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Desde que se conocieron, Cloe y Ana han tenido que superar obstáculos ante los que acabaron cediendo, pero nunca nadie les pudo arrebatar lo más importante: saber que su amor es algo puro, un regalo que solo puede suponer una amenaza para quienes no saben lo que es amar.

Ahora, abrazadas en la cama tras una ducha reconfortante que ha logrado limpiar el disgusto de la última llamada, sonríen porque saben que, a pesar del sufrimiento y de que queda mucho a lo que enfrentarse, ha merecido la pena. Deciden no salir para nada en lo que queda de fin de semana, ser prisioneras la una de la otra en casa de Ana. Allí se sienten protegidas por una burbuja donde el dolor, la tristeza o la culpa no tienen cabida.

A medida que avanzan las horas, Cloe intenta no pensar demasiado, pero a veces se queda callada cuando su hija Amanda le viene a la cabeza. Ana, que suele darse cuenta, le deja su espacio e intenta no preguntar. Apenas salen de la cama, donde comen, duermen y hacen el amor con la mayor de las delicadezas. Es en esos momentos cuando Cloe se siente completamente segura de amar a Ana, de querer estar con ella. Y al tenerla entre sus brazos, en su boca, en su interior, sabe que nada malo puede salir de un amor así. Ana se entrega a ella sin reservas, y al tener su cuerpo desnudo junto al suyo siente un placer que la supera en todos los sentidos. Pasan horas sin vestirse, mirándose, acariciándose, recorriéndose en silencio la una a la otra, encontrando la paz en sus cuerpos.

Sin que se den cuenta llega la noche del domingo y, al ponerse el sol, los nervios empiezan a apoderarse de ellas. Cloe conoce bien la sensación, recuerda que desde que era pequeña nunca le gustó ese momento del fin de semana porque anunciaba la vuelta inminente a la escuela, al instituto, a la universidad o a una rutina que la alejaba de quien realmente era, de aquella niña o adolescente que empezaba a asomar al sentirse libre de tantas normas y ataduras. Esta noche se vuelve a sentir como entonces y lo comparte con Ana, que le coge la mano y se la besa.

Aunque ha estado posponiendo pensar en ello, Cloe sabe que mañana tiene que regresar al trabajo y, sobre todo, debe hacer algo para resolver la situación con Juan. Ana podría cogerse el día libre e intentar pintar y desconectar un poco, pero hace mucho que no pasa por la galería y tiene pendiente hablar con su agente. No pueden seguir en su burbuja, pero les da miedo romperla.

Para ocupar su mente, Cloe le dice que ella se encarga de la cena, que se quede en la cama esperándola. Busca en los armarios y en la nevera de Ana algo con lo que sorprenderla, pero al no haber salido a comprar hay poco entre lo que elegir. Al final opta por preparar un plato de la tan recurrida pasta, en esta ocasión con aceite picante y unas gambas que ha encontrado en el congelador. Cocina impaciente por volver a la cama y, cuando todo parece estar en su punto, lo sirve en una gran fuente, coge dos tenedores y va a la habitación. Ana le da las gracias con un beso, y Cloe desaparece un momento para volver con dos copas de vino tinto. Eso les apetece más que la comida, porque los nervios les han quitado el hambre. Cloe le alarga una de las copas, Ana la mira a los ojos y brinda con ella sin decir el motivo que ambas saben perfectamente. Siguen desnudas y se sientan junto al gran plato con las piernas cruzadas, la una frente a la otra. La pasta está más buena de lo que Cloe imaginaba, pero son incapaces de comer demasiado, así que, tras un rato en el que ninguna da ni un solo bocado, Ana aparta la fuente y la deja en el suelo.

Permanecen allí charlando y bebiendo hasta vaciar sus copas. Entonces Cloe va a la cocina a buscar el resto de la botella de vino y, al regresar a la habitación, Ana la observa moviéndose hacia ella, y la visión le resulta de lo más sexy. Cloe rellena las copas, vuelve a sentarse frente a ella y, teniéndola delante completamente desnuda con las piernas cruzadas, a Ana se le dispara la imaginación y empieza a excitarse. Al tomar un trago, a Cloe le cae una gota de vino por la comisura de los labios y Ana se acerca para lamérsela. Cloe entonces, abriendo la boca, se gira levemente para chuparle la lengua, algo que estremece a Ana. Sin soltar las copas, se besan despacio pero con ansia, y Ana se aparta y se apoya en el cabecero mirando a Cloe, que le resulta preciosa.

—Tócate para mí —le pide insinuante.

