola con buenas palabras, le dijo:

—Doncella hermosa, bien veo que andas fatigada de dolor; mas no se puede resistir a los crueles hados, por tanto, ten paciencia, y no vuelvas a echarte en el río ni te mates con ningún otro género de muerte. Antes procura aplacar con plegarias al dios Cupido, que es el mayor de los dioses, y trabaja por merecer su amor, con servicios y halagos, porque es mancebo delicado y muy regalado.

V.

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Cómo Psique fue a sus hermanas a quejarse de su desdicha mala, y del castigo que sus hermanas recibieron.

Hablando de esta manera el dios Pan a Psique, ella, sin responderle palabra, comenzó a caminar por una senda que allí vio, y tanto anduvo, hasta que llegó a una ciudad, adonde era el reino de una de sus hermanas. La cual hermana, como supo que estaba allí Psique, mandola entrar. Y después que se hubieron abrazado ambas a dos, preguntole qué era la causa de su venida. Psique le respondió:

—¿No te recuerdas tú, señora hermana, el consejo que me disteis ambas a dos, que matase aquella grande bestia que conmigo se acostaba, antes que me tragase, para lo cual me diste una navaja? Y como yo quisiese poner por obra vuestro consejo, saqué el candil, y luego que miré su gesto y cara, veo una cosa divina y maravillosa, al hijo de la diosa Venus, digo al dios Cupido, aquel dios de amor que estaba hermosamente durmiendo, y como yo estaba pasmada de ver un dios tan hermoso y tan resplandeciente, acaso cayó una gota de aceite hirviendo del candil sobre su hombro, y con el dolor despertó; y como me vio armada con hierro y fuego, díjome:

—¿Cómo has hecho tan gran maldad y traición? Anda, vete luego de mi casa, que yo casaré con una de tus hermanas, y la dotaré de más ricas piezas que a ti.

Y diciendo esto, mandó al viento cierzo que me pusiese muy lejos de su casa.

No había acabado Psique de hablar estas palabras, cuando la hermana, incitada de envidia inmortal, compuesta una mentira para engañar a su marido, diciendo que había sabido de cómo su padre estaba a la muerte metiose en una nao, y fue navegando hasta que llegó a aquel risco, en el cual subida, dijo:

—¡Oh, Cupido! Recíbeme, que soy perteneciente para ser tu mujer, y tú, viento cierzo, recibe a tu señora.

Con estas palabras dio un salto grande del risco abajo, pero ella ni viva ni muerta pudo llegar al lugar que deseaba, porque se hizo por aquellas peñas pedazos, como merecía.

Tras de esta no tardó mucho la pena y venganza de la otra hermana, porque yendo Psique por su camino más adelante llegó a otra ciudad, en la cual moraba la otra su hermana, a la cual asimismo engañó con decirle lo que había dicho a la otra. Y queriendo el casamiento que no le cumplía, fuese a aquel risco, de donde fue despeñada.

Entretanto Psique andaba muy congojosa en busca de su marido Cupido por todos los pueblos y ciudades; pero él, herido de la llaga que le hizo la gota de aceite del candil, estaba echado enfermo, gimiendo, en la cámara de su madre.

Entonces un ave blanca que se llama gaviota, zambullose dentro en la mar, y halló allí a la diosa Venus, que se estaba lavando, nadando y holgando, a la cual se llegó y le dijo cómo su hijo Cupido estaba malo de una llaga de fuego que le daba mucho dolor: diciéndole más: que él se había estado apartado de las gentes, metido en una sierra con una doncella muy hermosa, la cual le había hecho la llaga, y que en el mundo ya no había amor ni policía alguna, ni nadie se casaba, ni se amaban los casados, sino todo andaba al contrario, feo y enojoso para todos.

Cuando aquella ave parlera dijo estas cosas a Venus, llena de ira y enojo contra su hijo Cupido, exclamó diciendo estas palabras:

—Paréceme que ya aquel bueno de mi hijo tiene alguna amiga; hazme tanto placer tú, que me sirves con más amor que ninguna, que me digas el nombre de aquella que engañó a este muchacho sin barbas y de poca edad, ahora sea alguna de las ninfas o del número de las diosas, ahora sea del coro de las musas o del ministerio de mis gracias.

Aquella ave parlera no calló lo que sabía, diciendo:

—Por cierto, señora, no sé bien cómo se llama, mas pienso, si bien me recuerdo, que la que tu hijo ama se llama Psique.

Entonces Venus, indignada, comenzó a dar voces, diciendo:

—Ciertamente, él debe amar a aquella Psique, que pensaba tener mi gesto y era envidiosa de mi nombre; de lo que más tengo enojo en este negocio, es que me hizo a mí alcahueta, porque yo le mostré y enseñé por dónde conociese a aquella moza.

De esta manera, riñendo y gritando, prestamente se salió de la mar y fuese luego a su cámara, a donde halló a su hijo malo, según lo había oído, y desde la puerta comenzó a dar voces, diciendo de esta manera:

—Honesta cosa es, y que cumple mucho a nuestra honra y fama, lo que tú has hecho parecerte buena cosa, menospreciar y tener en poco los mandamientos de tu madre, dándome pena con los amores de mi enemiga que tenía robada en el mundo mi honra y honor. ¿Piensas tú que tengo yo de sufrir, por amor de ti, nuera que sea mi enemiga? Pero tú, mentiroso y corrompedor de costumbres, presumes que tú solo eres engendrado para los amores, y que yo no podré parir otro Cupido; pues quiero ahora que sepas que yo podré engendrar otro hijo mucho mejor que tú; y aun porque más sientas la injuria, adoptaré por hijo a alguno de mis esclavos y servidores, y darle he alas y llamas de amores, con el arco y las saetas y todo lo otro que a ti di.

Después que Venus hubo dicho esto, saliose fuera muy enojada diciendo palabras de enojo; pero la diosa Ceres y Juno, como la vieron enojada, la fueron a acompañar, y la preguntaron qué era la causa por que traía el gesto tan turbado, y los ojos, que resplandecían (de tanta hermosura), traía tan revueltos mostrando su enojo.

Ella respondió:

—A buen tiempo venís para preguntarme la causa de este enojo que traigo, aunque no por mi voluntad, sino porque otro me lo ha dado; por ende, yo os ruego que con todas vuestras fuerzas busquéis a aquella huidora de Psique doquier que la hallareis, porque yo bien sé que vosotras sabéis toda la historia de lo que ha acontecido en mi casa con este hijo que no oso decir que es mío.

Ellas, sabiendo las cosas que habían pasado, deseando amansar la ira de Venus, comenzáronle a hablar de esta manera:

—Qué, ¿tan gran delito pudo hacer tu hijo, que tú, señora, estés contra él enojada con tan gran pertinacia y melancolía, y que a aquella que él mucho ama tú la desees destruir? Rogámoste que mires bien si es crimen para tu hijo que le pareciese bien una doncella; ¿no sabes tú que es hombre? ¿Hásete ya olvidado cuántos años tiene tu hijo, o porque es mancebo y hermoso tú piensas que es todavía muchacho? Tú eres su madre y mujer de seso, y siempre has experimentado los placeres y juegos de tu hijo, ¿y tú culpas en él y reprendes sus artes y amores, y quieres cerrar la tienda pública de los placeres de las mujeres?

De esta manera ellas querían satisfacer por el dios Cupido, por miedo de sus amorosas saetas. Mas Venus, viendo que burlaban de ella, las dejó con la palabra en la boca y se volvió a la mar, de donde había salido.