18
Cloe llega a la agencia enfundada en el vestido de Ana y con el recuerdo de una noche perfecta. Es consciente que más tarde tendrá que enfrentare a Juan, pero ahora necesita centrarse en el trabajo.
Tiene dos horas antes de la reunión, y ya en su despacho repasa la campaña a la que le ha dedicado tantas horas. No puede negar que ella y el equipo han hecho grandes avances, pero al anuncio le falta algo que lo diferencie de los demás. Conoce lo suficientemente bien el mundo de la publicidad como para saber que la idea es lo más importante y que si quieren causar sensación deben ir un paso más allá.
En su mesa tiene los diseños y el storyboard del anuncio, para el que esperan contratar a alguna actriz famosa que sea la imagen del perfume, pero, por más que mira la propuesta, no está del todo convencida. Sigue dándole vueltas a la idea, a los conceptos que quieren vender: pasión, olor, deseo... Entonces, sin darse cuenta, vuelve a estar entre los brazos de Ana y recuerda cada detalle de la velada. Siente cómo le late el corazón; empieza a excitarse al pensar en el cuerpo de Ana, en sus caricias y sus besos. Saca el teléfono del bolso y con una sonrisa en los labios le escribe un mensaje.
No puedo dejar de pensar en ti. Me vuelves loca...
Tras enviarlo, apoya su espalda en el respaldo de la silla y cierra los ojos para sentirla más cerca.
Entonces su ayudante llama a la puerta para anunciarle que los clientes han llegado. Cloe se incorpora de golpe y se recoloca el vestido de Ana, que no deja de acompañarla ni un solo instante en su pensamiento. Coge los diseños y respira tres veces para serenarse antes de salir del despacho.
Al llegar a la sala de reuniones, Antonio la piropea, le dice que la ve diferente. Cloe sabe el motivo, pero no quiere ni puede compartirlo. Antes de que puedan comentar la propuesta a la que el jefe ya le dio el visto bueno, la ayudante de Cloe entra en la sala con los clientes. Cloe y Antonio los saludan efusivamente y, tras un silencio expectante, todos los ojos se fijan en ella. Cloe empieza a hacer la presentación y parece que está gustando, pero cuando está a punto de acabar de exponer una idea que posiblemente aceptarán, se detiene y mira al infinito. Antonio y los clientes no entienden por qué no concreta los últimos detalles, pero entonces Cloe coge aire y les dice que esa propuesta no la convence, que tiene una mejor. Ante la sorpresa de Antonio, Cloe les aclara a los clientes que, si eligen la campaña que acaban de ver, conseguirán unas ventas decentes pero cree que no deben conformarse con eso, que deben arriesgar. Les pide firmemente que confíen en ella y les dice que espera que apuesten por una campaña que tiene en mente y que, aunque todavía está por pulir, está convencida de que es lo que necesitan. Les sugiere hacer un anuncio distinto al que hacen las otras marcas, un anuncio capaz de dejar la misma huella que su perfume y con una seguridad que la sorprende incluso a ella les describe un spot protagonizado por dos mujeres —que si quieren pueden interpretarlas dos actrices famosas— que se encuentran en un bar y se sientan en silencio en una mesa apartada. Tras algunas miradas, una de ellas alarga el brazo y le coge la mano a la otra para acercársela a la cara. Entonces le besa la mano, le huele la muñeca a la otra, que la mira con deseo, y le susurra: «Cómo he echado de menos tu olor». Y en ese momento aparece la marca del perfume.
Se hace un gran silencio, nadie reacciona ante lo que acaba de narrar. Antonio mira a Cloe con un aire reprobatorio que le indica que después quiere verla en su despacho. Ella ve que ha arriesgado demasiado y teme haberse equivocado y haber puesto en peligro un contrato que supondría un gran ingreso para la agencia. Pero finalmente los clientes reaccionan y se muestran encantados con la nueva propuesta. Le dicen que ha captado como nadie lo que estaban buscando, algo sexy y que no deje indiferente, y la felicitan por su trabajo. Están impacientes por saber más detalles de la campaña, que sin duda alguna es suya. Cloe respira aliviada y Antonio, sorprendido por una reacción que no esperaba, se cuelga medallas diciendo que ya les había prometido que contaban con la mejor publicista de la agencia. Los clientes se levantan dando por zanjada la reunión y saludan a Cloe mostrándole una vez más su satisfacción.
Cuando Cloe y Antonio se quedan a solas, él reconoce que por un momento pensó que había perdido la cabeza y le dice que no sabe de dónde se ha sacado la idea, pero que ha vuelto a demostrarle que merecía el ascenso. En lugar de estrecharle la mano como suele hacer cuando la felicita por algo, esta vez Antonio le da un fuerte abrazo que también sirve de disculpa por haber dudado de ella.
Cloe sale hacia su despacho pisando con fuerza, sintiéndose más valiente que nunca, y se deja caer en su silla orgullosa y aliviada. Disfruta unos minutos de su éxito y entonces escucha el sonido de su teléfono indicándole que ha recibido un mensaje.
Hoy soy incapaz de centrarme en nada. Solo puedo pensar en ti y en las ganas que tengo de verte.