Cloe, que también se ha excitado con los besos de Ana, deja la copa en el suelo y descruza las piernas mirándola con deseo. Se mete dos dedos en la boca, los lame despacio y después desliza su mano hacia su sexo y empieza a tocarse suavemente. Ana separa los labios al verla en esa actitud, tocándose solo para ella, y nota que le arde la entrepierna. Cloe mueve los dedos, cerrando los ojos ante el placer que experimenta. Se toca despacio y puede sentir que empieza a estar mojada. Con la mano que hasta ahora tenía libre, se acaricia los pechos imaginando que es Ana quien lo hace, y separa los dedos de su sexo lentamente y se acerca la mano a la boca para chuparlos de nuevo. Eso hace que Ana emita un pequeño ruido cercano a un gemido. Cloe la mira provocadora y vuelve a bajar la mano. En esta ocasión separa el dedo índice y se penetra despacio con él. Siente un enorme placer y se deja caer hacia atrás de tal modo que Ana puede ver a la perfección como el dedo entra y sale completamente mojado de Cloe, que sigue acariciándose los pechos mientras se penetra con lentitud. Dobla las piernas y consigue hacerlo entrar hasta el fondo. Ana siente la tentación de acercarse y comérsela, follarla, pero se contiene y aguanta impaciente disfrutando del espectáculo privado. Cloe acelera el movimiento de su dedo y empieza a jadear un poco, no muy fuerte. Baja la mano con la que hasta ahora acariciaba sus pechos y se separa los labios para que Ana la pueda ver mejor y para acceder bien a su sexo. Siente cómo se ha ido abriendo, así que se mete un segundo dedo y lo mueve con el otro en su interior. Ahora gime intensamente y saca los dedos para volver a meterlos enseguida con fuerza. Se los mete y saca varias veces, y Ana se muerde los labios al verla hacerlo. Entonces Cloe retira sus dedos y empieza a rozarse el sexo por fuera despacio. Los pasa de abajo arriba sintiendo su hinchazón y humedad, y pasa la punta del dedo índice por su clítoris ayudándose con la otra mano y cerrando los ojos para dejarse llevar. Respira fuerte y levanta las caderas moviéndolas como si se siguiera penetrando.

—Sí, sigue así, cariño... no cierres los ojos —le pide Ana. Y al abrirlos Cloe descubre que Ana también se está tocando, y eso la excita todavía más.

Cloe acelera sus movimientos, frotando su clítoris con los dedos mientras mira cómo Ana se acaricia. El placer de ambas crece y gimen al tocarse y al ver a la otra haciendo lo mismo. Cloe se mueve más rápido, jadea sin parar hasta que finalmente llega al orgasmo y sigue mirando a Ana, que ante los gemidos de Cloe y el placer de sus propias caricias se corre segundos después y grita de placer.

Se recuperan cada una en un extremo de la cama, pero se sienten muy cerca y se miran en silencio disfrutando de un momento de intimidad perfecto. Pasado un rato, Cloe se incorpora despacio y se acerca a Ana, que reposa con los ojos cerrados y con la mano todavía entre sus piernas. Le gusta verla así y se tumba junto a ella de lado para poder observarla con detalle. Ana se gira, se coloca frente a ella y abre los ojos relajada tras el orgasmo y feliz de estar con Cloe. Sonriendo, le dice que ahora sí que está hambrienta. Cuando Cloe responde que a ella también se le ha abierto el apetito, se levanta, coge el plato de pasta que reposaba en el suelo y se va a la cocina.

Mientras Ana calienta la cena, Cloe va al servicio, donde aprovecha para refrescarse un poco. Se mira al espejo y, aunque reconoce los signos del cansancio en su rostro, descubre en su reflejo una mirada que hacía años que no veía. Ha pasado mucho tiempo intentando no enfrentarse a su propia imagen para no reconocer la tristeza que escondían sus ojos azules, pero ahora se atreve a hacerlo y ve un brillo que la hace sonreír.

Al salir del baño vuelve a la cama de Ana y por primera vez es consciente de lo mucho que le gusta estar allí, de que de algún modo siente que esa es también su habitación. Se puede imaginar levantándose cada día junto a ella, durmiéndose entre sus brazos al llegar la noche, y está convencida de que esta vez nada podrá impedir que lo que tantas veces ha soñado se haga realidad. Mientras está inmersa en sus pensamientos, Ana regresa con el plato de pasta que ahora resulta de lo más apetecible.

—Le he añadido un poco de parmesano, que sé que te encanta —le dice Ana cariñosa volviendo a la cama.

—Gracias... —responde Cloe acercándose a ella para darle un beso.

—El mérito es tuyo: tú cocinaste... yo me he limitado a calentarlo... —le susurra Ana devolviéndole el beso.

—No... Gracias por hacerme sentir en casa, por hacerme creer en los finales felices —le dice Cloe mirándola a los ojos.

Ana se estremece al escucharla. Quisiera darle las gracias por luchar por ella, por enfrentarse a sus temores y demostrarle su amor sin filtros, decirle que la adora y que promete hacerla sonreír cada día de su vida, decirle que ella siempre supo que Cloe era su final feliz. Pero siente un nudo en la garganta y de lo único que es capaz es de besarla con todas sus fuerzas para transmitirle así lo que no puede expresar con palabras. Cloe le sujeta la cara para retenerla en sus labios, que se lo dicen todo.

Después cenan en silencio apoyadas en el cabecero de la cama, y cada bocado se les antoja delicioso en esos momentos. Bromean sobre sus cosas y a veces se dan de comer la una a la otra en un acto de complicidad y afecto. Con el estómago lleno y al no haber descansado demasiado en las últimas horas, sienten un poco de frío y deciden cubrirse con la sábana.

Aunque deberían esperar a que la comida baje un poco, enseguida se tumban cara a cara para seguir hablando. Ana le cuenta los viajes que ha hecho por el mundo con su arte y Cloe la escucha atenta describir ciudades a las que tal vez un día puedan ir juntas. Le habla del tiempo que vivió en Nueva York. Le confiesa que regresó a Barcelona porque no podía olvidarla, y porque tenía la esperanza de cruzarse con ella algún día. Intentan no hablar de lo que sucederá a partir de mañana, pero Ana le dice que, pase lo que pase, estará a su lado, que se puede quedar en su casa mientras todo se resuelve y que después ya verán cómo se organizan. Cloe le da un dulce beso para darle las gracias de nuevo por su sincera generosidad y apoyo. La conversación es cada vez más lenta, las pausas se alargan porque se les empiezan a cerrar los ojos, y finalmente se quedan profundamente dormidas con los labios casi pegados y cogidas de la mano.

El despertador de Cloe anuncia el inicio de una nueva semana. Se despiertan abrazadas en una posición distinta a la que tenían anoche al dormirse, pero suelen dar muchas vueltas cuando comparten cama, así que no les extraña. Cloe intenta alargar el momento con Ana, pero sabe que tiene el tiempo justo para arreglarse e ir al despacho. Desde allí también intentará resolver los temas personales.

Sale de la cama no sin antes besar a Ana y, con la familiaridad de quien lo ha hecho antes, abre su armario buscando algo que ponerse. No sabe qué elegir, así que Ana le dice que se meta en la ducha y que ella se encarga de seleccionarle la ropa. Sus estilos son un poco diferentes y, sabiendo que Cloe suele vestir de un modo más formal que ella, Ana intenta encontrar algo con lo que se sienta cómoda. Localiza una falda negra que compró para un cóctel y decide conjuntarla con una camisa de seda de manga corta de color verde oscuro que ella normalmente combina con vaqueros. Los zapatos que llevaba Cloe al llegar quedarán perfectos con lo que ha elegido para ella, y aunque los pechos de Ana son una talla más grande que los de Cloe, le prepara ropa interior limpia porque no han tenido tiempo de lavar la de Cloe.

Ana se lo coloca todo sobre la cama y entra en el baño, donde Cloe sigue duchándose. Besa la mampara de cristal y el vapor deja sus labios marcados, y Cloe le devuelve el beso desde el otro lado. Mientras Ana se lava los dientes, piensa que le gusta tenerla en su casa, en su cama, en su baño, despertarse con ella, y puede imaginarse haciéndolo toda la vida. Cloe siente lo mismo y, en el rato que pasa duchándose con Ana esperándola fuera, solo puede pensar en lo feliz que es a su lado y en lo cómoda que se siente con ella. Al salir de la ducha, Ana le acerca una toalla y, después de darle un largo beso, la deja sola para que se arregle tranquila.

Cloe se pone crema hidratante de la que usa Ana y se seca el pelo. Aunque solo lleva dos días en su casa, sabe dónde encontrar los productos que necesita y se mueve con soltura por el baño. Entreabre la puerta para que salga el vapor y entonces ve en la cama la ropa que Ana le ha preparado con tanto detalle. Sonríe sabiendo que ha buscado lo que mejor encaja con su look habitual y sale a vestirse sintiéndose sexy al ponerse las prendas de Ana.

Cuando entra en la cocina, Ana le dice que sin duda su ropa le queda mucho mejor que a ella. Cloe no está de acuerdo pero le agradece el cumplido con un beso y la ayuda a preparar el café. Ana se ha puesto una camiseta y unas bragas, y prefiere esperar a ducharse más tarde para aprovechar cada momento que tiene con ella. Al ver que va descalza le dice que cree haber visto sus zapatos debajo de la cama. Cloe va a buscarlos y, cuando se agacha para cogerlos, descubre que encima de ellos hay una nota con la letra de Ana.

 

Recuerda que eres valiente y que, pase lo que pase, estaré a tu lado. Merecemos ser felices, juntas, y esta noche te estaré esperando aquí, en casa. Te amo, Cloe.

 

Cloe siente mariposas en el estómago y una gran fuerza tras leer las palabras de Ana. Coge sus sandalias con la mano y corre a buscarla a la cocina, donde Ana está sirviendo el café en dos tazas. Cloe se lanza a sus brazos y Ana entiende que ha leído la nota que le dejó de madrugada cuando se levantó a beber agua.

—Te amo... —le dice antes de besarla—. Haré lo posible para poder estar contigo esta noche, pero tengo que ver a mi hija y resolver algunos asuntos. En cuanto sepa cómo van las cosas te llamo y te digo.

Antes de que Ana responda, Cloe ve en el reloj de la cocina que llega tarde, así que se olvida del café, le da un beso rápido y le promete que la llamará más tarde. Después sale corriendo dejando tras sí el eco de la puerta al cerrarse muy fuerte.

Ana se queda inmóvil con su taza en la mano mirando hacia la puerta. No le gusta lo que siente. De nuevo está sola y sabe que no es la primera vez que Cloe se va para no volver.