Es Ana, y Cloe se estremece al leer cada una de sus palabras. Sin pensarlo dos veces, la llama y le cuenta animada lo ocurrido en su reunión sin concretar demasiado, porque quiere que vea el anuncio cuando esté terminado. Le da las gracias por ser su fuente de inspiración y le confiesa lo mucho que desea verla. Quisiera salir ahora mismo de la oficina para ir a buscarla, pero le dice que tiene que ponerse a trabajar en la nueva idea y que después debe ir a casa para hablar con Juan. Ana le dice que lo entiende y le pide que no se precipite, que no haga nada de lo que se pueda arrepentir, pero Cloe le asegura que está convencida y le promete que la llamará en cuanto pueda. Se despiden confesándose su amor, y Cloe cuelga sintiéndose liberada.
Ya no tiene miedo, sabe que durante demasiado tiempo ha dejado que el temor al rechazo y a no encajar condicionaran su vida, y no está dispuesta a volver a pasar por eso. La noche que ha compartido con Ana y el éxito de su campaña le han dado las fuerzas que tanto necesitaba y quiere aprovechar esta sensación.
Sin dejar de pensar en Ana ni un solo instante, le da vueltas a la nueva idea y le encarga a su equipo que empiece a diseñar el anuncio que sabe que causará furor. A última hora de la tarde, recoge sus cosas y sale a la calle decidida y feliz.
En el metro repasa lo ocurrido en la reunión y sonríe porque el proyecto le hace muchísima ilusión. Consigue no anticipar lo que le espera al volver a casa; eso la ayuda a tener un viaje tranquilo.
Cuando finalmente abre la puerta, ve que está sola, deja el bolso en la entrada y se sirve una copa de vino para celebrar un gran día. Sigue en un estado de euforia del que se siente incapaz de salir, olvidándose incluso de preparar la cena.
Media hora después llegan Juan y Amanda, y la niña corre a abrazarla. No le pregunta por la noche anterior e imagina que su marido justificó su ausencia de un modo suficientemente convincente. Cloe les dice que hoy cenarán pizza y Amanda salta de alegría porque es uno de sus platos favoritos. Juan, en cambio, no se muestra tan contento, pero sabe que no es el momento de hacerle preguntas. Cloe le evita aparentando una falsa normalidad y llama a su pizzería habitual.
Cuando el motorista le entrega el pedido, le da una propina acorde a su buen humor y se sienta junto a su supuestamente feliz familia frente al televisor. Después de cenar, Cloe acompaña a Amanda a su habitación y le lee un cuento con más entusiasmo que noches atrás. La niña parece disfrutar de su renovada madre, pero antes de escuchar el final se queda dormida.
Cloe sabe que lo que viene a continuación será la parte más complicada del día, pero algo en ella hace que hayan dejado de importarle las consecuencias. Al entrar al dormitorio, Juan la espera sentado en la cama y la mira con ojos inquisitorios. Cloe le dice que necesita ducharse porque no quiere tener la importante conversación llevando el vestido de Ana y se da prisa para no alargar el momento. Ya con el pijama, sale a la habitación y ve que Juan no ha cambiado de postura ni de actitud.
Tras un largo silencio, Juan le pide una explicación. Cloe siente la tentación de volver a mentir y buscar excusas, pero entonces recuerda lo vivido la noche anterior y, en un acto de sinceridad sin precedentes, le confiesa que no le ama. Le duele profundamente hacerle daño porque sabe que es un buen hombre y que la quiere, pero es incapaz de seguir mintiendo. Cloe le cuenta que años atrás se enamoró de Ana y que renunció a ella en dos ocasiones por las amenazas sus padres. Le dice que hace unos días se reencontró con ella por sorpresa y que no puede negar lo que siente. Se disculpa una y otra vez sabiendo el dolor que le está causando, pero le asegura que nunca ha pretendido herirle y que, aunque sabe que con él tiene una buena vida, no es feliz a su lado. Su marido recibe cada una de las palabras de Cloe como una puñalada porque nunca sospechó que su esposa era tan infeliz a su lado y se siente estúpido por no haberse dado cuenta. Pero de repente todo le encaja: su falta de energía, su mirada triste, las lágrimas el día de su cumpleaños...
Juan se siente superado por las circunstancias y es incapaz de hablar. Podría aceptar una infidelidad, un momento de locura, pero saber que Cloe está enamorada de otra persona es demasiado para él, y el hecho de que sea una mujer le rompe todavía más los esquemas. Ya no reconoce a su esposa, así que coge su almohada y sin decirle nada abandona la habitación. Cloe se queda de pie y no intenta retenerle porque, aunque le preocupa pensar qué hará Juan cuando asimile lo que acaba de soltarle, está muy cansada y no puede pensar con claridad.
Agotada, se mete en la cama deseando que llegue un nuevo día. Se plantea mandarle un mensaje a Ana para contarle que ya lo ha hecho, que ha confesado lo que siente, pero antes de poder hacerlo se queda profundamente dormida.
El despertador suena estridente y Cloe se despierta de golpe sin saber dónde está. Ha soñado con Ana y por un momento cree que está con ella en el hotel, pero al abrir los ojos reconoce su dormitorio y ve que Juan no está a su lado. Es entonces cuando recuerda lo sucedido y siente un escalofrío. Se levanta sin demasiada energía y, al llegar al comedor, ve que su marido, que por lo visto ha dormido en el sofá, se ha ido antes de lo previsto. Respira aliviada porque no se sentía con fuerzas de volver a enfrentarse a él, aunque ve que le ha dejado una nota.
Si es lo que quieres, ya hablaremos en los juzgados.